martes, 18 de septiembre de 2007

-Yo no quería ser pesimista (Teen Spirit)- (2004)


(Ray Loriga, "Héroes)

Yo no quería ser pesimista; de hecho, ser pesimista era lo último que quería en el mundo. ¿Qué culpa tengo yo de no poder cambiar nada? ¿De que todo suceda tal que así, sin poder interceder en mi destino? Quizá todo estuviera escrito y mi nacimiento y mi vida no fueron más que meros hechos para confirmar lo predicho.
Ayer decidí que escribiría una carta. Sí, una carta. Un texto escrito de palabras contadas en el que, tras una fecha y el pertinente saludo, pudiera decir a todos lo que pienso. Una confesión para hacer llorar a Nancy y hacer que se revuelvan las entrañas a aquellos que me miraron con malos ojos; también para que se agiten en su tumba, si es que han muerto, todas las señoritas a las que amenacé a punta de navaja.
No malinterpretéis esto, no soy un criminal ni nada por el estilo. Al menos no creía serlo. Cuando todo falla, tienes que intentar hacer funcionar una tarjeta de crédito de alguien que no ha sufrido, ni mucho menos, lo que tú cada día para poder seguir viviendo. Para respirar esa porción de aire que no te pertenece por el hecho de ser un ser humano. Algún día el ambiente será tan irrespirable que las multinacionales venderán botellas de oxígeno para que los bolsillos que alcancen a ello puedan seguir respirando. Cuando esto llegue serán los bolsillos los que respiren, no los pulmones. Estúpida adaptación al medio. Espacios vitales envasados al vacío. ¡Compre! Lleve dos y le obsequiaremos con un pack especial de ideas, con un 1% de libertad, ¡los pensamientos más libres del mercado!

En esa carta también les explicaría a mis señoritas a punta de navaja que si lo hice así fue por su propio bien. Tengo amigos, mejor dicho, conocidos, que consiguen pagar sus borracheras y la gasolina de sus motos por medio de arrumacos. Sí señoritas, sí. Entran en los bares de moda todo puestos e intentan seducir a esas finas gacelas de cuyos poros emana el coco channel a borbotones.
Tres besos, un fugaz te quiero… Sugerentes puntos suspensivos los míos. Al final todo se reduce a palabras y acciones sumidas en un océano de hipocresía. Tras las actividades de galantería ellas desprenden de la mejor parte de su televisivo cuerpo el amado tesoro. ¿He de decir a qué parte del cuerpo femenino me refiero? Algunos pensarán que a los ojos, las piernas, el pecho… Pero no, a estos tipos al bajeza humana les hace pensar que la mejor parte, lo supremo e ideal de las féminas, va prendido, dulcemente, de su brazo. El bolso. De tan cruel objeto ellas sacan dinero que les permitirá, a ellos, pagar la deuda del bar y saldar asuntos pendientes de otras cuestiones turbias que no creo necesarias especificar.
Creo mejores mis amenazas; al fin y al cabo son sólo eso, amenazas. Mejores que ese atentado contra la humanidad y el amor propio que realizan esto s conocidos míos. Muchas deberían agradecer mi técnica. También es verdad que mi físico, al lado de estos canallas, deja mucho que desear. Nadie se fija ya en los tipos de pelo largo con viejas chaquetas de cuero.
¿He hablado ya de Nancy? Me parece haberla nombrado. A Nancy debería haberle dicho que no me condene por lo que he hecho. Ella sabe que, en el fondo, soy buena persona. Que la quiero, aunque no se lo demostrara muy a menudo.
Sé que te jodía, sé que te quebrantaba por dentro que te viera como una hermana pequeña. Quizás no tan pequeña. Que no fuera capaz de pasar de nuestras inocentes tardes e besos. Un consejo, siéntete halagada. A ninguna la he tratado como a ti. Besos, querida Nancy.
No sé para qué hago todo esto. Ayer necesitaba escribir esa carta, pensaba escribirla. No suelo escribir a menudo, tal vez mi ortografía no esté a la altura de las circunstancias. Recuerdo que mi caligrafía también dejaba mucho que desear. Hace tanto que no escribo… En mis años escolares me obligaban a hacer millones de esos odiosos cuadernillos llenos de frases estúpidas para que trazara unas letras perfectas, redonditas, en las que es imposible confundir una v con una n, una o con una e.
Recuerdo el día en que dejé de hacer las tes como mandaba la profesora y los torturadores cuadernos, con una línea que sube y luego baja, perfectamente enlazada, con un palito arriba; pasé a dibujar unas tes con formas de cruz; éstas daban a mis escritos el aspecto tétrico de cementerio. Así en “Tere toma té”, Tere podría ser un fantasma en la tumba del toma muerta por beber té envenenado por una mariposa negra que en realidad no era tal, sino que se trataba de la vecina del quinto bajo el efecto de un hechizo realizado por un marciano. Éste aterrizó en la Tierra por casualidad y quedó impresionado por la intolerancia de los seres del planeta.
A mí me gustaba así. Nunca he sido superficial,, siempre he intentado ver algo más. Eso me ha salvado de acabar convirtiéndome en un loco, uno de esos devora TV víctimas del hiper-consumismo. Adoradores de la sociedad, no se dan cuenta de que la sociedad no existe, es la mayor mentira que nos cuentan de pequeños. “Tenéis que construir vuestro futuro, ganaros un hueco en la sociedad”. Lo que nunca te dicen es que la sociedad es una mierda, que querrían no haber entrado nunca en ella.

Un tipo al que todos llamaban loco me dijo que las montañas son siempre azules al final del camino. Nunca llegue a comprender qué quería decir. Quizá las montañas representaran la realidad y el color azul la belleza. Cuando llegas al final del camino te das cuenta de que las montañas son azules, son bellas. LA belleza de la realidad. Dudo mucho que fuera esto lo que quería decir. Nadie hacía caso al viejo Marcus. Decían que estaba loco. Demasiado caballo en las venas. Había empezado a pincharse muy joven. Ahora estaba ahí, en un rincón de aquel antro con billar al que acudían viejos y jóvenes traicionados por la vida. Cuando me encontraba especialmente deprimido solía sentarme en su mesa, pasamos juntos muchas tardes de borracheras. Él me mostró más de lo que nadie me había enseñado nunca. Tanto tiempo en la escuela para que tu maestro acabe siendo un viejo drogadicto.
“Las estrellas están demasiado altas, es inútil alzar la mano para alcanzarlas”. Era un tío de sueños vacíos. El típico fracasado que es superior a los demás porque sabe que lo importante no es la vida, sino estar vivo. Un día desapareció de su mesa, la del fondo a la derecha, justo detrás del billar. Nadie supo qué había sido de él. Supongo que murió. Prefiero pensar que encontró su camino a las estrellas. Odio los finales previsibles, también los excesivamente felices. Estos últimos me son demasiado difíciles de creer. LA vida me enseñó que no existe nada excesivamente feliz. En cuanto a la idea de que muriera, resulta demasiado obvio. Nadie escuchaba al viejo Marcus.

Cuando era niño mi madre me peinaba los domingos con dos litros de gomina, yo no sé para qué. No íbamos a misa ni nada por el estilo. Pero ella se empeñaba. Era como si le hiciera feliz que, por un día a la semana, no se me levantara el pelo del remolino que había justo en medio de mi cabeza. Es lo poco que recuerdo de ella. Siempre que voy a llevarle flores al lúgubre país de las tes pienso en eso.

¿He dicho ya que no creo que deba escribir la carta? Tal vez tuviera que hacerlo, tal vez me arrepienta si no lo hago, ¿o no? Ya no sé siquiera qué hacer. En el caso de que la escriba, ¿qué debería poner? ¿Qué lo siento mucho pero que todo ha acabado? ¿Para qué? ¿Se molestará alguien en leerla? Sí, seguro que Nancy lo hará. Ella y un par de pirados más que creían conocerme. Si lo piensas, son cinco mil novecientos noventa y nueve millones novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y siete personas a las que no les importas nada y que n leerán la carta. I aunque pusiera todo mi tiempo en ello podría conseguir jamás que la leyeran la mitad de esas personas. Ni aún un cuarto. Tampoco me queda tiempo para intentarlo.
Nancy repetirá mi nombre mil veces, yo sé que lo hará. Sólo por ella merece la pena. Venga, vale, la escribiré. No una carta, una frase. Una frase para Nancy. ¿Un “Te quiero “siempre pensaré en ti”? ¿Y si resulta que, en realidad, ella nunca me ha querido? ¿Me engañaba y no sentía por mí ni la mitad de lo que solía decir? Da igual, no importa. Ya no hay tiempo.

Cuento con los dedos, 1, 2, 3, 4… Me tiembla el pulso.
Yo sé que soy capaz. Es de lo único que creo ser capas…
Un, dos tres, cuatro…

Clic.
Difuminado en negro.

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