Lo sé: nunca he estado con un hombre que supiese poner las tildes correctamente. Si bien es cierto que nunca por defecto, siempre por exceso: piés, ti, ti, ti. Al menos sabían dónde estaba el acento, que no el uso correcto de la tilde.
La colocación de las tildes me parece más un detalle estético y caprichoso que algo realmente funcional. Sí, podría amár a álguien que escribiése siémpre de éste módo.
El caso al que nos enfrentamos ahora es arto distinto. No se trata ya de asuntos banales como la tilde, sino de pausas vitales tales como puntos y comas. Nunca le pediré a un hombre –ni a nadie- que conozca y maneje el uso del punto y coma. Pero la dicotomía entre coma y punto me parece tan fundamental que estoy segura podría desenamorarme de repente por una oración mal puntuada. Véase, por ejemplo, la siguiente: Estoy haciendo la cama, amor, llámame cuando acabes.
Una maldita conjunción podría haberlo salvado. Mucho más fácil era el punto. Cama punto, amor coma.
Al menos hay una coma después del vocativo.
Quizá eso
te salva.
domingo, 15 de febrero de 2009
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