martes, 18 de septiembre de 2007

Pequeño cuento físico (2007)

Te esperaba en casa, en enaguas y una de tus camisas olvidadas abierta sobre el pecho. Te esperaba. Empecé a fumar pese a que todo el mundo me había dicho lo mal que quedaba un cigarrillo entre mis dedos. Hasta tú, que normalmente eras el que liabas maría y otras hierbas para mí -tú pequeña, tu permisión, tu perversión-, te habías atrevido a comentar lo vulgar del humo nublando mis ojos. Abracé tu foto. Me volví loca. Llamé a tu móvil, incluso a tu casa. Salí a buscarte a la calle con la camisa aún desabrochada, con las vecinas contemplando fascinadas mis diminutas tetas blancas abandonadas sin el abrigo de tu lengua.
Te esperaba ya por pura inercia, cual movimiento sin rozamiento alguno. Te esperaba, sin esperanzas ni promesas. Sabiendo que había tantas posibilidades de que aparecieses como negaciones posibles podíamos encontrarle a la teoría de atracción gravitatoria sobre el resto de cuerpos del universo. Los nuestros ya se hallaban fuera de ésta y de otras tantas teorías, derruidas a golpe de cama y libros de texto por miradas y palabras que no habrían de encajar nunca en la onda correcta. Entonces comprendí que quizá no nos amábamos tanto como para aguantar el qué dirán, como para que tú perdieras desde tu trabajo hasta tu sombra, incluida en el trayecto a tu dulce esposa y el respeto de tus hijos.
Así te dejé ir, sin correr a buscarte ni plantear el amor nuestro como ecuación con solución comprendida en el campo de los números reales. Equiparando más bien el sentimiento al salto imposible de electrones a energías no cuantizadas. Aquel mismo día me di cuenta de que, a veces, una tiene que ser más caprichosa.

No hay comentarios: