(cómo empecé a encargarme personalmente de la colada de la ropa de cama)
Por aquella época yo tenía una novia pelirroja, que ella fuera pelirroja era realmente un problema. Tía Natalia podía entender que la chica se tumbara en mi cama para descansar inocentemente cuando la traía a casa, ese hecho explicaba la presencia de los longitudinales cabellos pelirrojos que quedaban sobre mi almohada. Lo que ella no podía o, más bien, no quería tolerar, era la presencia de esos otros, juguetones y rizados, pelitos pelirrojos provenientes de cierta parte de su anatomía que delataban que entre aquellas sábanas había habido algo más de lo que permitían los pensamientos puritanos de mi tía.
Tras las endemoniadas escenas de tía Natalia gritando al encontrar pelitos rizados entre mis sábanas, acabé por decirme a encargarme personalmente de la colada de mi ropa de cama. Al principio sabía controlarlo, cambiaba las sábanas una vez por semana, las metía en la destartalada lavadora durante treinta minutos con un poco de detergente, las tendía y las planchaba. Lo primero que dejé de hacer, visto la inutilidad del asunto, fue lo de la plancha. ¿Qué absurda necesidad siente la gente de planchar las sábanas? Total, no van a durar planchaditas ni una noche, se arrugarán en cuanto te acuestes. Además, de eso de arrugar las sábanas ya nos encargábamos la pelirrojita y yo con premura.
En casa sólo había un par de juegos de sábanas para mi cama. Eso era también un problema, muchas veces, por vagancia o dejadez, tiraba las sábanas sucias en un rincón del patio sin hacer el ánimo de llevar a cabo el sacrificado acto de introducirlas en la lavadora, verter un poco de detergente en el cajoncito, pulsar un mísero botón y poner el programador para que giraran durante media hora. Así que era bastante frecuente que cuando mi pelirrojita pasara a verme las sábanas estuvieran para cambiar y el otro juego arrumbado en el patio, a la espera de que me llegara la iluminación y me decidiese a meterlas en la lavadora. En estas ocasiones optaba por cortar por lo sano: desvestía la cama y arrojaba las sábanas junto a las otras, en lista de espera para el lavado. Era una gloria estar sobre el colchón desnudo junto a ella.
Cuando tomé la decisión de encargarme yo mismo del lavado, tía Natalia cogió la fea costumbre de hacerme la cama mientras yo desayunaba, usando como excusa el que no llegara tarde a donde quiera que fuera a desperdiciar las mañanas. Este supuesto acto de bondad no le servía sino para cerciorarse de si mi novieta y yo seguíamos montándonoslo en su santo hogar. Dados los buenos resultados que me estaba dando el despojar la cama de toda sábana, determiné que lo más cómodo sería proceder del mismo modo cada vez que ella apareciera. Así bastaría con deshacerla cuando la chica llegara y rehacerla cuando se marchase.
Para el contento de tía Natalia, no volvió a haber rastro alguno de pelitos rojos en mis sábanas. Tan alegre estaba al creer que su sobrinito había retornado al buen y casto camino en el que ella decía haberlo educado, que incluso me cocinaba cada dos por tres tortas de hojaldre y me instaba a que invitase a mi chica a tomar el té con ella alguna tarde.
Los problemas llegaron al tiempo que el invierno. El frío helaba la cola de los gatos en la aquella parte del pueblo. las casas no eran demasiado nuevas y la caldera estaba más días estropeada que funcionando. Era imposible no sentir escalofríos al desnudarnos en mi cuarto, el encuentro del cuerpo del otro entre unas gruesas sábanas de franela era un paraíso soñado. Claro, que si dejaba las sábanas puestas corría el riesgo de que los pelitos volvieran a dejar su rastro. Pensé que bastaría con dejar un par de mantas, de modo que quité las sábanas para su posterior reposición.
Ese calor de invierno fue maravilloso durante un par de días, estoy seguro de que abríamos muerto abrasados de haber funcionado la calefacción. Para nuestra desdicha, los nuestros encuentros invernales se complicaron tras la noche de reyes. Tía Natalia, tan pródiga ella en regalos y excesos en las fiestas navideñas, se propuso superar el regalo del año pasado, ¿cómo ofrendarme con algo mejor que los ultra-maravillosos calcetines de lana rasposa colorados del año anterior? Yo también pensaba que un regalo así era insuperable, pero no, podía superarse y con creces. Ese año mi tiíta estaba dispuesta a tirar la casa por la ventana: una magnífica manta de lana rasposa colorada a juego con los malditos calcetines. Gracias tía, tú sí que sabes qué es lo que les gusta a los chicos.
Por muy capullo que la gente crea que soy, no me gusta en absoluto andar hiriendo a la gente que se preocupa por mí, y si mi tía me regala unos jodidos calcetines espantosos, sonrío; y si al año que siguiente se le ocurre la genialidad de que mi regalo sea una asquerosa manta, pues también sonrío y digo “gracias tita”, para que vea que la aprecio, pese a que por dentro esté cagándome en el primer hombre o mujer al que se le ocurrió fabricar prendas textiles con pelos de oveja. De modo que sonreí a mi tía, le di las gracias por tan estupendo regalo y la ayudé a llevar al contenedor las andrajosas mantas de mi cama.
Al día siguiente, aprovechando la salida de tía Natalia a casa de no se qué parientes, mi pelirrojita y yo nos dedicamos al estreno, uso y disfrute, de mi regalo de reyes. A ella, de familia un poco más normal y completa que la mía, le habían regalado una camisola con puntillas que estrenó ese mismo día. La encontré tan condenadamente bonita que no tuve más remedio que quitarle la camisola y acabar como ya se preveía: arrancando las sábanas y enredándonos entre la manta de mi tía. Con tanto traqueteo la espalda de ella no hacía más que rozarse con la maldita manta. La cosa fue bien durante los primeros minutos, pero luego su espalda comenzó a irritarse por culpa del roce con la lana, provocándole una urticaria que le dejó la piel más colorada que la manta misma.
Su espalda acabó tan mal parada que incluso tuve que ir a buscar la crema de flores de mi tía para paliar el escozor y que pudiera volver a ponerse la camisola. Tras esto estuve un par de días sin verla, incluso creí haberla perdido por culpa de la maldita manta. Fui a verla a su casa y me enteré de que estaba guardando reposo tumbada boca abajo para que se le curara la horrible irritación. Al parecer, su epidermis era hipersensible al contacto de ciertos tejidos, irritándose descomunalmente con sólo tocarlos y cuya fricción durante tiempo prolongado podía producirle incluso quemaduras en la piel.
No recuerdo qué bola me contó que le había echado a sus padres para ocultar la verdadera causa de su irritación epidérmica. Ellos eran de esas personas sonrientes que pondrían la mano en el fuego por cualquiera de sus hijos, les compraban bonitos regalos de navidad y los abrazaban mucho. Tenían aquella casa estupenda llena de cojines y de cuadros, el lugar ideal para hacer el amor entre sábanas de algodón sin tener que quitarlas. La pega era que la casa también estaba llena de gente todo el tiempo: hermanitos, abuela, abuelito, gata, gatito… con lo cual los escarceos amorosos quedaban restringidos a mi dulce y patético hogar, sin sábanas pero con mantas asesinas.
Continué visitándola los días siguientes para llevarle flores. A ella le gustaron tanto mis románticas y castas visitas que, en cuanto estuvo recuperada, fue a visitarme con su camisola nueva aprovechando otra ausencia de mi tía. Al verme hacer amago de ir a quitar las sábanas me detuvo.
-¿Qué haces?, ¿no recuerdas cómo acabó mi espalda?
-Tranquila, Quitaré la manta también.
-¿Estás loco? ¡Nos moriríamos de frío!
-¡Já! ¿Qué se le ocurre a la señorita que haga?
-Deja las sábanas, ¿por qué esa estúpida manía de quitar siempre las sábanas?
Nos han jodido, ¿cómo le explicas a una tía que no quieres que tu tía vuelva a darte el coñazo con la moralidad y el matrimonio?
-Oye, oye, no voy a dejar las sábanas.
-¿Por qué?, ¿acaso están sucias?
-Es que no me mola hacerlo con sábanas.
-Pues tú dirás, porque yo sin sábanas no me meto ahí. ¿O es que te importan más tus extrañas manías sexuales que mi espalda?-Ya estaba, armas de fogueo, cuando ven que te tienen acorralado comienzan a afilarse las uñas con el filo de tus propios dientes.
-Está bien, métete con sábanas. Me las apañaré cómo pueda.
-Vengo limpita, ¿sabes? No hace falta que las fumigues después de esto.-Mierda, ¿no podía hacer el favor de desnudarse y callarse de una vez?
-Nena…
-¿Sabes lo que te digo? Que me largo a mi casa, allí al menos puedo meterme en mi cama con sábanas.- Claro, con sábanas, pero sola, ¿o es que no notaba la diferencia? -Nena, nena, no saquemos esto de madre, ¿vale?
Un beso en el cuello. Una mano sobre los botones de la camisola. Bingo.
A la mañana siguiente Tía Natalia, continuando con su tradición para sobrinos malcriados, se dispuso a hacerme la cama. Sabía que la tarde antes había estado con ella allí porque nos la habíamos encontrado por el camino cuando acompañaba a la chica de vuelta a casa.
-Tita, no hagas la cama. En cuanto acabe la haré yo.
-Pero si ya sabes que a mí no me cuesta nada.
-En serio, dedícate a otras cosas, que ya soy mayorcito para que me andes haciendo la cama.- Solté mientras pensaba “Seguro, tú lo que quieres es cotillear a ver de qué color son los pelitos enganchados a la tela!”
-Pero si eres mi sobrino favorito.
-Y el único.
-Pero si tuviera más también lo serías.
-Tita…
-Deja de dar la lata y acaba de desayunar. Yo me encargo de tu cama.
Punto en boca. No intentes llevarle la contraria, sólo quedaba rezar para que no encontrar nada que echarme en cara.
-¡Pero, pero…
Caput, castrado.
-¿Pero qué, tita?- La mitad de sus frases malditas empezaban con pero.
-Pero ya te dije qué… ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Has vuelto a… a…!- Tartamudea exquisitamente bien, todo hay que decirlo.
-¿A qué, tita?
-A esa cosa horrible con esa chica.
-No es tan horrible… Ya somos mayorcitos…
-¡Sí que lo es! Y mientras vivas en esta casa no quiero ver ni un solo pelo que no te pertenezca entre las sábanas, ¿entendiste? ¡Ni uno solo!
-Sí, tita.
-Ahora acaba el desayuno y me pones esos pantalones en el cesto para remendar que da pena verte con esas fachas.
-Enseguida, tita.
Me impuse un par de semanas de castidad para recuperar la confianza de mi señora tía. A la pelirroja le dije que sentía algo extraño en el estómago que me provocaba náuseas constantes. Fue algo realmente insufrible, la chica estaba tan agradecida por haberla ido a ver durante su reposo que sintió la obligación de hacer lo mismo. Cada santa tarde se plantaba en mi casa, estuviera o no estuviera mi tía. Si estaba no había ningún problema, uno refrena perfectamente cualquier instinto sexual con la cercanía de los parientes. Lo malo era cuando no estaba y mi pelirrojita comenzaba a besuquearme inocentemente en las mejillas para que me repusiera pronto.
Tras dos exitosas semanas de tristes pajas en el cuarto de baño, le dije a mi tía que la veía muy liada con todos sus asuntos, y encima tener que ocuparse de mí y de la casa… Al fin y al cabo yo no hacía gran cosa durante el día, vagaba de un sitio a otro haciendo trabajillos, así que… ¿podría ayudarla en las tareas del hogar? Al principio se opuso, cómo no, pero pronto cedió al darse cuenta de que mi proposición no se limitaba a ocuparme de la colada de MIS sábanas en particular, sino que incluía la colada de la ropa de cama de toda la casa y la limpieza de los cuartos de baño. Con propósitos así se convence a cualquiera.
Como viene siendo habitual en mi vida, al principio todo iba más o menos bien. Ponía la lavadora con las sábanas sucias una vez por semana y limpiaba los baños a días alternos. Al duro episodio semanal de poner las sábanas en la lavadora, verter el detergente en el cajoncito, pulsar un botón y poner en marcha el programador para que el lavado durara media hora justa, se añadía ahora la infernal obligación de cargar con el limpia cristales, la lejía, los paños y el estropajo, empapar un paño con limpia cristales, pasarlo por el espejo con cuidado, sin que queden restregones, fregar con lejía los lavabos, sin salpicar, aclarando bien que no queden olores, y, por último, lo más desagradable de todo, empapar el estropajo de lejía y frotar, pero frotar bien, con ahínco, la taza del váter. Nótese que en la casa teníamos dos cuartos de baño, uno que utilizaba mi tía y otro para mí, con lo cual estas encantadoras actividades quedaban multiplicadas por dos.
Durante un par de semanas luché por esta causa que creía tan justa. Limpié con tesón e incluso planché las sábanas antes de ponerlas, hasta llegué a perfumar los lavabos con aroma de espliego en un par de ocasiones. Luego me cansé, al igual que me había pasado con tantas otras cosas antes, como con los estudios, los trabajos, los programas de televisión, las canciones de moda o los pantalones ajustados. Me harté de frotar, del olor a lejía, de pasar la condenada plancha por cada arruguita, de echar chorretes de limpia-cristales en los espejos y hasta de girar la rula del programador para que el lavado durara treinta minutos exactos.
Como he dicho, mi causa era justa. ¿Quién no lucharía por no tener que oír protestar nunca, nunca más en materia de pelos a alguien como mi tía? De modo que sabía que no podía abandonar del todo las actividades de las que había prometido hacerme cargo. Mi plan era el siguiente: limpiaría el cuarto de baño de mi tía y limpiaría sus sábanas puntualmente, mientras que mis sábanas y mi lavabo quedarían subordinadas a mi apetencia.
Por desgracia, no soy una persona a la que suela apetecerle con frecuencia dedicarse a las labores del hogar, lo que unido a mi gran capacidad para la vagancia hizo que mis sábanas y mi lavabo se convirtieran en criaderos de roña antes de que pudiera darme cuenta. Para eso de la mugre la pelirrojita sí que tenía ojo, y comenzó a soltar sus comentarios mordaces con premura. “¿Puedo usar tu lavabo?” “Claro, te espero.” Típico en ella antes de perdernos en mi cama. “Tío, qué asco. ¿Cuánto hace que no friegas esto?” “¿Qué no friego el qué?” “El váter, está que da pena…” “Vamos, no es para tanto…” “Sí, sí que lo es. Es una auténtica porquería.” Por su cara tono se notaba que no le hacía ni pizca de gracia que hubiera algunas manchitas resecas en la porcelana blanca. “Venga, acaba de una vez y ven.”
Cuando regresó llevaba tal cara nauseabunda que no me extrañó que me dijera: “Oye, dejémoslo. Me ha quitado las ganas tu asqueroso lavabo. Mañana, ¿de acuerdo? Y límpialo, no seas cerdo.” A partir de aquél día la obligué a utilizar el impoluto aseo de Tía Natalia.
“Sniff, sniff..” La pelirrojita olfateaba entre mis sábanas. “¿Qué es eso que huele tan mal?” Ya empezaba, ¿por qué no hacía el favor de concentrarse y dejaba los olores para cuando hubiésemos terminado? “¿El qué? Yo no huelo nada.” Hice un intento de reanudar la pasión. “¡Ag! Es repugnante. Como si tuvieras ratas muertas debajo de la cama”. “No tengo ratas muertas debajo de la cama”. “Mejor dejémoslo por hoy, este maldito olor no me deja seguir.”Inconsciente de mí, juro que tenía intención de ponerme a limpiar, sobre todo después de la escenita última de la cama, una cosa así hay que hacer lo que sea para salvarla, pero… quitar las sábanas, meterlas en la lavadora, poner detergente en el cajoncito, poner en marcha el programador, esperar treinta minutos, tenderlas, recogerlas, plancharlas, volver a hacer la cama… hay cosas para las que uno no ha nacido.
La siguiente vez no le fue necesario ni olfatear, fue entrar en las sábanas y encontrarse un... ¿¡un pelo?! “¿Qué es esto?” Soltó escandalizada. “Un pelo”. “Ya sé que es un pelo, pero ¿de quién?” “Mío, evidentemente. No es rojizo, así que es mío.” “Podías tomarte la molestia de cambiar las sábanas.” “Ya.” “¿No cambias las sábanas nunca? Esto huele a rancio.” “Qué va a oler a rancio.” “Huele a rancio. Y ahí manchas por todas partes.” “¿Voy a tener yo la culpa de todas las manchas de este mundo?” “De estas te aseguro que sí”. Silencio. A veces callarse funciona. Debía tener bastantes ganas, porque ignora toda la porquería y seguimos a lo nuestro. Sin embargo, creo escuchar un “guarro” bajito mientras se viste.
“Sniff, sniff…” Olfateando de nuevo. Me abalanzo sobre su boca antes de que pueda abrirla. Se separa de mí. “¿A qué demonios huele esto?” “A ti.” Mierda, mierda, ¡MIERDA! Maldito intento de romanticismo. La bofetada es instantánea.
Por supuesto que no volví a ver a la pelirrojita después de esto. Tampoco me quedaron ganas, me había dejado la cara bien señalada. Además, ya estaba harto de sus escenitas con los olores y de tener que repetir el ritual de lavar las sábanas de mi tía y su lavabo sólo para guardar las apariencias. Tampoco era una gran chica, guapa, sí, con pelitos rojos la mar de simpáticos, aunque demasiado fastidiosos a la hora de la verdad.
Cuando me dejó hice un poco el paripé y le hice saber a mi tía que me había dejado. No recuerdo qué bola le eché sobre el porqué de la separación, como veis no tengo buena mano recordando mentiras. Me encerré un par de días de ficticia depresión en mi habitación y mi buena tía se apiadó de mí. Durante esos dos días ella volvió a ocuparse de la limpieza de los lavabos y la colada de sábanas. Una vez logré superar mi gran, gran trauma, ella siguió haciéndose cargo de todas las labores de la casa. Incluso volví a dejar que me hiciese la cama. Podía volver a disfrutar de mi actividad favorita: no hacer nada.
Después de tantas comeduras de coco con las sábanas y tan duro sacrificio en mis relaciones con la limpieza y las mujeres aprendí algo: la próxima, morena.
martes, 18 de septiembre de 2007
-Último Pequeño Cuento Químico- (2007)
Las niñas de ciencias recogen sus cosas: escuadra, cartabón, calculadora científica; probetas, pipetas y demás instrumental robado del laboratorio, tablas periódicas, manuales de cuántica y dins-A3 para planos y maquetas. El esqueleto humano se guarda definitivamente en el armario, los nombres de los músculos y la tectónica de placas caen en el olvido.
Al rellenar la matrícula del año próximo se preguntan extrañadas: ¿dónde está la física?, ¿y las matemáticas? ¿Dónde quedan Wolframio, Molibdeno y los demás elementos? ¿Ya no más reacciones de ácidos y bases? ¿Qué fue de la cuántica? ¿Por qué no encaja la geometría? Sin ellas quererlo desaparecen los limites, las derivadas, las integrales, y todas las demás cosas con nombre de alimento que puede encontrarse en cualquier supermercado que existen en las matemáticas. Se desvanecen las cuentas y las noches soñando con problemas de álgebra. Adiós a las gráficas, a las reacciones, a los procesos inversos, a las cosas que caen, a las que se atraen, a las que se olvidan, a los principios del universo, a los finales del universo, al universo mismo.
Las nuevas asignaturas tienen nombre tales como “lingüística”, “morfosintáxis”, “lexicografía” o “lexicografía”. Al principio sus lengüetitas se hacen un lío al pronunciar tales palabras: “lingüís..” y se paran, pensando en qué lío se han metido. No obstante, tienen esperanzas: sus lenguas son versátiles y musculosas, no tardarán en adaptarse a los nuevos términos. “Nada más difícil que Ununquadium y Ununnilium”, piensan.
Pronto lo consiguen totalmente. Se adaptan en sueños a la idea mucho antes de empezar las clases. Sus nuevos compañeros no piensan en gráficas sino en palabras, decir ahora cualquier cosa en cualquier lengua tiene más sentido que saber formular el cloruro potásico. Allí se sueña con viajes, con llenar los oídos de sonidos no maternos y las maletas de abrigos. Allí no se preguntará el por qué constantemente ni habrá una regla fijada para hacer las cosas. La objetividad muere, ¿por fin? La frustración matemática acaba, la tensión de la física y el asco de la química se desvanecen. Todos cantan canciones con pronunciaciones perfectas.
Los utensilios de análisis quedarán pronto olvidados, relegados a un rincón lleno de polvo. Las pruebas en laboratorios esterilizados se cambarán por la asepsia de la calle, donde explorarán bocas con los dedos cruzados creyendo no infectarse. Olvidadas y alejadas de toda ciencia demostrable crearán sus propias gráficas y estadísticas con saltos y límites imposibles. Harán saltar sus electrones a regiones no cuantizadas cada noche. Sonreirán creyéndose transformadas, en cierto modo purificadas al haber cambiado la dictadura de las químicas y las físicas por la anarquía de los recitales de poesía.
No obstante…
Las niñas se miran las manos, lo que sospechaban: aún son verde uranio.
(Sciences Girls For Ever)
Al rellenar la matrícula del año próximo se preguntan extrañadas: ¿dónde está la física?, ¿y las matemáticas? ¿Dónde quedan Wolframio, Molibdeno y los demás elementos? ¿Ya no más reacciones de ácidos y bases? ¿Qué fue de la cuántica? ¿Por qué no encaja la geometría? Sin ellas quererlo desaparecen los limites, las derivadas, las integrales, y todas las demás cosas con nombre de alimento que puede encontrarse en cualquier supermercado que existen en las matemáticas. Se desvanecen las cuentas y las noches soñando con problemas de álgebra. Adiós a las gráficas, a las reacciones, a los procesos inversos, a las cosas que caen, a las que se atraen, a las que se olvidan, a los principios del universo, a los finales del universo, al universo mismo.
Las nuevas asignaturas tienen nombre tales como “lingüística”, “morfosintáxis”, “lexicografía” o “lexicografía”. Al principio sus lengüetitas se hacen un lío al pronunciar tales palabras: “lingüís..” y se paran, pensando en qué lío se han metido. No obstante, tienen esperanzas: sus lenguas son versátiles y musculosas, no tardarán en adaptarse a los nuevos términos. “Nada más difícil que Ununquadium y Ununnilium”, piensan.
Pronto lo consiguen totalmente. Se adaptan en sueños a la idea mucho antes de empezar las clases. Sus nuevos compañeros no piensan en gráficas sino en palabras, decir ahora cualquier cosa en cualquier lengua tiene más sentido que saber formular el cloruro potásico. Allí se sueña con viajes, con llenar los oídos de sonidos no maternos y las maletas de abrigos. Allí no se preguntará el por qué constantemente ni habrá una regla fijada para hacer las cosas. La objetividad muere, ¿por fin? La frustración matemática acaba, la tensión de la física y el asco de la química se desvanecen. Todos cantan canciones con pronunciaciones perfectas.
Los utensilios de análisis quedarán pronto olvidados, relegados a un rincón lleno de polvo. Las pruebas en laboratorios esterilizados se cambarán por la asepsia de la calle, donde explorarán bocas con los dedos cruzados creyendo no infectarse. Olvidadas y alejadas de toda ciencia demostrable crearán sus propias gráficas y estadísticas con saltos y límites imposibles. Harán saltar sus electrones a regiones no cuantizadas cada noche. Sonreirán creyéndose transformadas, en cierto modo purificadas al haber cambiado la dictadura de las químicas y las físicas por la anarquía de los recitales de poesía.
No obstante…
Las niñas se miran las manos, lo que sospechaban: aún son verde uranio.
(Sciences Girls For Ever)
-La Muerte del Sol- (2006-2007)
Cuando Mamá Sol yacía tendida en la cama con sudores y fiebres todos comprendimos que al día siguiente no saldría el Sol. Al día siguiente no saldría el Sol en la medida en que éste dependía de ella.
Aún estando postrada en la cama se resistía a abandonar sus preciados utensilios. De entre sus dedos pendían sus amuletos, los mismos de los que se valía cada noche para cumplir su sagrado deber y que, ahora, acompañaban duros momentos de penuria. De cuando en cuando parecía recobrar fuerzas, se aferraba al collar de cuentas y se esforzaba en murmurar una oración. Ponía toda su alma en aquella tarea, tosía entre palabras y su respiración se entrecortaba. No cesaba en su empeño hasta que los sudores la cubrían y el aire abandonaba por completo su cuerpo. Tenía que hacerlo, era su deber y obligación.
Las mujeres del pueblo se turnaban para poner paños de agua sobre su frente, ardiente como el mismísimo Sol. Los niños temblaban y los hombres decían adiós a sus campos. Sin ella, sin Sol, de nada serviría ya regar ni cultivar siquiera. Intentaban mantenerse firmes ante la horrible maldición de las tinieblas que iba transformándose en realidad conforme pasaban los segundos. Sin sus súplicas, sin sus rezos, de nada servirían nuestras lágrimas. Él no iba a hacer caso de unos pobres desgraciados como nosotros que le pedían que brillase con estúpidas plegarias humanas. Tan sólo Mamá Sol tenía la capacidad de convencer al Dios Sol de que se apiadase de su pueblo y, en su constante caminar por el cielo, se detuviera para bendecirnos, calentando nuestras tierras con su sola presencia.
Cada atardecer podías ver a Mamá Sol salir con su alfombra de anea al hombro. Se colocaba justo frente al lugar donde esperaba que el Dios Sol saliese, dedicándose a la ardua tarea de suplicar y rezar al Sol para que apareciera a la mañana siguiente. Convencerlo no era para nada una tarea fácil, bien es sabido que el Dios Sol es vanidoso y nada benevolente. Cada atardecer ponía de nuevo en marcha su ruta, buscando el camino que había de llevarle junto a los demás dioses. Quería llegar al lugar donde los otros, sus hermanos, reposan eternamente tras la fatiga producida por la creación y construcción de toda la Tierra. Ese lugar del que fue expulsado en el principio de los tiempos justamente por su vanidad.
YA desde el origen, al Dios Sol le gustaba admirarse y ser admirado. Él fue el encargado de crear al Astro, el cuerpo celeste que giraría y aparecería cada día por el cielo. El Dios Sol gustaba de introducirse en el objeto de su creación para ser adulado por los hombres. Los demás dioses, hartos de que su hermano no descansara eternamente junto a ellos debido a su engreimiento, lo expulsaron del lugar. Lo hicieron quedar deslumbrado por sus propios rayos, de modo que no pudiera encontrar el camino de regreso al sagrado lugar del reposo eterno.
Cada noche, cuando se ocultaba, seguía buscando el camino, volviendo a deslumbrarse con sus rayos. Así, mientras el Dios Sol daba vueltas y la mujer intentaba convencerlo para que se dirigiera hacia ella, hacia el sonido de sus palabras. Los rezos estaban llenos de halagos y adulaciones. Le hablaba de rituales y ceremonias en su nombre que nosotros mismos celebrábamos al borde de los acantilados; le ofrecía flores de su mismo color y mostraba todos los amuletos que eran tallados con su forma. Finalmente, el vanidoso Sol cedía. A la mañana siguiente volvía a estar aquí, dándonos el calor que tanto necesitamos.
En algunas ocasiones a la buena mujer le costaba lágrimas que el Sol volviera a aparecer, le suplicaba de rodillas y le entregaba su llanto. Pero el Sol quería continuar su desesperada búsqueda. La sabia Mamá Sol se las ingeniaba para que no nos abandonara por completo. Lo convencía para que saliera a iluminarnos, aunque lo hiciera por menos tiempo y más fríamente. En esas épocas el Sol se veía grande, majestuoso, pero enfrío invadía nuestras carnes de todos modos.
Mamá Sol contemplaba su obra cada amanecer. Su dicha se desbordaba al tiempo al que el Sol iba inundándolo todo con sus rayos. Lo que la mayoría consideraba un simple espectáculo rutinario era en verdad una gran proeza en la que ella ponía toda su voluntad. No había hombre ni mujer en todo el poblado capaz de lograr una maravilla como esa. Ni siquiera los alumbramientos de las parturientas –cuyo esfuerzo y sacrificio eran reconocidos por todos-, podían compararse al esplendor de su logro. Ella no daba luz a una vida, sino a todas.
Así como al Astro Sol le eran realizados rituales y sacrificios, a Mamá Sol se la trataba también con ceremonias y dedicación. Cada mediodía, cuando la buena mujer despertaba de su merecido reposo tras la larga vela en espera del Astro, las niñas del poblado le llevan agua fresca con la que se lavaba la cara. No tenía nunca que preocuparse por cuestiones de alimentos ni cocina. Es más, en su choza apenas había un fogón y un puchero en el que calentaba hierbas para achaques que a su edad ya iban siendo frecuentes. Las mujeres se turnaban para cocinarle y llevar las más exquisitas recetas a su mesa. La buena de Mamá Sol bendecía a todos los que por allí pasaban iluminando sus rostros con una antorchita. “El resplandor del fuego es hermano del resplandor del Sol”, decía levantando la llama, “que Sol y fuego alumbren tu camino.”
Durante los equinoccios de primavera y otoño se celebraban festivales en su honor y en el del Sol. El poblado entero festejaba con alborozo el equilibrio que Mamá Sol había conseguido con el Astro: la igualdad casi perfecta de horas de día y de noche, además de una temperatura idílica que hacía que acabaran de madurar los campos y llegara el tiempo de la cosecha. Pero la noche realmente grande era aquella en la que el pueblo entera se juntaba en los acantilados y, dirigidos por Mamá Sol, protagonizábamos una plegaria multitudinaria en la que se pedía al Sol que saliese. Era una súplica fácil, llena de fiesta y alegría, con los músicos cantando y las gentes bailando sin parar, nada comparado con las arduas noches de vigilia en las que la mujer se dirigía al Astro al borde de las lágrimas. Era en esa noche cuando el Dios se encontraba más compasivo y bondadoso que durante el resto del año, por lo que era ideal para rogarle todos juntos y hacerle ver que el pueblo do admiraba y trataba como a un dios corresponde. El So, atento a nuestra multitudinaria y fiel plegaria, hacía acto de presencia enseguida, dejando la noche reducida a unas pocas horas y regalándonos con unos días inmensos, en los cuales se sentía su calor y proximidad más que en ninguna otra época del año.
El terror llegó al poblado el mismo día en que se supo que Mamá Sol había enfermado. Más de doscientos ochenta periodos estaciónales sin un mal de pulmones ni una sola caída en la fiebre para que, de repente, la imprescindible mujer se encontrara postrada entre las pajas del camastro pudiendo balbucear apenas unos rezos. El Sol resplandecía aquel día, su calor era el mismo que desprendía la frente enfermiza de la mujer. Sus rayos parecían señales de despedida. Uno de los pastores había sido quien la había visto desplomarse en el suelo justo al finalizar sus rezos, ya al amanecer.
“Pócimas curativas, pomadas, ungüentos, brebajes y paños para Mamá Sol, que está malita”, recitaban a coro unas pequeñuelas a las que sus madres habían mandado a buscar casa por casa tales productos. Recolectaron la botica entera del pueblo, a la vez que alarmaron a los que aún no eran conocedores de la desgracia que se les venía encima. Cuando la llevaron a su cama pensaron que todo quedaría en un mal susto, cosas de la edad, del calor todo lo más. Conforme avanzaba el día sin que las muestras de mejora hicieran acto de presencia, el pánico comenzó a cundir. De sobra era sabido que ella y nadie más que ella podía salvarnos de las tinieblas.
La histeria se adueñó de los espíritus cuando Mamá Sol soltó de sus manos el collar de cuentas con el que solía convocar al Astro. Los últimos rayos se filtraban por la ventana mientras los hombres contemplaban la caída del Sol llenos de congoja. Los niños más avispados, sabiendo el peligro que se les venía encima, lloriqueaban abrazados al cuello de sus mamaitas. Las mujeres trabajaban duro en la casa de Mamá Sol, inundando el ambiente con vapores de eucalipto y humedeciendo su viejo cuerpo con toallas. Todas con las lágrimas a flor, atónicas al contemplar el final que se les venía encima, sabiendo que sus corazones de madre no podrían hacer nada.
Sólo ella conocía los sortilegios adecuados, la súplicas y rezos exactos. Sólo ella podía salvarnos de las tinieblas. Tuvimos pesadillas durante siglos con ese momento, el momento en que el Dios Sol reanudara su búsqueda y fuera perdonado por sus hermanos. Los demás dioses nos castigarán entonces a los hombres, reprochándonos que engatusáramos a su hermano con rezos y ofrendas en lugar de rechazarlo como ellos habían hecho. Ese día la piedad de los dioses caerá sólo sobre su igual, al que permitirán volver, pero al que darán el último escarmiento sumergiendo al Astro en una gran cuba de agua, donde los rayos se apagarán sin que hierba una sola gota. Castigo que también caerá sobre nuestras cabezas, la luz se apagará por siempre y el frío comenzará a congelarnos la sangre.
Cuando el Sol caiga, el frío y la tiniebla se adueñarán de la Tierra. La vida comenzará sin prisas a ser muerte, advirtiéndose apenas con el susurro de la oscuridad en vez de con los cascabeles con los que habría de anunciar su llegada. Silenciosa y fúnebre, hará que se nos enfríen las carnes y se entumezcan nuestros huesos al paso que los cultivos perecen por la ausencia del Gran Astro. Los animales morirán congelados. Tan sólo unos pocos conseguirán salvarse, huirán a las montañas a refugiarse en las cuevas y alimentarse de los escasos rastrojos que soportarán el frío. Nosotros, los hombres, dejaremos de ser humanos para convertirnos también en animales, en bestias. Correremos cual salvajes tras los pocos mamíferos vivientes par intentar dar de comer a los nuestros. Mataremos algo más que simples almas sin conciencia. Lucharemos contra aquellos que eran nuestros hermanos y que acabarán convirtiéndose en carnes desgarradas. Nuestros hijos perecerán sin que podamos impedirlo. De este modo, el fin de la condena del Sol, el perdón del Dios, será a su vez el fin del pueblo que lo engatusó con idolatrías.
Cuando Mamá Sol exhaló su último suspiro los gritos se apoderaron de la casa. El atardecer se la llevó mientras la noche traía la locura. Tres o cuatro mujeres cayeron desmayadas al poco de haber muerto la mujer. Las demás corrieron a abrazar a sus hijos, a buscar a sus maridos para planear su vida y supervivencia en el mundo de las tinieblas. Sólo unas pocas supieron guardar la calma, dedicándose a velar y preparar el cadáver para dalre la sagrada sepultura que se merecía.
Cuando los nervios iniciales hubieron pasado, la calma del terror se apoderó del pueblo. Los gritos, los pasos corriendo atropellados, los desmayos y los ataques de pánico cesaron. El pueblo aceptó con resignación la condena, así estaba escrito y así sería. Más valía malvivir durante alguún tiempo, entregándose al fin con el alma en paz, que agonizar luchando por sobrevivir a lo irremediable. Sólo los susurros de las oraciones y el paso de las lágrimas por las mejillas rompían el silencio de la noche.
Ya estábamos preparados para la hecatombe cuando se acercaba la hora en la que el Sol solía surgir por el acantilado. Acabábamos de enterrar la última esperanza cuando una pequeña luminosidad alarmó a nuestros corazones. Los niños contuvieron el llanto durante unos segundos, las lágrimas se secaron e incluso cesaron los rezos que velaban el cadáver. La congoja se transformó en éxtasis. Allí estaba, bañándonos con sus rayos.
El Sol. Inmenso, brillante, cálido. Una explosión de color se adueñó del firmamento. Le ofrecimos nuestros rostros sorprendidos como si lo contempláramos por vez primera. Las estrellas se difuminaban y las tinieblas se diluían entre luces anaranjadas. Nuestra incredulidad se transformó rápidamente en agradecimiento. A él y sólo a ÉL debíamos y debemos nuestras vidas.
Había esperanzas para la vida pese a la muerte de Mamá Sol, ¿cómo era posible? Tras los primeros momentos de incontenible alegría, el pueblo entero volvió a alarmarse. Podía tratarse tan sólo de un tránsito, el Sol podía reemprender su marcha en cualquier momento.
Pero no, no había duda. Estaba allí como cada día, como cada vulgar amanecer, sin cambios ni variaciones que hicieran prever su desaparición ni modificación alguna. La estúpida manía humana de cuestionarlo todo apareció en las mentes. ¿Cómo?, ¿cómo estaba él allí? Si el Sol dependía de ella, si sólo obedecía a sus rezos y sus súplicas, ¿cómo era posible que hubiera regresado a nuestro cielo?, ¿o tal vez nunca se había marchado?
No era posible, no. La mentira o la piedad eran las opciones. O bien el Dios Sol y los demás dioses se habían apiadado de nuestras míseras vidas de hombres, o las palabras de Mamá Sol nunca sirvieron para nada que no fuese a suceder pese a ella. Si todo era mentira, si nuestras ofrendas, rezos y creencias no eran más que una invención, ¿qué les quedaba a nuestras almas?
Si la leyenda no se había cumplido, si los dioses creadores no estaban llamando a su hermano, si el hermano mismo actuaba fuera de toda lógica con aquel amanecer haciendo que no escuchaba, ¿acaso no podía ser todo una quimera? ¿Qué pensar cuando la profecía no se había cumplido? ¿A dónde se dirigían nuestros rezos? ¿Mamá Sol verdaderamente se comunicaba con el Dios Sol? ¿A quién encomendábamos nuestras almas? ¿En qué confiábamos?, ¿en qué creíamos? Las lágrimas de temor por las tinieblas fueron sustituidas por las lágrimas de los desorientados, del pueblo que, más desamparado que nunca, miraba al cielo sin saber si era un dios o un objeto lo que estaba sobre sus cabezas. Sin saber si alguien nos escuchaba y vigilaba, si había un algo más detrás de las montañas y de los valles. Algo, cualquier cosa, detrás de todo el sufrimiento humano. ¿Cómo vivir con esa carga de desasosiego? Vivos, pero… si ella ha muerto, si el Sol sale, si no sabemos qué ni cómo ni cuándo, ni siquiera por qué estamos aquí, ¿no pierden nuestras vidas todo sus sentido?, ¿no es la nuestra la gran tragedia del pueblo abandonado que pierde la fe?
Mientras el pueblo entero buscaba explicaciones inexplicables al fenómeno, su pequeña sombra fue atisbada al borde del precipicio. Estaba acurrucada en el suelo con un collar de cuentas enredado den las manos. Tenía los labios resecos y llenos de oraciones. Ahí estaba, temblorosa y satisfecha, nuestra salvadora. La niña de cuyas manos pendían ahora nuestras vidas. La única y bienaventurada pequeña que sería conocida a partir de entonces como la Hija del Sol.
Aún estando postrada en la cama se resistía a abandonar sus preciados utensilios. De entre sus dedos pendían sus amuletos, los mismos de los que se valía cada noche para cumplir su sagrado deber y que, ahora, acompañaban duros momentos de penuria. De cuando en cuando parecía recobrar fuerzas, se aferraba al collar de cuentas y se esforzaba en murmurar una oración. Ponía toda su alma en aquella tarea, tosía entre palabras y su respiración se entrecortaba. No cesaba en su empeño hasta que los sudores la cubrían y el aire abandonaba por completo su cuerpo. Tenía que hacerlo, era su deber y obligación.
Las mujeres del pueblo se turnaban para poner paños de agua sobre su frente, ardiente como el mismísimo Sol. Los niños temblaban y los hombres decían adiós a sus campos. Sin ella, sin Sol, de nada serviría ya regar ni cultivar siquiera. Intentaban mantenerse firmes ante la horrible maldición de las tinieblas que iba transformándose en realidad conforme pasaban los segundos. Sin sus súplicas, sin sus rezos, de nada servirían nuestras lágrimas. Él no iba a hacer caso de unos pobres desgraciados como nosotros que le pedían que brillase con estúpidas plegarias humanas. Tan sólo Mamá Sol tenía la capacidad de convencer al Dios Sol de que se apiadase de su pueblo y, en su constante caminar por el cielo, se detuviera para bendecirnos, calentando nuestras tierras con su sola presencia.
Cada atardecer podías ver a Mamá Sol salir con su alfombra de anea al hombro. Se colocaba justo frente al lugar donde esperaba que el Dios Sol saliese, dedicándose a la ardua tarea de suplicar y rezar al Sol para que apareciera a la mañana siguiente. Convencerlo no era para nada una tarea fácil, bien es sabido que el Dios Sol es vanidoso y nada benevolente. Cada atardecer ponía de nuevo en marcha su ruta, buscando el camino que había de llevarle junto a los demás dioses. Quería llegar al lugar donde los otros, sus hermanos, reposan eternamente tras la fatiga producida por la creación y construcción de toda la Tierra. Ese lugar del que fue expulsado en el principio de los tiempos justamente por su vanidad.
YA desde el origen, al Dios Sol le gustaba admirarse y ser admirado. Él fue el encargado de crear al Astro, el cuerpo celeste que giraría y aparecería cada día por el cielo. El Dios Sol gustaba de introducirse en el objeto de su creación para ser adulado por los hombres. Los demás dioses, hartos de que su hermano no descansara eternamente junto a ellos debido a su engreimiento, lo expulsaron del lugar. Lo hicieron quedar deslumbrado por sus propios rayos, de modo que no pudiera encontrar el camino de regreso al sagrado lugar del reposo eterno.
Cada noche, cuando se ocultaba, seguía buscando el camino, volviendo a deslumbrarse con sus rayos. Así, mientras el Dios Sol daba vueltas y la mujer intentaba convencerlo para que se dirigiera hacia ella, hacia el sonido de sus palabras. Los rezos estaban llenos de halagos y adulaciones. Le hablaba de rituales y ceremonias en su nombre que nosotros mismos celebrábamos al borde de los acantilados; le ofrecía flores de su mismo color y mostraba todos los amuletos que eran tallados con su forma. Finalmente, el vanidoso Sol cedía. A la mañana siguiente volvía a estar aquí, dándonos el calor que tanto necesitamos.
En algunas ocasiones a la buena mujer le costaba lágrimas que el Sol volviera a aparecer, le suplicaba de rodillas y le entregaba su llanto. Pero el Sol quería continuar su desesperada búsqueda. La sabia Mamá Sol se las ingeniaba para que no nos abandonara por completo. Lo convencía para que saliera a iluminarnos, aunque lo hiciera por menos tiempo y más fríamente. En esas épocas el Sol se veía grande, majestuoso, pero enfrío invadía nuestras carnes de todos modos.
Mamá Sol contemplaba su obra cada amanecer. Su dicha se desbordaba al tiempo al que el Sol iba inundándolo todo con sus rayos. Lo que la mayoría consideraba un simple espectáculo rutinario era en verdad una gran proeza en la que ella ponía toda su voluntad. No había hombre ni mujer en todo el poblado capaz de lograr una maravilla como esa. Ni siquiera los alumbramientos de las parturientas –cuyo esfuerzo y sacrificio eran reconocidos por todos-, podían compararse al esplendor de su logro. Ella no daba luz a una vida, sino a todas.
Así como al Astro Sol le eran realizados rituales y sacrificios, a Mamá Sol se la trataba también con ceremonias y dedicación. Cada mediodía, cuando la buena mujer despertaba de su merecido reposo tras la larga vela en espera del Astro, las niñas del poblado le llevan agua fresca con la que se lavaba la cara. No tenía nunca que preocuparse por cuestiones de alimentos ni cocina. Es más, en su choza apenas había un fogón y un puchero en el que calentaba hierbas para achaques que a su edad ya iban siendo frecuentes. Las mujeres se turnaban para cocinarle y llevar las más exquisitas recetas a su mesa. La buena de Mamá Sol bendecía a todos los que por allí pasaban iluminando sus rostros con una antorchita. “El resplandor del fuego es hermano del resplandor del Sol”, decía levantando la llama, “que Sol y fuego alumbren tu camino.”
Durante los equinoccios de primavera y otoño se celebraban festivales en su honor y en el del Sol. El poblado entero festejaba con alborozo el equilibrio que Mamá Sol había conseguido con el Astro: la igualdad casi perfecta de horas de día y de noche, además de una temperatura idílica que hacía que acabaran de madurar los campos y llegara el tiempo de la cosecha. Pero la noche realmente grande era aquella en la que el pueblo entera se juntaba en los acantilados y, dirigidos por Mamá Sol, protagonizábamos una plegaria multitudinaria en la que se pedía al Sol que saliese. Era una súplica fácil, llena de fiesta y alegría, con los músicos cantando y las gentes bailando sin parar, nada comparado con las arduas noches de vigilia en las que la mujer se dirigía al Astro al borde de las lágrimas. Era en esa noche cuando el Dios se encontraba más compasivo y bondadoso que durante el resto del año, por lo que era ideal para rogarle todos juntos y hacerle ver que el pueblo do admiraba y trataba como a un dios corresponde. El So, atento a nuestra multitudinaria y fiel plegaria, hacía acto de presencia enseguida, dejando la noche reducida a unas pocas horas y regalándonos con unos días inmensos, en los cuales se sentía su calor y proximidad más que en ninguna otra época del año.
El terror llegó al poblado el mismo día en que se supo que Mamá Sol había enfermado. Más de doscientos ochenta periodos estaciónales sin un mal de pulmones ni una sola caída en la fiebre para que, de repente, la imprescindible mujer se encontrara postrada entre las pajas del camastro pudiendo balbucear apenas unos rezos. El Sol resplandecía aquel día, su calor era el mismo que desprendía la frente enfermiza de la mujer. Sus rayos parecían señales de despedida. Uno de los pastores había sido quien la había visto desplomarse en el suelo justo al finalizar sus rezos, ya al amanecer.
“Pócimas curativas, pomadas, ungüentos, brebajes y paños para Mamá Sol, que está malita”, recitaban a coro unas pequeñuelas a las que sus madres habían mandado a buscar casa por casa tales productos. Recolectaron la botica entera del pueblo, a la vez que alarmaron a los que aún no eran conocedores de la desgracia que se les venía encima. Cuando la llevaron a su cama pensaron que todo quedaría en un mal susto, cosas de la edad, del calor todo lo más. Conforme avanzaba el día sin que las muestras de mejora hicieran acto de presencia, el pánico comenzó a cundir. De sobra era sabido que ella y nadie más que ella podía salvarnos de las tinieblas.
La histeria se adueñó de los espíritus cuando Mamá Sol soltó de sus manos el collar de cuentas con el que solía convocar al Astro. Los últimos rayos se filtraban por la ventana mientras los hombres contemplaban la caída del Sol llenos de congoja. Los niños más avispados, sabiendo el peligro que se les venía encima, lloriqueaban abrazados al cuello de sus mamaitas. Las mujeres trabajaban duro en la casa de Mamá Sol, inundando el ambiente con vapores de eucalipto y humedeciendo su viejo cuerpo con toallas. Todas con las lágrimas a flor, atónicas al contemplar el final que se les venía encima, sabiendo que sus corazones de madre no podrían hacer nada.
Sólo ella conocía los sortilegios adecuados, la súplicas y rezos exactos. Sólo ella podía salvarnos de las tinieblas. Tuvimos pesadillas durante siglos con ese momento, el momento en que el Dios Sol reanudara su búsqueda y fuera perdonado por sus hermanos. Los demás dioses nos castigarán entonces a los hombres, reprochándonos que engatusáramos a su hermano con rezos y ofrendas en lugar de rechazarlo como ellos habían hecho. Ese día la piedad de los dioses caerá sólo sobre su igual, al que permitirán volver, pero al que darán el último escarmiento sumergiendo al Astro en una gran cuba de agua, donde los rayos se apagarán sin que hierba una sola gota. Castigo que también caerá sobre nuestras cabezas, la luz se apagará por siempre y el frío comenzará a congelarnos la sangre.
Cuando el Sol caiga, el frío y la tiniebla se adueñarán de la Tierra. La vida comenzará sin prisas a ser muerte, advirtiéndose apenas con el susurro de la oscuridad en vez de con los cascabeles con los que habría de anunciar su llegada. Silenciosa y fúnebre, hará que se nos enfríen las carnes y se entumezcan nuestros huesos al paso que los cultivos perecen por la ausencia del Gran Astro. Los animales morirán congelados. Tan sólo unos pocos conseguirán salvarse, huirán a las montañas a refugiarse en las cuevas y alimentarse de los escasos rastrojos que soportarán el frío. Nosotros, los hombres, dejaremos de ser humanos para convertirnos también en animales, en bestias. Correremos cual salvajes tras los pocos mamíferos vivientes par intentar dar de comer a los nuestros. Mataremos algo más que simples almas sin conciencia. Lucharemos contra aquellos que eran nuestros hermanos y que acabarán convirtiéndose en carnes desgarradas. Nuestros hijos perecerán sin que podamos impedirlo. De este modo, el fin de la condena del Sol, el perdón del Dios, será a su vez el fin del pueblo que lo engatusó con idolatrías.
Cuando Mamá Sol exhaló su último suspiro los gritos se apoderaron de la casa. El atardecer se la llevó mientras la noche traía la locura. Tres o cuatro mujeres cayeron desmayadas al poco de haber muerto la mujer. Las demás corrieron a abrazar a sus hijos, a buscar a sus maridos para planear su vida y supervivencia en el mundo de las tinieblas. Sólo unas pocas supieron guardar la calma, dedicándose a velar y preparar el cadáver para dalre la sagrada sepultura que se merecía.
Cuando los nervios iniciales hubieron pasado, la calma del terror se apoderó del pueblo. Los gritos, los pasos corriendo atropellados, los desmayos y los ataques de pánico cesaron. El pueblo aceptó con resignación la condena, así estaba escrito y así sería. Más valía malvivir durante alguún tiempo, entregándose al fin con el alma en paz, que agonizar luchando por sobrevivir a lo irremediable. Sólo los susurros de las oraciones y el paso de las lágrimas por las mejillas rompían el silencio de la noche.
Ya estábamos preparados para la hecatombe cuando se acercaba la hora en la que el Sol solía surgir por el acantilado. Acabábamos de enterrar la última esperanza cuando una pequeña luminosidad alarmó a nuestros corazones. Los niños contuvieron el llanto durante unos segundos, las lágrimas se secaron e incluso cesaron los rezos que velaban el cadáver. La congoja se transformó en éxtasis. Allí estaba, bañándonos con sus rayos.
El Sol. Inmenso, brillante, cálido. Una explosión de color se adueñó del firmamento. Le ofrecimos nuestros rostros sorprendidos como si lo contempláramos por vez primera. Las estrellas se difuminaban y las tinieblas se diluían entre luces anaranjadas. Nuestra incredulidad se transformó rápidamente en agradecimiento. A él y sólo a ÉL debíamos y debemos nuestras vidas.
Había esperanzas para la vida pese a la muerte de Mamá Sol, ¿cómo era posible? Tras los primeros momentos de incontenible alegría, el pueblo entero volvió a alarmarse. Podía tratarse tan sólo de un tránsito, el Sol podía reemprender su marcha en cualquier momento.
Pero no, no había duda. Estaba allí como cada día, como cada vulgar amanecer, sin cambios ni variaciones que hicieran prever su desaparición ni modificación alguna. La estúpida manía humana de cuestionarlo todo apareció en las mentes. ¿Cómo?, ¿cómo estaba él allí? Si el Sol dependía de ella, si sólo obedecía a sus rezos y sus súplicas, ¿cómo era posible que hubiera regresado a nuestro cielo?, ¿o tal vez nunca se había marchado?
No era posible, no. La mentira o la piedad eran las opciones. O bien el Dios Sol y los demás dioses se habían apiadado de nuestras míseras vidas de hombres, o las palabras de Mamá Sol nunca sirvieron para nada que no fuese a suceder pese a ella. Si todo era mentira, si nuestras ofrendas, rezos y creencias no eran más que una invención, ¿qué les quedaba a nuestras almas?
Si la leyenda no se había cumplido, si los dioses creadores no estaban llamando a su hermano, si el hermano mismo actuaba fuera de toda lógica con aquel amanecer haciendo que no escuchaba, ¿acaso no podía ser todo una quimera? ¿Qué pensar cuando la profecía no se había cumplido? ¿A dónde se dirigían nuestros rezos? ¿Mamá Sol verdaderamente se comunicaba con el Dios Sol? ¿A quién encomendábamos nuestras almas? ¿En qué confiábamos?, ¿en qué creíamos? Las lágrimas de temor por las tinieblas fueron sustituidas por las lágrimas de los desorientados, del pueblo que, más desamparado que nunca, miraba al cielo sin saber si era un dios o un objeto lo que estaba sobre sus cabezas. Sin saber si alguien nos escuchaba y vigilaba, si había un algo más detrás de las montañas y de los valles. Algo, cualquier cosa, detrás de todo el sufrimiento humano. ¿Cómo vivir con esa carga de desasosiego? Vivos, pero… si ella ha muerto, si el Sol sale, si no sabemos qué ni cómo ni cuándo, ni siquiera por qué estamos aquí, ¿no pierden nuestras vidas todo sus sentido?, ¿no es la nuestra la gran tragedia del pueblo abandonado que pierde la fe?
Mientras el pueblo entero buscaba explicaciones inexplicables al fenómeno, su pequeña sombra fue atisbada al borde del precipicio. Estaba acurrucada en el suelo con un collar de cuentas enredado den las manos. Tenía los labios resecos y llenos de oraciones. Ahí estaba, temblorosa y satisfecha, nuestra salvadora. La niña de cuyas manos pendían ahora nuestras vidas. La única y bienaventurada pequeña que sería conocida a partir de entonces como la Hija del Sol.
-Dieciochoava (Lo.Li.Ta.)- (2007)
El día en que Lolita cumplió 18 años todos sus Humberts Humbert confluyeron en la puerta de su casa con regalos y desdenes.
Tengan ojo que no estamos hablando de una de tantas “lolitas” casuales, de esas que encuentran a su Humbert azul y se enamoran de él puritanamente; sino que ésta es una lolita vocacional en carne y sexo. Una de esas pequeñas divas que sólo ponen sus caricias sobre carnes que les saquen mínimo dos cabezas y otras tantas docenas de años.
Los regalos eran de lo más variado –perfumes caros, joyas, ramos de flores, abrigos de pieles…- , pero todos englobados dentro de la finura y capricho que merecía una dieciochoava cumpleañera como ella.
Pese a los regalos, Lolita no salió a la puerta. No quería piedras preciosas, guirnaldas de orquídeas ni collares de perlas. No quería oír hablar de matrimonios permitidos por la ley, de relaciones legales entre mayores de edad ni amor adulto.
Cuando Lolita salió de casa hasta los Humberts más devotos se habían cansado de esperar. Cuando Lolita salió ya no era Lolita, sino Humbert. Ahora era su turno de regalar ositos de peluche.
Tengan ojo que no estamos hablando de una de tantas “lolitas” casuales, de esas que encuentran a su Humbert azul y se enamoran de él puritanamente; sino que ésta es una lolita vocacional en carne y sexo. Una de esas pequeñas divas que sólo ponen sus caricias sobre carnes que les saquen mínimo dos cabezas y otras tantas docenas de años.
Los regalos eran de lo más variado –perfumes caros, joyas, ramos de flores, abrigos de pieles…- , pero todos englobados dentro de la finura y capricho que merecía una dieciochoava cumpleañera como ella.
Pese a los regalos, Lolita no salió a la puerta. No quería piedras preciosas, guirnaldas de orquídeas ni collares de perlas. No quería oír hablar de matrimonios permitidos por la ley, de relaciones legales entre mayores de edad ni amor adulto.
Cuando Lolita salió de casa hasta los Humberts más devotos se habían cansado de esperar. Cuando Lolita salió ya no era Lolita, sino Humbert. Ahora era su turno de regalar ositos de peluche.
-Ix Chel en San Francisco-
“¿El teatro es la vida ola vida da teatro? La belleza
Concentrada de la vida da el teatro.” Paco Macià, Cía. Ferroviaria.
Escena I
Escenario en penumbra, al fondo unos módulos a modo de plataformas que simbolizan los niveles del cielo e inframundo mayas. (Ver anexos....) En el centro tenuemente iluminado, un barreño metálico con agua y mazorcas de maíz al lado. Profundo silencio que rasgará una voz profunda y misteriosa, con ecos que hacen que parezca lejana:
Voz en off: Al principio, al principio no había nada. Sólo silencio (pausa). Al principio todo era silencio. Todo en suspenso, todo en calma, inmóvil y callado. Al principio... al principio no había nada.
Aparece Ix Chel, la diosa Luna, anciana ajada, arrugada y escuchimizada. Su delgadez contrasta con sus ropajes: una voluminosa falda con huesos bordados en ella, bártulos colgados (una pata de conejo, .....), remiendos y trozos de telas recosidos... Sin llegar a dar el aspecto de una pordiosera, más bien el de una “maga”./ “hechicera”.
Nuestra diosa se acerca al barreño, muele el maíz, lo sumerge en el agua mientras la intensidad de las luces va decayendo hasta alcanzar la oscuridad total. Oímos un chapoteo, las luces vuelven igual suavidad. Cuatro hombres, que parecen haber salido del barreño, se alejan andando. El rostro de Ix Chel rebosa felicidad.
Ix Chel: Ahora sí, ¡sí! ¡Sí! (Sube corriendo a los módulos). ¡Procread, multiplicaos al amanecer y veneradnos a nosotros: vuestros dioses, vuestros creadores!
-Luces-
Escena II penumbra
Dos camitas pequeñas en escena, dos niños casi dormidos en ellas. Entre las camas, sentados en un sillón, los padres. María, la madre, sujeta un libro y lee:
María: Crearon a los animales, pero éstos sólo chillaban, cacareaban y graznaban. No iba a adorarlos ni a pronunciar su nombre. Los dioses decidieron castigarlos, condenándolos a servir de alimento a los otros seres cuando fueran creados.
El alba estaba cada vez más próxima y los dioses necesitaban con urgencia unos seres obedientes, respetuosos, que los sustentaran y alabaran. Hicieron una criatura con lodo: resultó tan endeble que se derritió al mínimo contacto con el agua. Luego probaron con unos muñecos de madera. Los muñecos llegaron a poblar y a multiplicarse por el mundo, incluso tuvieron hijos de palo. Estos seres no tenían alma, ni sangre ni entendimiento, por lo que no recordaban ni adoraban a sus creadores. Como venganza, los dioses hicieron astillas a los muñecos de palo. (A su mujer) ¿Quieres continuar tú, cariño?
Antonio?: (Toma el libro, lee) Faltaba poco para la llegada del amanecer y sus seres no estaban listos. Fue la diosa madre, Ix Chel, la que tomó maíz, la sustancia primordial, amarillo y blanco, molió nueve veces y mezcló con agua. La suciedad de sus manos se convirtió en grasa humana, el maíz, en carne. Y, así, creó al hombre. Pero estos hombres eran seres perfectos...
Entra tía
Tía: Han venido a avisar.
La pareja se levanta. Despiden a los niños con un beso en la frente, los arropan. Los pequeños duermen, su madre está al borde de las lágrimas.
Tía: Cuidaros mucho. (Se despiden con un abrazo).
Ant?: Cuida mucho de ellos.
Mutis de Ant? Y María.
Escena III
Dioses sobre las plataformas, cada uno en el nivel que le corresponde en el cielo o inframundo Maya.
Itzamna: ... seres perfectos. Sabios, capaces de conocer todo lo que había en el mundo.
Chaac: su vista era tal que podían ver todas las cosas, por lejos que estuviesen.
Ah Puch: (desidiosoooo, sanguinario!) Casi dioses.
Itzamna: Con vaho sobre los ojos quedó su vista empañada. Nublada su sabiduría para que fuesen lo que debían ser y no lo que eran.
Ah Puch: Destruida su sabiduría, podían dedicarse al propósito con el que fueron creados.
Ix Chel: (repite las palabras con las que finaliza la I escena) ¡Procread, multiplicaos al amanecer y veneradnos a nosotros: vuestros dioses, vuestros creadores!
Aparecen los cuatro humanos iniciales. Hacen una ofrenda de piedras preciosas, oro, “sangre” en cuencos y prenden incienso en un altar situado bajo la plataforma de Ix Chel. Se respira simbolismo, espiritualidad. Los humanos danzan y untan con “sangre” a Ix Chel. De pronto, la esencia del rito desaparece: tiran el cuenco, las ofrendas, apagan el incienso y salen huyendo. Los dioses contemplan, incrédulos, la huida de sus fieles. Ix Chel, salpicada de rojo, parece enloquecer progresivamente: de la sorpresa al sobresalto, del sobresalto a desesperación y a la locura. Su “locura” se traducirá en una actitud infantil de la diosa a partir de este momento, llorona y triste como una niña, aunque también alegre e inocente en ocasiones.
Itzamna: (abrazando a Ix Chel) Un día florecerá de nuevo el linaje maya y expulsaremos a estos falsos antepasados, a estos vendedores de palabras, a estos zorros hipócritas. (palabas tomadas del Chilam Balam).
Escena IV
Espacio escénico dividido en tres partes: módulos al fondo, en los que están los dioses; parte derecha, por la que vagabundea nuestra enloquecida Ix Chel. La parte izquierda será la más iluminada, en ella encontramos el saloncito de unos inmigrantes yucatecas en San Francisco. Pequeño y desaliñado, sobriedad y simpleza en el mobiliario. Sofá, sillón y mesita en primer plano. Hace las veces de cocina, al fondo vemos un fogón y un pequeño frigorífico; y también de dormitorio, por lo que hay sábanas y una almohada sobre el sofá. Predomina el desorden.
Dos personajes en escena: Carolina, 16 años, su hermano Josué, 12?. La chica está sentada en el sofá, con los pies sobre la mesa, se lima las uñas. En el suelo, Josué juega con una pelota de goma.
Carolina: (Soñando despierta) ¿Sabes qué me gustaría? Me gustaría ser más alta y más delgada.... y tener otra nariz y ser rubia, claro. Con el pelo largo, lacio y rubio, en lugar de este estropajo negro que ahí sobre mi cabeza. Me gustaría ser una de esas chicas rubias que van a tomar el sol y a bucear a Buker´s beach y hacer surf, aunque mamá dice que es peligroso. Ir a comparar ropa a Market street y estrenar bikini cada temporada... (Suspira)
Josué: Chsss... (sin dejar la pelota ni mostrar el mínimo interés).
Carolina: (Más emocionada que antes, en contraposición a la pasividad de su hermano.) ¿Sabes qué es lo que más me gustaría de todo?
Las luces no dan tiempo para que continuemos escuchando a Carolina, la parte izquierda queda en penumbra, la iluminación se centra ahora en los Dioses, situados en los módulos, y en Ix Chel, que permanece abajo, en la parte derecha, se abraza las rodillas y se balancea, lo mismo se muestra inexpresiva que parece contenta, o desesperada y lloriquea. Pese a su aspecto de anciana, tiene una actitud infantil, fruto del transtorno que parece haber sufrido desde que los hombres dejaron de venerarlos. Los demás dioses, aunque entristecidos y desanimados, no han llegado a tal estado. Ah Puch sigue conservando su tono de dios sanguinario, de desprecio y arrogancia. A la tristeza de Itzamna se suma su preocupación por Ix Chel. Chaac parece el menos afectado por la situación, aunque su melancolía también es evidente.
Itzamna: ¡Nadie se acuerda de nosotros!
Ix Chel: (Repite, muy flojito e insegura) Nadie se acuerda de nosotros...
Chaac: Nadie se acuerda de nosotros.
Ah Puch: Parece que estemos muertos.
Chaac: (Burlón a Ah Puch) ¿Tú, el “Señor de la muerte” dices que parecemos muertos?
Itzamna: A pesar de que éramos inmortales.
Ah Puch: El mundo sigue, todo continúa sin nosotros. Incluso la gente sigue muriendo y yo...
Chaac: También llueve sin que yo haga nada. Sin que nadie me pida que haga nada.
Itzamna: Ya no me alaban para que garantice la supervivencia de la humanidad. Ya no les importa. Ellos viven, nosotros...
Ah Puch: Nosotros...
Chaac: El viento sopla, el sol sale, la luna sale. El mundo, la vida... la vida continúa, a pesar de que no estamos allí y sólo estamos aquí.
Ah Puch: Y la luna sigue apareciendo aunque su diosa esté loca.
Ix Chel: (Muy flojito, abrazada a sus rodillas y balanceándose) Ya nadie se acuerda de nosotros.
-Luces-
Escena V
María sola en el escenario POSIBLE ESCENA ENLACE: “TAREAS” , está arreglando el salón y comienza a hablar, poco a poco irá abandonando lo que estaba haciendo para centrarse únicamente en su monólogo dirigido al público.
María: Esto no es muy lindo, no. Misión Distric, la Misión Dolores, en Frisco, California. Aquí casi todo el mundo vive como nosotros, hacinados en casitas diminutas donde viven cinco o seis personas, como nosotros. Mi marido, mis dos hijos y dos amigos, todos juntitos y repretados, encerrados en dos habitaciones y un salón-comedor-cocina-dormitorio. Antes era peor... Al poco de llegar era mucho peor, nuestro primer trabajo fue como dishwasher, lavábamos platos, ollas, sartenes... Muchas horas de trabajo y poco dinero. Un sueldo miserable: 700 dólares cada quince días. Al principio, cuando nos contrataron, salimos muy contentos, parecía bastante dinero. Un conocido nos calculó matemáticamente cuánto deberíamos cobrar por hora, los 8.62 dólares de salario mínimo quedaban muy lejos de nuestra paga. Pero nos resignamos y aceptamos la tortura de doce horas de trabajo al día, no había otro remedio. Al menos ahora ya no trabajamos en eso, aprendimos el inglés y empezamos como camareros. La paga se incrementó y ahorramos lo suficiente para poder traer a los niños. Sufrimos mucho para venir acá y trabajamos aún más para poder traer a los niños. (Empieza a dejarse ver cierto tembleque en su voz, que se torna cada vez más amarga, más apenada y, finalmente, al borde de las lágrimas.) Cruzamos el infierno del desierto como si fuésemos ratas agazapadas en la noche, como si no fuésemos personas. Puede que desde ese momento dejáramos de ser para siempre personas para convertirnos en “yucas”, o simplemente hispanos. (Pasa a la emotividad y dulce melancolía). Abandonamos nuestro Oxkutzcab, la “Tierra tres veces fértil”, el Yucatán de nuestra infancia, el México de nuestros corazones. Dejamos atrás nuestro pasado: el parque, el sonido de las campanas del convento, la feria de la naranja, los panuchos de frijol, la celebración del “Chachaac”... ¡Oh! El “Chachaac” sí que era divertido. Lo hacíamos para invocar las lluvias cuando habái sequía. Íbamos al campo o la milpa, bajo un árbol se colocaba un altar con ofrendas: gallinas, cerdo, miel, masa de maíz... Al lado, tres ollas de balché, que es licor sagrado. El Chamán pronunciaba los rezos en maya y las mujeres preparaban el “Pib”, la comida sagrada que se ofrece a Chaac, dios de la lluvia. Al final, cuatro niños se colocaban bajo el altar y movían sus patos imitando el croar de las ranas.
Oxkutzcab, paraíso y pesadilla de la vida sin dinero ni futuro. Dejamos allí a los niños, Carolina tenía cuatro añitos y Josué ni siquiera dos. Allá quedaron, a la espera de que su padre y yo tuviéramos suficiente par traerlos acá. (Una sonrisa se perfila en su rostro, suspira. ) Y de esto ya hace más de diez años... los niños vinieron y las cosas mejoraron bastante.
(Suspira de nuevo) ¡Qué días aquellos en los que San Francisco nos sonaba a paraíso estando en nuestro Oxkutzcab! The Mission no es un barrio bonito, ni siquiera bueno. Alcoholismo, drogas... Aquí viven la mayoría de los “yucas” y los hispanos, nadie tiene demasiado, así que no hay mucho que envidiar, todos tenemos una vida parecida, más o menos dura, más o menos pobre. San Francisco es duro y cruel, nada más alejado de nuestro paradisíaco sueño de dinero y una vida mejor. The Mission no es un barrio bonito, no, pero al menos está aquí, en nuestro torturador y soñado Frisco, que al menos si me deja tener la esperanza de que mis hijos consigan sacar algo de tanto trabajo y sacrificio.
Entra Carolina leyendo una revista, se sienta en el sofá y coloca los pies sobre la mesita. María ha comenzado de nuevo a ordenar.
María: (Mientras ordena). Deberías tirar todas esas revistas americanas y empezar a leer cosas más provechosas, libros sobre nuestro pasado, por ejemplo.
Hija: ¿Quién quiere ser “yuca” hoy día?
Madre: (Mosqueada). “Yuca”, “yuca”... ¡Mayas es lo que somos! (Carolina se muestra pasiva). ¿Éramos grandes, ¿sabes?
Hija: ¿Grandes? ¡Ja! Soy la más bajita de mi clase, la tonta sin maquillar y ropa vieja. La más fea, la “yuca”, la “india”.
Madre: Hay más inmigrantes hispanos en tu clase.
Hija: ¿Y quién quiere ser como ellos? Yo quiero ser algo más: ser una de esas chicas rubias que toman el sol en Baker´s Beach...
Madre: Sólo dices estupideces.
Hija: ¿Van a hacerme tus mayas más guapa, más alta?
Madre: ¡Tú eres maya!
Hija: ¡Yo no soy maya!
Madre: Como quieras, pero no volverás a leer estas estúpidas revistas. (Coge algunas que hay sobre la mesa, las tira). Lee cualquier otra cosa que sirva de algo (Le tira un libro).Y date cuenta de lo que en realidad vales. (Sale del salón, enfadada, furiosa. Carolina hace un gesto de rechazo. Cruza los brazos, al cabo de un rato coge el libro y lo ojea).
-Luces-
Escena VI
Ix Chel sentada sobre una figura lunar. Risueña, débil, niña loca, acaricia la pata de conejo que lleva prendida de su cintura. Anexos: he tomado q ...
Ix Chel: Cree el mundo. Sí, sí, lo cree yo. Yo misma, con estas manos. Con estas mismitas manos... Yo misma di forma al hombre, ¿sabéis? Es una receta fácil: pasta de maíz y agua. Se muele el maíz nueve veces para obtener carne humana. Mezclar con agua... la suciedad de mis manos se diluyó y se convirtió en la grasa de los hombres. (Formula la receta con cariño. Poco a poco, al volver a hablar del presente, irá recobrando su carácter de loca desquiciada). Y, ahora, ya nadie se acuerda de nosotros... Nadie se acuerda de nosotros... ¡Nadie, nadie! ¡NADIE! (Se oyen pasos, mira hacia el lugar de donde provienen. Desciende de la figura lunar de un salto, sale corriendo).
Entra Itzamna, está buscando a Ix Chel, no la ve, continúa su camino.
-Luces-
Escena VII
Salón, María, Ant?, Miguel y Matías. Escena paraleta: ver pág 193 libro uni Sentados entre el sofá y el sillón.
Matías: Que no se os olvide saludar a todos de mi parte en Oxkuztcab. Muchos besos a novia.
Miguel: ¡Eh! No tantos besos para__.
Risas.
Padre: Saludaremos a todos de vuestra parte. Dormiremos en casa de ___- y ___- cuando lleguemos a Mérida el primer día.
Matías: ¿De ____ y ___? Hace años que no sé nada de ellos, prácticamente desde el colegio...
María: ¿Tanto?
Matías: No sé si los reconocería si los viera. Casi no me acuerdo de ellos...
María: Ellos seguro que sabrían quién eres, no has cambiado nada desde el colegio.
Miguel: Sigue siendo igual de payaso.
Padre: Ellos si se acuerdan de ti, cada vez que nos vemos recordamos aquella vez que fuimos juntos a Loltún.
Matías: ¿A las grutas? ¿”La flor de piedra”?
Padre: Sí, las cavernas aquellas de la serranía de Puuc. Las que estaban llenas de estalactitas y estalagmitas que los maestros nos hicieron creer que eran mazorcas de maíz..
Matías: ¡Ya recuerdo! Yo le dije a ____- que mordiera una para ver si era cierto.
Padre: Y ___- fue y ...
María: ¡La mordió!
Risas.
Miguel: No has cambiado, no.
María: ¿Os acordáis de esa otra excursión?¿Cuándo visitamos Uxmal?
Matías: ¡Oh! Aquella sí que fue divertida. Uxmal es un sitio preciso, impresionante. (A Miguel) ¿Has estado?
Miguel: Sí, creo que sí, con el colegio también.
Matías: Fue impresionante: la casa de las tortugas, el templo de los guerreros/convento monjas??, el templ del Mago/ Caracol?...
Padre: A mí me encantó el templo del Mago.
María: Esperad creo que tengo un libro con algunas fotos... (Trae el libro). Mirad: ____, _____-
Miguel: Impresionante.
Padre: ¡Qué años aquellos!
Miguel: Sin preocupaciones, sin tener que trabajar...
Padre: (Irónico) Sin hijos, sin mujer... (Risas)
Matías: Ahora que lo dices, me acuerdo de que en la excursión a Uxmal eras ya novio de María. La cogías de la manita y ella se ponía colorada.
María: (Ruborizada) Novios de toda la vida... (Melancolía general).
Padre: ...y aquí estamos. (Silencio).
Miguel: Creo que voy a acostarme.
Matías: Yo también. (Se levantan).
Matías y Miguel: Buenas noches. (Se van).
María: Uxmal... estamos tan lejos. Parece que no seamos de allí.
Padre: Tonterías, pronto estaremos otra vez allí.
María: Pero no es lo mismo, sólo unos días, de visita. Extranjeros en nuestra propia tierra. Me gustaría poder visitar Uxmal de nuevo.
Padre: (La abraza). Te prometo que la próxima vez que vayamos a México iremos.
María: ¿Y los niños?
Padre: ¿Los niños?
María: Carolina ni siquiera se siente Maya...
Padre: Los llevaremos y les enseñaremos lo bonito que es aquello. Comprende a tu hija es difícil la vida aquí... (Pausa). Será mejor que nos vayamos a la cama. (Mutis)
-Luces-
Escena VIII
Entra de nuevo Itzamna buscando a Ix Chel. Ve la figura lunar, preocupado y melancólico.
Itzamna: Su luna, pero no ella. Ix Chel, mi querida Ix Chel, ¿dónde estás? (La busca, mientras habla dirigiéndose a ella). Pobrecilla, pobrecilla diosa. Un día reinaste sobre las olas, protegiste a las mujeres y parturienta; símbolo de la medicina y adivinación mientras brillabas junto a mí. Dios Sol y Diosa Luna, ¿recuerdas? (Desiste en su búsqueda. Deja de dirigirse a Ix Chel para hablarle al público). Y pensar que incluso creó al hombre... Seguro que ella ya no lo recuerda, porque ella ahora sólo sabe llorar, gemir y repetir: “Nadie se acuerda de nosotros”, como si fuera una niña loca.
Son tiempos duros para nuestro pueblo. Han vivido mucho, han sufrido mucho. Ya abandonaron una vez nuestras ciudades, los templos... pero ahora dejan sus tierras para perseguir un lugar llamado América. Ya no son mayas, sino inmigrantes. (Resignado).
No hay espacio para nosotros allá ni acá. No hay sitio para nosotros más que en unos cuantos fondos de bibliotecas. Los grandes dioses reducidos a letras... Ya nadie se acuerda de nosotros... (De nuevo a Ix Chel) Pero tienes que volver allí arriba, con nosotros. No puedes merodear por ahí junto a los hombres. Ya nadie se acuerda de nosotros... Y la luna sigue saliendo aunque su diosa esté loca.
-Luces-
Escena IX
Escenario vacío, barra divisoria a un lado??. Aparece Ix Chel sobre los módulos, los recorre gateando hasta llegar a la parte donde está el salón, baja de un salto. Mediate mímica nos hace ver que hay una pared, pero consigue” trazar” un agujero por donde entrarr. Ya dentro del salón, lo recorre también a gatas. Entra Josué, jugueteando ensimismado con su pelota de goma.. Tropieza con Ix Chel, la ve, huye despavorido. Ix Chel, también sorprendida, se pone en pie y continúa curioseando por la habitación.
Caronlia: (Voz desde dentro, dirigiéndose al salón. Burlona). Sí, sí, claro: un monstruo en el salón. El único monstruo que ahí aquí eres... tú.
Ve a la diosa, Josué se esconde detrás de su hermana y sujeta un bate. Los dos chicos permanecen inmóviles, tensos, asustados. A Carolina se le atragantan las palabras. Por el contrario, Ix Chel sonríe, parece dulce e inocente como una niña pequeña.
Carolina: (Titubeante). ¿Quién eres tú? ¿Y cómo has entrado?
Ix Chel: (Majestuosamente, como corresponde a su posición de diosa). Ix Chel.
Josué: ¿Ix qué?
Ix Chel: Ix Chel.
Aparecen los demás dioses sobre los módulos, buscan a Ix Chel. Los chicos oyen las voces, asustados, no ven de dónde proceden. Ix Chel se esconde al lado del sofá, sabe que la buscan y no quiere que la encuentren. Carolina se queda paralizada, Josué se esconde en el lado del sofá opuesto a donde está la diosa.
Chaac: ¡Ix Chel! ¿Dónde te has metido, Ix Chel?
Ah Puch: (Cascarrabias) ¡Ix Chel, Ix Chel, Ix Chel!
Itzamna: Ix chel, querida luna, querida diosa, vuelve acá por favor.
Ah Puch: ¡Ix, Ix Cheeeel!
Se marchan poco a poco, al llegar a la última plataforma. Primero Itzamna, luego Ah Puch. Chaac el último, antes de marcharse dice:
Chaac: ...y la luna (IN THE SCENERY?) sigue saliendo aunque su diosa esté perdida.
Josué: ¿Qué es eso Carolina? ¿Qué son esas voces?
Ix Chel sale cuando ha pasado el peligro. Se acerca a los chicos. Josué se esconde entre los brazos de su hermana, ella lo abraza con fuerza.
Ix Chel: Itzamna, Chaac, Ah Puch. (La contemplan atónitos. Desesperada, se sienta en el suelo. Se abraza las rodillas y cierra los ojos. Parece dormida).
Jousue: Igual es familia nuestra. Dijo que se llamaba Ix, como nosotros. ¿Tú te acuerdas de la abuela?
Carolina: ¿Y a qué viene la abuela ahora?
Josué: Porque seguramente será nuestra abuela. Claro, como papá y mamá se han ido a Oxkutzcab la han mandado para que nos cuide.
Carolina: No digas tonterías, Josué, esa mujer no es tu abuela. O que si parece es “yuca”, más bien maya antigua... como los que salen en los libros esos de mamá.
Josué: ¿Cómo ha dicho que se llamaba? ¿Ix qué?
Carolina: Ix Chel.
Josué: Ix Chel, Ix Chel... ¿de qué me suena eso?
Carolina: No le des más vueltas, seguramente es una mendiga que se ha metido en casa. Llamaremos a Matías y a Miguel, en cuanto vengan la sacarán de aquí.
Josué: ¿Y las voces? ¿Qué me dices de las voces que la llamaban?
Carolina: Vendrían de la calle, seguramente era su familia que la estaba buscando.
Josué: No, no venían de la calle. Venían de ahí arriba... (señalando el techo).
Carolina: Pues serían de...
Josué: (Tajante) ... y ahí arriba no hay nada.
Carolina: Serían de... de...
Josué: ¿De qué?
Carolina: De... ¡qué sé yo! De cualquier cosa. La dejaremos dormir, cuando vengan Matías y Miguel la echarán a la calle.
Josue: Ok, ok. ¿Y qué hacemos mientras?
Carolina: Vigilaremos aquí, no vaya a ser que se despierte y robe algo.
Carolina se sienta en el sillón. Josué va hacia la estantería, coge un libro y se sienta en el sofá, en el extremo más alejado a Ix Chel. Al cabo de un rato:
Carolina: (Bosteza aburrida) ¿Qué lees?
Josué: Te dije que me sonaba algo. (Sin apartar los ojos del libro).
Carolina: ¿Y...?
Jouse: Y... ¡aquí está! Mira: “Ix Chel: diosa de la luna”.
Carolina: Trae acá. (Le arrebata el libro. Mira incrédula, se levanta para ver a Ix Chel, la compara con una imagen del libro).
Carolina: (Asustada) Se parece un montón.
Josué: ¿¡No es fantástico?!
Carolina: ¿Fantástico? ¿El qué?
Josué: Esto, ¿no te das cuenta? ¡Tenemos a Ix Chel, la antigua diosa maya dormida en casa!
Carolina: Pues yo no le veo la gracia. Además, esta vieja no puede ser una diosa. ¿bobadas!
Ix Chel despierta, Josue se acerca y le muestra el libro.
Josué: Es usted, ¿verdad?
Ix Chel: Ix Chel. (Sonríe, se levanta, se dirige hacia el lugar en el que estaría la supuesta pared de la casa, el mismo lugar por el que ella entró. Repite la mímica que realizó para entrar. Le hace un gesto a los chicos para que la sigan. Josué la sigue, dispuesto).
Carolina: ¡Eh! ¡Espera! (Corre tras ellos).
Música y cambio de luces. El escenario queda en penumbra, se iluminan los bloques. Vemos a Ix Chel, seguida de los chicos recorriendo los bloques hasta tres veces. La tercera vez se detienen en el más alto. Ix Chel gesticula, a modo de conjuro. Se ilumina la parte derecha del escenario conforme entran dos personas vestidas de negro que traen la representación del mundo maya (un______). Lo dejan en el suelo y danzar a su alrededor. Ix Chel y los chicos descienden hasta el escenario.
Ix Chel: ¡Chaac!
Aparece Chaac sobre uno de los módulos sobre el que hay un barreño metálico. Porta una antorcha (símbolo de sequía). Se oye sonido de lluvia y croar de ranas. Sumerge la antorcha en el barreño, se apaga. Toma agua en sus manos y la lanza sobre “la Tierra”.
Los chicos están asustados, permanecen muy juntos y sorprendidos. Josué lleva consigo el libro que consultó anteriormente. Busca algo y lee a su hermana. :
Josué: Mira, aquí está: “Chaac: dios de la lluvia, dios del tiempo”.
Carolina: (Impresionada y sobrecogida). Te aseguro que no sé dónde estamos.
Ix Chel hace ademán de que la sigan, van por detrás de los bloques, hasta llegar al más bajo. En él está Ah Puch, una lechuza y un perro lo acompañan.
Ix Chel: (Áspera) Ah Puch.
Ah Puch se acerca a Carolina, le susurra en la oreja, la acaricia.
Ah Puch: Cimí, cimí.
Josue: (Mirando en el libro) Ah Puch…. ¡dios de la muerte!
Ix Chel aparta de él bruscamente a la chica.
Ah Puch: (Gritando, desesperado, como rogando a Ix Chel que le devuelva a su presa) ¡Cimí! ¡Cimí!
Ix Chel los aleja de ahí corriendo.
Josué: (consulta de nuevo el libro) “Cimí” significa muerte en maya.
Carolina: Sea lo que sea, esto no me está gustando.
Van corriendo, se detienen frente al módulo correspondiente a Itzamna.
Ix Chel: ¡Itzamna!
Aparece Itzamna, majestuoso, los dos bailarines colocarán junto a él códices y calendarios mayas, en su defecto pueden utilizarse libros y calendarios actuales. Tras esto, tomarán “la Tierra” y la giraran bajo el módulo de Itzamna.
Josué: (Lee) “Dios del cielo nocturno y diurno”.
Itzamna: Itzamna: Itz en Caan, itz en Muyal.
Josué: (Traduciendo con el libro)“Soy el rocío del cielo, soy el rocío de las nubes”.
Ix Chel: (Enamoradiza). Itzamna: Itz en Caan, itz en Muyal.
Josué: Pareja de Ix Chel.
Los dos chicos miran a Ix Chel de soslayo. Ella se pone colorada y suspira.
-Fin música- Los bailarines detienen su movimiento. Todos quietos, expectantes. Los dioses parecen despertar de un conjuro. Retoman la búsqueda de Ix Chel, aunque, por supuesto, no la ven ni tienen conciencia de que acaba de estar ante sus narices.
Itzamna: ¡Ix Chel! ¡Ix Cheeel!
Mutis de los bailarines, retiran el mundo y los objetos que había sobre los módulos. Ix Chel se agazapa, los chicos la imitan.
Chaac: ¡Ix , Ix Cheeel!
Ah Puch: ¡Vais a estar hasta el próximo renacer buscándola?
Itzamna: (Ajeno a las palabras de Ah Puch) ¡Ix Cheeeel!
Ah Puch: No hace falta que grites, si es la diosa de la medicina, el parto, la luna, las mareas y las tareas femeninas, es de suponer que es lo suficientemente lista como para volver solita si le interesa.
Chaac: hemos buscado por todas partes Itzamna. Hemos recorrido uno por uno los nueve niveles de Xibalbá?, los trece del cielo. Miramos en todas las esquinas, en todos los rincones.
Ah Puch: Y yo le conté a todo el mundo lo de la desaparición. Ixtab, diosa del suicidio, dijo que ayudaría en lo que pudiera.
Chaac: Quetzalcoalt?, “serpiente emplumanda”, también dijo que estaría atento.
Itzamna: Ix Chel... (lloroso). Mi Ix Cheel…
Chaac: Vamos, tranquilo, ya verás como aparece.
Mutis de Chaac y Ah Puch. Itzamna, tras echar un último vistazo, los sigue.
Ix Chel y los chicos reemprenden la vuelta a casa por el mismo camino. “Atraviesan” de nuevo la pared mediante la “magia” de la diosa.
Carolina: Creo que me voy a desmayar. Esto es, es... (se tira en el sofá).
Josué: ¡Fantástico! (Se sienta al lado).
Carolina: ¡No! Es... bueno, sí, fantástico.
Josué: Podríamos quedárnosla...
Carolina: ¿Quedárnosla? ¿Aquí?
Josué: (Exaltado). ¡Sí, sí! ¡Que se quede! Puede dormir en la habitación de papá y mamá.
Carolina: ¿Y qué les decimos a Miguel y a Matías? Además, seguro que ella no quiere quedarse.
Ix Chel se les acerca, sonriente. Afirma con la cabeza.
Josué: ¿Ves como si quiere quedarse? La escondemos en la habitación de nuestros padres unos días, luego ya se verá. Di que sí, anda. ¡Igual nos vuelve a llevar a visitar Xibalbá? O a pasear por los niveles del cielo! ¡Seremos dioses!
Carolina: Sí, claro.
Josué: Pues claro que sí. Anda, di que sí, di que sí. Por favor...
Carolina: Pero sólo por unos días. Mientras esté escondida en la habitación no creo que nadie se entere. (A Ix Chel) ¿De acuerdo?
Ix Chel asiente. Se oyen pasos, Miguel y Matías vienen.
Carolina: ¡Ya llegan! Venga, adentro, de prisa.
Josué se la lleva de la manos, mutis por la izquierda.
Matías: Hola Carolina, ¿qué tal el día?
Carolina: Bien. (Nerviosa). ¿Y vosotros?
Miguel: ¿Nosotros? ¡Je! No se puede ser hispano en esta tierra. Estudia Carol, estudia y aléjate de la miseria.
Matías: ¿Y tu hermano?
Carolina: ¿Josué? Pues no sé. Debe estar por ahí, haciendo los deberes. Voy a llamarlo y preparamos la cena. (Mutis por la izquierda).
Miguel: (Saca una lata de cerveza del frigorífico) ¿Sabes a quién me encontré borracho anoche? A Eduardo.
Matías: ¿A Eduardo?
Miguel: Lo echaron del trabajo. Le dijeron “You´re soaked”, y a la calle. Y el alcohol...
Matías: Es un mal remedio para olvidar las penas del mundo en el que vivimos.
Miguel: Es una buena solución para olvidar la muge en la que vivimos.
Matías: No empiezas a filosofar, hermano. Además, San Francisco es bello.
Miguel: ¿Bello? Frisco es horrible. Echo de menos Oxkutzcab.
Matías: Dices/decís? Eso porque tenéis novia allá y esto te parece un infierno, el mismísimo Xibalbá?. Si no, miraríais las cosas de otro modo.
Miguel: No es sólo eso, la misión es un barrio repugnante: alcohol, drogas, calles peligrosas...
Matías: (Irónico). Latinos.
Miguel: Latinos, latinos. ¿Por qué se empeñan en llamarnos así. Latinos serán los de Latinia o algo así, nosotros somos yucatecos. Mayas, somos mayas.
Matías: “Yucas” en todo caso. Pero... ¿se puede saber desde cuando te procupas/os preocupaís por eso?
Miguel: No me preocupa, ya asimilé que la vida es así de asquerosa.
Matías: Vamos, vamos. No digáis eso. (Saca un refresco del frigorífico). ¿No ahorras para pagar la boda con ____ y traerla aquí? Hace poco me dijiste que en dos o tres meses habrías reunido el dinero suficiente.
Miguel: Reñimos por teléfono, eso es lo que pasa.
Matías: ¡Vamos, vamos! ¿Con que riñas de enamorados? Mañana volveréis a ser dos totalitos colgados del teléfono y vos=? Veréis el Goleen Gate color de rosa. Id? A cambiaros que yo haré la cena.
Mutis de Miguel por la izquierda.
Matías: “¿Provocarán al fin la verde angustia
De aquel ciprés de la misión dolores
Que cabeceaba en Frisco
California?”
Miguel: (Regresando al oír a Matías) ¿Qué dices?
Matías: Nada, Benedetti.
Miguel: ¿Bene qué?
Matías: El poeta.
Miguel: Ahora sois vos el que filosofáis.
-Luces-
Escena X
Es de noche. Carolina duerme en el sofá. Aparece Josué, silencioso y en pijama, abre el frigorífico y coge algunas cosas. Carolina se levanta, va hacia el frigo, tropieza con su hermano.
Carolina: ¡Ah! ¿Se puede saber qué haces aquí?
Josué: ¡Ssh! ¡Qué te van a oír! Voy a llevarle comida a Ix Chel. ¿Y tú qué haces levantada?
Carolina: ¿Yo? Yo... ba, había pensado lo mismo.
Josué: ¿Los dioses comen?
Carolina: (Bromeando). Sí, niños como tú.
Josué: ¿En serio?
Carolina: Pues ahora que lo pienso... hacían sacrificios humanos para tenerlos contentos.
Josué: ¿Y si ésta nos devora cuando entremos?
Carolina: Ba, tranquilo, no creo que nos vaya a comer. No tiene pinta muy sangrienta... Ah Puch sí, a ese seguro que le encantaban los sacrificios.
Josué: (Pícaro) Le gustaste a Ah Puch, ¿eh?
Carolina: ¡Calla ya!
Mutis de los dos por la izquierda.
-Luces- Al poco, vuelve la penumbra, aparecen Ix Chel y los chicos. La diosa realiza su ya conocida mímica para salir de la casa. Recorren los módulos tres veces. Mientras tanto, en la parte derecha se ha ido preparando un ambiente festivo en torno a un altar, ligeramente curvado en la parte central. Cuatro antiguos mayas han prendido incienso y lo han decorado todo con flores azules (flores de balche). Tras esto, uno comienza a tocar una trompa de madera, otro martillea un caparazón de tortuga a modo de tambor, tocan con un ritmo creciente. Los otros dos, bailarines, danzaran alrededor.
Llegan Ix Chel y los chicos, se sientan a un lado. Continúa la fiesta, incluso los chicos e Ix Chel se animan a danzar. Aparece Ah Puch sobre la plataforma situada encima del altar.
Ah Puch: (Sanguinario). Las divinidades necesitan sangre.
Entra un hombre pintado de azul, vestido únicamente con un taparabos, lleva una cuerda alrededor del cuello, a modo de collar. Con él, franqueándolo, entran dos hombres (en realidad eran cuatro, variar el número según los actores disponibles). El sacerdote, ataviado cm... Coloan al “prisionero” sobre el altar, el sacerdote alza el cuchillo ritual al cielo. Los otros dos sujetan a la víctima de piernas y brazos. Se detiene la música Baja el cuchillo y...-Luces-
Al encender de nuevo la luz, el sacerdote tiene en sus manos el supuesto corazón del ejecutado. Carolina grita, su hermano la abraza.
-Luces-
Escena XI
Día siguiente, por la mañana. Diosa sola en la casa, Miguel y Matías se han ido a trabajar, los chicos están en el colegio. Ix Chel entra en el salón, trae consigo pincel, un cuenco con pintura y unas tablas negras. ¿o act? Mientras tanto, canta “Uj Yetel AK´AB”, precioso poema por su sonoridad, escrito en Maya Yucateco por un poeta actual: ___-. Significa “La luna y la noche” cn asterisco, poema al lado. Coloca en el suelo las tablas y comienza a pintar. Se oye acercarse a los chicos, vienen del colegio. Entran.
Carolina: (Sobresaltada). ¡Ahí! No recordaba que estuviera aquí.
Josué: Hola, ¿qué haces? (Se acerca a ella, Ix Chel le sonríe).
Carolina: Ten cuidado, Josué. No vaya a ser que se repita lo de anoche.
Josué: ¡Mira Carol! ¡Mira que dibujitos está haciendo!
/Dibuja los símbolos de Itzamna, Ixchel, Chaac y Ah Puch representados en los códices/
Ix Chel: (Señalando el correspondiente símbolo). Chaac, Ah Puch, Itzamna, Ix Chel.
Josué: Son ellos, sus símbolos. Ah Puch sale con los ojos cerrados.
Carolina: (Se acerca). A ver, como es el dios de la muerte...
Ix Chel vuelve a pintar, números del uno al diez (ver manuscritos pag. 28) Debajo, el correspondiente número árabe. Ix Chel dice los números del uno al diez, ellos los repiten.
Josué: ¡Los números en maya!
Carolina sonríe a su hermano.
Josué: ¿Podrías escribir doce? Son los años que tengo.
Ix Chel le ofrece el pincel, animándolo a que sea él quien escriba.
Josué: ¿Yo? A ver... una concha el cero, un punto por cada número, una línea el cinco, dos el diez... ¿puede ser dos rayitas y dos puntos? (Pinta). ¿Así?
Ix Chel le sonríe, por supuesto que era así.
Josué: ¡Tengo una idea! Podría decirnos cómo se dicen algunas cosas en Maya.
Carolina: ¿Tú estás seguro de que nos entiende?
Josué: Tendrá que entendernos, digo yo. Si no, ¿cómo es que decía que sí y que no? Yo creo que sí nos entiende. Además, ¡que es la diosa de la luna! (Risas).
Carolina: Ok, ok, lo qu etú digas. A ver... ¿cómo se dice corazón? (Ix Chel no contesta) Corazón (Vocaliza exageradamente y se golpea el pecho) Co-ra-zón.
Ix Chel: (Lo comprende, se golpea ella también el pecho). Puksi´ik ´al. *
Carolina: Puksi´ik ´al.
Josué: Suena bien, puksi´ik´al.
El chico coge una flor del jarrón, se la muestra a Ix Chel.
Josué: ¿Y esto? ¿Cómo se dice flor?
Ix Chel: Nitkte´.
Carolina: Nitkte´... Ahora repite tú: flor, flor.
Ix Chel: Flor.
Josue: ¡Muy bien!
Ix Chel: (Señalando la boca del chico). Chi´. (“Pulsando” la nariz de Carolina). Ni´.
Josué: Ni´, nariz.
Carolina: Chi´, boca. Boca, repite: Bo- ca.
Ix Chel: Boo-ca.
Carolina: Eso es.
Ix chel se sienta en el sofá, satisfecha, contenta. Comienza a cantar un verso del poema anterior:
Ix Chel:______________
Josué: Más despacio... así no ahí quien se lo aprenda.
Ix Chel: (Despacio y remarcando mucho) ______--________________--_______-----
Carolina y Josué _____--________________--_______-----
Ix Chel :_____________________-
Carolina y Josué: :_____________________-
Ixchel lo repite todo, los chicos hacen lo mismo. Risas. Se oyen pasos.
Carolina: Ya es la hora, ¿qué hacemos?
Josué: (Desconcertado y nervioso). ¿Qué hacemos, qué?
Carolina: Pues... Pues...
Josué: Piensa, piensa.
Entran Miguel y Matías. Los chicos se levantan del sofá, Carolina va hacia Miguel y Matías. Mientras, Josué oculta a Ix Chel bajo la sábana que cubre el sofá, se acuesta encima para disimular.
Miguel: Hola muchachos.
Carolina: (Nerviosa). Hoo... hola. ¿Qué tal el día?
Matías: Bien, ¿y este interés a qué se debe?
Carolina: ¿No puede ser una amable?
Miguel: Por supuesto que sí, pero es que no es muy frecuente en ti. (Avanza hacia el sofá).
Carolina: (Interponiéndose). No.
Miguel: ¿Qué?
Carolina: Que no, que no te sientes. Id a descansad un poco, tumbaos un rato antes de comer.
Miguel: ¿A descansar?
Carolina: ¿Estaréis cansados, no? Vamos, poneos cómodos, que ya os llamo en cuanto esté la comida.
Miguel: (Extrañado). ¿Y Josué?
Carolina: ¿Josué? Josué... ¡A comprar! Sí, a comprar. Venga, id a descansad que ya os llamo.
Miguel: Esto es muy extraño , Carol...
Matías: (Arrastrando a Miguel). Vamos, ya has oído a Carol. (Aparte, al oído de Miguel). ¿Qué te apuestas a que tiene a su nuevo novio en el sofá y que los hemos pillado de improviso? (A Carol). Llámanos pronto, ¿eh? Estamos hambrientos. (Mutis por la izquierda. Carolina suspira, aliviada.)
Josué: (Sacando a Ix Chel). Por que poquito.
Carolina: De prisa, ahí que llevarla a su habitación. Mira a ver si hay alguien en el pasillo.
Josué: (Asomándose a la izquierda). Nadie.
Carolina: (Toma de la mano a Ix Chel). Vamos. (Mutis por la izquierda).
-Luces-
Escena XII
Miguel en el sillón, Matías y Josué en el sofá, Carolina en el suelo, sobre un cojín, ojea el libro que fue objeto de discusión con su madre mientras tararea la canción que les ha enseñado Ix Chel.
Miguel: (Al oír a Carolina.) ¿Ahora os ha dado por el maya? Siempre huíais de vuestra madre cuando quería enseñaros esas cosas.
Matías: (traduce un trozo de canción).
Josué: ¿Tú sabes maya?
Matías: ¿Yo? Pues claro. Loq ue me sorprende es que vosotros no. Deberías aprender, es vuestra cultura, vuestaras raíces.
Josué: yo sé decir flor en maya.
Matías: ¿Lòol?
Josué: (Extrañado). No, Nikté. Creía que se decía así.
Matías: (Le sonríe). Sí, también Nitké. Lòol o nitké, se puede decir de las dos formas. ¿Y rojo? ¿Sabes decir rojo? (Josué niega con la cabeza). Chak. Blanco es Sak, negro bòox, azul, ch´òoh.
Josué: ¿Puedes repetir?
Miguel: Ya está bien, a la cama. Se acabaron las lecciones por hoy.
-Luces-
Escena XIII
De noche, de nuevo el salón en penumbra y Carolina durmiendo en el sofá. Entra Ix Chel con Josué de la cmano. Despiertan a Carolilla salen de la casa por el método habitual.
--
---Descripppppp!?!?
Cuando llegan a la parte izquierda del escenario todo está preparado: un músico toca una de las trompas?, sentado sobre una de las plataformas/sitiosdepúblico. Ix Chel y los chicos se sientan unto aél. Apareceun sacerdote junto con los jugadores dle juego de pelota (de uno a cuatro). Los jugadores visten con un talparrabos, un cinturón almohadillado en la cintura, además de en una tibia, un antebrazo y rodillas. Cada equipo o jugar representa a un dios, en este caso a Itzamna y Ah Puch. Aparece Itzamna sobre plataformajuego pelota.
Sacerdote: ¡Itzamna!
Aparece Ah Puch.
Sacerdote: ¡Ah Puch!
El sacerdote se aparta, comienza el juego.
Se pone en uego una pelota, el tamaño puede variar (más pequeña que las de beisball o más grande que una de fútbol, en este caso, se recomienda usar una grande). El juego consiste, básicamente, en hacer pasar la pelota a través de los aros que están dispuestos sobre las paredes verticales que forman los dos costados paralelos del juego. Cada equipo intenta acertar en uno de los aros—contrario? La zona de juego son las paredes inclinadas y la estrechez que queda entre éstas. Los jugadores tienen que golpear el balón con cualquier parte dle cuerpo, excepto con pies y manos. Se desarrollarán unos cinco minutos de juego, tras los cuales el equipo o jugador que representa a Itzamna vence al “marcar” “un tanto”. El saerdote anuncia la victoria.
Sacerdote: ¡Itzamna!
Los chicos aplauden, Ix Chel los imita.
Josué: ¡Yuju!
Carolina: ¡Bien hecho!
Al jugador ganador, lo obsequian con un hermoso collar de cuentas de Jade. Al instate, dos hombres prenden al perdedor, le arrancan las protecciones y lo atan de pies a cabeza con cuerdas.
Josué: ¿Qué harán con él?
Carolina: Mejor no preguntes.
Josué bosteza. Ix Chel se levanta, la siguen. Regresan a casa.
Escena XIV
Música. Itzamna sentado en uno de los módulos, triste melancólico. Aparecen Chaac y Ah Puch, le dicen algo. La expresión de Itzamna se transforma, pasa de la tristeza a la alegría al oír sus palabras. Paralelamente, vemos a Carolina dormida en su sofá.
-Luces-
Escena XV
Itzamna solo. Recorre tres veces los módulos, a la tercera, desciende. Paralelamente, Carolina se ha despertado. Vemos cómo ella y su hermano se van al colegio. Itzamna entra en la casa del mismo modo en que lo hizo Ix Chel. Itzamna merdodea por la habitación. Aparece Ix Chel.
Itzamna: He venido a por ti, nos vamos. (La diosa se sobrecoge, lloriquea, se retrae. Itzamna la coge por los hombros). ¡Ix Chel! No, no llores. ¿no quieres venir? ¿no me recuerdas? No puedo entender que en verdad lo hayas olvidado todo. (La toma de las manos, se sientan en el suelo). No puedo creer lo que todos dicen, ¿tendré que hacerles caso? ¿Tendré que aceptar que mi diosa está loca? Yo sé lo que tu vales, lo que tu eres, lo que has sido… Diosa de la luna, de las mareas, la medicina, las mujeres… ¿Tengo que creer que mi diosa está loca? ¿No soy yo Itzamna? ¿No eres tú Ix Chel? Antes estabas a mi lado. Dios Sol y diosa luna, ¿recuerdas? Juntos vivimos el esplendor de nuestra civilización, eso que ahora llaman preclásico, clásico y posclásico. Las grandes ceremonias, los ritos, los enormes centros ceremoniales… Chichén Itzá, Uxmal, Palenque… Ix Chel, mi Ix Chel… (La abraza, ella lloriquea y se aparta). (Enfadado, violento, ella sólo contesta con lloriqueos). Tendré que creer que estás loca.
Ix Chel: ¡No! No, no estoy loca. ¿Lo ves? ¿Pueden mis palabras hacerte ver el error de las habladurías de los demás?
Itzamna: (Alegre por la recuperación de Ix Chel, también aturdido y contrariado). Y, en ese caso, ¿por qué...?
Ix Chel: ¿tenía algún sentido la cordura? No, no estoy “loca” como tú dices (Compungida, al borde de las lágrimas). No, estoy loca, ya no. Dolía verme olvidada. Mis sueños, mis recuerdos, se mezclaron con la triste realidad de nuestro olvido hasta hacerme confundir pasado y presente, realidad y fantasía, ayer y hoy. A veces creía que aún éramos grandes, que aún nos veneraban. Sólo podía reír y sentirme feliz entonces. Pero luego despertaba, lloraba al ver la realidad y sentirme abandonada. Nuestra vida presente se presentaba sólo como un mal sueño, una pesadilla. La mezcla y confusión de recuerdos y presente, de risas y realidad, acabó provocando en mí tales contradicciones de alegría o llanto. Tomad eso por locura, pues no se diferencia mucho.
Itzamna: Ix Chel, mi querida Ix Chel...
Ix Chel: En mi locura llegué aquí. Sumergí a esos niños conmigo en el pasado: juego de pelota, sacrificios... Ellos me hicieron despertar y ordenar mis sentidos.
Itzamna: Ix Chel... (la abraza). Tienes que volver. Te necesitamos, todos te necesitamos allá arriba. Tienes que venir con nosotros. Es cierto que todo funciona, que toco continúa perfectamente sin sus dioses. Pero lo sabes, lo sabes muy bien querida _Ix Chel, siguen siendo nuestro pueblo a pesar de todo, debemos estar allí para cuando decidan volver a venerarnos. Y, si no, recuerda que fue necesario destruir a nuestras criaturas tres veces. Si hiciera falta una cuarta ten por seguro que la habrá. Una destrucción pondrá fin a otra creación equivocada. De una nueva creación nacerá el pueblo maya que venerará y honrará a sus dioses de forma definitiva; que no conocerá jamás al hombre blanco para que no puedan matar su credo.
Ix Chel: ¡No!, ¡no! No me has entendido, no es la destrucción lo que nos salvará. Ellos son nuestro pueblo, ellos me han hecho ver su realidad. Nos recuerdadan, lo que ocurre es que ahora la vida es muy distinta. Leen nuestras historias, algunos sí saben quiénes somos. Lo de venerarnos es distinto, la vida a cambiado mucho. Ya no estamos en Chichón Itzá ni en Uxmal. No hay lugares para el culto a las deidades y la cultura de nuestro pueblo se degrada a un ritmo vertiginoso al tener que huir de sus tierras para venir aquí. No es fácil su vida, nuestro pueblo sufre y sólo le preocupa la supervivencia. Mira, mira a esta gente: seis personas en esta casita; dejaron su tierra, su familia... Incluso La chica odiaba ser maya antes de que yo viniera. Pero son mis hijos, fruto de estas manos que molieron el maíz, no voy a dejar que los destruyas.
Itzamna: Ix Chel, querida...
Ix Chel: No tengo más que decir. (Se aparta de Itzamna).
Itzamna: ¿Quién a sufrido más que yo por ellos?. ¿Quién lloró junto a ellos cuando aquél cristiano, aquél Landa, quemó códices y retratos? ¿Quién ayudó a poner cielo y tierra de su parte para que consiguieran sus tierras? ¿Quién sufrió junto a ti? ¿Quién te dijo que deberíamos seguir? ¿Pretendes que juntos, desde el cielo, luchemos por que ellos nos recuerden? ¿Es eso lo que tú quieres? ¿Y dudas de que Itzamna, tu Itzamna, vaya a hacer cualquier cosa que tú no quieras? (Se acerca a ella, la abraza. Ix Chel no se aparta).
Ix Chel: (Revivida y romántica). ¿No eres tú Itzamna?
Itzamna: ¿No eres tú Ix Chel?
Ix Chel e Itzamana: Diosa luna y dios Sol. (Se abrazan).
Ix Chel: Volveré, y juntos miraremos hacia nuevos lugares. Propiciaremos descubrimientos sobre nuestro pasado, ayudaremos a que los padrs enseñen a sus hijos cosas de sus ancestros. Ese es ahora nuestro destino. (Casi beso..)
Entran chicos, interrumpen. Carolina se sobresalta al ver a Itzamna allí.
Josué: ¡Itzamna!
Carolina: ¿Otro? Pues este ya no sé dónde lo vamos a meter...
Ix Chel se acerca a ellos.
Ix Chel: (Señalando la boca del chico). Chi´. (“Pulsando” la nariz de Carolina). Ni´. Boo-ca. Narrriz.
Ríen, Ix Chel los abraza.
Carolina: Esto suena a despedida.
Ix Chel comienza a cantar la canción que les enseñó, vuelve a abrazar a Carolina y luego a Josué, que se suman al canto.
Josué: (Triste). ¿Volverás?
Ix Chel señala hacia el cielo, siguen cantando. Los dos dioses salen por la pared del modo acostumbrado.
-Luces-
Telón.
Teatralbel,
TP, 20-12-05
Concentrada de la vida da el teatro.” Paco Macià, Cía. Ferroviaria.
Escena I
Escenario en penumbra, al fondo unos módulos a modo de plataformas que simbolizan los niveles del cielo e inframundo mayas. (Ver anexos....) En el centro tenuemente iluminado, un barreño metálico con agua y mazorcas de maíz al lado. Profundo silencio que rasgará una voz profunda y misteriosa, con ecos que hacen que parezca lejana:
Voz en off: Al principio, al principio no había nada. Sólo silencio (pausa). Al principio todo era silencio. Todo en suspenso, todo en calma, inmóvil y callado. Al principio... al principio no había nada.
Aparece Ix Chel, la diosa Luna, anciana ajada, arrugada y escuchimizada. Su delgadez contrasta con sus ropajes: una voluminosa falda con huesos bordados en ella, bártulos colgados (una pata de conejo, .....), remiendos y trozos de telas recosidos... Sin llegar a dar el aspecto de una pordiosera, más bien el de una “maga”./ “hechicera”.
Nuestra diosa se acerca al barreño, muele el maíz, lo sumerge en el agua mientras la intensidad de las luces va decayendo hasta alcanzar la oscuridad total. Oímos un chapoteo, las luces vuelven igual suavidad. Cuatro hombres, que parecen haber salido del barreño, se alejan andando. El rostro de Ix Chel rebosa felicidad.
Ix Chel: Ahora sí, ¡sí! ¡Sí! (Sube corriendo a los módulos). ¡Procread, multiplicaos al amanecer y veneradnos a nosotros: vuestros dioses, vuestros creadores!
-Luces-
Escena II penumbra
Dos camitas pequeñas en escena, dos niños casi dormidos en ellas. Entre las camas, sentados en un sillón, los padres. María, la madre, sujeta un libro y lee:
María: Crearon a los animales, pero éstos sólo chillaban, cacareaban y graznaban. No iba a adorarlos ni a pronunciar su nombre. Los dioses decidieron castigarlos, condenándolos a servir de alimento a los otros seres cuando fueran creados.
El alba estaba cada vez más próxima y los dioses necesitaban con urgencia unos seres obedientes, respetuosos, que los sustentaran y alabaran. Hicieron una criatura con lodo: resultó tan endeble que se derritió al mínimo contacto con el agua. Luego probaron con unos muñecos de madera. Los muñecos llegaron a poblar y a multiplicarse por el mundo, incluso tuvieron hijos de palo. Estos seres no tenían alma, ni sangre ni entendimiento, por lo que no recordaban ni adoraban a sus creadores. Como venganza, los dioses hicieron astillas a los muñecos de palo. (A su mujer) ¿Quieres continuar tú, cariño?
Antonio?: (Toma el libro, lee) Faltaba poco para la llegada del amanecer y sus seres no estaban listos. Fue la diosa madre, Ix Chel, la que tomó maíz, la sustancia primordial, amarillo y blanco, molió nueve veces y mezcló con agua. La suciedad de sus manos se convirtió en grasa humana, el maíz, en carne. Y, así, creó al hombre. Pero estos hombres eran seres perfectos...
Entra tía
Tía: Han venido a avisar.
La pareja se levanta. Despiden a los niños con un beso en la frente, los arropan. Los pequeños duermen, su madre está al borde de las lágrimas.
Tía: Cuidaros mucho. (Se despiden con un abrazo).
Ant?: Cuida mucho de ellos.
Mutis de Ant? Y María.
Escena III
Dioses sobre las plataformas, cada uno en el nivel que le corresponde en el cielo o inframundo Maya.
Itzamna: ... seres perfectos. Sabios, capaces de conocer todo lo que había en el mundo.
Chaac: su vista era tal que podían ver todas las cosas, por lejos que estuviesen.
Ah Puch: (desidiosoooo, sanguinario!) Casi dioses.
Itzamna: Con vaho sobre los ojos quedó su vista empañada. Nublada su sabiduría para que fuesen lo que debían ser y no lo que eran.
Ah Puch: Destruida su sabiduría, podían dedicarse al propósito con el que fueron creados.
Ix Chel: (repite las palabras con las que finaliza la I escena) ¡Procread, multiplicaos al amanecer y veneradnos a nosotros: vuestros dioses, vuestros creadores!
Aparecen los cuatro humanos iniciales. Hacen una ofrenda de piedras preciosas, oro, “sangre” en cuencos y prenden incienso en un altar situado bajo la plataforma de Ix Chel. Se respira simbolismo, espiritualidad. Los humanos danzan y untan con “sangre” a Ix Chel. De pronto, la esencia del rito desaparece: tiran el cuenco, las ofrendas, apagan el incienso y salen huyendo. Los dioses contemplan, incrédulos, la huida de sus fieles. Ix Chel, salpicada de rojo, parece enloquecer progresivamente: de la sorpresa al sobresalto, del sobresalto a desesperación y a la locura. Su “locura” se traducirá en una actitud infantil de la diosa a partir de este momento, llorona y triste como una niña, aunque también alegre e inocente en ocasiones.
Itzamna: (abrazando a Ix Chel) Un día florecerá de nuevo el linaje maya y expulsaremos a estos falsos antepasados, a estos vendedores de palabras, a estos zorros hipócritas. (palabas tomadas del Chilam Balam).
Escena IV
Espacio escénico dividido en tres partes: módulos al fondo, en los que están los dioses; parte derecha, por la que vagabundea nuestra enloquecida Ix Chel. La parte izquierda será la más iluminada, en ella encontramos el saloncito de unos inmigrantes yucatecas en San Francisco. Pequeño y desaliñado, sobriedad y simpleza en el mobiliario. Sofá, sillón y mesita en primer plano. Hace las veces de cocina, al fondo vemos un fogón y un pequeño frigorífico; y también de dormitorio, por lo que hay sábanas y una almohada sobre el sofá. Predomina el desorden.
Dos personajes en escena: Carolina, 16 años, su hermano Josué, 12?. La chica está sentada en el sofá, con los pies sobre la mesa, se lima las uñas. En el suelo, Josué juega con una pelota de goma.
Carolina: (Soñando despierta) ¿Sabes qué me gustaría? Me gustaría ser más alta y más delgada.... y tener otra nariz y ser rubia, claro. Con el pelo largo, lacio y rubio, en lugar de este estropajo negro que ahí sobre mi cabeza. Me gustaría ser una de esas chicas rubias que van a tomar el sol y a bucear a Buker´s beach y hacer surf, aunque mamá dice que es peligroso. Ir a comparar ropa a Market street y estrenar bikini cada temporada... (Suspira)
Josué: Chsss... (sin dejar la pelota ni mostrar el mínimo interés).
Carolina: (Más emocionada que antes, en contraposición a la pasividad de su hermano.) ¿Sabes qué es lo que más me gustaría de todo?
Las luces no dan tiempo para que continuemos escuchando a Carolina, la parte izquierda queda en penumbra, la iluminación se centra ahora en los Dioses, situados en los módulos, y en Ix Chel, que permanece abajo, en la parte derecha, se abraza las rodillas y se balancea, lo mismo se muestra inexpresiva que parece contenta, o desesperada y lloriquea. Pese a su aspecto de anciana, tiene una actitud infantil, fruto del transtorno que parece haber sufrido desde que los hombres dejaron de venerarlos. Los demás dioses, aunque entristecidos y desanimados, no han llegado a tal estado. Ah Puch sigue conservando su tono de dios sanguinario, de desprecio y arrogancia. A la tristeza de Itzamna se suma su preocupación por Ix Chel. Chaac parece el menos afectado por la situación, aunque su melancolía también es evidente.
Itzamna: ¡Nadie se acuerda de nosotros!
Ix Chel: (Repite, muy flojito e insegura) Nadie se acuerda de nosotros...
Chaac: Nadie se acuerda de nosotros.
Ah Puch: Parece que estemos muertos.
Chaac: (Burlón a Ah Puch) ¿Tú, el “Señor de la muerte” dices que parecemos muertos?
Itzamna: A pesar de que éramos inmortales.
Ah Puch: El mundo sigue, todo continúa sin nosotros. Incluso la gente sigue muriendo y yo...
Chaac: También llueve sin que yo haga nada. Sin que nadie me pida que haga nada.
Itzamna: Ya no me alaban para que garantice la supervivencia de la humanidad. Ya no les importa. Ellos viven, nosotros...
Ah Puch: Nosotros...
Chaac: El viento sopla, el sol sale, la luna sale. El mundo, la vida... la vida continúa, a pesar de que no estamos allí y sólo estamos aquí.
Ah Puch: Y la luna sigue apareciendo aunque su diosa esté loca.
Ix Chel: (Muy flojito, abrazada a sus rodillas y balanceándose) Ya nadie se acuerda de nosotros.
-Luces-
Escena V
María sola en el escenario POSIBLE ESCENA ENLACE: “TAREAS” , está arreglando el salón y comienza a hablar, poco a poco irá abandonando lo que estaba haciendo para centrarse únicamente en su monólogo dirigido al público.
María: Esto no es muy lindo, no. Misión Distric, la Misión Dolores, en Frisco, California. Aquí casi todo el mundo vive como nosotros, hacinados en casitas diminutas donde viven cinco o seis personas, como nosotros. Mi marido, mis dos hijos y dos amigos, todos juntitos y repretados, encerrados en dos habitaciones y un salón-comedor-cocina-dormitorio. Antes era peor... Al poco de llegar era mucho peor, nuestro primer trabajo fue como dishwasher, lavábamos platos, ollas, sartenes... Muchas horas de trabajo y poco dinero. Un sueldo miserable: 700 dólares cada quince días. Al principio, cuando nos contrataron, salimos muy contentos, parecía bastante dinero. Un conocido nos calculó matemáticamente cuánto deberíamos cobrar por hora, los 8.62 dólares de salario mínimo quedaban muy lejos de nuestra paga. Pero nos resignamos y aceptamos la tortura de doce horas de trabajo al día, no había otro remedio. Al menos ahora ya no trabajamos en eso, aprendimos el inglés y empezamos como camareros. La paga se incrementó y ahorramos lo suficiente para poder traer a los niños. Sufrimos mucho para venir acá y trabajamos aún más para poder traer a los niños. (Empieza a dejarse ver cierto tembleque en su voz, que se torna cada vez más amarga, más apenada y, finalmente, al borde de las lágrimas.) Cruzamos el infierno del desierto como si fuésemos ratas agazapadas en la noche, como si no fuésemos personas. Puede que desde ese momento dejáramos de ser para siempre personas para convertirnos en “yucas”, o simplemente hispanos. (Pasa a la emotividad y dulce melancolía). Abandonamos nuestro Oxkutzcab, la “Tierra tres veces fértil”, el Yucatán de nuestra infancia, el México de nuestros corazones. Dejamos atrás nuestro pasado: el parque, el sonido de las campanas del convento, la feria de la naranja, los panuchos de frijol, la celebración del “Chachaac”... ¡Oh! El “Chachaac” sí que era divertido. Lo hacíamos para invocar las lluvias cuando habái sequía. Íbamos al campo o la milpa, bajo un árbol se colocaba un altar con ofrendas: gallinas, cerdo, miel, masa de maíz... Al lado, tres ollas de balché, que es licor sagrado. El Chamán pronunciaba los rezos en maya y las mujeres preparaban el “Pib”, la comida sagrada que se ofrece a Chaac, dios de la lluvia. Al final, cuatro niños se colocaban bajo el altar y movían sus patos imitando el croar de las ranas.
Oxkutzcab, paraíso y pesadilla de la vida sin dinero ni futuro. Dejamos allí a los niños, Carolina tenía cuatro añitos y Josué ni siquiera dos. Allá quedaron, a la espera de que su padre y yo tuviéramos suficiente par traerlos acá. (Una sonrisa se perfila en su rostro, suspira. ) Y de esto ya hace más de diez años... los niños vinieron y las cosas mejoraron bastante.
(Suspira de nuevo) ¡Qué días aquellos en los que San Francisco nos sonaba a paraíso estando en nuestro Oxkutzcab! The Mission no es un barrio bonito, ni siquiera bueno. Alcoholismo, drogas... Aquí viven la mayoría de los “yucas” y los hispanos, nadie tiene demasiado, así que no hay mucho que envidiar, todos tenemos una vida parecida, más o menos dura, más o menos pobre. San Francisco es duro y cruel, nada más alejado de nuestro paradisíaco sueño de dinero y una vida mejor. The Mission no es un barrio bonito, no, pero al menos está aquí, en nuestro torturador y soñado Frisco, que al menos si me deja tener la esperanza de que mis hijos consigan sacar algo de tanto trabajo y sacrificio.
Entra Carolina leyendo una revista, se sienta en el sofá y coloca los pies sobre la mesita. María ha comenzado de nuevo a ordenar.
María: (Mientras ordena). Deberías tirar todas esas revistas americanas y empezar a leer cosas más provechosas, libros sobre nuestro pasado, por ejemplo.
Hija: ¿Quién quiere ser “yuca” hoy día?
Madre: (Mosqueada). “Yuca”, “yuca”... ¡Mayas es lo que somos! (Carolina se muestra pasiva). ¿Éramos grandes, ¿sabes?
Hija: ¿Grandes? ¡Ja! Soy la más bajita de mi clase, la tonta sin maquillar y ropa vieja. La más fea, la “yuca”, la “india”.
Madre: Hay más inmigrantes hispanos en tu clase.
Hija: ¿Y quién quiere ser como ellos? Yo quiero ser algo más: ser una de esas chicas rubias que toman el sol en Baker´s Beach...
Madre: Sólo dices estupideces.
Hija: ¿Van a hacerme tus mayas más guapa, más alta?
Madre: ¡Tú eres maya!
Hija: ¡Yo no soy maya!
Madre: Como quieras, pero no volverás a leer estas estúpidas revistas. (Coge algunas que hay sobre la mesa, las tira). Lee cualquier otra cosa que sirva de algo (Le tira un libro).Y date cuenta de lo que en realidad vales. (Sale del salón, enfadada, furiosa. Carolina hace un gesto de rechazo. Cruza los brazos, al cabo de un rato coge el libro y lo ojea).
-Luces-
Escena VI
Ix Chel sentada sobre una figura lunar. Risueña, débil, niña loca, acaricia la pata de conejo que lleva prendida de su cintura. Anexos: he tomado q ...
Ix Chel: Cree el mundo. Sí, sí, lo cree yo. Yo misma, con estas manos. Con estas mismitas manos... Yo misma di forma al hombre, ¿sabéis? Es una receta fácil: pasta de maíz y agua. Se muele el maíz nueve veces para obtener carne humana. Mezclar con agua... la suciedad de mis manos se diluyó y se convirtió en la grasa de los hombres. (Formula la receta con cariño. Poco a poco, al volver a hablar del presente, irá recobrando su carácter de loca desquiciada). Y, ahora, ya nadie se acuerda de nosotros... Nadie se acuerda de nosotros... ¡Nadie, nadie! ¡NADIE! (Se oyen pasos, mira hacia el lugar de donde provienen. Desciende de la figura lunar de un salto, sale corriendo).
Entra Itzamna, está buscando a Ix Chel, no la ve, continúa su camino.
-Luces-
Escena VII
Salón, María, Ant?, Miguel y Matías. Escena paraleta: ver pág 193 libro uni Sentados entre el sofá y el sillón.
Matías: Que no se os olvide saludar a todos de mi parte en Oxkuztcab. Muchos besos a novia.
Miguel: ¡Eh! No tantos besos para__.
Risas.
Padre: Saludaremos a todos de vuestra parte. Dormiremos en casa de ___- y ___- cuando lleguemos a Mérida el primer día.
Matías: ¿De ____ y ___? Hace años que no sé nada de ellos, prácticamente desde el colegio...
María: ¿Tanto?
Matías: No sé si los reconocería si los viera. Casi no me acuerdo de ellos...
María: Ellos seguro que sabrían quién eres, no has cambiado nada desde el colegio.
Miguel: Sigue siendo igual de payaso.
Padre: Ellos si se acuerdan de ti, cada vez que nos vemos recordamos aquella vez que fuimos juntos a Loltún.
Matías: ¿A las grutas? ¿”La flor de piedra”?
Padre: Sí, las cavernas aquellas de la serranía de Puuc. Las que estaban llenas de estalactitas y estalagmitas que los maestros nos hicieron creer que eran mazorcas de maíz..
Matías: ¡Ya recuerdo! Yo le dije a ____- que mordiera una para ver si era cierto.
Padre: Y ___- fue y ...
María: ¡La mordió!
Risas.
Miguel: No has cambiado, no.
María: ¿Os acordáis de esa otra excursión?¿Cuándo visitamos Uxmal?
Matías: ¡Oh! Aquella sí que fue divertida. Uxmal es un sitio preciso, impresionante. (A Miguel) ¿Has estado?
Miguel: Sí, creo que sí, con el colegio también.
Matías: Fue impresionante: la casa de las tortugas, el templo de los guerreros/convento monjas??, el templ del Mago/ Caracol?...
Padre: A mí me encantó el templo del Mago.
María: Esperad creo que tengo un libro con algunas fotos... (Trae el libro). Mirad: ____, _____-
Miguel: Impresionante.
Padre: ¡Qué años aquellos!
Miguel: Sin preocupaciones, sin tener que trabajar...
Padre: (Irónico) Sin hijos, sin mujer... (Risas)
Matías: Ahora que lo dices, me acuerdo de que en la excursión a Uxmal eras ya novio de María. La cogías de la manita y ella se ponía colorada.
María: (Ruborizada) Novios de toda la vida... (Melancolía general).
Padre: ...y aquí estamos. (Silencio).
Miguel: Creo que voy a acostarme.
Matías: Yo también. (Se levantan).
Matías y Miguel: Buenas noches. (Se van).
María: Uxmal... estamos tan lejos. Parece que no seamos de allí.
Padre: Tonterías, pronto estaremos otra vez allí.
María: Pero no es lo mismo, sólo unos días, de visita. Extranjeros en nuestra propia tierra. Me gustaría poder visitar Uxmal de nuevo.
Padre: (La abraza). Te prometo que la próxima vez que vayamos a México iremos.
María: ¿Y los niños?
Padre: ¿Los niños?
María: Carolina ni siquiera se siente Maya...
Padre: Los llevaremos y les enseñaremos lo bonito que es aquello. Comprende a tu hija es difícil la vida aquí... (Pausa). Será mejor que nos vayamos a la cama. (Mutis)
-Luces-
Escena VIII
Entra de nuevo Itzamna buscando a Ix Chel. Ve la figura lunar, preocupado y melancólico.
Itzamna: Su luna, pero no ella. Ix Chel, mi querida Ix Chel, ¿dónde estás? (La busca, mientras habla dirigiéndose a ella). Pobrecilla, pobrecilla diosa. Un día reinaste sobre las olas, protegiste a las mujeres y parturienta; símbolo de la medicina y adivinación mientras brillabas junto a mí. Dios Sol y Diosa Luna, ¿recuerdas? (Desiste en su búsqueda. Deja de dirigirse a Ix Chel para hablarle al público). Y pensar que incluso creó al hombre... Seguro que ella ya no lo recuerda, porque ella ahora sólo sabe llorar, gemir y repetir: “Nadie se acuerda de nosotros”, como si fuera una niña loca.
Son tiempos duros para nuestro pueblo. Han vivido mucho, han sufrido mucho. Ya abandonaron una vez nuestras ciudades, los templos... pero ahora dejan sus tierras para perseguir un lugar llamado América. Ya no son mayas, sino inmigrantes. (Resignado).
No hay espacio para nosotros allá ni acá. No hay sitio para nosotros más que en unos cuantos fondos de bibliotecas. Los grandes dioses reducidos a letras... Ya nadie se acuerda de nosotros... (De nuevo a Ix Chel) Pero tienes que volver allí arriba, con nosotros. No puedes merodear por ahí junto a los hombres. Ya nadie se acuerda de nosotros... Y la luna sigue saliendo aunque su diosa esté loca.
-Luces-
Escena IX
Escenario vacío, barra divisoria a un lado??. Aparece Ix Chel sobre los módulos, los recorre gateando hasta llegar a la parte donde está el salón, baja de un salto. Mediate mímica nos hace ver que hay una pared, pero consigue” trazar” un agujero por donde entrarr. Ya dentro del salón, lo recorre también a gatas. Entra Josué, jugueteando ensimismado con su pelota de goma.. Tropieza con Ix Chel, la ve, huye despavorido. Ix Chel, también sorprendida, se pone en pie y continúa curioseando por la habitación.
Caronlia: (Voz desde dentro, dirigiéndose al salón. Burlona). Sí, sí, claro: un monstruo en el salón. El único monstruo que ahí aquí eres... tú.
Ve a la diosa, Josué se esconde detrás de su hermana y sujeta un bate. Los dos chicos permanecen inmóviles, tensos, asustados. A Carolina se le atragantan las palabras. Por el contrario, Ix Chel sonríe, parece dulce e inocente como una niña pequeña.
Carolina: (Titubeante). ¿Quién eres tú? ¿Y cómo has entrado?
Ix Chel: (Majestuosamente, como corresponde a su posición de diosa). Ix Chel.
Josué: ¿Ix qué?
Ix Chel: Ix Chel.
Aparecen los demás dioses sobre los módulos, buscan a Ix Chel. Los chicos oyen las voces, asustados, no ven de dónde proceden. Ix Chel se esconde al lado del sofá, sabe que la buscan y no quiere que la encuentren. Carolina se queda paralizada, Josué se esconde en el lado del sofá opuesto a donde está la diosa.
Chaac: ¡Ix Chel! ¿Dónde te has metido, Ix Chel?
Ah Puch: (Cascarrabias) ¡Ix Chel, Ix Chel, Ix Chel!
Itzamna: Ix chel, querida luna, querida diosa, vuelve acá por favor.
Ah Puch: ¡Ix, Ix Cheeeel!
Se marchan poco a poco, al llegar a la última plataforma. Primero Itzamna, luego Ah Puch. Chaac el último, antes de marcharse dice:
Chaac: ...y la luna (IN THE SCENERY?) sigue saliendo aunque su diosa esté perdida.
Josué: ¿Qué es eso Carolina? ¿Qué son esas voces?
Ix Chel sale cuando ha pasado el peligro. Se acerca a los chicos. Josué se esconde entre los brazos de su hermana, ella lo abraza con fuerza.
Ix Chel: Itzamna, Chaac, Ah Puch. (La contemplan atónitos. Desesperada, se sienta en el suelo. Se abraza las rodillas y cierra los ojos. Parece dormida).
Jousue: Igual es familia nuestra. Dijo que se llamaba Ix, como nosotros. ¿Tú te acuerdas de la abuela?
Carolina: ¿Y a qué viene la abuela ahora?
Josué: Porque seguramente será nuestra abuela. Claro, como papá y mamá se han ido a Oxkutzcab la han mandado para que nos cuide.
Carolina: No digas tonterías, Josué, esa mujer no es tu abuela. O que si parece es “yuca”, más bien maya antigua... como los que salen en los libros esos de mamá.
Josué: ¿Cómo ha dicho que se llamaba? ¿Ix qué?
Carolina: Ix Chel.
Josué: Ix Chel, Ix Chel... ¿de qué me suena eso?
Carolina: No le des más vueltas, seguramente es una mendiga que se ha metido en casa. Llamaremos a Matías y a Miguel, en cuanto vengan la sacarán de aquí.
Josué: ¿Y las voces? ¿Qué me dices de las voces que la llamaban?
Carolina: Vendrían de la calle, seguramente era su familia que la estaba buscando.
Josué: No, no venían de la calle. Venían de ahí arriba... (señalando el techo).
Carolina: Pues serían de...
Josué: (Tajante) ... y ahí arriba no hay nada.
Carolina: Serían de... de...
Josué: ¿De qué?
Carolina: De... ¡qué sé yo! De cualquier cosa. La dejaremos dormir, cuando vengan Matías y Miguel la echarán a la calle.
Josue: Ok, ok. ¿Y qué hacemos mientras?
Carolina: Vigilaremos aquí, no vaya a ser que se despierte y robe algo.
Carolina se sienta en el sillón. Josué va hacia la estantería, coge un libro y se sienta en el sofá, en el extremo más alejado a Ix Chel. Al cabo de un rato:
Carolina: (Bosteza aburrida) ¿Qué lees?
Josué: Te dije que me sonaba algo. (Sin apartar los ojos del libro).
Carolina: ¿Y...?
Jouse: Y... ¡aquí está! Mira: “Ix Chel: diosa de la luna”.
Carolina: Trae acá. (Le arrebata el libro. Mira incrédula, se levanta para ver a Ix Chel, la compara con una imagen del libro).
Carolina: (Asustada) Se parece un montón.
Josué: ¿¡No es fantástico?!
Carolina: ¿Fantástico? ¿El qué?
Josué: Esto, ¿no te das cuenta? ¡Tenemos a Ix Chel, la antigua diosa maya dormida en casa!
Carolina: Pues yo no le veo la gracia. Además, esta vieja no puede ser una diosa. ¿bobadas!
Ix Chel despierta, Josue se acerca y le muestra el libro.
Josué: Es usted, ¿verdad?
Ix Chel: Ix Chel. (Sonríe, se levanta, se dirige hacia el lugar en el que estaría la supuesta pared de la casa, el mismo lugar por el que ella entró. Repite la mímica que realizó para entrar. Le hace un gesto a los chicos para que la sigan. Josué la sigue, dispuesto).
Carolina: ¡Eh! ¡Espera! (Corre tras ellos).
Música y cambio de luces. El escenario queda en penumbra, se iluminan los bloques. Vemos a Ix Chel, seguida de los chicos recorriendo los bloques hasta tres veces. La tercera vez se detienen en el más alto. Ix Chel gesticula, a modo de conjuro. Se ilumina la parte derecha del escenario conforme entran dos personas vestidas de negro que traen la representación del mundo maya (un______). Lo dejan en el suelo y danzar a su alrededor. Ix Chel y los chicos descienden hasta el escenario.
Ix Chel: ¡Chaac!
Aparece Chaac sobre uno de los módulos sobre el que hay un barreño metálico. Porta una antorcha (símbolo de sequía). Se oye sonido de lluvia y croar de ranas. Sumerge la antorcha en el barreño, se apaga. Toma agua en sus manos y la lanza sobre “la Tierra”.
Los chicos están asustados, permanecen muy juntos y sorprendidos. Josué lleva consigo el libro que consultó anteriormente. Busca algo y lee a su hermana. :
Josué: Mira, aquí está: “Chaac: dios de la lluvia, dios del tiempo”.
Carolina: (Impresionada y sobrecogida). Te aseguro que no sé dónde estamos.
Ix Chel hace ademán de que la sigan, van por detrás de los bloques, hasta llegar al más bajo. En él está Ah Puch, una lechuza y un perro lo acompañan.
Ix Chel: (Áspera) Ah Puch.
Ah Puch se acerca a Carolina, le susurra en la oreja, la acaricia.
Ah Puch: Cimí, cimí.
Josue: (Mirando en el libro) Ah Puch…. ¡dios de la muerte!
Ix Chel aparta de él bruscamente a la chica.
Ah Puch: (Gritando, desesperado, como rogando a Ix Chel que le devuelva a su presa) ¡Cimí! ¡Cimí!
Ix Chel los aleja de ahí corriendo.
Josué: (consulta de nuevo el libro) “Cimí” significa muerte en maya.
Carolina: Sea lo que sea, esto no me está gustando.
Van corriendo, se detienen frente al módulo correspondiente a Itzamna.
Ix Chel: ¡Itzamna!
Aparece Itzamna, majestuoso, los dos bailarines colocarán junto a él códices y calendarios mayas, en su defecto pueden utilizarse libros y calendarios actuales. Tras esto, tomarán “la Tierra” y la giraran bajo el módulo de Itzamna.
Josué: (Lee) “Dios del cielo nocturno y diurno”.
Itzamna: Itzamna: Itz en Caan, itz en Muyal.
Josué: (Traduciendo con el libro)“Soy el rocío del cielo, soy el rocío de las nubes”.
Ix Chel: (Enamoradiza). Itzamna: Itz en Caan, itz en Muyal.
Josué: Pareja de Ix Chel.
Los dos chicos miran a Ix Chel de soslayo. Ella se pone colorada y suspira.
-Fin música- Los bailarines detienen su movimiento. Todos quietos, expectantes. Los dioses parecen despertar de un conjuro. Retoman la búsqueda de Ix Chel, aunque, por supuesto, no la ven ni tienen conciencia de que acaba de estar ante sus narices.
Itzamna: ¡Ix Chel! ¡Ix Cheeel!
Mutis de los bailarines, retiran el mundo y los objetos que había sobre los módulos. Ix Chel se agazapa, los chicos la imitan.
Chaac: ¡Ix , Ix Cheeel!
Ah Puch: ¡Vais a estar hasta el próximo renacer buscándola?
Itzamna: (Ajeno a las palabras de Ah Puch) ¡Ix Cheeeel!
Ah Puch: No hace falta que grites, si es la diosa de la medicina, el parto, la luna, las mareas y las tareas femeninas, es de suponer que es lo suficientemente lista como para volver solita si le interesa.
Chaac: hemos buscado por todas partes Itzamna. Hemos recorrido uno por uno los nueve niveles de Xibalbá?, los trece del cielo. Miramos en todas las esquinas, en todos los rincones.
Ah Puch: Y yo le conté a todo el mundo lo de la desaparición. Ixtab, diosa del suicidio, dijo que ayudaría en lo que pudiera.
Chaac: Quetzalcoalt?, “serpiente emplumanda”, también dijo que estaría atento.
Itzamna: Ix Chel... (lloroso). Mi Ix Cheel…
Chaac: Vamos, tranquilo, ya verás como aparece.
Mutis de Chaac y Ah Puch. Itzamna, tras echar un último vistazo, los sigue.
Ix Chel y los chicos reemprenden la vuelta a casa por el mismo camino. “Atraviesan” de nuevo la pared mediante la “magia” de la diosa.
Carolina: Creo que me voy a desmayar. Esto es, es... (se tira en el sofá).
Josué: ¡Fantástico! (Se sienta al lado).
Carolina: ¡No! Es... bueno, sí, fantástico.
Josué: Podríamos quedárnosla...
Carolina: ¿Quedárnosla? ¿Aquí?
Josué: (Exaltado). ¡Sí, sí! ¡Que se quede! Puede dormir en la habitación de papá y mamá.
Carolina: ¿Y qué les decimos a Miguel y a Matías? Además, seguro que ella no quiere quedarse.
Ix Chel se les acerca, sonriente. Afirma con la cabeza.
Josué: ¿Ves como si quiere quedarse? La escondemos en la habitación de nuestros padres unos días, luego ya se verá. Di que sí, anda. ¡Igual nos vuelve a llevar a visitar Xibalbá? O a pasear por los niveles del cielo! ¡Seremos dioses!
Carolina: Sí, claro.
Josué: Pues claro que sí. Anda, di que sí, di que sí. Por favor...
Carolina: Pero sólo por unos días. Mientras esté escondida en la habitación no creo que nadie se entere. (A Ix Chel) ¿De acuerdo?
Ix Chel asiente. Se oyen pasos, Miguel y Matías vienen.
Carolina: ¡Ya llegan! Venga, adentro, de prisa.
Josué se la lleva de la manos, mutis por la izquierda.
Matías: Hola Carolina, ¿qué tal el día?
Carolina: Bien. (Nerviosa). ¿Y vosotros?
Miguel: ¿Nosotros? ¡Je! No se puede ser hispano en esta tierra. Estudia Carol, estudia y aléjate de la miseria.
Matías: ¿Y tu hermano?
Carolina: ¿Josué? Pues no sé. Debe estar por ahí, haciendo los deberes. Voy a llamarlo y preparamos la cena. (Mutis por la izquierda).
Miguel: (Saca una lata de cerveza del frigorífico) ¿Sabes a quién me encontré borracho anoche? A Eduardo.
Matías: ¿A Eduardo?
Miguel: Lo echaron del trabajo. Le dijeron “You´re soaked”, y a la calle. Y el alcohol...
Matías: Es un mal remedio para olvidar las penas del mundo en el que vivimos.
Miguel: Es una buena solución para olvidar la muge en la que vivimos.
Matías: No empiezas a filosofar, hermano. Además, San Francisco es bello.
Miguel: ¿Bello? Frisco es horrible. Echo de menos Oxkutzcab.
Matías: Dices/decís? Eso porque tenéis novia allá y esto te parece un infierno, el mismísimo Xibalbá?. Si no, miraríais las cosas de otro modo.
Miguel: No es sólo eso, la misión es un barrio repugnante: alcohol, drogas, calles peligrosas...
Matías: (Irónico). Latinos.
Miguel: Latinos, latinos. ¿Por qué se empeñan en llamarnos así. Latinos serán los de Latinia o algo así, nosotros somos yucatecos. Mayas, somos mayas.
Matías: “Yucas” en todo caso. Pero... ¿se puede saber desde cuando te procupas/os preocupaís por eso?
Miguel: No me preocupa, ya asimilé que la vida es así de asquerosa.
Matías: Vamos, vamos. No digáis eso. (Saca un refresco del frigorífico). ¿No ahorras para pagar la boda con ____ y traerla aquí? Hace poco me dijiste que en dos o tres meses habrías reunido el dinero suficiente.
Miguel: Reñimos por teléfono, eso es lo que pasa.
Matías: ¡Vamos, vamos! ¿Con que riñas de enamorados? Mañana volveréis a ser dos totalitos colgados del teléfono y vos=? Veréis el Goleen Gate color de rosa. Id? A cambiaros que yo haré la cena.
Mutis de Miguel por la izquierda.
Matías: “¿Provocarán al fin la verde angustia
De aquel ciprés de la misión dolores
Que cabeceaba en Frisco
California?”
Miguel: (Regresando al oír a Matías) ¿Qué dices?
Matías: Nada, Benedetti.
Miguel: ¿Bene qué?
Matías: El poeta.
Miguel: Ahora sois vos el que filosofáis.
-Luces-
Escena X
Es de noche. Carolina duerme en el sofá. Aparece Josué, silencioso y en pijama, abre el frigorífico y coge algunas cosas. Carolina se levanta, va hacia el frigo, tropieza con su hermano.
Carolina: ¡Ah! ¿Se puede saber qué haces aquí?
Josué: ¡Ssh! ¡Qué te van a oír! Voy a llevarle comida a Ix Chel. ¿Y tú qué haces levantada?
Carolina: ¿Yo? Yo... ba, había pensado lo mismo.
Josué: ¿Los dioses comen?
Carolina: (Bromeando). Sí, niños como tú.
Josué: ¿En serio?
Carolina: Pues ahora que lo pienso... hacían sacrificios humanos para tenerlos contentos.
Josué: ¿Y si ésta nos devora cuando entremos?
Carolina: Ba, tranquilo, no creo que nos vaya a comer. No tiene pinta muy sangrienta... Ah Puch sí, a ese seguro que le encantaban los sacrificios.
Josué: (Pícaro) Le gustaste a Ah Puch, ¿eh?
Carolina: ¡Calla ya!
Mutis de los dos por la izquierda.
-Luces- Al poco, vuelve la penumbra, aparecen Ix Chel y los chicos. La diosa realiza su ya conocida mímica para salir de la casa. Recorren los módulos tres veces. Mientras tanto, en la parte derecha se ha ido preparando un ambiente festivo en torno a un altar, ligeramente curvado en la parte central. Cuatro antiguos mayas han prendido incienso y lo han decorado todo con flores azules (flores de balche). Tras esto, uno comienza a tocar una trompa de madera, otro martillea un caparazón de tortuga a modo de tambor, tocan con un ritmo creciente. Los otros dos, bailarines, danzaran alrededor.
Llegan Ix Chel y los chicos, se sientan a un lado. Continúa la fiesta, incluso los chicos e Ix Chel se animan a danzar. Aparece Ah Puch sobre la plataforma situada encima del altar.
Ah Puch: (Sanguinario). Las divinidades necesitan sangre.
Entra un hombre pintado de azul, vestido únicamente con un taparabos, lleva una cuerda alrededor del cuello, a modo de collar. Con él, franqueándolo, entran dos hombres (en realidad eran cuatro, variar el número según los actores disponibles). El sacerdote, ataviado cm... Coloan al “prisionero” sobre el altar, el sacerdote alza el cuchillo ritual al cielo. Los otros dos sujetan a la víctima de piernas y brazos. Se detiene la música Baja el cuchillo y...-Luces-
Al encender de nuevo la luz, el sacerdote tiene en sus manos el supuesto corazón del ejecutado. Carolina grita, su hermano la abraza.
-Luces-
Escena XI
Día siguiente, por la mañana. Diosa sola en la casa, Miguel y Matías se han ido a trabajar, los chicos están en el colegio. Ix Chel entra en el salón, trae consigo pincel, un cuenco con pintura y unas tablas negras. ¿o act? Mientras tanto, canta “Uj Yetel AK´AB”, precioso poema por su sonoridad, escrito en Maya Yucateco por un poeta actual: ___-. Significa “La luna y la noche” cn asterisco, poema al lado. Coloca en el suelo las tablas y comienza a pintar. Se oye acercarse a los chicos, vienen del colegio. Entran.
Carolina: (Sobresaltada). ¡Ahí! No recordaba que estuviera aquí.
Josué: Hola, ¿qué haces? (Se acerca a ella, Ix Chel le sonríe).
Carolina: Ten cuidado, Josué. No vaya a ser que se repita lo de anoche.
Josué: ¡Mira Carol! ¡Mira que dibujitos está haciendo!
/Dibuja los símbolos de Itzamna, Ixchel, Chaac y Ah Puch representados en los códices/
Ix Chel: (Señalando el correspondiente símbolo). Chaac, Ah Puch, Itzamna, Ix Chel.
Josué: Son ellos, sus símbolos. Ah Puch sale con los ojos cerrados.
Carolina: (Se acerca). A ver, como es el dios de la muerte...
Ix Chel vuelve a pintar, números del uno al diez (ver manuscritos pag. 28) Debajo, el correspondiente número árabe. Ix Chel dice los números del uno al diez, ellos los repiten.
Josué: ¡Los números en maya!
Carolina sonríe a su hermano.
Josué: ¿Podrías escribir doce? Son los años que tengo.
Ix Chel le ofrece el pincel, animándolo a que sea él quien escriba.
Josué: ¿Yo? A ver... una concha el cero, un punto por cada número, una línea el cinco, dos el diez... ¿puede ser dos rayitas y dos puntos? (Pinta). ¿Así?
Ix Chel le sonríe, por supuesto que era así.
Josué: ¡Tengo una idea! Podría decirnos cómo se dicen algunas cosas en Maya.
Carolina: ¿Tú estás seguro de que nos entiende?
Josué: Tendrá que entendernos, digo yo. Si no, ¿cómo es que decía que sí y que no? Yo creo que sí nos entiende. Además, ¡que es la diosa de la luna! (Risas).
Carolina: Ok, ok, lo qu etú digas. A ver... ¿cómo se dice corazón? (Ix Chel no contesta) Corazón (Vocaliza exageradamente y se golpea el pecho) Co-ra-zón.
Ix Chel: (Lo comprende, se golpea ella también el pecho). Puksi´ik ´al. *
Carolina: Puksi´ik ´al.
Josué: Suena bien, puksi´ik´al.
El chico coge una flor del jarrón, se la muestra a Ix Chel.
Josué: ¿Y esto? ¿Cómo se dice flor?
Ix Chel: Nitkte´.
Carolina: Nitkte´... Ahora repite tú: flor, flor.
Ix Chel: Flor.
Josue: ¡Muy bien!
Ix Chel: (Señalando la boca del chico). Chi´. (“Pulsando” la nariz de Carolina). Ni´.
Josué: Ni´, nariz.
Carolina: Chi´, boca. Boca, repite: Bo- ca.
Ix Chel: Boo-ca.
Carolina: Eso es.
Ix chel se sienta en el sofá, satisfecha, contenta. Comienza a cantar un verso del poema anterior:
Ix Chel:______________
Josué: Más despacio... así no ahí quien se lo aprenda.
Ix Chel: (Despacio y remarcando mucho) ______--________________--_______-----
Carolina y Josué _____--________________--_______-----
Ix Chel :_____________________-
Carolina y Josué: :_____________________-
Ixchel lo repite todo, los chicos hacen lo mismo. Risas. Se oyen pasos.
Carolina: Ya es la hora, ¿qué hacemos?
Josué: (Desconcertado y nervioso). ¿Qué hacemos, qué?
Carolina: Pues... Pues...
Josué: Piensa, piensa.
Entran Miguel y Matías. Los chicos se levantan del sofá, Carolina va hacia Miguel y Matías. Mientras, Josué oculta a Ix Chel bajo la sábana que cubre el sofá, se acuesta encima para disimular.
Miguel: Hola muchachos.
Carolina: (Nerviosa). Hoo... hola. ¿Qué tal el día?
Matías: Bien, ¿y este interés a qué se debe?
Carolina: ¿No puede ser una amable?
Miguel: Por supuesto que sí, pero es que no es muy frecuente en ti. (Avanza hacia el sofá).
Carolina: (Interponiéndose). No.
Miguel: ¿Qué?
Carolina: Que no, que no te sientes. Id a descansad un poco, tumbaos un rato antes de comer.
Miguel: ¿A descansar?
Carolina: ¿Estaréis cansados, no? Vamos, poneos cómodos, que ya os llamo en cuanto esté la comida.
Miguel: (Extrañado). ¿Y Josué?
Carolina: ¿Josué? Josué... ¡A comprar! Sí, a comprar. Venga, id a descansad que ya os llamo.
Miguel: Esto es muy extraño , Carol...
Matías: (Arrastrando a Miguel). Vamos, ya has oído a Carol. (Aparte, al oído de Miguel). ¿Qué te apuestas a que tiene a su nuevo novio en el sofá y que los hemos pillado de improviso? (A Carol). Llámanos pronto, ¿eh? Estamos hambrientos. (Mutis por la izquierda. Carolina suspira, aliviada.)
Josué: (Sacando a Ix Chel). Por que poquito.
Carolina: De prisa, ahí que llevarla a su habitación. Mira a ver si hay alguien en el pasillo.
Josué: (Asomándose a la izquierda). Nadie.
Carolina: (Toma de la mano a Ix Chel). Vamos. (Mutis por la izquierda).
-Luces-
Escena XII
Miguel en el sillón, Matías y Josué en el sofá, Carolina en el suelo, sobre un cojín, ojea el libro que fue objeto de discusión con su madre mientras tararea la canción que les ha enseñado Ix Chel.
Miguel: (Al oír a Carolina.) ¿Ahora os ha dado por el maya? Siempre huíais de vuestra madre cuando quería enseñaros esas cosas.
Matías: (traduce un trozo de canción).
Josué: ¿Tú sabes maya?
Matías: ¿Yo? Pues claro. Loq ue me sorprende es que vosotros no. Deberías aprender, es vuestra cultura, vuestaras raíces.
Josué: yo sé decir flor en maya.
Matías: ¿Lòol?
Josué: (Extrañado). No, Nikté. Creía que se decía así.
Matías: (Le sonríe). Sí, también Nitké. Lòol o nitké, se puede decir de las dos formas. ¿Y rojo? ¿Sabes decir rojo? (Josué niega con la cabeza). Chak. Blanco es Sak, negro bòox, azul, ch´òoh.
Josué: ¿Puedes repetir?
Miguel: Ya está bien, a la cama. Se acabaron las lecciones por hoy.
-Luces-
Escena XIII
De noche, de nuevo el salón en penumbra y Carolina durmiendo en el sofá. Entra Ix Chel con Josué de la cmano. Despiertan a Carolilla salen de la casa por el método habitual.
--
---Descripppppp!?!?
Cuando llegan a la parte izquierda del escenario todo está preparado: un músico toca una de las trompas?, sentado sobre una de las plataformas/sitiosdepúblico. Ix Chel y los chicos se sientan unto aél. Apareceun sacerdote junto con los jugadores dle juego de pelota (de uno a cuatro). Los jugadores visten con un talparrabos, un cinturón almohadillado en la cintura, además de en una tibia, un antebrazo y rodillas. Cada equipo o jugar representa a un dios, en este caso a Itzamna y Ah Puch. Aparece Itzamna sobre plataformajuego pelota.
Sacerdote: ¡Itzamna!
Aparece Ah Puch.
Sacerdote: ¡Ah Puch!
El sacerdote se aparta, comienza el juego.
Se pone en uego una pelota, el tamaño puede variar (más pequeña que las de beisball o más grande que una de fútbol, en este caso, se recomienda usar una grande). El juego consiste, básicamente, en hacer pasar la pelota a través de los aros que están dispuestos sobre las paredes verticales que forman los dos costados paralelos del juego. Cada equipo intenta acertar en uno de los aros—contrario? La zona de juego son las paredes inclinadas y la estrechez que queda entre éstas. Los jugadores tienen que golpear el balón con cualquier parte dle cuerpo, excepto con pies y manos. Se desarrollarán unos cinco minutos de juego, tras los cuales el equipo o jugador que representa a Itzamna vence al “marcar” “un tanto”. El saerdote anuncia la victoria.
Sacerdote: ¡Itzamna!
Los chicos aplauden, Ix Chel los imita.
Josué: ¡Yuju!
Carolina: ¡Bien hecho!
Al jugador ganador, lo obsequian con un hermoso collar de cuentas de Jade. Al instate, dos hombres prenden al perdedor, le arrancan las protecciones y lo atan de pies a cabeza con cuerdas.
Josué: ¿Qué harán con él?
Carolina: Mejor no preguntes.
Josué bosteza. Ix Chel se levanta, la siguen. Regresan a casa.
Escena XIV
Música. Itzamna sentado en uno de los módulos, triste melancólico. Aparecen Chaac y Ah Puch, le dicen algo. La expresión de Itzamna se transforma, pasa de la tristeza a la alegría al oír sus palabras. Paralelamente, vemos a Carolina dormida en su sofá.
-Luces-
Escena XV
Itzamna solo. Recorre tres veces los módulos, a la tercera, desciende. Paralelamente, Carolina se ha despertado. Vemos cómo ella y su hermano se van al colegio. Itzamna entra en la casa del mismo modo en que lo hizo Ix Chel. Itzamna merdodea por la habitación. Aparece Ix Chel.
Itzamna: He venido a por ti, nos vamos. (La diosa se sobrecoge, lloriquea, se retrae. Itzamna la coge por los hombros). ¡Ix Chel! No, no llores. ¿no quieres venir? ¿no me recuerdas? No puedo entender que en verdad lo hayas olvidado todo. (La toma de las manos, se sientan en el suelo). No puedo creer lo que todos dicen, ¿tendré que hacerles caso? ¿Tendré que aceptar que mi diosa está loca? Yo sé lo que tu vales, lo que tu eres, lo que has sido… Diosa de la luna, de las mareas, la medicina, las mujeres… ¿Tengo que creer que mi diosa está loca? ¿No soy yo Itzamna? ¿No eres tú Ix Chel? Antes estabas a mi lado. Dios Sol y diosa luna, ¿recuerdas? Juntos vivimos el esplendor de nuestra civilización, eso que ahora llaman preclásico, clásico y posclásico. Las grandes ceremonias, los ritos, los enormes centros ceremoniales… Chichén Itzá, Uxmal, Palenque… Ix Chel, mi Ix Chel… (La abraza, ella lloriquea y se aparta). (Enfadado, violento, ella sólo contesta con lloriqueos). Tendré que creer que estás loca.
Ix Chel: ¡No! No, no estoy loca. ¿Lo ves? ¿Pueden mis palabras hacerte ver el error de las habladurías de los demás?
Itzamna: (Alegre por la recuperación de Ix Chel, también aturdido y contrariado). Y, en ese caso, ¿por qué...?
Ix Chel: ¿tenía algún sentido la cordura? No, no estoy “loca” como tú dices (Compungida, al borde de las lágrimas). No, estoy loca, ya no. Dolía verme olvidada. Mis sueños, mis recuerdos, se mezclaron con la triste realidad de nuestro olvido hasta hacerme confundir pasado y presente, realidad y fantasía, ayer y hoy. A veces creía que aún éramos grandes, que aún nos veneraban. Sólo podía reír y sentirme feliz entonces. Pero luego despertaba, lloraba al ver la realidad y sentirme abandonada. Nuestra vida presente se presentaba sólo como un mal sueño, una pesadilla. La mezcla y confusión de recuerdos y presente, de risas y realidad, acabó provocando en mí tales contradicciones de alegría o llanto. Tomad eso por locura, pues no se diferencia mucho.
Itzamna: Ix Chel, mi querida Ix Chel...
Ix Chel: En mi locura llegué aquí. Sumergí a esos niños conmigo en el pasado: juego de pelota, sacrificios... Ellos me hicieron despertar y ordenar mis sentidos.
Itzamna: Ix Chel... (la abraza). Tienes que volver. Te necesitamos, todos te necesitamos allá arriba. Tienes que venir con nosotros. Es cierto que todo funciona, que toco continúa perfectamente sin sus dioses. Pero lo sabes, lo sabes muy bien querida _Ix Chel, siguen siendo nuestro pueblo a pesar de todo, debemos estar allí para cuando decidan volver a venerarnos. Y, si no, recuerda que fue necesario destruir a nuestras criaturas tres veces. Si hiciera falta una cuarta ten por seguro que la habrá. Una destrucción pondrá fin a otra creación equivocada. De una nueva creación nacerá el pueblo maya que venerará y honrará a sus dioses de forma definitiva; que no conocerá jamás al hombre blanco para que no puedan matar su credo.
Ix Chel: ¡No!, ¡no! No me has entendido, no es la destrucción lo que nos salvará. Ellos son nuestro pueblo, ellos me han hecho ver su realidad. Nos recuerdadan, lo que ocurre es que ahora la vida es muy distinta. Leen nuestras historias, algunos sí saben quiénes somos. Lo de venerarnos es distinto, la vida a cambiado mucho. Ya no estamos en Chichón Itzá ni en Uxmal. No hay lugares para el culto a las deidades y la cultura de nuestro pueblo se degrada a un ritmo vertiginoso al tener que huir de sus tierras para venir aquí. No es fácil su vida, nuestro pueblo sufre y sólo le preocupa la supervivencia. Mira, mira a esta gente: seis personas en esta casita; dejaron su tierra, su familia... Incluso La chica odiaba ser maya antes de que yo viniera. Pero son mis hijos, fruto de estas manos que molieron el maíz, no voy a dejar que los destruyas.
Itzamna: Ix Chel, querida...
Ix Chel: No tengo más que decir. (Se aparta de Itzamna).
Itzamna: ¿Quién a sufrido más que yo por ellos?. ¿Quién lloró junto a ellos cuando aquél cristiano, aquél Landa, quemó códices y retratos? ¿Quién ayudó a poner cielo y tierra de su parte para que consiguieran sus tierras? ¿Quién sufrió junto a ti? ¿Quién te dijo que deberíamos seguir? ¿Pretendes que juntos, desde el cielo, luchemos por que ellos nos recuerden? ¿Es eso lo que tú quieres? ¿Y dudas de que Itzamna, tu Itzamna, vaya a hacer cualquier cosa que tú no quieras? (Se acerca a ella, la abraza. Ix Chel no se aparta).
Ix Chel: (Revivida y romántica). ¿No eres tú Itzamna?
Itzamna: ¿No eres tú Ix Chel?
Ix Chel e Itzamana: Diosa luna y dios Sol. (Se abrazan).
Ix Chel: Volveré, y juntos miraremos hacia nuevos lugares. Propiciaremos descubrimientos sobre nuestro pasado, ayudaremos a que los padrs enseñen a sus hijos cosas de sus ancestros. Ese es ahora nuestro destino. (Casi beso..)
Entran chicos, interrumpen. Carolina se sobresalta al ver a Itzamna allí.
Josué: ¡Itzamna!
Carolina: ¿Otro? Pues este ya no sé dónde lo vamos a meter...
Ix Chel se acerca a ellos.
Ix Chel: (Señalando la boca del chico). Chi´. (“Pulsando” la nariz de Carolina). Ni´. Boo-ca. Narrriz.
Ríen, Ix Chel los abraza.
Carolina: Esto suena a despedida.
Ix Chel comienza a cantar la canción que les enseñó, vuelve a abrazar a Carolina y luego a Josué, que se suman al canto.
Josué: (Triste). ¿Volverás?
Ix Chel señala hacia el cielo, siguen cantando. Los dos dioses salen por la pared del modo acostumbrado.
-Luces-
Telón.
Teatralbel,
TP, 20-12-05
-Perlas Ensangrentadas- (2005)
Lucía estaba en un café cercano a la universidad, intentaba convencerse para irse a estudiar. No podía. La euforia de los jueves.
Él no miraba a ningún lugar concreto. Miguel era profesor de historia. Un tipo alto, de pelo y ojos castaños. Incapaz de mantener quieta la mirada describía con sus ojos líneas curvas, que iban desde su libro de historia a las piernas de la chica del fondo. Por último, miraba a la puerta.
Lucía descruzó las piernas con elegancia casi felina. Levantó la cabeza. Miró al fondo. Descubrió la mirada huidiza de un hombre, algo mayor que ella, apoyado en la barra, bebiendo. Su barba de tres días y unas gafas por las que asomaban unos ojos chiquitos, le daban un aire bohemio que la invitaba a imaginar.
-Una chica guapa- se dijo Miguel al verla descruzar las piernas. –22 ó 23 años.-
Le gustó su pelo tirante recogido en un moño y, por supuesto, sus piernas. No tenía nada que perder, tal vez ni siquiera hubiera algo que ganar. Fue un acto casi reflejo. Se sentó a su lado, poniendo una de esas tontas excusas que sirven de pretexto para conocer a alguien.
Una sonrisa fue el preámbulo de una conversación que se alargaría más de lo previsto.
* * *
No es el viento,
son tus velas.
Corta el ancla,
quema el mapa.
Buen viaje.
No había tiempo para pensar. Lucía llegó a casa y encontró una carta sin dirección, sin sello, ni remite, en su buzón. Ponía su nombre fuera. Dentro, una nota:
“Escritor busca aventurera para seguir al “traidor”. Dentro de tres días parto a Perú con unos amigos. Descenderemos el Amazonas y llegaremos a Isla Margarita. Allí escribiré mi libro. Espero tu respuesta hoy, antes de las 10. Es urgente. B´sos.”
Ni siquiera él esperaba que dijera que sí. Llevaban viéndose tres semanas, le pareció que podía resultar divertido. Sin embargo, la chica apresuró el “sí” y acordaron verse al día siguiente para concretarlo todo.
Aquel tipo envenenaba su oídos, la incitaba a hacer locuras. ¿Acaso aquello no era una locura? Aceptar, quizás fuera sólo un impulso vital. Supervivencia básica. Ella necesitaba un qué, un por qué de su existencia y de sus actos cuando él apareció. Hay días en los que el mundo te come a ti, ella era deglutida demasiado a menudo. Ahora podría devorar el mundo. Junto a Miguel sentía una obsesión, casi enfermiza, por paladear cada segundo. Parecía una gran oportunidad.
* * *
-Ten, esto es para tí.- Dijo Miguel entregándole un cuaderno de tapas marrones.- En él podrás llevar un diario de nuestra “expedición”.- Se le iluminaba la cara cada vez que pronunciaba esa palabra.
Estaban en el aeropuerto. Lucía no acababa de asimilar la idea de que, en unas horas, estarían a kilómetros y kilómetros de allí, intentando recrear una aventura: “La aventura de los Marañones”.
Miguel quería escribir, junto con su compañera Inés, sobre una expedición del 1560, a través del Amazonas, en busca de Omagua y Dorado. Un tal Lope de Aguirre se haría con los mandos de la expedición, conduciéndola por otros derroteros.
Tomarían el río Huallaga hasta enlazar con el Marañón, después el Ucayali, que se convertiría pronto en Amazonas. Continuarían hasta Manaos, en Brasil. De allí irían a Isla Margarita, para vivir el reino de “libertad” del loco Lope de Aguirre, éste era el personaje principal de la aventura. Loco. Todo apuntaba a eso. Un hombrezucho de unos cincuenta años, cojo de la pierna derecha, muy pequeño, de cara menuda y chupada. Egoísta, con un amor propio exagerado, destacaba por su afán de dominación, su ansia de poder.
...y loco. La personalidad de Aguirre era aún desconocida para Lucía. Acabaría por descubrir que le era más cercana de lo creía.
-Lucía, estos son Inés y Fran. –Miguel presentó a la pareja recién llegada. Intercambiaron sonrisas, parecían agradables.-Habrá que darse prisa, nuestro vuelo sale dentro de media hora.
Un vuelo tan largo da para mucho. Tuvieron tiempo de hablar del viaje y conocerse más. Inés no era profesora de historia, sino de griego. Daba clases en la Universidad, en su tiempo libre escribía y leía sin parar. Escribía, sobre todo, poemas. No era la poesía la que la llevaba a atravesar el Atlántico, sino la prosa. Descubrió “La aventura de los Marañones” gracias a Miguel. Le dejó unos cuantos libros y encontraron a su personaje, una tocaya suya: Inés de Atienza, protagonista femenina de esa aventura a la destrucción, amante de Orsúa, gobernador de la expedición. Esa fémina los había cautivado de tal forma que habían decidido hacerla protagonista de su próximo libro. Escribirían el supuesto diario de Inés de Atienza durante la jornada en busca de Omagua y Dorado. Más tarde, continuarían con el diario de Elvira, hija del tal Lope de Aguirre.
Intentaron dormir en el avión lo que la noche de nervios no les había dejado. Lucía se recostó en su asiento, cogió el diario que le había regalado Miguel. Intentó escribir algo, pero se quedó dormida con el diario entre los brazos. Despertó al tiempo, miró por la ventana, el contorno de América chocaba con el mar. Estaban llegando. Ante sus pies se extendía “El Continente del Paraíso”.
Cambio de hemisferios, cambio de hora.
Habían llegado.
Matías les esperaba adormecido en el aeropuerto. Dibujó una amplia sonrisa al encontrar a sus amigos. Hacía mucho que no se veían. Parecía que no había pasado el tiempo. Recordaba la primera aventura que habían vivido juntos, fueron a Cuzco, Machu Picchu y otras importantes ciudades del Imperio Inca. Hacía de esto ya bastantes años, cuando Matías estudiaba Historia en Madrid y compartía piso con Inés y Miguel. Cogieron un avión e hicieron su primera escapada a América. Matías les enseñó paisajes que sólo conocían por libros de texto. Poco tendría que ver este viaje, mucho más premeditado, estudiado y, sobre todo, con más recursos económicos, que aquella escapada estudiantil.
Durmieron en casa de Matías. Mataron la excitación del viaje y la diferencia horaria contando batallitas y recuerdos durante toda la noche. Lucía fue la primera en irse a la cama. Al fin y al cabo, ella no tenía tantas cosas de qué hablar. Antes de dormir ojeó lo que sería el primer capítulo del libro de Miguel e Inés
* * *
Diario de Inés de Atienza, por Inés y Miguel
Ocho de Agosto del mil quinientos y sesenta
Llegada, yo a Santa Cruz, que es en la provincia de los Motilones, así llamada por habitarla los únicos indios tresquilados del Pirú, ha sido comunicada mi llegada a mi gran amigo Pedro de Orsúa. De alegría se le ha tornado el rostro al verme. Hemos pasado juntos el resto del día. Me ha dado aposento en la misma casa donde él se aloja. Tal y como me prometió, iré con él en su jornada en busca de Omagua y Dorado.
Pronto habrá de partir por el Pirú a buscar gente y aderezar lo que falta para su jornada. Su ausencia será corta, ha dicho. Aquí hay algunas damas, en su mayoría mestizas e indias, aunque también alguna vieja castellana, que partirán en el viaje.
Espero no sentirme muy sola durante la ausencia de mi Orsúa.
Veinte y cuatro de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
La llegada no ha sido lo agradable que cabría de esperar. Pese a ser la protegida de Orsúa parece que esté aquí contra la voluntad de todos. Mi presencia da la sensación de pesar a la mayor parte del campo. Cuchicheos dicen que el gobernador sólo da mal ejemplo llevándome con él. Otros murmuran que vine aquí por ambición y riqueza, a la zaga de Omagua y Dorado.
Cuán equivocados están. No estoy aquí por la ambición de poder ni riquezas que acarrea esta empresa. He conocido hombres junto a los que ahora disfrutaría de riquezas y honor en el sosiego de mi hogar, Trujillo. Se me considera suficientemente hermosa y astuta para conseguir a casi cualquier hombre. El amor es más rápido, vence a mi ingenio femenino. Nunca había sentido tal cariño y compenetración con ningún amante.
Mi Pedro de Orsúa es un buen mozo, galante, amigo de la paz, y no comparable a ningún otro. En el tiempo que aquí llevo no he disfrutado más que de la conversación de mis damas de compañía y alguna esporádica visita de Pedro, muy ocupado en ultimar detalles, pues iniciamos la jornada pronto, si Dios quiere.
Por parte de los hombres no he recibido más que miradas de repugnancia y censura, murmuran y multiplican por decenas mis amantes. Otros, simplemente me miran con lascivia y envidia mal disimuladas.
* * *
Tras viajar de Madrid a Lima, se pusieron de nuevo en ruta hacia Santa, cerca del río Huallaga, donde comenzaría la aventura. Estaban a punto de comenzar su viaje. Llegaron justo para comer, hicieron noche allí y salieron temprano hacia el embarcadero. Matías se había encargado de tramitarlo todo. Luis, un viejo amigo de esa ciudad, les dejría un barco a motor con el que había recorrido alguna vez el Huallaga hasta enlazar con el Marañón y Amazonas.
Matías y Fran conducirían el barco. Revisaban la nave mientras Luis les daba las últimas instrucciones y recomendaciones. Inés y Lucía curioseaban por ahí. Miguel cargaba los equipajes y el material que necesitaban.
La cubierta se asemejaba a una terraza pequeña, con su mesita y sillas, lugar ideal para escribir y tomar el sol. Podía cubrirse con una carpa blanca, de plástico, cuando lloviera. Bajando unas escaleras se accedía a un pequeño almacén convertido en camarote, con sólo dos camas, sin ventanas. Desde cubierta se entraba directamente a otro camarote amplio, de ventanas redondas, con una gran cama de matrimonio. Justo al lado, el aseo y un salón-cocina con todo lo necesario para sobrevivir. Subiendo otras escaleras se llegaba al puesto de mando. Repartieron las habitaciones, Inés y Fran se quedaron con el camarote de cubierta, a Miguel y Lucía les tocó el cuchitril de abajo, Matías dormiría en el sofá-cama del salón.
A media mañana estaban preparados para zarpar. Se despidieron de Luis y comenzaron a navegar. Dejaron sus almas en tierra para convertirse en Marañones. La aventura rescrita hacia la perdición.
* * *
“¿O será que ese río marañoso te quiere encantar para luego teniéndote cerca arrastrarte en sus aguas? Te ha echado el ojo, seguro que te quiere llevar.”
Diario de Lucía 17-3-1995
Hoy, por fin, hemos embarcado. Han sido muchos los nervios, la tensión hasta llegar aquí, nuestro hogar durante los próximos 15 días, aproximadamente.
Brillaba un poco el sol cuando llegamos al embarcadero, pronto la lluvia nos ha dado la bienvenida. Matías ha inaugurado nuestra cocina con un delicioso cebiche .
Los demás han pasado la tarde registrando los rincones del barco, acomodándose y buscando los mejores lugares para realizar sus proyectos. Mientras, yo contemplaba el paisaje. La exuberante vegetación está atrapando mi corazón, me encanta. Apenas llevo unas horas y noto una extraña conexión entre el río y yo, como si mi meta en la vida fuera haber llegado hasta aquí. Como si este fuera el principio de un final que no existe. He dejado mucho para venir aquí: exámenes, familia, amigos... Sin embargo, es la primera vez que me siento tan exaltada y llena de tranquilidad a la vez.
Merecerá la pena.
Diario de Inés de Atienza
Veinte y seis de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
Hoy ha sido día de partir a esta, nuestra jornada en busca de Omagua y Dorado. Ya navegamos por este río. Lo nuestro nos ha costado, al echar anteriormente lo navíos se quebraron de podridos, quedaron dos bergantines y tres chatas.
Sea como fuere, hoy zarpamos del astillero. Con trescientos soldados españoles, trescientos servidores indígenas y unos veinte negros. No olvidemos a las mujeres. Partimos, finalmente, en dos bergantines personas y ovejas, cabras y cabalgaduras en otras nueve chatas.
El inicio de la jornada alimenta mis esperanzas e ilusiones de tener más tiempo para disfrutar de Orsúa.
Diario de Lucía 19-3-1995
He encontrado esta nota entre las páginas de mi diario:
Riueras del marañón
Do gran mal se a congelado
Se leuanto un Vizcaíno
Muy peor que Andaluzano,
A nadie Lope da confision
Por que no lo a acostumbrado
Y así tiene por çierto
Ser El tal Endemoniado.*
Es extraño. Creía que nadie sabe donde guardo mi diario. Ni siquiera Miguel. Lo cambiaré de sitio. Creo que es un romance sobre Lope de Aguirre. Supongo que se le habrá caído, o algo por el estilo.
Parece que me voy acostumbrando al clima. Hay 27 ó 28 ºC durante el día, una bajada brusca, de 8 ó 10 ºC, cuando cae la noche. Al amanecer el sol surge en un cielo despejado, las elevadas temperaturas facilitan la evaporación, van aumentando paulatinamente las nubes a lo largo de la mañana. Al alcanzar la máxima temperatura del día se llega al tope de tolerancia de humedad. La caída de temperaturas al llegar la tarde provoca lluvias tormentosas que se prolongan hasta entrada la noche.
Hoy ha habido tiempo para casi todo. Miguel e Inés se han pasado el día entre libros y apuntes con sus historias. Matías se aísla en el timón. Quedamos Fran y yo como únicas almas desocupadas de esta expedición. Lo que más me gusta es tomar fotos de peces, plantas y animales para después estudiarlos y clasificarlos. Mis dos años en biológicas no son nada en comparación con todo lo que él sabe. Me ha sugerido que, paralelamente a éste, mi “diario de viaje”, lleve otro con las fotos e información de flora y fauna descubiertos en el día. Creo que lo haré, pero en otro diario, mi “Diario de Flora y Fauna” .
Nuestro viaje continúa, la historia también. Por el momento, los sitios más destacados de aquella expedición de Orsúa y los suyos son: Caperuzos, donde enviaron delante a un tal Lorenzo de Çalduendo a buscar comida y rompió un bergantín, e Isla de García, llamada así porque en ella encontraron a García de Arce, que había partido río abajo con 30 hombres por orden del gobernador. En esa isla los indios andaban vestidos con camisetas, las casas eran cuadradas y grandes. La comida era maíz, yuca dulce y batata. También macato, yuca rallada que se pone en hoyos debajo de la tierra a podrir, con ella hacían pan y una bebida.
21-3-95
Hemos hecho un alto en el camino. Paramos a ver el pongo o salto de Aguirre. Cuenta la leyenda que, estando en grave peligro, Lope de Aguirre escribió en la piedra unos misteriosos signos. El viajero ha de persignarse y orar ante las huellas del tirano.
No suelo ser supersticiosa, ni tan siquiera religiosa, pero un extraño sobrecogimiento me ha invadido cuando Fran ha contado la leyenda.
He recordado el romance que encontré el otro día, decía algo del “endemoniamiento” de Aguirre. Ha sido entonces tal el escalofrío que ha recorrido mi cuerpo que mis labios se han sorprendido murmurando una de esas oraciones que me enseñaron de niña y que creía olvidada.
Al llegar al barco, mientras los demás cenaban, he fingido encontrarme mal y he bajado al camarote en busca del romance. No estaba. Recuerdo perfectamente que lo dejé en un bolsillo de mi maleta, junto al diario. Soy tan despistada que lo habré dejado en otro lugar. No. Recuerdo perfectamente que lo guardé ahí. Me inquieta el hecho de que mis cosas desaparezcan por si solas. Lo habré perdido, soy un desastre.
Miguel ha bajado a ver como me encontraba, ahora está en el camarote, esperándome. Suelo escribir en el lavabo, antes de ducharme. Es el único sitio donde puedo garantizar mi completa soledad, puedo echar el pestillo y que nadie me moleste. La soledad es tan deseable para escribir...
22-3-95
El Huallaga y Marañón se unieron hace tiempo, cerca de Lagunas, más adelante desembocó el Marañón en el Ucayali. Es aquí, en Iquitos, la ciudad más grande de la selva peruana, donde se considera el inicio del Amazonas. Navegar por el Amazonas es ver el sol agonizar tras la copa de los árboles y admirarse del verdor infinito. Hemos visto una planta curiosa poco antes de llegar, la Victoria Regia . Se trata de una planta acuática de una sola hoja flotante. Hay algunas de hasta dos metros de diámemetro.
Llegamos a Iquitos, capital del departamento de Loreto, Perú. Iquitos deslumbra por su exuberante vegetación, hay varias comunidades nativas como los Cocamas, los Wiotos, los Boras y los Ticuna.
Conviven dos mundos, que a la vez chocan y se entretejen. El verdor y el exotismo contrastan con la ciudad moderna, con calles llenas de comercios.
Aquí se encuentra el puerto fluvial más importante del Amazonas, por él circulan frutas, caucho, maderas preciosas y café.
Hemos hecho una visita a la ciudad, compramos comida y algunas otras cosas que necesitaremos hasta llegar a Manaos. Comimos en un restaurante del centro de la ciudad, un delicioso carapulca y suspiros de limeña de postre .
De vuelta al barco, nos ha sorprendido avistar un manatí , es a partir de aquí, hasta la desembocadura, donde empiezan a verse estos simpáticos mamíferos. Debía estar haciendo la digestión, pues éstos comen hasta llenar su estómago y hacen la digestión varados en el agua, con la nariz fuera, así era exactamente como se encontraba.
24-3-95
Miguel y yo pasamos ayer el día entero en el camarote, hablando, riendo y redescubriéndonos a nosotros mismos. Es curioso, descuida su “expedición” para estar sólo conmigo y alimentar nuestro amor, lo mismo que Orsúa e Inés. Aunque a Orsúa el descuido le costaría caro. Cuentan que andaba el gobernador demasiado ocupado en entretener a su doña Inés. Sus soldados decían que lo había hechizado, ya que de muy simpático que solía ser se había vuelto serio y huraño, huidizo de entrabar conversación con nadie. Comenzó a comer solo, a disfrutar extremadamente de la soledad, se le encontraba siempre solo o en compañía de Inés. Algunos soldados quisieron amotinarse y volver a Perú. Lope de Aguirre, que ya iba moviendo los hilos y preparando su escenario, haría cambiar de idea a muchos y desencadenarían torrentes de sangre. Convertirían al Amazonas en escenario de revolución, tornándolo un verdadero infierno verde.
Mañana pasaremos a la altura de Machifaros. La expedición pasó allí 33 días. Los indios de ese lugar andaban desnudos. Orsúa pidió al Cacique la mitad del poblado para él y sus hombres, hallaron aquí gran cantidad de comida, aunque algunos la desperdiciaron y luego faltó. Fue allí donde empezaron a creer que, los Indios brasiles que les habían informado de Omagua y Dorado, les mentían. Descendieron 700 leguas de río sin descubrir oro alguno. Fue expandiéndose la desconfianza, desilusión y burla tan rápidamente como lo había hecho la fiebre del oro y las riquezas en las cabezas de algunos. También aquí se planeó y llevó a cabo la muerte de Orsúa.
25-3-95
Hemos llegado a un punto crítico de nuestro viaje. Las aguas del Amazonas y el Napo se juntan. La muerte puso aquí su dedo hace más de 400 años.
Miguel y Matías lo tenían todo planeado. Nos han despertado, serían las 2:30, y conducido a la cubierta. Hacía frío, la noche en el Amazonas no puede compararse en nada al día. El cielo estaba despejado, se llegaban a ver las estrellas. Habían colocado cojines en el suelo para sentarnos, velas esparcidas por la cubierta iluminaban débilmente la oscuridad amazónica.
Estábamos en la confluencia de ambos ríos. Miguel ha sacado un libro de la “Jornada de Omagua y Dorado”, escrita por Francisco Vázquez, que vivió en
sus propias carnes el desarrollo de la aventura. Ha leído lo aquí acontecido, lo transcribo de forma algo resumida:
“Día primero del año mil y quinientos y sesenta y uno, a dos o tres horas de la noche, juntándose con D. Fernando hasta doce traidores. Fueron al aposento del Gobernador. Como vido el Gobernador que venía gente, volvió el rostro hacia ellos y les dijo “¡Qué es esto, caballeros! ¿A tal hora por acá?” Respondió Juan Alonso de la Bandera: “Agora lo veréis”; y le dio con una espada a dos manos por los pechos, lo pasó de una parte a otra, y luego segundó D. Fernando y los demás”.
Un escalofrío, parecido a aquél que me sobrecogió en el salto de Aguirre, ha hecho erizarse todo el vello de mis brazos. Al finalizar su lectura, Inés ha sacado unos apuntes, para leernos los sentimientos de su tocaya, la amante del gobernador:
Diario de Inés de Atienza
Día de la Circuncisión del Señor, primero del año mil y quinientos sesenta y uno
Lágrimas sanguinolentas fluyen con el río. Es horrible ver como te desgarran el corazón y no poder gritar por ello, ni tan siquiera quejarte. Encadenado llevo el luto bajo mi piel. En lo más hondo de mis entrañas llora mi alma desconsolada. Poner fin a un amor es fácil si acaban con la persona amada.
A ti, mi Pedro Orsúa, entregué lo que a ningún otro. No sólo mi cuerpo era tuyo, tomaste mi alma. Tú te entregabas a mí en cuerpo y alma en cada uno de tus besos. Bajo el amparo de tu amor este río parecía más bello, las lluvias incluso se me asemejaban a lágrimas del cielo. Hoy el río, la selva, adquieren cada vez de forma más nítida el aspecto de un infierno verde.
Me hubiera gustado saborear cada una de tus heridas, esta vida me ha enseñado a disfrutar también del dolor. No había tiempo. Mandé a unos de tus negros cavar un hoyo grande, os enterraron a Juan de Vargas y a ti juntos. A Vargas le dieron muerte después que a ti.
Como fondo musical de vuestro funesto entierro se oía a los traidores gritar: “¡Viva el Rey, que es muerto el tirano!”.
Tu recuerdo se borra rápidamente cada segundo. Ya no buscamos el Dorado, sólo la muerte acontece. Las lágrimas están prohibidas, el luto encarcelado. Mi corazón muerto y mi cuerpo vendido, condenado. Sólo queda la supervivencia, la venganza. Lanzaré miradas con besos al lugar donde reposa tu cuerpo. Tristes besos,
Torpes besos,
Sangre y besos.
Regreso al diario de Lucía 25-3-1995
Me sentía incapaz de irme a dormir, tal cúmulo de sensaciones me invadía... Las palabras me habían sonado demasiado reales, soy una de esas personas que se alimentan de palabras. Miguel y yo, nos hemos acostado en la cubierta, cara al cielo, mirando las estrellas. El cielo más claro que he visto nunca, las estrellas más brillantes.
El amanecer nos ha sorprendido dormidos. El sol y la creciente humedad nos han despertado. Nos hemos ido a dormir a nuestras camas, bastante más cómodas que el suelo. Como pincelada final a esta noche mágica he encontrado una orquídea , preciosa flor típica del Amazonas, encima de mi almohada. Detalle de Miguel, por supuesto.
Diario de Inés de Atienza
Dos de Enero del año mil y quinientos sesenta y uno
Dios los perdone. Celebraron con el vino para misas la murete de mi Orsúa. Ahora gritan: “¡Libertad, libertad!”, parece que quisieran negar la obediencia a nuestro rey y señor Felipe II. Nombraron anoche General a D. Fernando Guzmán, tan amigo de Pedro que se le considera el más traidor de los traidores, el mayor libertador entre libertadores. El maese de campo es ese feucho vizcaíno, Lope de Aguirre, al que llaman Loco. Éste me acusa de hechizar al gobernador y otras cosas peores que no quiero nombrar. Ese Aguirre me mira con malos ojos desde el primer día.
Una chiquilla me contó hoy que un negro fue avisar a Orsúa de que tramaban su muerte. Él hallábase conmigo, encargó a otro que se lo comunicase. Un gran descuido el de éste el no advertir al Gobernador de tal traición. Las cosas podrían ser hoy distintas.
Juan Alonso de la Bandera pone ahora sus manos donde antes las caricias de mi amado. Mi alma y cuerpo están vendidos. Mi corazón ha muerto, así que no podré nunca serle infiel a Orsúa. Maquillo mis lágrimas, perfumo tristezas. Seguimos navegando, río abajo. Más sangre llenará bocas sedientas. Sólo huelo a muerte salpicando ese Dorado de nuestros sueños, en el que sólo nosotros creímos.
Diario de Lucía 28-3-95
...Traidor, traidor...
Anoche tuve una pesadilla donde sólo oía esa palabra.
Fue uno de esos sueños horribles en los que sabes que estás dormido, pero no puedes despertar. Estás atrapada en tu pesadilla y, lo peor de todo, eres consciente de ello. No se veía nada, un fondo negro y unas voces susurrando “traidor”.
Pobres marañones. Iban tejiendo su propia trampa, su telaraña. Pensaron, inocentes, que el rey les perdonaría haber matado a Orsúa, poniendo como excusa que iba descuidado en la búsqueda de tierra para poblar. Acordaron firmar todos un tratado, pero... Lope de Aguirre firmó como “Lope de Aguirre, traidor”. Les hizo despertar de su sueño de perdón para volverles los ojos y mostrarles su entrañas en bandeja: todos son traidores, culpables de la muerte. Aprovechó el mínimo sentimiento de culpa y criminalidad para exaltarlos a volver a Perú a hacer la guerra.
Diario de Inés de Atienza
Ahora Juan Alonso de la Bandera es muerto. Comenzaré por el principio. D. Fernando quitó el cargo de Maese de Campo a Lope de Aguirre, diolo a Juan Alonso. Aguirre, enfurecido, lo mató. Fue restituido al cargo. Lorenzo Çalduendo, capitán de Guardia, es el nuevo ganador del premio, yo.
Diario de Lucía 29-3-95
Anoche acabé tan agotada y excitada que no encontré tiempo para escribir. Paramos en la ciudad brasileña de São Paulo de Olivença. Ya navegamos por Solimoes, el Amazonas brasileño hasta llegar a Manaos. No dormimos en el barco, sino que acampamos en las cercanías del río. El día transcurrió en montar nuestro campamento.
Cuando el sol iba cayendo, despuntando sus últimos rayos verdosos en la selva, hicimos una hoguera que nos serviría de cocina para la cena y daría calor durante la noche, que prometía largas conversaciones al fuego. Tras la cena, Inés sugirió hacer una quema de recuerdos. Nos sentamos alrededor de la fogata. Repartió papel y pluma para que escribiéramos los malos recuerdos y los arrojáramos al fuego. Su abuela le había enseñado este ritual, al quemar los recuerdos se mataba su espíritu, para que no volviera a suceder.
El fuego crepitaba, anaranjado, intentando lanzar imposibles destellos al cielo. No conseguía hallar ningún mal recuerdo. Buscaba y rebuscaba en mi memoria sin encontrar nada. Miguel se recostó en mis piernas. Clavó sus ojos en los míos. Los veía llenos de sombras, luces, espejismos. Figuras que iban y venían dentro de sus pupilas. Una sombra con forma de hombre iba tomando lentamente forma en su iris... Me hechizaban y asustaban esos ojos. La sombra del hombre se hacía muy nítida, se iba empequeñeciendo hasta clavarse en su pupila. Daba la sensación de ser algo más que la confluencia de ojos y fuego.
Nuestras miradas eran tan intensas que él rompió la conexión visual mediante un beso fugaz y un susurro en el oído: “Me lo estabas pidiendo a gritos”. Yo no pensaba en un beso mientras lo miraba. Pensaba en esas sombras, en ese hombre, tal vez fruto de la casualidad y mi imaginación, que se perfilaba en su mirada.
La voz de Inés me hizo volver a la realidad, era hora de quemar los malos recuerdos. Aún no había alcanzado a recordar ninguno, así que pensé que aquel hombre ocular de Miguel no me parecía menos que un mal augurio. Decidí quemarlo. Dibujé una silueta similar y lo arrojé al fuego.
Preparamos café para pasar la noche. Fran sacó su guitarra, creo que no había dicho que la tocaba. Tocó y cantamos hasta muy entrados en esa boca de lobo que es la noche en el Amazonas. Cansados, estábamos a punto de ir a dormir cuando Fran nos detuvo y dijo:
-Esperad, tengo una última especialmente compuesta para la ocasión.
Dos acordes lentos antes de empezar la letra, casi una balada, un aire de bosanova. Su mirada chocó conmigo unos instantes, segundos.
La letra decía, más o menos, así:
A un fuego fatuo que arde,
misterioso algunas noches,
los campesinos celosos,
lo llaman el alma en pena.
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Miguel volvió a recostarse en mis piernas, Inés y Matías se apoyaban el uno en el otro, Fran era el único sentado en silla, para poder tocar.
El resplandor del fuego le ilumina la cara. Sus uñas rasgaban las cuerdas y sus ojos me escrutaban. “Las dos voces viven en la tiniebla”, bajaba la mirada a sus manos, para clavarla en mí al pronunciar las palabras dos y tinieblas.
Continuaba la canción:
Salta del fuego,
Como una lámpara,
como luz que navega sobre aceite,
Una llama quieta que recorre la noche.
¡Ah!, se fue por el camino de la candela.
Candela es, que viaja por la sombra
cerrando los caminos
Disimulaba bien las palabras y miradas dirigidas a mí. Parecía mirar todo el rato el fuego, aprovechaba éste para escrutarme por encima de alguna llamarada.
Y fin:
Me levanto en las noches de luna menguante,
Mis cabellos son tea
encendida que los vientos no apagan
Mis pies en llamas son llamas errantes,
pasan sobre los pajonales sin quemarlos.
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Como final, el suspiro de aprobación y encanto de Inés, que no sabía de la existencia de la canción compuesta por su marido. Aplaudimos todos. Dio las gracias, explicó que la música era suya, la letra la había sacado de distintos libros. Fuimos a dormir.
Empiezo a plantearme si no seré hipersensible, parece que me afecta todo en exceso. El recuerdo del fuego, la sombra con forma de hombre y las miradas hechiceras de aquella noche acentuaban mi ya normal alteración y excitación. La canción había sido la guinda del pastel. Hablaba también de fuegos, dos figuras perdidas en las tinieblas... ¿tal vez Miguel y yo en este oscuro Solimoes?
Por si fuera poco, anoche volví a tener ese sueño. Oía “Traidor, traidor...” de fondo. Pero cambiaba algo, no todo era oscuridad, sino que una sombra temblorosa, igual que la que se pintó en los ojos de Miguel, avanzaba hacia mí sobre un fondo oscuro.
Diario de Inés
Veinte y dos de marzo del año mil quinientos y sesenta y uno
Parece que acabaran todos por enloquecer. Ya se veía venir, ya... ¿A dónde pretenden llegar con esto? Ayer quiso D. Fernando de Guzmán que todos lo tomáramos voluntariamente como general. Para ello se valió de astutas artimañas. Dejó el cargo, lo mismo hicieron sus oficiales, y pidió que se eligiese libremente a quien mejor pareciese para el cargo. Sus amigos, después todo el campo, dijeron que le querían a él como general. Éste volvió a aceptar el cargo y preguntó que quiénes querían ir al Pirú a hacer la guerra, y quienes preferían quedarse e ir a buscar tierra y poblarla. Todos, algunos por temor, firmaron un tratado en el que decían que irían al Pirú a guerrear.
Veinte y tres de marzo
De niña jugaba a ser princesa, ese no parece juego de hombres maduros.
Ese Lope de Aguirre ha dicho hoy que, para tener la guerra más autoridad y fundamento, debíamos hacer nuestro Príncipe a D. Fernando y coronarlos al llegar al Pirú. Ha pedido que nos desnaturásemos de España y negáramos al rey D. Felipe. Luego han ido todos a besar la mano a D. Guzmán, llamaban “Excelencia” a ese mequetrefe.
¿Qué importa ya esto? ¿Qué es mi vida, sino un caminar constante hacia la muerte? Sigo viva por no incrementar mi lista de pecados, ya quisiera yo estar donde él está, reposando eternamente con mi Orsúa y no aquí, Tirana de Tiranos.
Tal vez aún quede una luz, una esperanza... Quizá aún pueda salvar mi vida, con mi muerte, puede que mi alma. El río parece inmenso. El final, su desembocadura, es la utopía con la que sueño por las noches. Mis ilusiones se las tragan sus aguas.
Otro día
Pasados tres meses en este pueblo de Bergantines partimos hacia el Pirú. Los planes son ir a isla Margarita, para tomar comida y agua. De allí, a tomar el Nombre de Dios y la Sierra de Capixa, que es paso para Panamá, así nadie podrá dar aviso de nuestra llegada.
Tomaremos Nombre de Dios, allí robarán y matarán a todos los sospechosos. Luego iremos sobre Panamá, tomaremos los navíos del puerto para que no puedan dar aviso al Pirú. Se nos habrá de juntar gente de Veragua y Nicaragua, a quienes daremos armas y libertad.
Bien informada estoy de cuantos planes se trazan, no olvidemos que ando vendida a cualquiera para sobrevivir. Lorenzo de Çalduendo es ahora mi dueño. Compitió por mis amores con el difundo De la Bandera. Me cuenta estos propósitos con chiribitas en los ojos. Me promete tierras, riquezas... Yo sonrío, envenenando sus miradas. Es lo que quieren ver sus ojos. Yo sólo quiero ver como se asustan, fracasan se humillan. Mueren. Que paguen por mi infierno. Que paguen por el infierno de Orsúa.
Días más tarde
Me reí de sus sueños infantiles de jugar a ser reyes, aunque bien sigue el príncipe con su principado. Desde que lo proclamaron soberano come solo, sírvese con ceremonias y firma las cartas de esta manera “D. Fernando de Guzmán, por la Gracia de Dios, Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile”:
Ahora estallan mis carcajadas ante el miedo. Susúrranme que se arrepienten de haber dado muerte a mi buen Gobernador. Por si no bastara cargar con el peso de una muerte, andan planeando otra. Han acordado no ir al Pirú a guerrear, sino buscar tierra para poblar. Para ello traman acabar con Lope de Aguirre y algunos de sus amigos, ya que éstos son los mayores partidarios de ir al Pirú a vencer y ser libres.
Prefiero las nuevas ideas a esas insensateces de príncipes, guerras al Pirú y a España. Muerto Aguirre morirán con él las locuras.
Diario de Lucía 3-4-95
En una noche triste llegamos a Manaos. Si, triste, tristísima.
El río es más inmenso que nunca, su grandeza me sobrecoge. La oscuridad no nos deja ver nada, estoy casi segura de que al amanecer perderé mi vista en un horizonte de río y cielo. Mi alma será una presa fácil para el majestuoso Solimoes.
Miguel se ha apoyado en mi hombro mientras yo miraba los lejanos destellos de las luces de Manaos. Se ven las cosas de otra manera cuando has recorrido medio mundo conducida por la desesperación. Encontrar la felicidad en sus besos y en el río me hace pensar en si todo será tan espléndido cuando acabe el viaje. Él me demuestra que sí a cada instante.
Es una noche triste, tristísima, por varios motivos. Hemos detenido nuestra ruta unos cuantos kilómetros antes de llegar a Manaos, es nuestra última noche de viaje en barco por el Amazonas. Mañana, al alba, partiremos hacia el puerto de Manaos. Además, cerca de estos lugares, acontecieron la mayoría de los asesinatos que Lope de Aguirre ejecutó en el río. Noches tristes las de hace tantos años, noche triste también esta, en la que recordamos sangre navegando río abajo.
Contaré nuestra ceremonia particular, en recuerdo de lo que ya es historia:
La noche caía. Inés y Matías cocinaban la cena. Fran preparaba la cubierta poniendo cojines por el suelo y un mantel enorme. Velas en el centro, el resto esparcidas por la cubierta. Un nenúfar junto a cada vela.
Quién mejor para rendir culto a la historia que nuestros dos escritores:
Una frase de su amante, Lorenzo de Çalduendo, “¡Mercedes me ha de hacer a mí Lope de Aguirre! ¡Vivamos sin él pese a tal”. Y otra de ella, pronunciada al enterrar a una mestiza que se le había muerto: “Dios te perdone, hija, que antes de muchos días tendrás muchos compañeros”. Levantaron las sospechas de un temeroso Lope, asustado ante la dama de la muerte. Aguirre determinó matar a Çalduendo. Lo encontró junto al Príncipe. Delante de él lo mató a estocadas y lanzadas. Luego mandó a un sargento suyo, Antón Llamoso, y a Francisco Carrión, que fueran a matar a doña Inés. Gran lástima bella. Quedó muerta la flor de la desesperación, hermosura y amargura de este río, la siempre bella Inés de Atienza.
Avisaron a Lope de Aguirre de que Guzmán planeaba su muerte. Aguirre, que tenía pensado de antemano acabar con él, se apresuró en dar muerte a su Príncipe. Tramó, además, el asesinato de todos los asistentes a la consulta en la que se planteó asesinarlo a él.
La noche siguiente del asesinato de Inés y Çalduendo, 21 de mayo, reunió Aguirre a toda la gente que pudo, diciéndoles que iban a castigar a unos capitanes que habían intentado amotinarse. Mataron, primero, a un capitán y un almirante. Organizó a sus amigos para que cada diez o doce matasen a uno de los que él pretendía. Pero éstos dijeron que estaba muy oscuro y que se matarían unos a otros sin darse cuenta. Esperarían hasta el amanecer.
Al alba, se dirigieron a casa de su Príncipe. Lope continuaba mintiendo, diciendo que se disponían a matar a los amotinados. Únicamente dos de sus grandes amigos, conocían la verdad. Ellos serían los encargados de matar a D. Fernando cuando los otros no se diesen cuenta.
Estando de camino encontraron a un clérigo, al que mató el cruel Aguirre a un clérigo. También cayeron un capitán y otros dos hombres más.
Sin que los demás los viesen, dieron muerte al principito, a base de estocadas y arcabuzazos.
Sangre, sólo sangre. Lope de Aguirre, el tirano, tenía ya el control. Había tejido y destejido hilos, marañas y vidas para llegar a alzarse con el poder de una expedición que nunca creyó su destino, en Omagua y Dorado. Dejaban los sueños de oro salpicados con manchas sangrientas.
4-4-95
Hemos cerrado las maletas, nos despedimos de nuestro momentáneo hogar. Al cerrar la puerta del camarote y echar un último vistazo me ha parecido ver la figura de un hombre. He vuelto a mirar, ya no estaba. Se había esfumado. Seguramente nunca estuvo allí. Nunca. Sólo fue mi cabeza, mi imaginación. Demasiados nervios, el último día en el barco y mi exagerada imaginación me hacen ver cosas. No creo en fantasmas y no voy a empezar a creer ahora. Fufff... necesito oírmelo decir a mí misma. Mejor dejar de pensar en eso, era tan real... Estoy demasiado nerviosa, sí, eso es lo que ocurre.
Desembarcamos en Manaos. Su muelle flotante, articulado para fluctuar con los cambios de desnivel de las aguas, nos espera, dándonos la bienvenida a la civilización. Al poner pie en tierra firme, sentí que, lo verdaderamente civilizado, era quedarse allí, en el río que tantas maravillas me había enseñado, que tanto me habían hecho sentir el fluir de sus aguas...
En Manaos encuentras un desfile de despropósitos: avenidas, edificios y parques que recuerdan al Manhattan neoyorquino y a la bella y lejana París. Cosmopolitismo siglo XXI en el Amazonas. ¿Dónde está la selva? ¿Qué ha pasado con ella? Es el centro comercial por excelencia del Amazonas. Su tráfico fluvial es intensísimo, en comunicación directa con algunos de los puertos más grandes del mundo.
La riqueza de la ciudad, a finales del XIX, debido a la explotación del caucho, se deja notar en muchas construcciones. El mercado municipal, imitación del parisino les Halles, el palacio Río Negro, la plaza de San Sebastián... La gran joyita es el teatro Amazonas. La selva en el centro de la ciudad sólo se intuye, por el calor y la intensa humedad. El corazón se te estruja cuando tienes que decirle adiós al Amazonas, al Solimoes. Se te clava muy, muy dentro. Miguel me miraba con ojos de melancolía, buscaba refugio en mi pelo durante todo el día. Todos sentimos abandonar el río.
La expedición de, ahora sí, Lope de Aguirre continuó hasta la desembocadura. Nosotros pasaremos aquí un par de días y continuaremos la aventura hasta Isla Margarita.
Muerta Atienza, Miguel e Inés continuarán su relato con el diario de Elvira, hija de Lope de Aguirre.
Diario de Elvira 23 de Mayo de 1561
Esta mañana, tras el despertar de sangre que nos ha sobrecogido a muchos, nos ha juntado mi padre en la plaza. Rodeado de todos sus amigos, perfectamente armados, ha dicho que nadie ha de alborotarse por lo que ha visto, que estas son las cosas de la guerra, que el Príncipe y otros habían muerto por no saber gobernar.
Se ha autoproclamado General y Maese de Campo. Iremos a la guerra al Pirú. Está prohibido, so pena de muerte, hablar en secreto ni coger armas delante de mi padre.
Adoro a mi padre, en las esporádicas visitas que me hacía de niña me demostraba su amor y ternura. Él me rescató de aquel mísero hogar años después, para llevarme consigo, para quererme y tratarme como su hija. Sin embargo, odio esa frialdad que, a veces, es lo más destacado de su carácter.
He llorado por los muertos a escondidas. La sangre, la muerte provoca en mí pavor, como buena cristiana que me enseñaron a ser. Ruego por su alma. Ojalá mis rezos y súplicas sirvan para enmendar todos su pecados.
Diario de Lucía 5-4-95
Aguirre y su hombres partieron. En la margen derecha del río divisaron una cordillera. Avistaron algunas poblaciones a la orilla del río. Allí decían los guías que estaban Omagua y Dorado, Aguirre ordenó que nadie hablara con los guías. El Dorado pasó a ser un sueño prohibido, una leyenda cada día más muerta.
Diario de Elvira
Las muertes a manos de mi padre aumentan conforme descendemos el río. Ojalá se diera tanta maña para la vida como para la muerte. Ojalá pudiera amar a alguien más que a mí, su “querida hijita”, y se diera cuenta de lo que hace. Me protege y sobreprotege. Me cree pieza única de virginidad en este mar de tiranos. No sabe que amo a Pedrarias . Si lo supiera no dudo en no tardaría en acabar con nuestras vidas.
Nos abandonaron los indios Brasiles que traíamos como guías. El único atisbo de oro que vimos fue en Carari y Macari, algunos indios traían orejas y caricurís de oro. Tampoco nos esforzamos demasiado ya en encontrar metales preciosos.
Lo que más he odiado en estas pasadas jornadas han sido los constantes aguaceros desde que pasamos el pueblo de las Tortugas. Tampoco soporto esos asquerosos y abundantes mosquinos zancudos. Esperemos que las cosas cambien al llegar a Isla Margarita.
Hemos sido víctimas vivientes de mi padre. Perdiéndonos, encontrándonos, abandonando nuestros cuerpos, mientras selva y río encomendaban nuestras almas a un Dios que parece ya no me escucha. Al fin, hemos llegado al mar. La boca del río es inmensa, toda de agua dulce. Con infinidad de islas donde confluye con el mar. El mar, por fin.
Al grito de “¡Adelante mis Marañones!”, haciendo mención al nombre de este río, anima mi padre a sus hombres.
Diario de Lucía 7-4-95
Lunes por la tarde, abril del 95, llegamos a isla Margarita. Lunes tarde del 20 de Junio, 1561, la maldición llega esta isla, ahora paraíso vacacional.
Tras un trasbordo en Caracas llegamos a la isla, que son en realidad dos unidas por un doble cordón litoral.
No tiene mucho sentido que estemos aquí. Esto no se parece casi nada a aquella isla a la que llegaron los marañones para establecer su “reino de libertad”. Grandes hoteles, vacaciones, ocio. Seguramente son las hermosas playas los únicos testigos de lo acontecido hace cinco siglos.
Estamos casi al final del viaje, el sitio es idílico para descansar, relajarnos y que continúen su libro. Nos encontramos algo alejados de la “civilización”, nuestro hogar es una pequeña cabaña en el cerro Manacao, en la parte occidental, la más abruta, seca y menos turística.
“Perlas ensangrentadas,
flores pisoteadas.”
Diario de Elvira
Ensangrentamos el Marañón, ahora intentamos acabar con el brillo de esta isla Margarita, Isla Perla , a base de puñaladas y más muertes.
Llegamos el pasado 20 de Junio, tras tomar el puerto de Paragua. Mi padre mandó matar a uno que fue capitán de D. Fernando, también a otro que era su capitán, del que pensaba que no lo seguiría. A media noche hizo saltar a todos a tierra. Llegaron luego el Gobernador de la isla y los vecinos, alborotados por no saber qué sucedía. Actor de actores, mi padre llegó a arrodillarse ante el gobernador, ofreciéndose a su servicio. La adulación es un método que no suele fallarle. Llegó luego con nueva actitud. Desenmascarado dijo al gobernador que íbamos al Pirú, que sabía que ellos no nos tratarían bien ni nos dejarían continuar. Ordenó que dejaran las armas y los tomó presos.
Gritos, victoria: “¡Habemos preso al gobernador y la tierra es nuestra!” “¡Libertad! ¡Libertad!” “¡Viva Lope de Aguirre!”
Sí, libertad. Libertad para todos menos para mí. Ganas de morir cada vez que contemplo otra muerte. Ganas de vivir, por el contrario, cuando Pedrarias me lanza uno de sus besos no ensangrentados. Ganas de morir de nuevo cuando sospecho, por la mirada de mi padre, que sabe de lo nuestro y lo reprocha. Ganas de vivir cada vez que Pedrarias susurra amor a mis oídos.
El día del desembarco huyeron cinco Marañones. Mi padre enfurecía, rabiaba, amenazaba al gobernador y vecinos, exigiéndoles que los buscara. Esperanzas y promesas. Estaba yo prevenida de que sucedería. Uno de ellos era mi Pedrarias de Almesto. Me dijo que se iría e intentaría rescatarme, a los tres días apareció. Al contrario de lo que se suponía, mi padre no lo mató. Un rayo de compasión brilló en sus ojos. Por una vez parece que Dios atiende a mis rezos. Para que luego no me crea nadie cuando digo que no es tan malvado como parece. A los que si se colgó sin confesión fue a otros dos de estos huidos que aparecieron al poco. Más muertos a la lista.
Todo lo que necesitamos lo robamos de las casas del pueblo. Incluso se ha hecho una repartición de los hombres por las casas de los vecinos, allí comen y pasan el día, pero dormimos todos en la fortaleza.
Tenemos prisioneros a D. Juan de Villandrando, el gobernador, y Manuel Rodríguez, alcalde.
El odio de mi padre se incrementa cada día contra casi todo. Ahora sé que mis súplicas ya no bastarán para salvar su alma. Este infierno se acabó para mí. No, no aguanto más. Su actitud hace que mi corazón fulgure contra él. He coagulado mis lágrimas. No más llantos, no más muertos, no más sangre para mí. Huiré con Pedrarias en cuanto tengamos ocasión. Seguramente cuando lleguemos al Pirú, pues está es empresa imposible en esta isla.
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Viva Elvira y Pedrarias!
Diario de Lucía 9-4-95
Anoche me desperté con un gran sobresalto. Creí oír gritos de agonía, ahogados clamores pidiendo confesión. Aún despierta, continué oyendo las voces, atronadoras dentro de mis oídos. Parecían tan reales... No eran como esas otras voces de aquel sueño en el que oía “tirano”. Aquellas eran tranquilas, con un pequeño toque de desesperación y amargura rasgando su serenidad. Las de ahora son voces totalmente desgarradoras, gargantas quebradas, risas y llantos aulladores. Unas veces pedían confesión, perdón, otras lanzaban gritos agonizantes e injurias contra Dios. Fueron silenciándose, convirtiéndose en meros murmullos en mi cabeza.
¿Tendrán alguna relación con la historia de Lope de Aguirre? Seguramente sí, estos días ando muy involucrada en el transcurso de la historia. En ocasiones, Lope se despertaba por las noches creyendo oír voces pidiendo perdón y gritos, igual que lo que yo oí. ¿Se removía su conciencia sólo en sueños?
Las injurias que yo escuchaba podrían tener que ver con su conducta pagana. A veces decía no creer en Dios, o que éste había hecho el cielo para tan ruin gente que él no quería ir allá. Afirmaba que prefería ir al infierno, “Porque allí está Julio César y Alejandro Magno y otros valientes, y en el cielo están pescadores, carpinteros y gente de poco brío.”
Odiaba a los frailes, decía que no había de dejar con vida a los que encontrara. Su odio hacia éstos se incrementó cuando, estando en esta Isla Margarita, mandó a un capitán, Pedro Monguía, con 18 hombres a tomar un navío que tenía un tal Fray Francisco Montesinos. Llevaba tiempo sin saber de Monguía, andaba triste y se enfurecía con facilidad. Le llegaron noticias de que se habían reducido al servicio de Su Majestad, que el fraile y su gente venían a destruirlo y hacerle la guerra. El tirano enfureció, mandó prender a todos los vecinos de Isla Margarita, amenazaba con hacer correr arroyos de sangre por la plaza.
El navío tomó puerto en la isla. Aguirre temía que sus hombres lo abandonaran y se pusieran del lado del fraile. Su mente retorcida tramó un plan para convencer a los marañones de que eran unos asesinos, de que únicamente estarían a salvo con él. Mató,
junto con unos amigos, al gobernador y otros cuatro que tenían presos, cubrieron los cuerpos y los metieron en la fortaleza. A media noche llamó a sus soldados, les mostró a la luz de las velas la carnicería. Aprovechó para recordarles que eran culpables de esas y otras tantas muertes, que nunca los perdonarían.
Al día siguiente mató a su Maese de Campo. Antón Llamoso, amigo de Aguirre, se tendió sobre el cadáver, chupaba la sangre que escapaba de las heridas de la cabeza. Hizo lo mismo con parte de los sesos.
El navío del fraile llegó al pueblo, pero nunca desembarcó nadie. Tal como vino se fue, siendo causante de muertes inútiles.
Diario de Elvira
Muertes, muertes, más muertes. Cada día más y más cadáveres apuntados a su nombre. No aguanto tener que disfrazar mi cara hastiada con sonrisas infantiles, engañar mis sentimientos con palabras de amor e inocencia para mi padre.
Errores, planes fatídicos... La ira de los hombres, “La Ira de Dios”, también “Príncipe de la libertad”, se autoproclama. Su alférez general dijo demasiado alto querer matarlo, mi padre mandó su muerte, el alférez fue más listo y se huyó al monte. Esto desencadenó otras muertes, cayeron un Alférez de guardia, amigo del huido; otro de los Marañones y una mujer de la isla. A ella la ahorcaron en medio de la plaza. Llenaron su cuerpo de arcabuzazos una vez muerta. Acabaron con ella porque el huido frecuentaba mucho su casa. Era una pena ver así a la pobre mujer, su cuerpo conservaba las huellas de una hermosa juventud. Mataron luego a su marido, hombre envejecido y enfermo, se moría de pena al ver perecer a su bella esposa. También cayó un fraile dominico que con él estaba. Muerto éste decidió mi padre matar también al otro fraile de la isla.
Abandonamos hoy isla Margarita, partimos hacia Borburata, ya que estarán avisados en Panamá y Nombre de Dios de nuestra venida. De Borburata iremos a atravesar la gobernación de Venezuela y el Nuevo reino de Granada, y de allí al Pirú. Nuestro ansiado Pirú, mi amado Pirú.
Entraron en la isla 200 hombres, salen 160. Seguimos viendo la huída como única fórmula para liberar nuestro amor.
Diario de Lucía 12-4-95
Una mano equivocada toca el hombro que no es. Un giro de cabeza, unos ojos frente a otros. Pavor que unos interpretan como dulzura. Un brazo rodeando mi cintura. Un beso intenso del que mi mente huía, mi cuerpo se petrificaba en él.
Fran me ha besado. Los demás habían salido, estábamos los dos solos. No lo entiendo. No. No. Con lo amigos que son Miguel y él, su mujer aquí, a la que parece querer tanto. No. No es posible. Ahora le huyo, apenas cruzamos palabra, evito las conversaciones en las que él interviene, ni siquiera canto cuando toca la guitarra.
Y esas voces siguen sonando en mi cabeza. Susurran, pero a veces gritan, el ruido es tan ensordecedor que temo acabar gritando yo también. A los susurros de traidor, los gritos de agonía y perdón se ha sumado el angelical murmullo de una niña que repite incansable: “¿Conoces el final de la canción?” No sé de qué canción habla. Tal vez sea de aquella que tocó Fran en São Paulo de Olivença. Se lo preguntaría, pero ahora lo que menos me apetece es tener que hablar con él.
Odio esto. Odio esta Isla Margarita, isla de perlas ensangrentadas para Lope de Aguirre, el tirano. Añoro el calor y verdor del Amazonas, en el que sólo escuchaba el clamor y fluir de aguas.
Los brazos de Miguel están fríos, sus besos suenan lejanos. Mi garganta se llena de nudos que no puedo escupir. Vomito dos veces al día para intentar sentirme más limpia, más humana, para intentar calmar esas voces de mi cabeza. No pienso contárselo a nadie. Pensarán que es mi imaginación, lo mismo que yo pensaba al principio. Ahora sé que no. Son voces, voces que me avisan, que me dicen, me advierten... Pero no sé el qué.
Queda menos para volver a tierra firme.
13-4-95
No aguantaba más. No podía soportarlo. Tenía que intentarlo para comprobar si así conseguía acabar con las voces de una vez. Sorprendentemente, ha dado resultado. Anoche empecé a oír únicamente la voz de la niña que preguntaba: “¿Conoces el final de la canción?”
Estábamos, de nuevo, solos en casa Fran y yo. Olvidando lo del otro día le he preguntado por aquella canción que cantó, si acababa así o tenía otro final. Ha confirmado mis peores temores. Esperaba que me dijera que no y poder recobrar la esperanza de que las voces fueran fruto de mi imaginación. Ha traído la guitarra y ha cantado el verdadero final. De nuevo un aire de bosa:
Ave María, guárdanos del alma del tirano Aguirre
que pasa la noche en la candela.
Y Vuelta al consabido estribillo:
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Al acabar ha dicho: “Olvida lo de ayer, no sabía lo que hacía.” Después de un largo silencio se ha ido a su habitación. Silencio, sí, silencio. Silencio del de verdad, sin voces, sin gritos, sin niñas que piden finales de canciones. Por fin acabó, por fin.
Diario de Elvira
Llegamos a Borburata. Mi padre ha mandado: “pregonar guerra a sangre y fuego contra el Rey de Castilla y sus vasallos, salvo aquellos que pasen con nosotros, a los demás que los maten, será el muerto el marañón que no lo haga”.
Llevamos aquí unos veinte días, cada vez escribo con menos frecuencia.
Las muertes injustas acontecen. Los últimos en perecer han sido un par de soldados, uno porque preguntó si nos hallábamos en tierra firme, el otro por aceptar las palabras de mi padre que le invitaban a abandonarnos. Ya muerto le pusieron un rótulo en el pecho que decía “por inútil y desaprovechado”.
Las páginas de mi diario parecen más una necrológica que la vida de una mujer joven. Ahora hablaré de mí. Empiezo a ser insensible a los actos de mi padre. No me importan, me da igual lo que haga. Continúo rezando en vano por su alma, por la de todos los marañones, todos los caídos, la de Pedrarias y la mía propia. De las penas del día a día, saco alegrías y esperazas, que se traducen en palabra y promesas de Pedrarias.
Diario de Lucía 15-4-95
A pesar de que Inés y Miguel ya andan contando las peripecias de los Marañones en tierra firme, seguimos aquí, en Isla Margarita. Las cosas van bastante mejor. Lo de Fran queda olvidado. Las voces siguen silenciadas, permitiéndome concentrarme en otros asuntos, como la historia:
Dos soldados huyeron estando de camino a Valencia. Enfurecido, el tirano regresó a Borburata, amenazó al alcalde con que los encontrara o se llevaría a su mujer e hijos. No pudiendo encontrarlos, Lope cumplió su palabra, pero acabó llevándose a doce mujeres, caminando hacia Nueva Valencia. Dejaron el pueblo de Borburata destruido, quemado y saqueado.
Los vecinos de Barquismeto y Venezuela, alertados de la llegada del tirano, huyeron al monte. Por el contrario, los de Tocuyo pusieron a salvo a sus mujeres e hijos, se organizaron para derrotar al tirano. El gobernador nombró oficiales de guerra y alférez, en nombre de Su Majestad, entre los vecinos. Partieron a Barquismeto, regresaron todos los que andaban escondidos en el monte. Llegó también un tal Diego García de Paredes, al que dieron el cargo de Maese de Campo. Cada día se acercaban más para luchar contra el tirano.
Lope y los suyos regresaron, por segunda vez a Borburata, encontrando la capa de otro de los Marañones huidos con el fraile. Tomaron a Francisco Martín, Marañón de éstos que había aparecido, por mentiroso, y lo ahorcaron.
Llegaron, al fin, al pueblo de Valencia. Allí no pasó gran cosa. Pero fue aquí donde Lope de Aguirre escribió una carta al rey Felipe II. En ella se declaraba como “su mínimo vasallo”. Se quejaba de que el rey había sido cruel e ingrato con ellos, que tantos servicios le habían hecho a este lado del Atlántico. Le negaba obediencia y se desnaturaba de España, decía que haría la guerra hasta que sus fuerzas aguantaran.
Frase célebre de esta carta es la siguiente: “por cierto tengo que pocos reyes van al infierno, porque sois pocos”.
Por el contrario de lo que había demostrado hasta el momento con sus injurias y actos paganos, parece preocupado por la Iglesia. Afirma que no dejarán de ser obedientes sus preceptos. En el escrito denuncia el mal comportamiento de los frailes en América.
Cuenta al rey la expedición por el Amazonas, porqué mataron a Orsúa, D. Fernando y tantos otros.
Añade una lista con todos los nombres de sus Marañones. Se despide como “Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el peregrino”.
Diario de Elvira
Nos dimos priesa en salir de la Valencia, dejamos el pueblo quemado y destruido. En el camino huyeron diez Marañones. Resolvió mi padre matar a todos los sospechosos y enfermos, pero fueron muchos los que, gracias a Dios, se negaron a que tal crueldad aconteciese.
Antes de llegar a Barquismeto nos topamos con los de Su Majestad, pero huyeron a su campo. Llegamos al pueblo a veinte y dos de octubre de mil quinientos y sesenta y un años. Tras una primera escaramuza, nos apoderamos del pueblo, los de Su Majestad lo habían abandonado y se habían ido a aposentar en un campo cuya situación desconocemos. Hemos encontrado muchas cédulas que decían que se perdonarán a los que se pasen al Real Servicio.
Mi padre ordenó quemar algunas cosas que se encontraron por las casas. En un descuido el fuego se fue de las manos, extendiéndose a la Iglesia y quemando casi todo el pueblo.
Sueño con un Pirú que cada día me parece más lejano.
Veinte y cinco de Octubre, año mil quinientos y sesenta y uno
En estos días ha habido algunas escaramuzas sin heridos. Algunos nos abandonan, pasan al campo de Su Majestad.
Hoy sí que se ha formado una batalla brava y reñida. Diego Tirado, capitán Marañón, se ha pasado con los del rey. Mi padre ha quedado frustrado, éste era uno de los que se decían su amigo. Además, los arcabuceros Marañones no han conseguido herir a hombre ni caballo, a lo que mi padre dijo: “Marañones, a las estrellas tiráis.” Ha pensado, de nuevo, matar a sospechosos y enfermos. Todos se han negado.
Llevamos algunos días encerrados en esta cuadra que nos hace de fortaleza. No hay comida, algunos comen perros. Desfallezco de un hambre que ya no puedo satisfacer con apresurados besos.
Los hombres, incluso también yo, empezamos a palpar nuestra perdición. El sueño del “reino de libertad” se esfuma como se disipó el sueño del Dorado.
Las primeras muertes de la expedición precedieron a otras muertes, éstas a otras y otras...Quedamos pocos, vemos el reflejo de nuestros cuerpos sin vida en el aire.
Mi padre ha decidido partir al mar.
Veinte y seis de Octubre
Llanto, llanto de vidas. Esperanza, luz al fondo del camino. Pedrarias se ha pasado hoy con los del rey. Ha prometido volver por mí. Me sacará de aquí, me salvará. Seremos libres y felices.
Diario de Lucía 20-4-95
Llegamos a un punto en el que la historia ya no es historia. Estamos en Barquismeto. Remendamos, ponemos punto final a nuestro viaje, a nuestro sueño.
La historia se enlaza con mi vida, con mi muerte. Ya no sé qué es real y qué no. Las voces han vuelto, sólo oigo gritos y lamentos. Esta mañana, al levantarme, he creído ver mi cama ensangrentada. He gritado tanto que casi temí que se me desangrara la garganta. Miguel se preocupa por mí, intenta tranquilizarme. Yo sé que él no puede verlo, no puede sentirlo. Es mi cabeza, algo falla ahí dentro. Tal vez no. No, no. Quizá los gritos sean simplemente gritos y la sangre simplemente sangre. Gritos y sangre reales.
Las palabras de aliento de Miguel, mis pensamientos, mis sentimientos, los fantasmas que aúllan en mis oídos... Me recuerdan al final. No sólo al final del viaje, también al final de la historia:
27 de Octubre de 1561
El tirano decidió volver a Borburata, sus Marañones se niegan. La mayoría de sus hombres lo abandonan. Con él quedaron 6 ó 7, entre ellos ese Antón Llamoso chupa cadáveres. El tirano, más tirano este día que nunca, se ve abocado en la desesperación, con el diablo ahogándolo por el pescuezo. Apuñaló a su hija. Parecía quererla más que a sí mismo, el único ser por el que el sanguinario Lope de Aguirre había mostrado un ápice de amor. ¿Qué importaba el amor si era el fin? ¿Qué importa el amor si es el fin? ¿Qué importa Miguel?
Ni siquiera sé por qué escribo esto. El final está próximo, siento que no me quedan lágrimas para despedir América.
¡Ah! Las horribles voces otra vez. Conocí a una artista que se hacía pequeños cortes con una cuchilla en la planta de los pies. Caminaba por la playa dejando huellas ensangrentadas. Decía que aquello era arte. No sé si lo será, pero yo voy a hacer lo mismo. Tal vez el dolor haga callar las voces. Veo luces fosforitas en el cielo.
Creo que alguien me llama. Seguiré escribiendo más tarde.
* * *
Miguel llama a Lucía para cenar. Esa noche estarán solos, tendrán su particular fiesta de despedida, la última noche solos en el continente del paraíso. Una mesa con velas en el porche. La mejor cena que Miguel había preparado jamás. Lucía era especial, había llegado a convertirse en un ángel para él, la chica con la que siempre había soñado.
Lucía sale, vuelve la cabeza. Ahí está. Es más nítido que nunca. Pequeño, barbudo, de voz grave, repite palabras que ella no entiende. Ojos endemoniados, con llamas fulgurantes, llenas de sangre, en su pupila. Una chica serena, reflejo de un hermoso ángel de piel tostada, está cerca del hombre.
Grita. Lucía grita como si no pudiera parar, como si ese fuera su único propósito en la vida. Pasos que se acercan, susurros, risas... El murmullo de un beso. Los brazos de Miguel. Las aguas del río en calma, las nubes llorando sangre que sólo unos pocos desgraciados pueden ver. Otro aullido desgarrador escapa de su garganta.
Grita. Se araña la cara con las uñas mientras los brazos de Miguel chocan bruscamente con su cuerpo.
El río está engullendo el cielo. Se le resquebraja y sangra la garganta. La naturaleza aúlla, los colores se diluyen. El fin está llegando, Lucía cree ser el único ser consciente de ello. Su voz se calma, no voluntariamente, sucumbe ante la impotencia de sus cuerdas vocales, ante la sangre que sale de su boca.
Ve el cielo lleno de fuegos fatuos. “Luces fosforitas en el cielo”. Al principio sólo había uno, se han ido multiplicando hasta formar un chispeante manto naranja.
Lucía ríe. Cada uno de esos fuegos es una de las almas que mató el tirano. Lucía vuelve a reír. Cree comprenderlo todo. Reflejos de almas en pena.
Miguel está aterrado, él no ha visto nada. Ahora oye dos golpes sordos, lejanos, suenan igual que dos arcabuzazos. Lucía cae al suelo, llorando. Él corre a socorrerla, a consolarla.
Ya pasó, ya.
Hallaron a Elvira muerta a los pies de su padre, el tirano mata al ángel, sus manos ensangrentadas. Dos de sus Marañones, por miedo, disparan. Lo hicieron dos veces, aunque el tirano sucumbió con el primero, que vino a darle justo encima del pecho. Así sucumbió su ánima, perdida en el infierno antes de muerto.
* * *
Miguel
Hace unos diez años de aquello. No quería tener que volver a recordarlo, menos así.
Lo más espeluznante que he contemplado en mi vida sucedió hace diez años, durante un viaje por el Amazonas, Isla Margarita y Barquismeto. Nos juntamos unos amigos, la chica con la que estaba saliendo y yo. Se llamaba Lucía, preciosa, algo más joven que yo.
Recuerdo con horror la última noche en Barquismeto. Ella se volvió loca. Tan pronto gritaba, como reía o lloraba. Decía ver espíritus y fuegos fatuos. No la creía, yo no veía nada. Escuché dos golpes secos, lejanos, que sonaron como dos arcabuzazos, los mismos que dieron muerte a Lope de Aguirre, el tirano. Un escalofrío congeló mi sangre, vi en el cielo uno de esos fuegos fatuos de los que Lucía hablaba. En ese instante, ella cayó al suelo, llorando. Le sangraba la boca. Había empezado a creerla loca, pero tengo razones para pensar que había mucho de verdad en aquello que creía ver.
La imagen de ese fuego fatuo me asalta aún algunas noches, se cuela aún en mis sueños y alcanzo a oír a la chica gritando.
Al fin, ella se calmó. Al llegar a Madrid no volví a verla. Desapareció, se esfumó. No contestaba a mis llamadas, nadie abría la puerta de su piso. Hoy, tras diez largos años, nos hemos encontrado. Paseábamos por el parque, no me ha dicho nada, únicamente me ha mirado fijamente, he podido ver fuegos fatuos, iguales al de aquella noche, en sus pupilas. La imagen de Lucía se ha desvanecido luego entre la multitud.
Él no miraba a ningún lugar concreto. Miguel era profesor de historia. Un tipo alto, de pelo y ojos castaños. Incapaz de mantener quieta la mirada describía con sus ojos líneas curvas, que iban desde su libro de historia a las piernas de la chica del fondo. Por último, miraba a la puerta.
Lucía descruzó las piernas con elegancia casi felina. Levantó la cabeza. Miró al fondo. Descubrió la mirada huidiza de un hombre, algo mayor que ella, apoyado en la barra, bebiendo. Su barba de tres días y unas gafas por las que asomaban unos ojos chiquitos, le daban un aire bohemio que la invitaba a imaginar.
-Una chica guapa- se dijo Miguel al verla descruzar las piernas. –22 ó 23 años.-
Le gustó su pelo tirante recogido en un moño y, por supuesto, sus piernas. No tenía nada que perder, tal vez ni siquiera hubiera algo que ganar. Fue un acto casi reflejo. Se sentó a su lado, poniendo una de esas tontas excusas que sirven de pretexto para conocer a alguien.
Una sonrisa fue el preámbulo de una conversación que se alargaría más de lo previsto.
* * *
No es el viento,
son tus velas.
Corta el ancla,
quema el mapa.
Buen viaje.
No había tiempo para pensar. Lucía llegó a casa y encontró una carta sin dirección, sin sello, ni remite, en su buzón. Ponía su nombre fuera. Dentro, una nota:
“Escritor busca aventurera para seguir al “traidor”. Dentro de tres días parto a Perú con unos amigos. Descenderemos el Amazonas y llegaremos a Isla Margarita. Allí escribiré mi libro. Espero tu respuesta hoy, antes de las 10. Es urgente. B´sos.”
Ni siquiera él esperaba que dijera que sí. Llevaban viéndose tres semanas, le pareció que podía resultar divertido. Sin embargo, la chica apresuró el “sí” y acordaron verse al día siguiente para concretarlo todo.
Aquel tipo envenenaba su oídos, la incitaba a hacer locuras. ¿Acaso aquello no era una locura? Aceptar, quizás fuera sólo un impulso vital. Supervivencia básica. Ella necesitaba un qué, un por qué de su existencia y de sus actos cuando él apareció. Hay días en los que el mundo te come a ti, ella era deglutida demasiado a menudo. Ahora podría devorar el mundo. Junto a Miguel sentía una obsesión, casi enfermiza, por paladear cada segundo. Parecía una gran oportunidad.
* * *
-Ten, esto es para tí.- Dijo Miguel entregándole un cuaderno de tapas marrones.- En él podrás llevar un diario de nuestra “expedición”.- Se le iluminaba la cara cada vez que pronunciaba esa palabra.
Estaban en el aeropuerto. Lucía no acababa de asimilar la idea de que, en unas horas, estarían a kilómetros y kilómetros de allí, intentando recrear una aventura: “La aventura de los Marañones”.
Miguel quería escribir, junto con su compañera Inés, sobre una expedición del 1560, a través del Amazonas, en busca de Omagua y Dorado. Un tal Lope de Aguirre se haría con los mandos de la expedición, conduciéndola por otros derroteros.
Tomarían el río Huallaga hasta enlazar con el Marañón, después el Ucayali, que se convertiría pronto en Amazonas. Continuarían hasta Manaos, en Brasil. De allí irían a Isla Margarita, para vivir el reino de “libertad” del loco Lope de Aguirre, éste era el personaje principal de la aventura. Loco. Todo apuntaba a eso. Un hombrezucho de unos cincuenta años, cojo de la pierna derecha, muy pequeño, de cara menuda y chupada. Egoísta, con un amor propio exagerado, destacaba por su afán de dominación, su ansia de poder.
...y loco. La personalidad de Aguirre era aún desconocida para Lucía. Acabaría por descubrir que le era más cercana de lo creía.
-Lucía, estos son Inés y Fran. –Miguel presentó a la pareja recién llegada. Intercambiaron sonrisas, parecían agradables.-Habrá que darse prisa, nuestro vuelo sale dentro de media hora.
Un vuelo tan largo da para mucho. Tuvieron tiempo de hablar del viaje y conocerse más. Inés no era profesora de historia, sino de griego. Daba clases en la Universidad, en su tiempo libre escribía y leía sin parar. Escribía, sobre todo, poemas. No era la poesía la que la llevaba a atravesar el Atlántico, sino la prosa. Descubrió “La aventura de los Marañones” gracias a Miguel. Le dejó unos cuantos libros y encontraron a su personaje, una tocaya suya: Inés de Atienza, protagonista femenina de esa aventura a la destrucción, amante de Orsúa, gobernador de la expedición. Esa fémina los había cautivado de tal forma que habían decidido hacerla protagonista de su próximo libro. Escribirían el supuesto diario de Inés de Atienza durante la jornada en busca de Omagua y Dorado. Más tarde, continuarían con el diario de Elvira, hija del tal Lope de Aguirre.
Intentaron dormir en el avión lo que la noche de nervios no les había dejado. Lucía se recostó en su asiento, cogió el diario que le había regalado Miguel. Intentó escribir algo, pero se quedó dormida con el diario entre los brazos. Despertó al tiempo, miró por la ventana, el contorno de América chocaba con el mar. Estaban llegando. Ante sus pies se extendía “El Continente del Paraíso”.
Cambio de hemisferios, cambio de hora.
Habían llegado.
Matías les esperaba adormecido en el aeropuerto. Dibujó una amplia sonrisa al encontrar a sus amigos. Hacía mucho que no se veían. Parecía que no había pasado el tiempo. Recordaba la primera aventura que habían vivido juntos, fueron a Cuzco, Machu Picchu y otras importantes ciudades del Imperio Inca. Hacía de esto ya bastantes años, cuando Matías estudiaba Historia en Madrid y compartía piso con Inés y Miguel. Cogieron un avión e hicieron su primera escapada a América. Matías les enseñó paisajes que sólo conocían por libros de texto. Poco tendría que ver este viaje, mucho más premeditado, estudiado y, sobre todo, con más recursos económicos, que aquella escapada estudiantil.
Durmieron en casa de Matías. Mataron la excitación del viaje y la diferencia horaria contando batallitas y recuerdos durante toda la noche. Lucía fue la primera en irse a la cama. Al fin y al cabo, ella no tenía tantas cosas de qué hablar. Antes de dormir ojeó lo que sería el primer capítulo del libro de Miguel e Inés
* * *
Diario de Inés de Atienza, por Inés y Miguel
Ocho de Agosto del mil quinientos y sesenta
Llegada, yo a Santa Cruz, que es en la provincia de los Motilones, así llamada por habitarla los únicos indios tresquilados del Pirú, ha sido comunicada mi llegada a mi gran amigo Pedro de Orsúa. De alegría se le ha tornado el rostro al verme. Hemos pasado juntos el resto del día. Me ha dado aposento en la misma casa donde él se aloja. Tal y como me prometió, iré con él en su jornada en busca de Omagua y Dorado.
Pronto habrá de partir por el Pirú a buscar gente y aderezar lo que falta para su jornada. Su ausencia será corta, ha dicho. Aquí hay algunas damas, en su mayoría mestizas e indias, aunque también alguna vieja castellana, que partirán en el viaje.
Espero no sentirme muy sola durante la ausencia de mi Orsúa.
Veinte y cuatro de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
La llegada no ha sido lo agradable que cabría de esperar. Pese a ser la protegida de Orsúa parece que esté aquí contra la voluntad de todos. Mi presencia da la sensación de pesar a la mayor parte del campo. Cuchicheos dicen que el gobernador sólo da mal ejemplo llevándome con él. Otros murmuran que vine aquí por ambición y riqueza, a la zaga de Omagua y Dorado.
Cuán equivocados están. No estoy aquí por la ambición de poder ni riquezas que acarrea esta empresa. He conocido hombres junto a los que ahora disfrutaría de riquezas y honor en el sosiego de mi hogar, Trujillo. Se me considera suficientemente hermosa y astuta para conseguir a casi cualquier hombre. El amor es más rápido, vence a mi ingenio femenino. Nunca había sentido tal cariño y compenetración con ningún amante.
Mi Pedro de Orsúa es un buen mozo, galante, amigo de la paz, y no comparable a ningún otro. En el tiempo que aquí llevo no he disfrutado más que de la conversación de mis damas de compañía y alguna esporádica visita de Pedro, muy ocupado en ultimar detalles, pues iniciamos la jornada pronto, si Dios quiere.
Por parte de los hombres no he recibido más que miradas de repugnancia y censura, murmuran y multiplican por decenas mis amantes. Otros, simplemente me miran con lascivia y envidia mal disimuladas.
* * *
Tras viajar de Madrid a Lima, se pusieron de nuevo en ruta hacia Santa, cerca del río Huallaga, donde comenzaría la aventura. Estaban a punto de comenzar su viaje. Llegaron justo para comer, hicieron noche allí y salieron temprano hacia el embarcadero. Matías se había encargado de tramitarlo todo. Luis, un viejo amigo de esa ciudad, les dejría un barco a motor con el que había recorrido alguna vez el Huallaga hasta enlazar con el Marañón y Amazonas.
Matías y Fran conducirían el barco. Revisaban la nave mientras Luis les daba las últimas instrucciones y recomendaciones. Inés y Lucía curioseaban por ahí. Miguel cargaba los equipajes y el material que necesitaban.
La cubierta se asemejaba a una terraza pequeña, con su mesita y sillas, lugar ideal para escribir y tomar el sol. Podía cubrirse con una carpa blanca, de plástico, cuando lloviera. Bajando unas escaleras se accedía a un pequeño almacén convertido en camarote, con sólo dos camas, sin ventanas. Desde cubierta se entraba directamente a otro camarote amplio, de ventanas redondas, con una gran cama de matrimonio. Justo al lado, el aseo y un salón-cocina con todo lo necesario para sobrevivir. Subiendo otras escaleras se llegaba al puesto de mando. Repartieron las habitaciones, Inés y Fran se quedaron con el camarote de cubierta, a Miguel y Lucía les tocó el cuchitril de abajo, Matías dormiría en el sofá-cama del salón.
A media mañana estaban preparados para zarpar. Se despidieron de Luis y comenzaron a navegar. Dejaron sus almas en tierra para convertirse en Marañones. La aventura rescrita hacia la perdición.
* * *
“¿O será que ese río marañoso te quiere encantar para luego teniéndote cerca arrastrarte en sus aguas? Te ha echado el ojo, seguro que te quiere llevar.”
Diario de Lucía 17-3-1995
Hoy, por fin, hemos embarcado. Han sido muchos los nervios, la tensión hasta llegar aquí, nuestro hogar durante los próximos 15 días, aproximadamente.
Brillaba un poco el sol cuando llegamos al embarcadero, pronto la lluvia nos ha dado la bienvenida. Matías ha inaugurado nuestra cocina con un delicioso cebiche .
Los demás han pasado la tarde registrando los rincones del barco, acomodándose y buscando los mejores lugares para realizar sus proyectos. Mientras, yo contemplaba el paisaje. La exuberante vegetación está atrapando mi corazón, me encanta. Apenas llevo unas horas y noto una extraña conexión entre el río y yo, como si mi meta en la vida fuera haber llegado hasta aquí. Como si este fuera el principio de un final que no existe. He dejado mucho para venir aquí: exámenes, familia, amigos... Sin embargo, es la primera vez que me siento tan exaltada y llena de tranquilidad a la vez.
Merecerá la pena.
Diario de Inés de Atienza
Veinte y seis de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
Hoy ha sido día de partir a esta, nuestra jornada en busca de Omagua y Dorado. Ya navegamos por este río. Lo nuestro nos ha costado, al echar anteriormente lo navíos se quebraron de podridos, quedaron dos bergantines y tres chatas.
Sea como fuere, hoy zarpamos del astillero. Con trescientos soldados españoles, trescientos servidores indígenas y unos veinte negros. No olvidemos a las mujeres. Partimos, finalmente, en dos bergantines personas y ovejas, cabras y cabalgaduras en otras nueve chatas.
El inicio de la jornada alimenta mis esperanzas e ilusiones de tener más tiempo para disfrutar de Orsúa.
Diario de Lucía 19-3-1995
He encontrado esta nota entre las páginas de mi diario:
Riueras del marañón
Do gran mal se a congelado
Se leuanto un Vizcaíno
Muy peor que Andaluzano,
A nadie Lope da confision
Por que no lo a acostumbrado
Y así tiene por çierto
Ser El tal Endemoniado.*
Es extraño. Creía que nadie sabe donde guardo mi diario. Ni siquiera Miguel. Lo cambiaré de sitio. Creo que es un romance sobre Lope de Aguirre. Supongo que se le habrá caído, o algo por el estilo.
Parece que me voy acostumbrando al clima. Hay 27 ó 28 ºC durante el día, una bajada brusca, de 8 ó 10 ºC, cuando cae la noche. Al amanecer el sol surge en un cielo despejado, las elevadas temperaturas facilitan la evaporación, van aumentando paulatinamente las nubes a lo largo de la mañana. Al alcanzar la máxima temperatura del día se llega al tope de tolerancia de humedad. La caída de temperaturas al llegar la tarde provoca lluvias tormentosas que se prolongan hasta entrada la noche.
Hoy ha habido tiempo para casi todo. Miguel e Inés se han pasado el día entre libros y apuntes con sus historias. Matías se aísla en el timón. Quedamos Fran y yo como únicas almas desocupadas de esta expedición. Lo que más me gusta es tomar fotos de peces, plantas y animales para después estudiarlos y clasificarlos. Mis dos años en biológicas no son nada en comparación con todo lo que él sabe. Me ha sugerido que, paralelamente a éste, mi “diario de viaje”, lleve otro con las fotos e información de flora y fauna descubiertos en el día. Creo que lo haré, pero en otro diario, mi “Diario de Flora y Fauna” .
Nuestro viaje continúa, la historia también. Por el momento, los sitios más destacados de aquella expedición de Orsúa y los suyos son: Caperuzos, donde enviaron delante a un tal Lorenzo de Çalduendo a buscar comida y rompió un bergantín, e Isla de García, llamada así porque en ella encontraron a García de Arce, que había partido río abajo con 30 hombres por orden del gobernador. En esa isla los indios andaban vestidos con camisetas, las casas eran cuadradas y grandes. La comida era maíz, yuca dulce y batata. También macato, yuca rallada que se pone en hoyos debajo de la tierra a podrir, con ella hacían pan y una bebida.
21-3-95
Hemos hecho un alto en el camino. Paramos a ver el pongo o salto de Aguirre. Cuenta la leyenda que, estando en grave peligro, Lope de Aguirre escribió en la piedra unos misteriosos signos. El viajero ha de persignarse y orar ante las huellas del tirano.
No suelo ser supersticiosa, ni tan siquiera religiosa, pero un extraño sobrecogimiento me ha invadido cuando Fran ha contado la leyenda.
He recordado el romance que encontré el otro día, decía algo del “endemoniamiento” de Aguirre. Ha sido entonces tal el escalofrío que ha recorrido mi cuerpo que mis labios se han sorprendido murmurando una de esas oraciones que me enseñaron de niña y que creía olvidada.
Al llegar al barco, mientras los demás cenaban, he fingido encontrarme mal y he bajado al camarote en busca del romance. No estaba. Recuerdo perfectamente que lo dejé en un bolsillo de mi maleta, junto al diario. Soy tan despistada que lo habré dejado en otro lugar. No. Recuerdo perfectamente que lo guardé ahí. Me inquieta el hecho de que mis cosas desaparezcan por si solas. Lo habré perdido, soy un desastre.
Miguel ha bajado a ver como me encontraba, ahora está en el camarote, esperándome. Suelo escribir en el lavabo, antes de ducharme. Es el único sitio donde puedo garantizar mi completa soledad, puedo echar el pestillo y que nadie me moleste. La soledad es tan deseable para escribir...
22-3-95
El Huallaga y Marañón se unieron hace tiempo, cerca de Lagunas, más adelante desembocó el Marañón en el Ucayali. Es aquí, en Iquitos, la ciudad más grande de la selva peruana, donde se considera el inicio del Amazonas. Navegar por el Amazonas es ver el sol agonizar tras la copa de los árboles y admirarse del verdor infinito. Hemos visto una planta curiosa poco antes de llegar, la Victoria Regia . Se trata de una planta acuática de una sola hoja flotante. Hay algunas de hasta dos metros de diámemetro.
Llegamos a Iquitos, capital del departamento de Loreto, Perú. Iquitos deslumbra por su exuberante vegetación, hay varias comunidades nativas como los Cocamas, los Wiotos, los Boras y los Ticuna.
Conviven dos mundos, que a la vez chocan y se entretejen. El verdor y el exotismo contrastan con la ciudad moderna, con calles llenas de comercios.
Aquí se encuentra el puerto fluvial más importante del Amazonas, por él circulan frutas, caucho, maderas preciosas y café.
Hemos hecho una visita a la ciudad, compramos comida y algunas otras cosas que necesitaremos hasta llegar a Manaos. Comimos en un restaurante del centro de la ciudad, un delicioso carapulca y suspiros de limeña de postre .
De vuelta al barco, nos ha sorprendido avistar un manatí , es a partir de aquí, hasta la desembocadura, donde empiezan a verse estos simpáticos mamíferos. Debía estar haciendo la digestión, pues éstos comen hasta llenar su estómago y hacen la digestión varados en el agua, con la nariz fuera, así era exactamente como se encontraba.
24-3-95
Miguel y yo pasamos ayer el día entero en el camarote, hablando, riendo y redescubriéndonos a nosotros mismos. Es curioso, descuida su “expedición” para estar sólo conmigo y alimentar nuestro amor, lo mismo que Orsúa e Inés. Aunque a Orsúa el descuido le costaría caro. Cuentan que andaba el gobernador demasiado ocupado en entretener a su doña Inés. Sus soldados decían que lo había hechizado, ya que de muy simpático que solía ser se había vuelto serio y huraño, huidizo de entrabar conversación con nadie. Comenzó a comer solo, a disfrutar extremadamente de la soledad, se le encontraba siempre solo o en compañía de Inés. Algunos soldados quisieron amotinarse y volver a Perú. Lope de Aguirre, que ya iba moviendo los hilos y preparando su escenario, haría cambiar de idea a muchos y desencadenarían torrentes de sangre. Convertirían al Amazonas en escenario de revolución, tornándolo un verdadero infierno verde.
Mañana pasaremos a la altura de Machifaros. La expedición pasó allí 33 días. Los indios de ese lugar andaban desnudos. Orsúa pidió al Cacique la mitad del poblado para él y sus hombres, hallaron aquí gran cantidad de comida, aunque algunos la desperdiciaron y luego faltó. Fue allí donde empezaron a creer que, los Indios brasiles que les habían informado de Omagua y Dorado, les mentían. Descendieron 700 leguas de río sin descubrir oro alguno. Fue expandiéndose la desconfianza, desilusión y burla tan rápidamente como lo había hecho la fiebre del oro y las riquezas en las cabezas de algunos. También aquí se planeó y llevó a cabo la muerte de Orsúa.
25-3-95
Hemos llegado a un punto crítico de nuestro viaje. Las aguas del Amazonas y el Napo se juntan. La muerte puso aquí su dedo hace más de 400 años.
Miguel y Matías lo tenían todo planeado. Nos han despertado, serían las 2:30, y conducido a la cubierta. Hacía frío, la noche en el Amazonas no puede compararse en nada al día. El cielo estaba despejado, se llegaban a ver las estrellas. Habían colocado cojines en el suelo para sentarnos, velas esparcidas por la cubierta iluminaban débilmente la oscuridad amazónica.
Estábamos en la confluencia de ambos ríos. Miguel ha sacado un libro de la “Jornada de Omagua y Dorado”, escrita por Francisco Vázquez, que vivió en
sus propias carnes el desarrollo de la aventura. Ha leído lo aquí acontecido, lo transcribo de forma algo resumida:
“Día primero del año mil y quinientos y sesenta y uno, a dos o tres horas de la noche, juntándose con D. Fernando hasta doce traidores. Fueron al aposento del Gobernador. Como vido el Gobernador que venía gente, volvió el rostro hacia ellos y les dijo “¡Qué es esto, caballeros! ¿A tal hora por acá?” Respondió Juan Alonso de la Bandera: “Agora lo veréis”; y le dio con una espada a dos manos por los pechos, lo pasó de una parte a otra, y luego segundó D. Fernando y los demás”.
Un escalofrío, parecido a aquél que me sobrecogió en el salto de Aguirre, ha hecho erizarse todo el vello de mis brazos. Al finalizar su lectura, Inés ha sacado unos apuntes, para leernos los sentimientos de su tocaya, la amante del gobernador:
Diario de Inés de Atienza
Día de la Circuncisión del Señor, primero del año mil y quinientos sesenta y uno
Lágrimas sanguinolentas fluyen con el río. Es horrible ver como te desgarran el corazón y no poder gritar por ello, ni tan siquiera quejarte. Encadenado llevo el luto bajo mi piel. En lo más hondo de mis entrañas llora mi alma desconsolada. Poner fin a un amor es fácil si acaban con la persona amada.
A ti, mi Pedro Orsúa, entregué lo que a ningún otro. No sólo mi cuerpo era tuyo, tomaste mi alma. Tú te entregabas a mí en cuerpo y alma en cada uno de tus besos. Bajo el amparo de tu amor este río parecía más bello, las lluvias incluso se me asemejaban a lágrimas del cielo. Hoy el río, la selva, adquieren cada vez de forma más nítida el aspecto de un infierno verde.
Me hubiera gustado saborear cada una de tus heridas, esta vida me ha enseñado a disfrutar también del dolor. No había tiempo. Mandé a unos de tus negros cavar un hoyo grande, os enterraron a Juan de Vargas y a ti juntos. A Vargas le dieron muerte después que a ti.
Como fondo musical de vuestro funesto entierro se oía a los traidores gritar: “¡Viva el Rey, que es muerto el tirano!”.
Tu recuerdo se borra rápidamente cada segundo. Ya no buscamos el Dorado, sólo la muerte acontece. Las lágrimas están prohibidas, el luto encarcelado. Mi corazón muerto y mi cuerpo vendido, condenado. Sólo queda la supervivencia, la venganza. Lanzaré miradas con besos al lugar donde reposa tu cuerpo. Tristes besos,
Torpes besos,
Sangre y besos.
Regreso al diario de Lucía 25-3-1995
Me sentía incapaz de irme a dormir, tal cúmulo de sensaciones me invadía... Las palabras me habían sonado demasiado reales, soy una de esas personas que se alimentan de palabras. Miguel y yo, nos hemos acostado en la cubierta, cara al cielo, mirando las estrellas. El cielo más claro que he visto nunca, las estrellas más brillantes.
El amanecer nos ha sorprendido dormidos. El sol y la creciente humedad nos han despertado. Nos hemos ido a dormir a nuestras camas, bastante más cómodas que el suelo. Como pincelada final a esta noche mágica he encontrado una orquídea , preciosa flor típica del Amazonas, encima de mi almohada. Detalle de Miguel, por supuesto.
Diario de Inés de Atienza
Dos de Enero del año mil y quinientos sesenta y uno
Dios los perdone. Celebraron con el vino para misas la murete de mi Orsúa. Ahora gritan: “¡Libertad, libertad!”, parece que quisieran negar la obediencia a nuestro rey y señor Felipe II. Nombraron anoche General a D. Fernando Guzmán, tan amigo de Pedro que se le considera el más traidor de los traidores, el mayor libertador entre libertadores. El maese de campo es ese feucho vizcaíno, Lope de Aguirre, al que llaman Loco. Éste me acusa de hechizar al gobernador y otras cosas peores que no quiero nombrar. Ese Aguirre me mira con malos ojos desde el primer día.
Una chiquilla me contó hoy que un negro fue avisar a Orsúa de que tramaban su muerte. Él hallábase conmigo, encargó a otro que se lo comunicase. Un gran descuido el de éste el no advertir al Gobernador de tal traición. Las cosas podrían ser hoy distintas.
Juan Alonso de la Bandera pone ahora sus manos donde antes las caricias de mi amado. Mi alma y cuerpo están vendidos. Mi corazón ha muerto, así que no podré nunca serle infiel a Orsúa. Maquillo mis lágrimas, perfumo tristezas. Seguimos navegando, río abajo. Más sangre llenará bocas sedientas. Sólo huelo a muerte salpicando ese Dorado de nuestros sueños, en el que sólo nosotros creímos.
Diario de Lucía 28-3-95
...Traidor, traidor...
Anoche tuve una pesadilla donde sólo oía esa palabra.
Fue uno de esos sueños horribles en los que sabes que estás dormido, pero no puedes despertar. Estás atrapada en tu pesadilla y, lo peor de todo, eres consciente de ello. No se veía nada, un fondo negro y unas voces susurrando “traidor”.
Pobres marañones. Iban tejiendo su propia trampa, su telaraña. Pensaron, inocentes, que el rey les perdonaría haber matado a Orsúa, poniendo como excusa que iba descuidado en la búsqueda de tierra para poblar. Acordaron firmar todos un tratado, pero... Lope de Aguirre firmó como “Lope de Aguirre, traidor”. Les hizo despertar de su sueño de perdón para volverles los ojos y mostrarles su entrañas en bandeja: todos son traidores, culpables de la muerte. Aprovechó el mínimo sentimiento de culpa y criminalidad para exaltarlos a volver a Perú a hacer la guerra.
Diario de Inés de Atienza
Ahora Juan Alonso de la Bandera es muerto. Comenzaré por el principio. D. Fernando quitó el cargo de Maese de Campo a Lope de Aguirre, diolo a Juan Alonso. Aguirre, enfurecido, lo mató. Fue restituido al cargo. Lorenzo Çalduendo, capitán de Guardia, es el nuevo ganador del premio, yo.
Diario de Lucía 29-3-95
Anoche acabé tan agotada y excitada que no encontré tiempo para escribir. Paramos en la ciudad brasileña de São Paulo de Olivença. Ya navegamos por Solimoes, el Amazonas brasileño hasta llegar a Manaos. No dormimos en el barco, sino que acampamos en las cercanías del río. El día transcurrió en montar nuestro campamento.
Cuando el sol iba cayendo, despuntando sus últimos rayos verdosos en la selva, hicimos una hoguera que nos serviría de cocina para la cena y daría calor durante la noche, que prometía largas conversaciones al fuego. Tras la cena, Inés sugirió hacer una quema de recuerdos. Nos sentamos alrededor de la fogata. Repartió papel y pluma para que escribiéramos los malos recuerdos y los arrojáramos al fuego. Su abuela le había enseñado este ritual, al quemar los recuerdos se mataba su espíritu, para que no volviera a suceder.
El fuego crepitaba, anaranjado, intentando lanzar imposibles destellos al cielo. No conseguía hallar ningún mal recuerdo. Buscaba y rebuscaba en mi memoria sin encontrar nada. Miguel se recostó en mis piernas. Clavó sus ojos en los míos. Los veía llenos de sombras, luces, espejismos. Figuras que iban y venían dentro de sus pupilas. Una sombra con forma de hombre iba tomando lentamente forma en su iris... Me hechizaban y asustaban esos ojos. La sombra del hombre se hacía muy nítida, se iba empequeñeciendo hasta clavarse en su pupila. Daba la sensación de ser algo más que la confluencia de ojos y fuego.
Nuestras miradas eran tan intensas que él rompió la conexión visual mediante un beso fugaz y un susurro en el oído: “Me lo estabas pidiendo a gritos”. Yo no pensaba en un beso mientras lo miraba. Pensaba en esas sombras, en ese hombre, tal vez fruto de la casualidad y mi imaginación, que se perfilaba en su mirada.
La voz de Inés me hizo volver a la realidad, era hora de quemar los malos recuerdos. Aún no había alcanzado a recordar ninguno, así que pensé que aquel hombre ocular de Miguel no me parecía menos que un mal augurio. Decidí quemarlo. Dibujé una silueta similar y lo arrojé al fuego.
Preparamos café para pasar la noche. Fran sacó su guitarra, creo que no había dicho que la tocaba. Tocó y cantamos hasta muy entrados en esa boca de lobo que es la noche en el Amazonas. Cansados, estábamos a punto de ir a dormir cuando Fran nos detuvo y dijo:
-Esperad, tengo una última especialmente compuesta para la ocasión.
Dos acordes lentos antes de empezar la letra, casi una balada, un aire de bosanova. Su mirada chocó conmigo unos instantes, segundos.
La letra decía, más o menos, así:
A un fuego fatuo que arde,
misterioso algunas noches,
los campesinos celosos,
lo llaman el alma en pena.
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Miguel volvió a recostarse en mis piernas, Inés y Matías se apoyaban el uno en el otro, Fran era el único sentado en silla, para poder tocar.
El resplandor del fuego le ilumina la cara. Sus uñas rasgaban las cuerdas y sus ojos me escrutaban. “Las dos voces viven en la tiniebla”, bajaba la mirada a sus manos, para clavarla en mí al pronunciar las palabras dos y tinieblas.
Continuaba la canción:
Salta del fuego,
Como una lámpara,
como luz que navega sobre aceite,
Una llama quieta que recorre la noche.
¡Ah!, se fue por el camino de la candela.
Candela es, que viaja por la sombra
cerrando los caminos
Disimulaba bien las palabras y miradas dirigidas a mí. Parecía mirar todo el rato el fuego, aprovechaba éste para escrutarme por encima de alguna llamarada.
Y fin:
Me levanto en las noches de luna menguante,
Mis cabellos son tea
encendida que los vientos no apagan
Mis pies en llamas son llamas errantes,
pasan sobre los pajonales sin quemarlos.
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Como final, el suspiro de aprobación y encanto de Inés, que no sabía de la existencia de la canción compuesta por su marido. Aplaudimos todos. Dio las gracias, explicó que la música era suya, la letra la había sacado de distintos libros. Fuimos a dormir.
Empiezo a plantearme si no seré hipersensible, parece que me afecta todo en exceso. El recuerdo del fuego, la sombra con forma de hombre y las miradas hechiceras de aquella noche acentuaban mi ya normal alteración y excitación. La canción había sido la guinda del pastel. Hablaba también de fuegos, dos figuras perdidas en las tinieblas... ¿tal vez Miguel y yo en este oscuro Solimoes?
Por si fuera poco, anoche volví a tener ese sueño. Oía “Traidor, traidor...” de fondo. Pero cambiaba algo, no todo era oscuridad, sino que una sombra temblorosa, igual que la que se pintó en los ojos de Miguel, avanzaba hacia mí sobre un fondo oscuro.
Diario de Inés
Veinte y dos de marzo del año mil quinientos y sesenta y uno
Parece que acabaran todos por enloquecer. Ya se veía venir, ya... ¿A dónde pretenden llegar con esto? Ayer quiso D. Fernando de Guzmán que todos lo tomáramos voluntariamente como general. Para ello se valió de astutas artimañas. Dejó el cargo, lo mismo hicieron sus oficiales, y pidió que se eligiese libremente a quien mejor pareciese para el cargo. Sus amigos, después todo el campo, dijeron que le querían a él como general. Éste volvió a aceptar el cargo y preguntó que quiénes querían ir al Pirú a hacer la guerra, y quienes preferían quedarse e ir a buscar tierra y poblarla. Todos, algunos por temor, firmaron un tratado en el que decían que irían al Pirú a guerrear.
Veinte y tres de marzo
De niña jugaba a ser princesa, ese no parece juego de hombres maduros.
Ese Lope de Aguirre ha dicho hoy que, para tener la guerra más autoridad y fundamento, debíamos hacer nuestro Príncipe a D. Fernando y coronarlos al llegar al Pirú. Ha pedido que nos desnaturásemos de España y negáramos al rey D. Felipe. Luego han ido todos a besar la mano a D. Guzmán, llamaban “Excelencia” a ese mequetrefe.
¿Qué importa ya esto? ¿Qué es mi vida, sino un caminar constante hacia la muerte? Sigo viva por no incrementar mi lista de pecados, ya quisiera yo estar donde él está, reposando eternamente con mi Orsúa y no aquí, Tirana de Tiranos.
Tal vez aún quede una luz, una esperanza... Quizá aún pueda salvar mi vida, con mi muerte, puede que mi alma. El río parece inmenso. El final, su desembocadura, es la utopía con la que sueño por las noches. Mis ilusiones se las tragan sus aguas.
Otro día
Pasados tres meses en este pueblo de Bergantines partimos hacia el Pirú. Los planes son ir a isla Margarita, para tomar comida y agua. De allí, a tomar el Nombre de Dios y la Sierra de Capixa, que es paso para Panamá, así nadie podrá dar aviso de nuestra llegada.
Tomaremos Nombre de Dios, allí robarán y matarán a todos los sospechosos. Luego iremos sobre Panamá, tomaremos los navíos del puerto para que no puedan dar aviso al Pirú. Se nos habrá de juntar gente de Veragua y Nicaragua, a quienes daremos armas y libertad.
Bien informada estoy de cuantos planes se trazan, no olvidemos que ando vendida a cualquiera para sobrevivir. Lorenzo de Çalduendo es ahora mi dueño. Compitió por mis amores con el difundo De la Bandera. Me cuenta estos propósitos con chiribitas en los ojos. Me promete tierras, riquezas... Yo sonrío, envenenando sus miradas. Es lo que quieren ver sus ojos. Yo sólo quiero ver como se asustan, fracasan se humillan. Mueren. Que paguen por mi infierno. Que paguen por el infierno de Orsúa.
Días más tarde
Me reí de sus sueños infantiles de jugar a ser reyes, aunque bien sigue el príncipe con su principado. Desde que lo proclamaron soberano come solo, sírvese con ceremonias y firma las cartas de esta manera “D. Fernando de Guzmán, por la Gracia de Dios, Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile”:
Ahora estallan mis carcajadas ante el miedo. Susúrranme que se arrepienten de haber dado muerte a mi buen Gobernador. Por si no bastara cargar con el peso de una muerte, andan planeando otra. Han acordado no ir al Pirú a guerrear, sino buscar tierra para poblar. Para ello traman acabar con Lope de Aguirre y algunos de sus amigos, ya que éstos son los mayores partidarios de ir al Pirú a vencer y ser libres.
Prefiero las nuevas ideas a esas insensateces de príncipes, guerras al Pirú y a España. Muerto Aguirre morirán con él las locuras.
Diario de Lucía 3-4-95
En una noche triste llegamos a Manaos. Si, triste, tristísima.
El río es más inmenso que nunca, su grandeza me sobrecoge. La oscuridad no nos deja ver nada, estoy casi segura de que al amanecer perderé mi vista en un horizonte de río y cielo. Mi alma será una presa fácil para el majestuoso Solimoes.
Miguel se ha apoyado en mi hombro mientras yo miraba los lejanos destellos de las luces de Manaos. Se ven las cosas de otra manera cuando has recorrido medio mundo conducida por la desesperación. Encontrar la felicidad en sus besos y en el río me hace pensar en si todo será tan espléndido cuando acabe el viaje. Él me demuestra que sí a cada instante.
Es una noche triste, tristísima, por varios motivos. Hemos detenido nuestra ruta unos cuantos kilómetros antes de llegar a Manaos, es nuestra última noche de viaje en barco por el Amazonas. Mañana, al alba, partiremos hacia el puerto de Manaos. Además, cerca de estos lugares, acontecieron la mayoría de los asesinatos que Lope de Aguirre ejecutó en el río. Noches tristes las de hace tantos años, noche triste también esta, en la que recordamos sangre navegando río abajo.
Contaré nuestra ceremonia particular, en recuerdo de lo que ya es historia:
La noche caía. Inés y Matías cocinaban la cena. Fran preparaba la cubierta poniendo cojines por el suelo y un mantel enorme. Velas en el centro, el resto esparcidas por la cubierta. Un nenúfar junto a cada vela.
Quién mejor para rendir culto a la historia que nuestros dos escritores:
Una frase de su amante, Lorenzo de Çalduendo, “¡Mercedes me ha de hacer a mí Lope de Aguirre! ¡Vivamos sin él pese a tal”. Y otra de ella, pronunciada al enterrar a una mestiza que se le había muerto: “Dios te perdone, hija, que antes de muchos días tendrás muchos compañeros”. Levantaron las sospechas de un temeroso Lope, asustado ante la dama de la muerte. Aguirre determinó matar a Çalduendo. Lo encontró junto al Príncipe. Delante de él lo mató a estocadas y lanzadas. Luego mandó a un sargento suyo, Antón Llamoso, y a Francisco Carrión, que fueran a matar a doña Inés. Gran lástima bella. Quedó muerta la flor de la desesperación, hermosura y amargura de este río, la siempre bella Inés de Atienza.
Avisaron a Lope de Aguirre de que Guzmán planeaba su muerte. Aguirre, que tenía pensado de antemano acabar con él, se apresuró en dar muerte a su Príncipe. Tramó, además, el asesinato de todos los asistentes a la consulta en la que se planteó asesinarlo a él.
La noche siguiente del asesinato de Inés y Çalduendo, 21 de mayo, reunió Aguirre a toda la gente que pudo, diciéndoles que iban a castigar a unos capitanes que habían intentado amotinarse. Mataron, primero, a un capitán y un almirante. Organizó a sus amigos para que cada diez o doce matasen a uno de los que él pretendía. Pero éstos dijeron que estaba muy oscuro y que se matarían unos a otros sin darse cuenta. Esperarían hasta el amanecer.
Al alba, se dirigieron a casa de su Príncipe. Lope continuaba mintiendo, diciendo que se disponían a matar a los amotinados. Únicamente dos de sus grandes amigos, conocían la verdad. Ellos serían los encargados de matar a D. Fernando cuando los otros no se diesen cuenta.
Estando de camino encontraron a un clérigo, al que mató el cruel Aguirre a un clérigo. También cayeron un capitán y otros dos hombres más.
Sin que los demás los viesen, dieron muerte al principito, a base de estocadas y arcabuzazos.
Sangre, sólo sangre. Lope de Aguirre, el tirano, tenía ya el control. Había tejido y destejido hilos, marañas y vidas para llegar a alzarse con el poder de una expedición que nunca creyó su destino, en Omagua y Dorado. Dejaban los sueños de oro salpicados con manchas sangrientas.
4-4-95
Hemos cerrado las maletas, nos despedimos de nuestro momentáneo hogar. Al cerrar la puerta del camarote y echar un último vistazo me ha parecido ver la figura de un hombre. He vuelto a mirar, ya no estaba. Se había esfumado. Seguramente nunca estuvo allí. Nunca. Sólo fue mi cabeza, mi imaginación. Demasiados nervios, el último día en el barco y mi exagerada imaginación me hacen ver cosas. No creo en fantasmas y no voy a empezar a creer ahora. Fufff... necesito oírmelo decir a mí misma. Mejor dejar de pensar en eso, era tan real... Estoy demasiado nerviosa, sí, eso es lo que ocurre.
Desembarcamos en Manaos. Su muelle flotante, articulado para fluctuar con los cambios de desnivel de las aguas, nos espera, dándonos la bienvenida a la civilización. Al poner pie en tierra firme, sentí que, lo verdaderamente civilizado, era quedarse allí, en el río que tantas maravillas me había enseñado, que tanto me habían hecho sentir el fluir de sus aguas...
En Manaos encuentras un desfile de despropósitos: avenidas, edificios y parques que recuerdan al Manhattan neoyorquino y a la bella y lejana París. Cosmopolitismo siglo XXI en el Amazonas. ¿Dónde está la selva? ¿Qué ha pasado con ella? Es el centro comercial por excelencia del Amazonas. Su tráfico fluvial es intensísimo, en comunicación directa con algunos de los puertos más grandes del mundo.
La riqueza de la ciudad, a finales del XIX, debido a la explotación del caucho, se deja notar en muchas construcciones. El mercado municipal, imitación del parisino les Halles, el palacio Río Negro, la plaza de San Sebastián... La gran joyita es el teatro Amazonas. La selva en el centro de la ciudad sólo se intuye, por el calor y la intensa humedad. El corazón se te estruja cuando tienes que decirle adiós al Amazonas, al Solimoes. Se te clava muy, muy dentro. Miguel me miraba con ojos de melancolía, buscaba refugio en mi pelo durante todo el día. Todos sentimos abandonar el río.
La expedición de, ahora sí, Lope de Aguirre continuó hasta la desembocadura. Nosotros pasaremos aquí un par de días y continuaremos la aventura hasta Isla Margarita.
Muerta Atienza, Miguel e Inés continuarán su relato con el diario de Elvira, hija de Lope de Aguirre.
Diario de Elvira 23 de Mayo de 1561
Esta mañana, tras el despertar de sangre que nos ha sobrecogido a muchos, nos ha juntado mi padre en la plaza. Rodeado de todos sus amigos, perfectamente armados, ha dicho que nadie ha de alborotarse por lo que ha visto, que estas son las cosas de la guerra, que el Príncipe y otros habían muerto por no saber gobernar.
Se ha autoproclamado General y Maese de Campo. Iremos a la guerra al Pirú. Está prohibido, so pena de muerte, hablar en secreto ni coger armas delante de mi padre.
Adoro a mi padre, en las esporádicas visitas que me hacía de niña me demostraba su amor y ternura. Él me rescató de aquel mísero hogar años después, para llevarme consigo, para quererme y tratarme como su hija. Sin embargo, odio esa frialdad que, a veces, es lo más destacado de su carácter.
He llorado por los muertos a escondidas. La sangre, la muerte provoca en mí pavor, como buena cristiana que me enseñaron a ser. Ruego por su alma. Ojalá mis rezos y súplicas sirvan para enmendar todos su pecados.
Diario de Lucía 5-4-95
Aguirre y su hombres partieron. En la margen derecha del río divisaron una cordillera. Avistaron algunas poblaciones a la orilla del río. Allí decían los guías que estaban Omagua y Dorado, Aguirre ordenó que nadie hablara con los guías. El Dorado pasó a ser un sueño prohibido, una leyenda cada día más muerta.
Diario de Elvira
Las muertes a manos de mi padre aumentan conforme descendemos el río. Ojalá se diera tanta maña para la vida como para la muerte. Ojalá pudiera amar a alguien más que a mí, su “querida hijita”, y se diera cuenta de lo que hace. Me protege y sobreprotege. Me cree pieza única de virginidad en este mar de tiranos. No sabe que amo a Pedrarias . Si lo supiera no dudo en no tardaría en acabar con nuestras vidas.
Nos abandonaron los indios Brasiles que traíamos como guías. El único atisbo de oro que vimos fue en Carari y Macari, algunos indios traían orejas y caricurís de oro. Tampoco nos esforzamos demasiado ya en encontrar metales preciosos.
Lo que más he odiado en estas pasadas jornadas han sido los constantes aguaceros desde que pasamos el pueblo de las Tortugas. Tampoco soporto esos asquerosos y abundantes mosquinos zancudos. Esperemos que las cosas cambien al llegar a Isla Margarita.
Hemos sido víctimas vivientes de mi padre. Perdiéndonos, encontrándonos, abandonando nuestros cuerpos, mientras selva y río encomendaban nuestras almas a un Dios que parece ya no me escucha. Al fin, hemos llegado al mar. La boca del río es inmensa, toda de agua dulce. Con infinidad de islas donde confluye con el mar. El mar, por fin.
Al grito de “¡Adelante mis Marañones!”, haciendo mención al nombre de este río, anima mi padre a sus hombres.
Diario de Lucía 7-4-95
Lunes por la tarde, abril del 95, llegamos a isla Margarita. Lunes tarde del 20 de Junio, 1561, la maldición llega esta isla, ahora paraíso vacacional.
Tras un trasbordo en Caracas llegamos a la isla, que son en realidad dos unidas por un doble cordón litoral.
No tiene mucho sentido que estemos aquí. Esto no se parece casi nada a aquella isla a la que llegaron los marañones para establecer su “reino de libertad”. Grandes hoteles, vacaciones, ocio. Seguramente son las hermosas playas los únicos testigos de lo acontecido hace cinco siglos.
Estamos casi al final del viaje, el sitio es idílico para descansar, relajarnos y que continúen su libro. Nos encontramos algo alejados de la “civilización”, nuestro hogar es una pequeña cabaña en el cerro Manacao, en la parte occidental, la más abruta, seca y menos turística.
“Perlas ensangrentadas,
flores pisoteadas.”
Diario de Elvira
Ensangrentamos el Marañón, ahora intentamos acabar con el brillo de esta isla Margarita, Isla Perla , a base de puñaladas y más muertes.
Llegamos el pasado 20 de Junio, tras tomar el puerto de Paragua. Mi padre mandó matar a uno que fue capitán de D. Fernando, también a otro que era su capitán, del que pensaba que no lo seguiría. A media noche hizo saltar a todos a tierra. Llegaron luego el Gobernador de la isla y los vecinos, alborotados por no saber qué sucedía. Actor de actores, mi padre llegó a arrodillarse ante el gobernador, ofreciéndose a su servicio. La adulación es un método que no suele fallarle. Llegó luego con nueva actitud. Desenmascarado dijo al gobernador que íbamos al Pirú, que sabía que ellos no nos tratarían bien ni nos dejarían continuar. Ordenó que dejaran las armas y los tomó presos.
Gritos, victoria: “¡Habemos preso al gobernador y la tierra es nuestra!” “¡Libertad! ¡Libertad!” “¡Viva Lope de Aguirre!”
Sí, libertad. Libertad para todos menos para mí. Ganas de morir cada vez que contemplo otra muerte. Ganas de vivir, por el contrario, cuando Pedrarias me lanza uno de sus besos no ensangrentados. Ganas de morir de nuevo cuando sospecho, por la mirada de mi padre, que sabe de lo nuestro y lo reprocha. Ganas de vivir cada vez que Pedrarias susurra amor a mis oídos.
El día del desembarco huyeron cinco Marañones. Mi padre enfurecía, rabiaba, amenazaba al gobernador y vecinos, exigiéndoles que los buscara. Esperanzas y promesas. Estaba yo prevenida de que sucedería. Uno de ellos era mi Pedrarias de Almesto. Me dijo que se iría e intentaría rescatarme, a los tres días apareció. Al contrario de lo que se suponía, mi padre no lo mató. Un rayo de compasión brilló en sus ojos. Por una vez parece que Dios atiende a mis rezos. Para que luego no me crea nadie cuando digo que no es tan malvado como parece. A los que si se colgó sin confesión fue a otros dos de estos huidos que aparecieron al poco. Más muertos a la lista.
Todo lo que necesitamos lo robamos de las casas del pueblo. Incluso se ha hecho una repartición de los hombres por las casas de los vecinos, allí comen y pasan el día, pero dormimos todos en la fortaleza.
Tenemos prisioneros a D. Juan de Villandrando, el gobernador, y Manuel Rodríguez, alcalde.
El odio de mi padre se incrementa cada día contra casi todo. Ahora sé que mis súplicas ya no bastarán para salvar su alma. Este infierno se acabó para mí. No, no aguanto más. Su actitud hace que mi corazón fulgure contra él. He coagulado mis lágrimas. No más llantos, no más muertos, no más sangre para mí. Huiré con Pedrarias en cuanto tengamos ocasión. Seguramente cuando lleguemos al Pirú, pues está es empresa imposible en esta isla.
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Viva Elvira y Pedrarias!
Diario de Lucía 9-4-95
Anoche me desperté con un gran sobresalto. Creí oír gritos de agonía, ahogados clamores pidiendo confesión. Aún despierta, continué oyendo las voces, atronadoras dentro de mis oídos. Parecían tan reales... No eran como esas otras voces de aquel sueño en el que oía “tirano”. Aquellas eran tranquilas, con un pequeño toque de desesperación y amargura rasgando su serenidad. Las de ahora son voces totalmente desgarradoras, gargantas quebradas, risas y llantos aulladores. Unas veces pedían confesión, perdón, otras lanzaban gritos agonizantes e injurias contra Dios. Fueron silenciándose, convirtiéndose en meros murmullos en mi cabeza.
¿Tendrán alguna relación con la historia de Lope de Aguirre? Seguramente sí, estos días ando muy involucrada en el transcurso de la historia. En ocasiones, Lope se despertaba por las noches creyendo oír voces pidiendo perdón y gritos, igual que lo que yo oí. ¿Se removía su conciencia sólo en sueños?
Las injurias que yo escuchaba podrían tener que ver con su conducta pagana. A veces decía no creer en Dios, o que éste había hecho el cielo para tan ruin gente que él no quería ir allá. Afirmaba que prefería ir al infierno, “Porque allí está Julio César y Alejandro Magno y otros valientes, y en el cielo están pescadores, carpinteros y gente de poco brío.”
Odiaba a los frailes, decía que no había de dejar con vida a los que encontrara. Su odio hacia éstos se incrementó cuando, estando en esta Isla Margarita, mandó a un capitán, Pedro Monguía, con 18 hombres a tomar un navío que tenía un tal Fray Francisco Montesinos. Llevaba tiempo sin saber de Monguía, andaba triste y se enfurecía con facilidad. Le llegaron noticias de que se habían reducido al servicio de Su Majestad, que el fraile y su gente venían a destruirlo y hacerle la guerra. El tirano enfureció, mandó prender a todos los vecinos de Isla Margarita, amenazaba con hacer correr arroyos de sangre por la plaza.
El navío tomó puerto en la isla. Aguirre temía que sus hombres lo abandonaran y se pusieran del lado del fraile. Su mente retorcida tramó un plan para convencer a los marañones de que eran unos asesinos, de que únicamente estarían a salvo con él. Mató,
junto con unos amigos, al gobernador y otros cuatro que tenían presos, cubrieron los cuerpos y los metieron en la fortaleza. A media noche llamó a sus soldados, les mostró a la luz de las velas la carnicería. Aprovechó para recordarles que eran culpables de esas y otras tantas muertes, que nunca los perdonarían.
Al día siguiente mató a su Maese de Campo. Antón Llamoso, amigo de Aguirre, se tendió sobre el cadáver, chupaba la sangre que escapaba de las heridas de la cabeza. Hizo lo mismo con parte de los sesos.
El navío del fraile llegó al pueblo, pero nunca desembarcó nadie. Tal como vino se fue, siendo causante de muertes inútiles.
Diario de Elvira
Muertes, muertes, más muertes. Cada día más y más cadáveres apuntados a su nombre. No aguanto tener que disfrazar mi cara hastiada con sonrisas infantiles, engañar mis sentimientos con palabras de amor e inocencia para mi padre.
Errores, planes fatídicos... La ira de los hombres, “La Ira de Dios”, también “Príncipe de la libertad”, se autoproclama. Su alférez general dijo demasiado alto querer matarlo, mi padre mandó su muerte, el alférez fue más listo y se huyó al monte. Esto desencadenó otras muertes, cayeron un Alférez de guardia, amigo del huido; otro de los Marañones y una mujer de la isla. A ella la ahorcaron en medio de la plaza. Llenaron su cuerpo de arcabuzazos una vez muerta. Acabaron con ella porque el huido frecuentaba mucho su casa. Era una pena ver así a la pobre mujer, su cuerpo conservaba las huellas de una hermosa juventud. Mataron luego a su marido, hombre envejecido y enfermo, se moría de pena al ver perecer a su bella esposa. También cayó un fraile dominico que con él estaba. Muerto éste decidió mi padre matar también al otro fraile de la isla.
Abandonamos hoy isla Margarita, partimos hacia Borburata, ya que estarán avisados en Panamá y Nombre de Dios de nuestra venida. De Borburata iremos a atravesar la gobernación de Venezuela y el Nuevo reino de Granada, y de allí al Pirú. Nuestro ansiado Pirú, mi amado Pirú.
Entraron en la isla 200 hombres, salen 160. Seguimos viendo la huída como única fórmula para liberar nuestro amor.
Diario de Lucía 12-4-95
Una mano equivocada toca el hombro que no es. Un giro de cabeza, unos ojos frente a otros. Pavor que unos interpretan como dulzura. Un brazo rodeando mi cintura. Un beso intenso del que mi mente huía, mi cuerpo se petrificaba en él.
Fran me ha besado. Los demás habían salido, estábamos los dos solos. No lo entiendo. No. No. Con lo amigos que son Miguel y él, su mujer aquí, a la que parece querer tanto. No. No es posible. Ahora le huyo, apenas cruzamos palabra, evito las conversaciones en las que él interviene, ni siquiera canto cuando toca la guitarra.
Y esas voces siguen sonando en mi cabeza. Susurran, pero a veces gritan, el ruido es tan ensordecedor que temo acabar gritando yo también. A los susurros de traidor, los gritos de agonía y perdón se ha sumado el angelical murmullo de una niña que repite incansable: “¿Conoces el final de la canción?” No sé de qué canción habla. Tal vez sea de aquella que tocó Fran en São Paulo de Olivença. Se lo preguntaría, pero ahora lo que menos me apetece es tener que hablar con él.
Odio esto. Odio esta Isla Margarita, isla de perlas ensangrentadas para Lope de Aguirre, el tirano. Añoro el calor y verdor del Amazonas, en el que sólo escuchaba el clamor y fluir de aguas.
Los brazos de Miguel están fríos, sus besos suenan lejanos. Mi garganta se llena de nudos que no puedo escupir. Vomito dos veces al día para intentar sentirme más limpia, más humana, para intentar calmar esas voces de mi cabeza. No pienso contárselo a nadie. Pensarán que es mi imaginación, lo mismo que yo pensaba al principio. Ahora sé que no. Son voces, voces que me avisan, que me dicen, me advierten... Pero no sé el qué.
Queda menos para volver a tierra firme.
13-4-95
No aguantaba más. No podía soportarlo. Tenía que intentarlo para comprobar si así conseguía acabar con las voces de una vez. Sorprendentemente, ha dado resultado. Anoche empecé a oír únicamente la voz de la niña que preguntaba: “¿Conoces el final de la canción?”
Estábamos, de nuevo, solos en casa Fran y yo. Olvidando lo del otro día le he preguntado por aquella canción que cantó, si acababa así o tenía otro final. Ha confirmado mis peores temores. Esperaba que me dijera que no y poder recobrar la esperanza de que las voces fueran fruto de mi imaginación. Ha traído la guitarra y ha cantado el verdadero final. De nuevo un aire de bosa:
Ave María, guárdanos del alma del tirano Aguirre
que pasa la noche en la candela.
Y Vuelta al consabido estribillo:
El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.
Al acabar ha dicho: “Olvida lo de ayer, no sabía lo que hacía.” Después de un largo silencio se ha ido a su habitación. Silencio, sí, silencio. Silencio del de verdad, sin voces, sin gritos, sin niñas que piden finales de canciones. Por fin acabó, por fin.
Diario de Elvira
Llegamos a Borburata. Mi padre ha mandado: “pregonar guerra a sangre y fuego contra el Rey de Castilla y sus vasallos, salvo aquellos que pasen con nosotros, a los demás que los maten, será el muerto el marañón que no lo haga”.
Llevamos aquí unos veinte días, cada vez escribo con menos frecuencia.
Las muertes injustas acontecen. Los últimos en perecer han sido un par de soldados, uno porque preguntó si nos hallábamos en tierra firme, el otro por aceptar las palabras de mi padre que le invitaban a abandonarnos. Ya muerto le pusieron un rótulo en el pecho que decía “por inútil y desaprovechado”.
Las páginas de mi diario parecen más una necrológica que la vida de una mujer joven. Ahora hablaré de mí. Empiezo a ser insensible a los actos de mi padre. No me importan, me da igual lo que haga. Continúo rezando en vano por su alma, por la de todos los marañones, todos los caídos, la de Pedrarias y la mía propia. De las penas del día a día, saco alegrías y esperazas, que se traducen en palabra y promesas de Pedrarias.
Diario de Lucía 15-4-95
A pesar de que Inés y Miguel ya andan contando las peripecias de los Marañones en tierra firme, seguimos aquí, en Isla Margarita. Las cosas van bastante mejor. Lo de Fran queda olvidado. Las voces siguen silenciadas, permitiéndome concentrarme en otros asuntos, como la historia:
Dos soldados huyeron estando de camino a Valencia. Enfurecido, el tirano regresó a Borburata, amenazó al alcalde con que los encontrara o se llevaría a su mujer e hijos. No pudiendo encontrarlos, Lope cumplió su palabra, pero acabó llevándose a doce mujeres, caminando hacia Nueva Valencia. Dejaron el pueblo de Borburata destruido, quemado y saqueado.
Los vecinos de Barquismeto y Venezuela, alertados de la llegada del tirano, huyeron al monte. Por el contrario, los de Tocuyo pusieron a salvo a sus mujeres e hijos, se organizaron para derrotar al tirano. El gobernador nombró oficiales de guerra y alférez, en nombre de Su Majestad, entre los vecinos. Partieron a Barquismeto, regresaron todos los que andaban escondidos en el monte. Llegó también un tal Diego García de Paredes, al que dieron el cargo de Maese de Campo. Cada día se acercaban más para luchar contra el tirano.
Lope y los suyos regresaron, por segunda vez a Borburata, encontrando la capa de otro de los Marañones huidos con el fraile. Tomaron a Francisco Martín, Marañón de éstos que había aparecido, por mentiroso, y lo ahorcaron.
Llegaron, al fin, al pueblo de Valencia. Allí no pasó gran cosa. Pero fue aquí donde Lope de Aguirre escribió una carta al rey Felipe II. En ella se declaraba como “su mínimo vasallo”. Se quejaba de que el rey había sido cruel e ingrato con ellos, que tantos servicios le habían hecho a este lado del Atlántico. Le negaba obediencia y se desnaturaba de España, decía que haría la guerra hasta que sus fuerzas aguantaran.
Frase célebre de esta carta es la siguiente: “por cierto tengo que pocos reyes van al infierno, porque sois pocos”.
Por el contrario de lo que había demostrado hasta el momento con sus injurias y actos paganos, parece preocupado por la Iglesia. Afirma que no dejarán de ser obedientes sus preceptos. En el escrito denuncia el mal comportamiento de los frailes en América.
Cuenta al rey la expedición por el Amazonas, porqué mataron a Orsúa, D. Fernando y tantos otros.
Añade una lista con todos los nombres de sus Marañones. Se despide como “Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el peregrino”.
Diario de Elvira
Nos dimos priesa en salir de la Valencia, dejamos el pueblo quemado y destruido. En el camino huyeron diez Marañones. Resolvió mi padre matar a todos los sospechosos y enfermos, pero fueron muchos los que, gracias a Dios, se negaron a que tal crueldad aconteciese.
Antes de llegar a Barquismeto nos topamos con los de Su Majestad, pero huyeron a su campo. Llegamos al pueblo a veinte y dos de octubre de mil quinientos y sesenta y un años. Tras una primera escaramuza, nos apoderamos del pueblo, los de Su Majestad lo habían abandonado y se habían ido a aposentar en un campo cuya situación desconocemos. Hemos encontrado muchas cédulas que decían que se perdonarán a los que se pasen al Real Servicio.
Mi padre ordenó quemar algunas cosas que se encontraron por las casas. En un descuido el fuego se fue de las manos, extendiéndose a la Iglesia y quemando casi todo el pueblo.
Sueño con un Pirú que cada día me parece más lejano.
Veinte y cinco de Octubre, año mil quinientos y sesenta y uno
En estos días ha habido algunas escaramuzas sin heridos. Algunos nos abandonan, pasan al campo de Su Majestad.
Hoy sí que se ha formado una batalla brava y reñida. Diego Tirado, capitán Marañón, se ha pasado con los del rey. Mi padre ha quedado frustrado, éste era uno de los que se decían su amigo. Además, los arcabuceros Marañones no han conseguido herir a hombre ni caballo, a lo que mi padre dijo: “Marañones, a las estrellas tiráis.” Ha pensado, de nuevo, matar a sospechosos y enfermos. Todos se han negado.
Llevamos algunos días encerrados en esta cuadra que nos hace de fortaleza. No hay comida, algunos comen perros. Desfallezco de un hambre que ya no puedo satisfacer con apresurados besos.
Los hombres, incluso también yo, empezamos a palpar nuestra perdición. El sueño del “reino de libertad” se esfuma como se disipó el sueño del Dorado.
Las primeras muertes de la expedición precedieron a otras muertes, éstas a otras y otras...Quedamos pocos, vemos el reflejo de nuestros cuerpos sin vida en el aire.
Mi padre ha decidido partir al mar.
Veinte y seis de Octubre
Llanto, llanto de vidas. Esperanza, luz al fondo del camino. Pedrarias se ha pasado hoy con los del rey. Ha prometido volver por mí. Me sacará de aquí, me salvará. Seremos libres y felices.
Diario de Lucía 20-4-95
Llegamos a un punto en el que la historia ya no es historia. Estamos en Barquismeto. Remendamos, ponemos punto final a nuestro viaje, a nuestro sueño.
La historia se enlaza con mi vida, con mi muerte. Ya no sé qué es real y qué no. Las voces han vuelto, sólo oigo gritos y lamentos. Esta mañana, al levantarme, he creído ver mi cama ensangrentada. He gritado tanto que casi temí que se me desangrara la garganta. Miguel se preocupa por mí, intenta tranquilizarme. Yo sé que él no puede verlo, no puede sentirlo. Es mi cabeza, algo falla ahí dentro. Tal vez no. No, no. Quizá los gritos sean simplemente gritos y la sangre simplemente sangre. Gritos y sangre reales.
Las palabras de aliento de Miguel, mis pensamientos, mis sentimientos, los fantasmas que aúllan en mis oídos... Me recuerdan al final. No sólo al final del viaje, también al final de la historia:
27 de Octubre de 1561
El tirano decidió volver a Borburata, sus Marañones se niegan. La mayoría de sus hombres lo abandonan. Con él quedaron 6 ó 7, entre ellos ese Antón Llamoso chupa cadáveres. El tirano, más tirano este día que nunca, se ve abocado en la desesperación, con el diablo ahogándolo por el pescuezo. Apuñaló a su hija. Parecía quererla más que a sí mismo, el único ser por el que el sanguinario Lope de Aguirre había mostrado un ápice de amor. ¿Qué importaba el amor si era el fin? ¿Qué importa el amor si es el fin? ¿Qué importa Miguel?
Ni siquiera sé por qué escribo esto. El final está próximo, siento que no me quedan lágrimas para despedir América.
¡Ah! Las horribles voces otra vez. Conocí a una artista que se hacía pequeños cortes con una cuchilla en la planta de los pies. Caminaba por la playa dejando huellas ensangrentadas. Decía que aquello era arte. No sé si lo será, pero yo voy a hacer lo mismo. Tal vez el dolor haga callar las voces. Veo luces fosforitas en el cielo.
Creo que alguien me llama. Seguiré escribiendo más tarde.
* * *
Miguel llama a Lucía para cenar. Esa noche estarán solos, tendrán su particular fiesta de despedida, la última noche solos en el continente del paraíso. Una mesa con velas en el porche. La mejor cena que Miguel había preparado jamás. Lucía era especial, había llegado a convertirse en un ángel para él, la chica con la que siempre había soñado.
Lucía sale, vuelve la cabeza. Ahí está. Es más nítido que nunca. Pequeño, barbudo, de voz grave, repite palabras que ella no entiende. Ojos endemoniados, con llamas fulgurantes, llenas de sangre, en su pupila. Una chica serena, reflejo de un hermoso ángel de piel tostada, está cerca del hombre.
Grita. Lucía grita como si no pudiera parar, como si ese fuera su único propósito en la vida. Pasos que se acercan, susurros, risas... El murmullo de un beso. Los brazos de Miguel. Las aguas del río en calma, las nubes llorando sangre que sólo unos pocos desgraciados pueden ver. Otro aullido desgarrador escapa de su garganta.
Grita. Se araña la cara con las uñas mientras los brazos de Miguel chocan bruscamente con su cuerpo.
El río está engullendo el cielo. Se le resquebraja y sangra la garganta. La naturaleza aúlla, los colores se diluyen. El fin está llegando, Lucía cree ser el único ser consciente de ello. Su voz se calma, no voluntariamente, sucumbe ante la impotencia de sus cuerdas vocales, ante la sangre que sale de su boca.
Ve el cielo lleno de fuegos fatuos. “Luces fosforitas en el cielo”. Al principio sólo había uno, se han ido multiplicando hasta formar un chispeante manto naranja.
Lucía ríe. Cada uno de esos fuegos es una de las almas que mató el tirano. Lucía vuelve a reír. Cree comprenderlo todo. Reflejos de almas en pena.
Miguel está aterrado, él no ha visto nada. Ahora oye dos golpes sordos, lejanos, suenan igual que dos arcabuzazos. Lucía cae al suelo, llorando. Él corre a socorrerla, a consolarla.
Ya pasó, ya.
Hallaron a Elvira muerta a los pies de su padre, el tirano mata al ángel, sus manos ensangrentadas. Dos de sus Marañones, por miedo, disparan. Lo hicieron dos veces, aunque el tirano sucumbió con el primero, que vino a darle justo encima del pecho. Así sucumbió su ánima, perdida en el infierno antes de muerto.
* * *
Miguel
Hace unos diez años de aquello. No quería tener que volver a recordarlo, menos así.
Lo más espeluznante que he contemplado en mi vida sucedió hace diez años, durante un viaje por el Amazonas, Isla Margarita y Barquismeto. Nos juntamos unos amigos, la chica con la que estaba saliendo y yo. Se llamaba Lucía, preciosa, algo más joven que yo.
Recuerdo con horror la última noche en Barquismeto. Ella se volvió loca. Tan pronto gritaba, como reía o lloraba. Decía ver espíritus y fuegos fatuos. No la creía, yo no veía nada. Escuché dos golpes secos, lejanos, que sonaron como dos arcabuzazos, los mismos que dieron muerte a Lope de Aguirre, el tirano. Un escalofrío congeló mi sangre, vi en el cielo uno de esos fuegos fatuos de los que Lucía hablaba. En ese instante, ella cayó al suelo, llorando. Le sangraba la boca. Había empezado a creerla loca, pero tengo razones para pensar que había mucho de verdad en aquello que creía ver.
La imagen de ese fuego fatuo me asalta aún algunas noches, se cuela aún en mis sueños y alcanzo a oír a la chica gritando.
Al fin, ella se calmó. Al llegar a Madrid no volví a verla. Desapareció, se esfumó. No contestaba a mis llamadas, nadie abría la puerta de su piso. Hoy, tras diez largos años, nos hemos encontrado. Paseábamos por el parque, no me ha dicho nada, únicamente me ha mirado fijamente, he podido ver fuegos fatuos, iguales al de aquella noche, en sus pupilas. La imagen de Lucía se ha desvanecido luego entre la multitud.
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