martes, 18 de septiembre de 2007

-Nubes sanguinolentas- (2005)



* * *
Un sueño lluvioso donde sólo aparecen mil decibelios de voz de más, mil sonrisas y abrazos de menos. Ángeles en mis pesadillas

Nunca pensé que fuera realmente yo misma cuando me vi tirada en la calle gritando. No me había parado a pensar qué hacía ni qué debía hacer, como tantas otras, veces era inconsciente de mis actos. Me había encerrado en mi cuarto, estaba decidida a no salir. Dormí un poco y desperté en la calle, tirada en un charco. Jugaba con el barro, pintaba mi cara con él. Intentaba gritar hasta que me sangrara la garganta. Gritaba y lanzaba bolas de barro a todo el que pasaba por allí. Gritaba tanto que incluso empecé a temer que mi corazón se parara con el siguiente aullido. Pasaba el tiempo y seguía allí, luchando contra la lluvia a pleno pulmón.
No he conseguido averiguar qué era lo que gritaba. Tal vez fuera tu nombre o alguna oración que inventé de niña para no sentirme sola, para creer que había un Dios que me amaba y comprendía.
Cuando eres niño no quieres gritar, quieres que el mundo te acepte, te quiera, te comprenda. Suplicas a Dios por que todo vaya bien, que el mundo sea bonito y feliz por siempre jamás. No quieres gritar por nada del mundo. El problema es que luego te conviertes en una pre-púber a la que empieza a preocuparle el tamaño de sus pechos. Ahí es cuando decides empezar tu vida, borrar todo lo que habías soñado hasta el momento. Entonces empiezas a gritar. Y no puedes parar. Amordazan tu boca y muerdes el pañuelo, la mano que te impide desahogarte, expresarte.
Te calman mordiéndote la oreja, besándote la boca. Cuando vienen a querer parar tu ya les has hecho heridas en los labios y su sangre se expande por tu boca. Estás preparada para seguir gritando.
Mucha gente dice cosas inmemorables en momentos memorables, sólo a veces sucede lo contrario. No importa lo que yo grite, mi mensaje no será entendido por nadie, en ningún momento, en ningún lugar. Tampoco era esa mi intención. El grito como fin en si mismo. Ya ni siquiera me reconforta espiritualmente. Lo necesito, es cuestión de vida o muerte. Necesito gritar, aullar, gemir al infinito aún cuando no queden estrellas para escucharme.
Enloquecería en mi silencio eterno. Acabaría besándote, traspasando sonidos con mi saliva, para que enloquecieras y fueras tú el que gritara en un charco, pintarías tu cara con barro y pelearías contra las gotas de lluvia. Perdóname por querer destruirte, pero sé que nunca podré arrancar mordisco a mordisco la piel que cubre tus labios.
No sé qué gritaba aquel día, lo que esta claro es que dejó abierto un camino en mi garganta. Una nueva etapa de gritos y gemidos.

* * *

Un atardecer naranja de nubes sanguinolentas. Dos figuras curvilíneas se acercan, sombras de un atardecer cualquiera.

Grito. De pronto grito como si no pudiera parar, como si ese fuese mi único propósito en la vida. Los pasos se acercan, susurros, risas… el murmullo de un beso. La mar en calma y las nubes llorando sangre que sólo unos pocos desgraciados podemos ver. Otro aullido desgarrador sale de mi garganta.
Grito. Me araño la cara con las uñas mientras el viento choca bruscamente con mi cuerpo. Nadie mira, nadie parece ver la sangre que cae de las nubes. El mundo no se da cuenta de que el mar está engullendo el cielo, de que las sombras risueñas han desaparecido, equivocadas de camino o ignoradas por mi olvido. Nadie se da cuenta de que estoy gritando, de se me resquebraja y sangra la garganta.

Todo el mundo está gritando, no parece importar a nadie. La naturaleza aúlla, los colores se diluyen. El fin está llegando, parece que soy el único ser consciente de ello.
Mi voz se ha calmado, pero no voluntariamente, a sucumbido ante la impotencia de mis cuerdas vocales. Ante la sangre que sale de mi boca. Me arrastro por el suelo mientras lucho contra mi misma, intentando arañarme, morderme y arrancarme el pelo. Nadie podrá decir nunca más que tengo un cabello bonito. Extraño intento de suicidio en una tarde de agosto. Sólo el cuerpo propio, unas manos para estrangularme cuando ya no pueda más.

Aquí llegas, cruel ángel salvador de un excéntrico intento de suicidio en una tarde de agosto. Prometiste, juraste que no te volverías a interponer en mi camino, que no te volvería a ver, ni intentarías detenerme cuando sólo fuera poseedora de sueños muertos.
Aquí estás, tu presencia en mi pre-muerte hace que me sienta más muerta y ridícula de lo que me he sentido nunca. Tenerte delante hace que vea mi muerte como única escapatoria posible. Cansada, caigo en tus palabras, en tus brazos.

* * *
Un atardecer violeta de nubes llorosas. Dos pájaros se posan en la ventana, alas para un mundo mejor.

Creo que eres un ángel, tengo casi la total seguridad de que eres un ángel. Te he visto desaparecer mientras hacías la cena. No mientas. Estabas dando la vuelta a la tortilla cuando te has evaporado entre el humo no absorbido por el extractor roto. No vengas a negármelo ahora. Es demasiado tarde para que intentes ocultarlo. Lo sé, lo sé, no querías que descubriéramos tu secreto. Eres un ángel, ya no lo puedes negar. ¿Te envió Dios para que cuidaras de mí? Empecé a sospecharlo anoche, me besabas tan torpemente que pensé que, quizá, no fueras humano. No volveré a besar a otro ángel, no te habría besado de haber sabido que lo eras, así que perdóname.
Cuando te digo cosas así no dices nada, sólo sonríes, como para indicar que es cierto, que en verdad eres un ángel. Pero quiero oírtelo decir a ti… Cesaré en mis empeños, sé que nunca lo conseguiré. Un ángel no afirmaría que lo es, ¿no? Sólo sonríes y yo desespero. Sabes que acabarás conmigo.
Tu silencio es enloquecedor. Tan desgarrador como mi voz muda desde agosto. Sé que estás muerto, sé que tu silencio acabó contigo. Puedo imaginar los hechos, el cómo de tu muerte. Te haría una descripción exhaustiva si me juraras que dirás la verdad.
* * *
Un atardecer violeta, anunciando el fin del mundo.

Te escribía una carta de amor antes de abandonarte, pero… ¿sabes una cosa? Yo nunca te he querido.
Sé que tú también piensas que estoy loca, aunque seas un ángel tú también lo piensas. Debería haberlo notado, no puedo confiar en ti ni en los demás.
En verdad no estoy loca, lo que ocurre es que cada noche vomito para sacar toda la mierda que llevo dentro. Sólo así consigo sentirme limpia, purificada y libre de este usar y tirar, de esta monotonía que me invade cada día.
Yo podía haber sido una estrella, si no fuera por mi cadavérico aspecto conseguido a base de vomitonas por las noches. El mundo acabó conmigo. Tú acabarás conmigo. No lo olvides, mi fin no será la muerte, mi fin fue haber nacido y meterme los dedos en la garganta para echarlo todo fuera e intentar sentirme más humana.

No siento, luego no existo. Pienso, ¿a quién puede importarle eso? No sé quién soy, no lo recuerdo. ¿Vas a explicarme tu cuál es mi verdadera identidad? ¿No era yo María, la chica que os hacía sonreír a todos?
Besos desde el infinito.
Besos desde una tumba color naranja.
Tristes besos.
Torpes besos.

Os odia, María.
# # #

Un atardecer de nubes esponjosas, de esas que parecen que podrán frenar tu caída.

Hoy a sucedido lo impredecible. María ha saltado por la ventana antes de que pudiéramos darnos cuenta. Lo hemos notado al oír un espantoso chillido en la calle, seguido de un golpe seco.
Paf.
Calló María.
El grito no había sido suyo. La que gritó fue una señora gorda vestida de amarillo que pasaba por la calle en aquel momento.
Sangre y vísceras por el suelo. Se había destrozado. La caía había acabado con su cuerpo frágil y quebradizo.
Descendió los 8 pisos que la separaban del suelo sin volver la vista atrás. Había muerto en silencio. Sin emitir un solo sonido, sin gritar ni arrepentirse en el último momento. Sólo el sordo golpe de la caída final. El salto al más allá. Ella siempre supo que llegaría a las estrellas, lo que no sabíamos nosotros es que sus estrellas tenían color de asfalto.
Los sonidos de la ciudad se han desbaratado con lo acontecido. En realidad sólo seguían su curso, únicamente cambiaba el hecho de que, ahora, los estridentes ruidos de ambulancias y coches de policía se hacían más nítidos. Chillaban estridentes bajo la ventana, 8 pisos más arriba. María tuvo una muerte silenciosa, pero su cadáver tuvo que soportar los sonidos más chirriantes y patéticos.
Ella quería ser una estrella, yo quería ser su ángel. Las cosas no cambiarán en nada cuando hayamos muerto. Sólo mínimos factores alteran nuestra vida cuando alguien se ha ido. Recordaré a María muerta cada vez que mire las estrellas. En ese momento sabré que todas las estrellas no tienen más remedio que caer y desparramarse en el ardiente asfalto de la ciudad.

Tal vez resulte siniestro, pero es la verdad, si llegan a tardar 5 minutos más el cadáver de María hubiera quedado cocido en el asfalto. Ha sido duro ver como su sangre se secaba y se retostaba en el asfalto durante toda la semana. Saber que el líquido que ha tenido una amiga en las venas está tirada formando una gran mancha en el suelo es una de las sensaciones más repugnantes que he sentido en mi vida.

También repugnante fue llamar a los padres, no se hablaban. Una cretina, vestida convenientemente para la ocasión, me suplicó entre sollozos que los llamara. No sé porque estaba allí esa tía, María y ella siempre se habían llevado mal, ninguna de las dos hacía grandes esfuerzos por ocultarlo. Tal vez aprovechaba la ocasión para ligar con el novio, si se le puede llamar así, del actual cadáver.

Los padres parecieron no querer saber nada de su hijita en un principio. Al saber que estaba muerta cambiaron de opinión. Abandonaron la cena de gala a la que estaban asistiendo, que era “todo un ultraje interrumpir” para venir aquí, a llorar la muerte de su no amada hija.

Todo el mundo parece amar al los que han muerto, pero nadie parece querer a los vivos. Si he de morir para que el mundo me quiera y llore por mi, sinceramente, prefiero seguir vivo y con enemigos.
# # #
Un amanecer asesino pone fin a otra noche de insomnio.
Hoy he encontrado los últimos textos por María. Hace sólo tres meses que murió y parece que nadie se acuerda de ella.
Le llevaré violetas a su tumba para que me perdone, yo nunca pensé que estuvieras loca. Ojalá hubiera podido ser tu ángel salvador.

Tristes besos.
Torpes besos.
Te quiere, el chico que no fue un ángel.

# * # * #

No hay comentarios: