martes, 18 de septiembre de 2007

-Perlas Ensangrentadas- (2005)

Lucía estaba en un café cercano a la universidad, intentaba convencerse para irse a estudiar. No podía. La euforia de los jueves.
Él no miraba a ningún lugar concreto. Miguel era profesor de historia. Un tipo alto, de pelo y ojos castaños. Incapaz de mantener quieta la mirada describía con sus ojos líneas curvas, que iban desde su libro de historia a las piernas de la chica del fondo. Por último, miraba a la puerta.
Lucía descruzó las piernas con elegancia casi felina. Levantó la cabeza. Miró al fondo. Descubrió la mirada huidiza de un hombre, algo mayor que ella, apoyado en la barra, bebiendo. Su barba de tres días y unas gafas por las que asomaban unos ojos chiquitos, le daban un aire bohemio que la invitaba a imaginar.
-Una chica guapa- se dijo Miguel al verla descruzar las piernas. –22 ó 23 años.-
Le gustó su pelo tirante recogido en un moño y, por supuesto, sus piernas. No tenía nada que perder, tal vez ni siquiera hubiera algo que ganar. Fue un acto casi reflejo. Se sentó a su lado, poniendo una de esas tontas excusas que sirven de pretexto para conocer a alguien.
Una sonrisa fue el preámbulo de una conversación que se alargaría más de lo previsto.

* * *

No es el viento,
son tus velas.
Corta el ancla,
quema el mapa.
Buen viaje.

No había tiempo para pensar. Lucía llegó a casa y encontró una carta sin dirección, sin sello, ni remite, en su buzón. Ponía su nombre fuera. Dentro, una nota:
“Escritor busca aventurera para seguir al “traidor”. Dentro de tres días parto a Perú con unos amigos. Descenderemos el Amazonas y llegaremos a Isla Margarita. Allí escribiré mi libro. Espero tu respuesta hoy, antes de las 10. Es urgente. B´sos.”

Ni siquiera él esperaba que dijera que sí. Llevaban viéndose tres semanas, le pareció que podía resultar divertido. Sin embargo, la chica apresuró el “sí” y acordaron verse al día siguiente para concretarlo todo.
Aquel tipo envenenaba su oídos, la incitaba a hacer locuras. ¿Acaso aquello no era una locura? Aceptar, quizás fuera sólo un impulso vital. Supervivencia básica. Ella necesitaba un qué, un por qué de su existencia y de sus actos cuando él apareció. Hay días en los que el mundo te come a ti, ella era deglutida demasiado a menudo. Ahora podría devorar el mundo. Junto a Miguel sentía una obsesión, casi enfermiza, por paladear cada segundo. Parecía una gran oportunidad.

* * *

-Ten, esto es para tí.- Dijo Miguel entregándole un cuaderno de tapas marrones.- En él podrás llevar un diario de nuestra “expedición”.- Se le iluminaba la cara cada vez que pronunciaba esa palabra.
Estaban en el aeropuerto. Lucía no acababa de asimilar la idea de que, en unas horas, estarían a kilómetros y kilómetros de allí, intentando recrear una aventura: “La aventura de los Marañones”.
Miguel quería escribir, junto con su compañera Inés, sobre una expedición del 1560, a través del Amazonas, en busca de Omagua y Dorado. Un tal Lope de Aguirre se haría con los mandos de la expedición, conduciéndola por otros derroteros.
Tomarían el río Huallaga hasta enlazar con el Marañón, después el Ucayali, que se convertiría pronto en Amazonas. Continuarían hasta Manaos, en Brasil. De allí irían a Isla Margarita, para vivir el reino de “libertad” del loco Lope de Aguirre, éste era el personaje principal de la aventura. Loco. Todo apuntaba a eso. Un hombrezucho de unos cincuenta años, cojo de la pierna derecha, muy pequeño, de cara menuda y chupada. Egoísta, con un amor propio exagerado, destacaba por su afán de dominación, su ansia de poder.
...y loco. La personalidad de Aguirre era aún desconocida para Lucía. Acabaría por descubrir que le era más cercana de lo creía.

-Lucía, estos son Inés y Fran. –Miguel presentó a la pareja recién llegada. Intercambiaron sonrisas, parecían agradables.-Habrá que darse prisa, nuestro vuelo sale dentro de media hora.
Un vuelo tan largo da para mucho. Tuvieron tiempo de hablar del viaje y conocerse más. Inés no era profesora de historia, sino de griego. Daba clases en la Universidad, en su tiempo libre escribía y leía sin parar. Escribía, sobre todo, poemas. No era la poesía la que la llevaba a atravesar el Atlántico, sino la prosa. Descubrió “La aventura de los Marañones” gracias a Miguel. Le dejó unos cuantos libros y encontraron a su personaje, una tocaya suya: Inés de Atienza, protagonista femenina de esa aventura a la destrucción, amante de Orsúa, gobernador de la expedición. Esa fémina los había cautivado de tal forma que habían decidido hacerla protagonista de su próximo libro. Escribirían el supuesto diario de Inés de Atienza durante la jornada en busca de Omagua y Dorado. Más tarde, continuarían con el diario de Elvira, hija del tal Lope de Aguirre.

Intentaron dormir en el avión lo que la noche de nervios no les había dejado. Lucía se recostó en su asiento, cogió el diario que le había regalado Miguel. Intentó escribir algo, pero se quedó dormida con el diario entre los brazos. Despertó al tiempo, miró por la ventana, el contorno de América chocaba con el mar. Estaban llegando. Ante sus pies se extendía “El Continente del Paraíso”.

Cambio de hemisferios, cambio de hora.
Habían llegado.
Matías les esperaba adormecido en el aeropuerto. Dibujó una amplia sonrisa al encontrar a sus amigos. Hacía mucho que no se veían. Parecía que no había pasado el tiempo. Recordaba la primera aventura que habían vivido juntos, fueron a Cuzco, Machu Picchu y otras importantes ciudades del Imperio Inca. Hacía de esto ya bastantes años, cuando Matías estudiaba Historia en Madrid y compartía piso con Inés y Miguel. Cogieron un avión e hicieron su primera escapada a América. Matías les enseñó paisajes que sólo conocían por libros de texto. Poco tendría que ver este viaje, mucho más premeditado, estudiado y, sobre todo, con más recursos económicos, que aquella escapada estudiantil.
Durmieron en casa de Matías. Mataron la excitación del viaje y la diferencia horaria contando batallitas y recuerdos durante toda la noche. Lucía fue la primera en irse a la cama. Al fin y al cabo, ella no tenía tantas cosas de qué hablar. Antes de dormir ojeó lo que sería el primer capítulo del libro de Miguel e Inés

* * *

Diario de Inés de Atienza, por Inés y Miguel

Ocho de Agosto del mil quinientos y sesenta
Llegada, yo a Santa Cruz, que es en la provincia de los Motilones, así llamada por habitarla los únicos indios tresquilados del Pirú, ha sido comunicada mi llegada a mi gran amigo Pedro de Orsúa. De alegría se le ha tornado el rostro al verme. Hemos pasado juntos el resto del día. Me ha dado aposento en la misma casa donde él se aloja. Tal y como me prometió, iré con él en su jornada en busca de Omagua y Dorado.
Pronto habrá de partir por el Pirú a buscar gente y aderezar lo que falta para su jornada. Su ausencia será corta, ha dicho. Aquí hay algunas damas, en su mayoría mestizas e indias, aunque también alguna vieja castellana, que partirán en el viaje.
Espero no sentirme muy sola durante la ausencia de mi Orsúa.

Veinte y cuatro de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
La llegada no ha sido lo agradable que cabría de esperar. Pese a ser la protegida de Orsúa parece que esté aquí contra la voluntad de todos. Mi presencia da la sensación de pesar a la mayor parte del campo. Cuchicheos dicen que el gobernador sólo da mal ejemplo llevándome con él. Otros murmuran que vine aquí por ambición y riqueza, a la zaga de Omagua y Dorado.
Cuán equivocados están. No estoy aquí por la ambición de poder ni riquezas que acarrea esta empresa. He conocido hombres junto a los que ahora disfrutaría de riquezas y honor en el sosiego de mi hogar, Trujillo. Se me considera suficientemente hermosa y astuta para conseguir a casi cualquier hombre. El amor es más rápido, vence a mi ingenio femenino. Nunca había sentido tal cariño y compenetración con ningún amante.
Mi Pedro de Orsúa es un buen mozo, galante, amigo de la paz, y no comparable a ningún otro. En el tiempo que aquí llevo no he disfrutado más que de la conversación de mis damas de compañía y alguna esporádica visita de Pedro, muy ocupado en ultimar detalles, pues iniciamos la jornada pronto, si Dios quiere.
Por parte de los hombres no he recibido más que miradas de repugnancia y censura, murmuran y multiplican por decenas mis amantes. Otros, simplemente me miran con lascivia y envidia mal disimuladas.

* * *

Tras viajar de Madrid a Lima, se pusieron de nuevo en ruta hacia Santa, cerca del río Huallaga, donde comenzaría la aventura. Estaban a punto de comenzar su viaje. Llegaron justo para comer, hicieron noche allí y salieron temprano hacia el embarcadero. Matías se había encargado de tramitarlo todo. Luis, un viejo amigo de esa ciudad, les dejría un barco a motor con el que había recorrido alguna vez el Huallaga hasta enlazar con el Marañón y Amazonas.
Matías y Fran conducirían el barco. Revisaban la nave mientras Luis les daba las últimas instrucciones y recomendaciones. Inés y Lucía curioseaban por ahí. Miguel cargaba los equipajes y el material que necesitaban.
La cubierta se asemejaba a una terraza pequeña, con su mesita y sillas, lugar ideal para escribir y tomar el sol. Podía cubrirse con una carpa blanca, de plástico, cuando lloviera. Bajando unas escaleras se accedía a un pequeño almacén convertido en camarote, con sólo dos camas, sin ventanas. Desde cubierta se entraba directamente a otro camarote amplio, de ventanas redondas, con una gran cama de matrimonio. Justo al lado, el aseo y un salón-cocina con todo lo necesario para sobrevivir. Subiendo otras escaleras se llegaba al puesto de mando. Repartieron las habitaciones, Inés y Fran se quedaron con el camarote de cubierta, a Miguel y Lucía les tocó el cuchitril de abajo, Matías dormiría en el sofá-cama del salón.
A media mañana estaban preparados para zarpar. Se despidieron de Luis y comenzaron a navegar. Dejaron sus almas en tierra para convertirse en Marañones. La aventura rescrita hacia la perdición.

* * *

“¿O será que ese río marañoso te quiere encantar para luego teniéndote cerca arrastrarte en sus aguas? Te ha echado el ojo, seguro que te quiere llevar.”

Diario de Lucía 17-3-1995

Hoy, por fin, hemos embarcado. Han sido muchos los nervios, la tensión hasta llegar aquí, nuestro hogar durante los próximos 15 días, aproximadamente.
Brillaba un poco el sol cuando llegamos al embarcadero, pronto la lluvia nos ha dado la bienvenida. Matías ha inaugurado nuestra cocina con un delicioso cebiche .
Los demás han pasado la tarde registrando los rincones del barco, acomodándose y buscando los mejores lugares para realizar sus proyectos. Mientras, yo contemplaba el paisaje. La exuberante vegetación está atrapando mi corazón, me encanta. Apenas llevo unas horas y noto una extraña conexión entre el río y yo, como si mi meta en la vida fuera haber llegado hasta aquí. Como si este fuera el principio de un final que no existe. He dejado mucho para venir aquí: exámenes, familia, amigos... Sin embargo, es la primera vez que me siento tan exaltada y llena de tranquilidad a la vez.
Merecerá la pena.

Diario de Inés de Atienza

Veinte y seis de Septiembre del año mil quinientos y sesenta
Hoy ha sido día de partir a esta, nuestra jornada en busca de Omagua y Dorado. Ya navegamos por este río. Lo nuestro nos ha costado, al echar anteriormente lo navíos se quebraron de podridos, quedaron dos bergantines y tres chatas.
Sea como fuere, hoy zarpamos del astillero. Con trescientos soldados españoles, trescientos servidores indígenas y unos veinte negros. No olvidemos a las mujeres. Partimos, finalmente, en dos bergantines personas y ovejas, cabras y cabalgaduras en otras nueve chatas.
El inicio de la jornada alimenta mis esperanzas e ilusiones de tener más tiempo para disfrutar de Orsúa.

Diario de Lucía 19-3-1995
He encontrado esta nota entre las páginas de mi diario:

Riueras del marañón
Do gran mal se a congelado
Se leuanto un Vizcaíno
Muy peor que Andaluzano,

A nadie Lope da confision
Por que no lo a acostumbrado
Y así tiene por çierto
Ser El tal Endemoniado.*











Es extraño. Creía que nadie sabe donde guardo mi diario. Ni siquiera Miguel. Lo cambiaré de sitio. Creo que es un romance sobre Lope de Aguirre. Supongo que se le habrá caído, o algo por el estilo.
Parece que me voy acostumbrando al clima. Hay 27 ó 28 ºC durante el día, una bajada brusca, de 8 ó 10 ºC, cuando cae la noche. Al amanecer el sol surge en un cielo despejado, las elevadas temperaturas facilitan la evaporación, van aumentando paulatinamente las nubes a lo largo de la mañana. Al alcanzar la máxima temperatura del día se llega al tope de tolerancia de humedad. La caída de temperaturas al llegar la tarde provoca lluvias tormentosas que se prolongan hasta entrada la noche.
Hoy ha habido tiempo para casi todo. Miguel e Inés se han pasado el día entre libros y apuntes con sus historias. Matías se aísla en el timón. Quedamos Fran y yo como únicas almas desocupadas de esta expedición. Lo que más me gusta es tomar fotos de peces, plantas y animales para después estudiarlos y clasificarlos. Mis dos años en biológicas no son nada en comparación con todo lo que él sabe. Me ha sugerido que, paralelamente a éste, mi “diario de viaje”, lleve otro con las fotos e información de flora y fauna descubiertos en el día. Creo que lo haré, pero en otro diario, mi “Diario de Flora y Fauna” .
Nuestro viaje continúa, la historia también. Por el momento, los sitios más destacados de aquella expedición de Orsúa y los suyos son: Caperuzos, donde enviaron delante a un tal Lorenzo de Çalduendo a buscar comida y rompió un bergantín, e Isla de García, llamada así porque en ella encontraron a García de Arce, que había partido río abajo con 30 hombres por orden del gobernador. En esa isla los indios andaban vestidos con camisetas, las casas eran cuadradas y grandes. La comida era maíz, yuca dulce y batata. También macato, yuca rallada que se pone en hoyos debajo de la tierra a podrir, con ella hacían pan y una bebida.

21-3-95
Hemos hecho un alto en el camino. Paramos a ver el pongo o salto de Aguirre. Cuenta la leyenda que, estando en grave peligro, Lope de Aguirre escribió en la piedra unos misteriosos signos. El viajero ha de persignarse y orar ante las huellas del tirano.
No suelo ser supersticiosa, ni tan siquiera religiosa, pero un extraño sobrecogimiento me ha invadido cuando Fran ha contado la leyenda.
He recordado el romance que encontré el otro día, decía algo del “endemoniamiento” de Aguirre. Ha sido entonces tal el escalofrío que ha recorrido mi cuerpo que mis labios se han sorprendido murmurando una de esas oraciones que me enseñaron de niña y que creía olvidada.
Al llegar al barco, mientras los demás cenaban, he fingido encontrarme mal y he bajado al camarote en busca del romance. No estaba. Recuerdo perfectamente que lo dejé en un bolsillo de mi maleta, junto al diario. Soy tan despistada que lo habré dejado en otro lugar. No. Recuerdo perfectamente que lo guardé ahí. Me inquieta el hecho de que mis cosas desaparezcan por si solas. Lo habré perdido, soy un desastre.
Miguel ha bajado a ver como me encontraba, ahora está en el camarote, esperándome. Suelo escribir en el lavabo, antes de ducharme. Es el único sitio donde puedo garantizar mi completa soledad, puedo echar el pestillo y que nadie me moleste. La soledad es tan deseable para escribir...

22-3-95
El Huallaga y Marañón se unieron hace tiempo, cerca de Lagunas, más adelante desembocó el Marañón en el Ucayali. Es aquí, en Iquitos, la ciudad más grande de la selva peruana, donde se considera el inicio del Amazonas. Navegar por el Amazonas es ver el sol agonizar tras la copa de los árboles y admirarse del verdor infinito. Hemos visto una planta curiosa poco antes de llegar, la Victoria Regia . Se trata de una planta acuática de una sola hoja flotante. Hay algunas de hasta dos metros de diámemetro.
Llegamos a Iquitos, capital del departamento de Loreto, Perú. Iquitos deslumbra por su exuberante vegetación, hay varias comunidades nativas como los Cocamas, los Wiotos, los Boras y los Ticuna.
Conviven dos mundos, que a la vez chocan y se entretejen. El verdor y el exotismo contrastan con la ciudad moderna, con calles llenas de comercios.
Aquí se encuentra el puerto fluvial más importante del Amazonas, por él circulan frutas, caucho, maderas preciosas y café.
Hemos hecho una visita a la ciudad, compramos comida y algunas otras cosas que necesitaremos hasta llegar a Manaos. Comimos en un restaurante del centro de la ciudad, un delicioso carapulca y suspiros de limeña de postre .
De vuelta al barco, nos ha sorprendido avistar un manatí , es a partir de aquí, hasta la desembocadura, donde empiezan a verse estos simpáticos mamíferos. Debía estar haciendo la digestión, pues éstos comen hasta llenar su estómago y hacen la digestión varados en el agua, con la nariz fuera, así era exactamente como se encontraba.

24-3-95
Miguel y yo pasamos ayer el día entero en el camarote, hablando, riendo y redescubriéndonos a nosotros mismos. Es curioso, descuida su “expedición” para estar sólo conmigo y alimentar nuestro amor, lo mismo que Orsúa e Inés. Aunque a Orsúa el descuido le costaría caro. Cuentan que andaba el gobernador demasiado ocupado en entretener a su doña Inés. Sus soldados decían que lo había hechizado, ya que de muy simpático que solía ser se había vuelto serio y huraño, huidizo de entrabar conversación con nadie. Comenzó a comer solo, a disfrutar extremadamente de la soledad, se le encontraba siempre solo o en compañía de Inés. Algunos soldados quisieron amotinarse y volver a Perú. Lope de Aguirre, que ya iba moviendo los hilos y preparando su escenario, haría cambiar de idea a muchos y desencadenarían torrentes de sangre. Convertirían al Amazonas en escenario de revolución, tornándolo un verdadero infierno verde.
Mañana pasaremos a la altura de Machifaros. La expedición pasó allí 33 días. Los indios de ese lugar andaban desnudos. Orsúa pidió al Cacique la mitad del poblado para él y sus hombres, hallaron aquí gran cantidad de comida, aunque algunos la desperdiciaron y luego faltó. Fue allí donde empezaron a creer que, los Indios brasiles que les habían informado de Omagua y Dorado, les mentían. Descendieron 700 leguas de río sin descubrir oro alguno. Fue expandiéndose la desconfianza, desilusión y burla tan rápidamente como lo había hecho la fiebre del oro y las riquezas en las cabezas de algunos. También aquí se planeó y llevó a cabo la muerte de Orsúa.

25-3-95
Hemos llegado a un punto crítico de nuestro viaje. Las aguas del Amazonas y el Napo se juntan. La muerte puso aquí su dedo hace más de 400 años.
Miguel y Matías lo tenían todo planeado. Nos han despertado, serían las 2:30, y conducido a la cubierta. Hacía frío, la noche en el Amazonas no puede compararse en nada al día. El cielo estaba despejado, se llegaban a ver las estrellas. Habían colocado cojines en el suelo para sentarnos, velas esparcidas por la cubierta iluminaban débilmente la oscuridad amazónica.
Estábamos en la confluencia de ambos ríos. Miguel ha sacado un libro de la “Jornada de Omagua y Dorado”, escrita por Francisco Vázquez, que vivió en
sus propias carnes el desarrollo de la aventura. Ha leído lo aquí acontecido, lo transcribo de forma algo resumida:
“Día primero del año mil y quinientos y sesenta y uno, a dos o tres horas de la noche, juntándose con D. Fernando hasta doce traidores. Fueron al aposento del Gobernador. Como vido el Gobernador que venía gente, volvió el rostro hacia ellos y les dijo “¡Qué es esto, caballeros! ¿A tal hora por acá?” Respondió Juan Alonso de la Bandera: “Agora lo veréis”; y le dio con una espada a dos manos por los pechos, lo pasó de una parte a otra, y luego segundó D. Fernando y los demás”.
Un escalofrío, parecido a aquél que me sobrecogió en el salto de Aguirre, ha hecho erizarse todo el vello de mis brazos. Al finalizar su lectura, Inés ha sacado unos apuntes, para leernos los sentimientos de su tocaya, la amante del gobernador:

Diario de Inés de Atienza
Día de la Circuncisión del Señor, primero del año mil y quinientos sesenta y uno
Lágrimas sanguinolentas fluyen con el río. Es horrible ver como te desgarran el corazón y no poder gritar por ello, ni tan siquiera quejarte. Encadenado llevo el luto bajo mi piel. En lo más hondo de mis entrañas llora mi alma desconsolada. Poner fin a un amor es fácil si acaban con la persona amada.
A ti, mi Pedro Orsúa, entregué lo que a ningún otro. No sólo mi cuerpo era tuyo, tomaste mi alma. Tú te entregabas a mí en cuerpo y alma en cada uno de tus besos. Bajo el amparo de tu amor este río parecía más bello, las lluvias incluso se me asemejaban a lágrimas del cielo. Hoy el río, la selva, adquieren cada vez de forma más nítida el aspecto de un infierno verde.
Me hubiera gustado saborear cada una de tus heridas, esta vida me ha enseñado a disfrutar también del dolor. No había tiempo. Mandé a unos de tus negros cavar un hoyo grande, os enterraron a Juan de Vargas y a ti juntos. A Vargas le dieron muerte después que a ti.
Como fondo musical de vuestro funesto entierro se oía a los traidores gritar: “¡Viva el Rey, que es muerto el tirano!”.
Tu recuerdo se borra rápidamente cada segundo. Ya no buscamos el Dorado, sólo la muerte acontece. Las lágrimas están prohibidas, el luto encarcelado. Mi corazón muerto y mi cuerpo vendido, condenado. Sólo queda la supervivencia, la venganza. Lanzaré miradas con besos al lugar donde reposa tu cuerpo. Tristes besos,
Torpes besos,
Sangre y besos.

Regreso al diario de Lucía 25-3-1995

Me sentía incapaz de irme a dormir, tal cúmulo de sensaciones me invadía... Las palabras me habían sonado demasiado reales, soy una de esas personas que se alimentan de palabras. Miguel y yo, nos hemos acostado en la cubierta, cara al cielo, mirando las estrellas. El cielo más claro que he visto nunca, las estrellas más brillantes.
El amanecer nos ha sorprendido dormidos. El sol y la creciente humedad nos han despertado. Nos hemos ido a dormir a nuestras camas, bastante más cómodas que el suelo. Como pincelada final a esta noche mágica he encontrado una orquídea , preciosa flor típica del Amazonas, encima de mi almohada. Detalle de Miguel, por supuesto.


Diario de Inés de Atienza

Dos de Enero del año mil y quinientos sesenta y uno
Dios los perdone. Celebraron con el vino para misas la murete de mi Orsúa. Ahora gritan: “¡Libertad, libertad!”, parece que quisieran negar la obediencia a nuestro rey y señor Felipe II. Nombraron anoche General a D. Fernando Guzmán, tan amigo de Pedro que se le considera el más traidor de los traidores, el mayor libertador entre libertadores. El maese de campo es ese feucho vizcaíno, Lope de Aguirre, al que llaman Loco. Éste me acusa de hechizar al gobernador y otras cosas peores que no quiero nombrar. Ese Aguirre me mira con malos ojos desde el primer día.
Una chiquilla me contó hoy que un negro fue avisar a Orsúa de que tramaban su muerte. Él hallábase conmigo, encargó a otro que se lo comunicase. Un gran descuido el de éste el no advertir al Gobernador de tal traición. Las cosas podrían ser hoy distintas.
Juan Alonso de la Bandera pone ahora sus manos donde antes las caricias de mi amado. Mi alma y cuerpo están vendidos. Mi corazón ha muerto, así que no podré nunca serle infiel a Orsúa. Maquillo mis lágrimas, perfumo tristezas. Seguimos navegando, río abajo. Más sangre llenará bocas sedientas. Sólo huelo a muerte salpicando ese Dorado de nuestros sueños, en el que sólo nosotros creímos.


Diario de Lucía 28-3-95

...Traidor, traidor...
Anoche tuve una pesadilla donde sólo oía esa palabra.
Fue uno de esos sueños horribles en los que sabes que estás dormido, pero no puedes despertar. Estás atrapada en tu pesadilla y, lo peor de todo, eres consciente de ello. No se veía nada, un fondo negro y unas voces susurrando “traidor”.
Pobres marañones. Iban tejiendo su propia trampa, su telaraña. Pensaron, inocentes, que el rey les perdonaría haber matado a Orsúa, poniendo como excusa que iba descuidado en la búsqueda de tierra para poblar. Acordaron firmar todos un tratado, pero... Lope de Aguirre firmó como “Lope de Aguirre, traidor”. Les hizo despertar de su sueño de perdón para volverles los ojos y mostrarles su entrañas en bandeja: todos son traidores, culpables de la muerte. Aprovechó el mínimo sentimiento de culpa y criminalidad para exaltarlos a volver a Perú a hacer la guerra.

Diario de Inés de Atienza

Ahora Juan Alonso de la Bandera es muerto. Comenzaré por el principio. D. Fernando quitó el cargo de Maese de Campo a Lope de Aguirre, diolo a Juan Alonso. Aguirre, enfurecido, lo mató. Fue restituido al cargo. Lorenzo Çalduendo, capitán de Guardia, es el nuevo ganador del premio, yo.

Diario de Lucía 29-3-95

Anoche acabé tan agotada y excitada que no encontré tiempo para escribir. Paramos en la ciudad brasileña de São Paulo de Olivença. Ya navegamos por Solimoes, el Amazonas brasileño hasta llegar a Manaos. No dormimos en el barco, sino que acampamos en las cercanías del río. El día transcurrió en montar nuestro campamento.
Cuando el sol iba cayendo, despuntando sus últimos rayos verdosos en la selva, hicimos una hoguera que nos serviría de cocina para la cena y daría calor durante la noche, que prometía largas conversaciones al fuego. Tras la cena, Inés sugirió hacer una quema de recuerdos. Nos sentamos alrededor de la fogata. Repartió papel y pluma para que escribiéramos los malos recuerdos y los arrojáramos al fuego. Su abuela le había enseñado este ritual, al quemar los recuerdos se mataba su espíritu, para que no volviera a suceder.
El fuego crepitaba, anaranjado, intentando lanzar imposibles destellos al cielo. No conseguía hallar ningún mal recuerdo. Buscaba y rebuscaba en mi memoria sin encontrar nada. Miguel se recostó en mis piernas. Clavó sus ojos en los míos. Los veía llenos de sombras, luces, espejismos. Figuras que iban y venían dentro de sus pupilas. Una sombra con forma de hombre iba tomando lentamente forma en su iris... Me hechizaban y asustaban esos ojos. La sombra del hombre se hacía muy nítida, se iba empequeñeciendo hasta clavarse en su pupila. Daba la sensación de ser algo más que la confluencia de ojos y fuego.
Nuestras miradas eran tan intensas que él rompió la conexión visual mediante un beso fugaz y un susurro en el oído: “Me lo estabas pidiendo a gritos”. Yo no pensaba en un beso mientras lo miraba. Pensaba en esas sombras, en ese hombre, tal vez fruto de la casualidad y mi imaginación, que se perfilaba en su mirada.
La voz de Inés me hizo volver a la realidad, era hora de quemar los malos recuerdos. Aún no había alcanzado a recordar ninguno, así que pensé que aquel hombre ocular de Miguel no me parecía menos que un mal augurio. Decidí quemarlo. Dibujé una silueta similar y lo arrojé al fuego.
Preparamos café para pasar la noche. Fran sacó su guitarra, creo que no había dicho que la tocaba. Tocó y cantamos hasta muy entrados en esa boca de lobo que es la noche en el Amazonas. Cansados, estábamos a punto de ir a dormir cuando Fran nos detuvo y dijo:
-Esperad, tengo una última especialmente compuesta para la ocasión.
Dos acordes lentos antes de empezar la letra, casi una balada, un aire de bosanova. Su mirada chocó conmigo unos instantes, segundos.
La letra decía, más o menos, así:

A un fuego fatuo que arde,
misterioso algunas noches,
los campesinos celosos,
lo llaman el alma en pena.

El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.

Miguel volvió a recostarse en mis piernas, Inés y Matías se apoyaban el uno en el otro, Fran era el único sentado en silla, para poder tocar.
El resplandor del fuego le ilumina la cara. Sus uñas rasgaban las cuerdas y sus ojos me escrutaban. “Las dos voces viven en la tiniebla”, bajaba la mirada a sus manos, para clavarla en mí al pronunciar las palabras dos y tinieblas.
Continuaba la canción:

Salta del fuego,
Como una lámpara,
como luz que navega sobre aceite,
Una llama quieta que recorre la noche.
¡Ah!, se fue por el camino de la candela.
Candela es, que viaja por la sombra
cerrando los caminos

Disimulaba bien las palabras y miradas dirigidas a mí. Parecía mirar todo el rato el fuego, aprovechaba éste para escrutarme por encima de alguna llamarada.

Y fin:

Me levanto en las noches de luna menguante,
Mis cabellos son tea
encendida que los vientos no apagan
Mis pies en llamas son llamas errantes,
pasan sobre los pajonales sin quemarlos.

El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.

Como final, el suspiro de aprobación y encanto de Inés, que no sabía de la existencia de la canción compuesta por su marido. Aplaudimos todos. Dio las gracias, explicó que la música era suya, la letra la había sacado de distintos libros. Fuimos a dormir.
Empiezo a plantearme si no seré hipersensible, parece que me afecta todo en exceso. El recuerdo del fuego, la sombra con forma de hombre y las miradas hechiceras de aquella noche acentuaban mi ya normal alteración y excitación. La canción había sido la guinda del pastel. Hablaba también de fuegos, dos figuras perdidas en las tinieblas... ¿tal vez Miguel y yo en este oscuro Solimoes?
Por si fuera poco, anoche volví a tener ese sueño. Oía “Traidor, traidor...” de fondo. Pero cambiaba algo, no todo era oscuridad, sino que una sombra temblorosa, igual que la que se pintó en los ojos de Miguel, avanzaba hacia mí sobre un fondo oscuro.





Diario de Inés

Veinte y dos de marzo del año mil quinientos y sesenta y uno
Parece que acabaran todos por enloquecer. Ya se veía venir, ya... ¿A dónde pretenden llegar con esto? Ayer quiso D. Fernando de Guzmán que todos lo tomáramos voluntariamente como general. Para ello se valió de astutas artimañas. Dejó el cargo, lo mismo hicieron sus oficiales, y pidió que se eligiese libremente a quien mejor pareciese para el cargo. Sus amigos, después todo el campo, dijeron que le querían a él como general. Éste volvió a aceptar el cargo y preguntó que quiénes querían ir al Pirú a hacer la guerra, y quienes preferían quedarse e ir a buscar tierra y poblarla. Todos, algunos por temor, firmaron un tratado en el que decían que irían al Pirú a guerrear.

Veinte y tres de marzo
De niña jugaba a ser princesa, ese no parece juego de hombres maduros.
Ese Lope de Aguirre ha dicho hoy que, para tener la guerra más autoridad y fundamento, debíamos hacer nuestro Príncipe a D. Fernando y coronarlos al llegar al Pirú. Ha pedido que nos desnaturásemos de España y negáramos al rey D. Felipe. Luego han ido todos a besar la mano a D. Guzmán, llamaban “Excelencia” a ese mequetrefe.
¿Qué importa ya esto? ¿Qué es mi vida, sino un caminar constante hacia la muerte? Sigo viva por no incrementar mi lista de pecados, ya quisiera yo estar donde él está, reposando eternamente con mi Orsúa y no aquí, Tirana de Tiranos.
Tal vez aún quede una luz, una esperanza... Quizá aún pueda salvar mi vida, con mi muerte, puede que mi alma. El río parece inmenso. El final, su desembocadura, es la utopía con la que sueño por las noches. Mis ilusiones se las tragan sus aguas.

Otro día

Pasados tres meses en este pueblo de Bergantines partimos hacia el Pirú. Los planes son ir a isla Margarita, para tomar comida y agua. De allí, a tomar el Nombre de Dios y la Sierra de Capixa, que es paso para Panamá, así nadie podrá dar aviso de nuestra llegada.
Tomaremos Nombre de Dios, allí robarán y matarán a todos los sospechosos. Luego iremos sobre Panamá, tomaremos los navíos del puerto para que no puedan dar aviso al Pirú. Se nos habrá de juntar gente de Veragua y Nicaragua, a quienes daremos armas y libertad.
Bien informada estoy de cuantos planes se trazan, no olvidemos que ando vendida a cualquiera para sobrevivir. Lorenzo de Çalduendo es ahora mi dueño. Compitió por mis amores con el difundo De la Bandera. Me cuenta estos propósitos con chiribitas en los ojos. Me promete tierras, riquezas... Yo sonrío, envenenando sus miradas. Es lo que quieren ver sus ojos. Yo sólo quiero ver como se asustan, fracasan se humillan. Mueren. Que paguen por mi infierno. Que paguen por el infierno de Orsúa.

Días más tarde

Me reí de sus sueños infantiles de jugar a ser reyes, aunque bien sigue el príncipe con su principado. Desde que lo proclamaron soberano come solo, sírvese con ceremonias y firma las cartas de esta manera “D. Fernando de Guzmán, por la Gracia de Dios, Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile”:
Ahora estallan mis carcajadas ante el miedo. Susúrranme que se arrepienten de haber dado muerte a mi buen Gobernador. Por si no bastara cargar con el peso de una muerte, andan planeando otra. Han acordado no ir al Pirú a guerrear, sino buscar tierra para poblar. Para ello traman acabar con Lope de Aguirre y algunos de sus amigos, ya que éstos son los mayores partidarios de ir al Pirú a vencer y ser libres.
Prefiero las nuevas ideas a esas insensateces de príncipes, guerras al Pirú y a España. Muerto Aguirre morirán con él las locuras.

Diario de Lucía 3-4-95

En una noche triste llegamos a Manaos. Si, triste, tristísima.
El río es más inmenso que nunca, su grandeza me sobrecoge. La oscuridad no nos deja ver nada, estoy casi segura de que al amanecer perderé mi vista en un horizonte de río y cielo. Mi alma será una presa fácil para el majestuoso Solimoes.
Miguel se ha apoyado en mi hombro mientras yo miraba los lejanos destellos de las luces de Manaos. Se ven las cosas de otra manera cuando has recorrido medio mundo conducida por la desesperación. Encontrar la felicidad en sus besos y en el río me hace pensar en si todo será tan espléndido cuando acabe el viaje. Él me demuestra que sí a cada instante.
Es una noche triste, tristísima, por varios motivos. Hemos detenido nuestra ruta unos cuantos kilómetros antes de llegar a Manaos, es nuestra última noche de viaje en barco por el Amazonas. Mañana, al alba, partiremos hacia el puerto de Manaos. Además, cerca de estos lugares, acontecieron la mayoría de los asesinatos que Lope de Aguirre ejecutó en el río. Noches tristes las de hace tantos años, noche triste también esta, en la que recordamos sangre navegando río abajo.
Contaré nuestra ceremonia particular, en recuerdo de lo que ya es historia:

La noche caía. Inés y Matías cocinaban la cena. Fran preparaba la cubierta poniendo cojines por el suelo y un mantel enorme. Velas en el centro, el resto esparcidas por la cubierta. Un nenúfar junto a cada vela.
Quién mejor para rendir culto a la historia que nuestros dos escritores:

Una frase de su amante, Lorenzo de Çalduendo, “¡Mercedes me ha de hacer a mí Lope de Aguirre! ¡Vivamos sin él pese a tal”. Y otra de ella, pronunciada al enterrar a una mestiza que se le había muerto: “Dios te perdone, hija, que antes de muchos días tendrás muchos compañeros”. Levantaron las sospechas de un temeroso Lope, asustado ante la dama de la muerte. Aguirre determinó matar a Çalduendo. Lo encontró junto al Príncipe. Delante de él lo mató a estocadas y lanzadas. Luego mandó a un sargento suyo, Antón Llamoso, y a Francisco Carrión, que fueran a matar a doña Inés. Gran lástima bella. Quedó muerta la flor de la desesperación, hermosura y amargura de este río, la siempre bella Inés de Atienza.
Avisaron a Lope de Aguirre de que Guzmán planeaba su muerte. Aguirre, que tenía pensado de antemano acabar con él, se apresuró en dar muerte a su Príncipe. Tramó, además, el asesinato de todos los asistentes a la consulta en la que se planteó asesinarlo a él.
La noche siguiente del asesinato de Inés y Çalduendo, 21 de mayo, reunió Aguirre a toda la gente que pudo, diciéndoles que iban a castigar a unos capitanes que habían intentado amotinarse. Mataron, primero, a un capitán y un almirante. Organizó a sus amigos para que cada diez o doce matasen a uno de los que él pretendía. Pero éstos dijeron que estaba muy oscuro y que se matarían unos a otros sin darse cuenta. Esperarían hasta el amanecer.
Al alba, se dirigieron a casa de su Príncipe. Lope continuaba mintiendo, diciendo que se disponían a matar a los amotinados. Únicamente dos de sus grandes amigos, conocían la verdad. Ellos serían los encargados de matar a D. Fernando cuando los otros no se diesen cuenta.
Estando de camino encontraron a un clérigo, al que mató el cruel Aguirre a un clérigo. También cayeron un capitán y otros dos hombres más.
Sin que los demás los viesen, dieron muerte al principito, a base de estocadas y arcabuzazos.
Sangre, sólo sangre. Lope de Aguirre, el tirano, tenía ya el control. Había tejido y destejido hilos, marañas y vidas para llegar a alzarse con el poder de una expedición que nunca creyó su destino, en Omagua y Dorado. Dejaban los sueños de oro salpicados con manchas sangrientas.

4-4-95
Hemos cerrado las maletas, nos despedimos de nuestro momentáneo hogar. Al cerrar la puerta del camarote y echar un último vistazo me ha parecido ver la figura de un hombre. He vuelto a mirar, ya no estaba. Se había esfumado. Seguramente nunca estuvo allí. Nunca. Sólo fue mi cabeza, mi imaginación. Demasiados nervios, el último día en el barco y mi exagerada imaginación me hacen ver cosas. No creo en fantasmas y no voy a empezar a creer ahora. Fufff... necesito oírmelo decir a mí misma. Mejor dejar de pensar en eso, era tan real... Estoy demasiado nerviosa, sí, eso es lo que ocurre.
Desembarcamos en Manaos. Su muelle flotante, articulado para fluctuar con los cambios de desnivel de las aguas, nos espera, dándonos la bienvenida a la civilización. Al poner pie en tierra firme, sentí que, lo verdaderamente civilizado, era quedarse allí, en el río que tantas maravillas me había enseñado, que tanto me habían hecho sentir el fluir de sus aguas...
En Manaos encuentras un desfile de despropósitos: avenidas, edificios y parques que recuerdan al Manhattan neoyorquino y a la bella y lejana París. Cosmopolitismo siglo XXI en el Amazonas. ¿Dónde está la selva? ¿Qué ha pasado con ella? Es el centro comercial por excelencia del Amazonas. Su tráfico fluvial es intensísimo, en comunicación directa con algunos de los puertos más grandes del mundo.
La riqueza de la ciudad, a finales del XIX, debido a la explotación del caucho, se deja notar en muchas construcciones. El mercado municipal, imitación del parisino les Halles, el palacio Río Negro, la plaza de San Sebastián... La gran joyita es el teatro Amazonas. La selva en el centro de la ciudad sólo se intuye, por el calor y la intensa humedad. El corazón se te estruja cuando tienes que decirle adiós al Amazonas, al Solimoes. Se te clava muy, muy dentro. Miguel me miraba con ojos de melancolía, buscaba refugio en mi pelo durante todo el día. Todos sentimos abandonar el río.
La expedición de, ahora sí, Lope de Aguirre continuó hasta la desembocadura. Nosotros pasaremos aquí un par de días y continuaremos la aventura hasta Isla Margarita.
Muerta Atienza, Miguel e Inés continuarán su relato con el diario de Elvira, hija de Lope de Aguirre.

Diario de Elvira 23 de Mayo de 1561

Esta mañana, tras el despertar de sangre que nos ha sobrecogido a muchos, nos ha juntado mi padre en la plaza. Rodeado de todos sus amigos, perfectamente armados, ha dicho que nadie ha de alborotarse por lo que ha visto, que estas son las cosas de la guerra, que el Príncipe y otros habían muerto por no saber gobernar.
Se ha autoproclamado General y Maese de Campo. Iremos a la guerra al Pirú. Está prohibido, so pena de muerte, hablar en secreto ni coger armas delante de mi padre.
Adoro a mi padre, en las esporádicas visitas que me hacía de niña me demostraba su amor y ternura. Él me rescató de aquel mísero hogar años después, para llevarme consigo, para quererme y tratarme como su hija. Sin embargo, odio esa frialdad que, a veces, es lo más destacado de su carácter.
He llorado por los muertos a escondidas. La sangre, la muerte provoca en mí pavor, como buena cristiana que me enseñaron a ser. Ruego por su alma. Ojalá mis rezos y súplicas sirvan para enmendar todos su pecados.

Diario de Lucía 5-4-95

Aguirre y su hombres partieron. En la margen derecha del río divisaron una cordillera. Avistaron algunas poblaciones a la orilla del río. Allí decían los guías que estaban Omagua y Dorado, Aguirre ordenó que nadie hablara con los guías. El Dorado pasó a ser un sueño prohibido, una leyenda cada día más muerta.




Diario de Elvira

Las muertes a manos de mi padre aumentan conforme descendemos el río. Ojalá se diera tanta maña para la vida como para la muerte. Ojalá pudiera amar a alguien más que a mí, su “querida hijita”, y se diera cuenta de lo que hace. Me protege y sobreprotege. Me cree pieza única de virginidad en este mar de tiranos. No sabe que amo a Pedrarias . Si lo supiera no dudo en no tardaría en acabar con nuestras vidas.
Nos abandonaron los indios Brasiles que traíamos como guías. El único atisbo de oro que vimos fue en Carari y Macari, algunos indios traían orejas y caricurís de oro. Tampoco nos esforzamos demasiado ya en encontrar metales preciosos.
Lo que más he odiado en estas pasadas jornadas han sido los constantes aguaceros desde que pasamos el pueblo de las Tortugas. Tampoco soporto esos asquerosos y abundantes mosquinos zancudos. Esperemos que las cosas cambien al llegar a Isla Margarita.
Hemos sido víctimas vivientes de mi padre. Perdiéndonos, encontrándonos, abandonando nuestros cuerpos, mientras selva y río encomendaban nuestras almas a un Dios que parece ya no me escucha. Al fin, hemos llegado al mar. La boca del río es inmensa, toda de agua dulce. Con infinidad de islas donde confluye con el mar. El mar, por fin.
Al grito de “¡Adelante mis Marañones!”, haciendo mención al nombre de este río, anima mi padre a sus hombres.

Diario de Lucía 7-4-95

Lunes por la tarde, abril del 95, llegamos a isla Margarita. Lunes tarde del 20 de Junio, 1561, la maldición llega esta isla, ahora paraíso vacacional.
Tras un trasbordo en Caracas llegamos a la isla, que son en realidad dos unidas por un doble cordón litoral.
No tiene mucho sentido que estemos aquí. Esto no se parece casi nada a aquella isla a la que llegaron los marañones para establecer su “reino de libertad”. Grandes hoteles, vacaciones, ocio. Seguramente son las hermosas playas los únicos testigos de lo acontecido hace cinco siglos.
Estamos casi al final del viaje, el sitio es idílico para descansar, relajarnos y que continúen su libro. Nos encontramos algo alejados de la “civilización”, nuestro hogar es una pequeña cabaña en el cerro Manacao, en la parte occidental, la más abruta, seca y menos turística.

“Perlas ensangrentadas,
flores pisoteadas.”


Diario de Elvira

Ensangrentamos el Marañón, ahora intentamos acabar con el brillo de esta isla Margarita, Isla Perla , a base de puñaladas y más muertes.
Llegamos el pasado 20 de Junio, tras tomar el puerto de Paragua. Mi padre mandó matar a uno que fue capitán de D. Fernando, también a otro que era su capitán, del que pensaba que no lo seguiría. A media noche hizo saltar a todos a tierra. Llegaron luego el Gobernador de la isla y los vecinos, alborotados por no saber qué sucedía. Actor de actores, mi padre llegó a arrodillarse ante el gobernador, ofreciéndose a su servicio. La adulación es un método que no suele fallarle. Llegó luego con nueva actitud. Desenmascarado dijo al gobernador que íbamos al Pirú, que sabía que ellos no nos tratarían bien ni nos dejarían continuar. Ordenó que dejaran las armas y los tomó presos.
Gritos, victoria: “¡Habemos preso al gobernador y la tierra es nuestra!” “¡Libertad! ¡Libertad!” “¡Viva Lope de Aguirre!”
Sí, libertad. Libertad para todos menos para mí. Ganas de morir cada vez que contemplo otra muerte. Ganas de vivir, por el contrario, cuando Pedrarias me lanza uno de sus besos no ensangrentados. Ganas de morir de nuevo cuando sospecho, por la mirada de mi padre, que sabe de lo nuestro y lo reprocha. Ganas de vivir cada vez que Pedrarias susurra amor a mis oídos.
El día del desembarco huyeron cinco Marañones. Mi padre enfurecía, rabiaba, amenazaba al gobernador y vecinos, exigiéndoles que los buscara. Esperanzas y promesas. Estaba yo prevenida de que sucedería. Uno de ellos era mi Pedrarias de Almesto. Me dijo que se iría e intentaría rescatarme, a los tres días apareció. Al contrario de lo que se suponía, mi padre no lo mató. Un rayo de compasión brilló en sus ojos. Por una vez parece que Dios atiende a mis rezos. Para que luego no me crea nadie cuando digo que no es tan malvado como parece. A los que si se colgó sin confesión fue a otros dos de estos huidos que aparecieron al poco. Más muertos a la lista.
Todo lo que necesitamos lo robamos de las casas del pueblo. Incluso se ha hecho una repartición de los hombres por las casas de los vecinos, allí comen y pasan el día, pero dormimos todos en la fortaleza.
Tenemos prisioneros a D. Juan de Villandrando, el gobernador, y Manuel Rodríguez, alcalde.
El odio de mi padre se incrementa cada día contra casi todo. Ahora sé que mis súplicas ya no bastarán para salvar su alma. Este infierno se acabó para mí. No, no aguanto más. Su actitud hace que mi corazón fulgure contra él. He coagulado mis lágrimas. No más llantos, no más muertos, no más sangre para mí. Huiré con Pedrarias en cuanto tengamos ocasión. Seguramente cuando lleguemos al Pirú, pues está es empresa imposible en esta isla.
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Viva Elvira y Pedrarias!

Diario de Lucía 9-4-95

Anoche me desperté con un gran sobresalto. Creí oír gritos de agonía, ahogados clamores pidiendo confesión. Aún despierta, continué oyendo las voces, atronadoras dentro de mis oídos. Parecían tan reales... No eran como esas otras voces de aquel sueño en el que oía “tirano”. Aquellas eran tranquilas, con un pequeño toque de desesperación y amargura rasgando su serenidad. Las de ahora son voces totalmente desgarradoras, gargantas quebradas, risas y llantos aulladores. Unas veces pedían confesión, perdón, otras lanzaban gritos agonizantes e injurias contra Dios. Fueron silenciándose, convirtiéndose en meros murmullos en mi cabeza.
¿Tendrán alguna relación con la historia de Lope de Aguirre? Seguramente sí, estos días ando muy involucrada en el transcurso de la historia. En ocasiones, Lope se despertaba por las noches creyendo oír voces pidiendo perdón y gritos, igual que lo que yo oí. ¿Se removía su conciencia sólo en sueños?
Las injurias que yo escuchaba podrían tener que ver con su conducta pagana. A veces decía no creer en Dios, o que éste había hecho el cielo para tan ruin gente que él no quería ir allá. Afirmaba que prefería ir al infierno, “Porque allí está Julio César y Alejandro Magno y otros valientes, y en el cielo están pescadores, carpinteros y gente de poco brío.”
Odiaba a los frailes, decía que no había de dejar con vida a los que encontrara. Su odio hacia éstos se incrementó cuando, estando en esta Isla Margarita, mandó a un capitán, Pedro Monguía, con 18 hombres a tomar un navío que tenía un tal Fray Francisco Montesinos. Llevaba tiempo sin saber de Monguía, andaba triste y se enfurecía con facilidad. Le llegaron noticias de que se habían reducido al servicio de Su Majestad, que el fraile y su gente venían a destruirlo y hacerle la guerra. El tirano enfureció, mandó prender a todos los vecinos de Isla Margarita, amenazaba con hacer correr arroyos de sangre por la plaza.
El navío tomó puerto en la isla. Aguirre temía que sus hombres lo abandonaran y se pusieran del lado del fraile. Su mente retorcida tramó un plan para convencer a los marañones de que eran unos asesinos, de que únicamente estarían a salvo con él. Mató,
junto con unos amigos, al gobernador y otros cuatro que tenían presos, cubrieron los cuerpos y los metieron en la fortaleza. A media noche llamó a sus soldados, les mostró a la luz de las velas la carnicería. Aprovechó para recordarles que eran culpables de esas y otras tantas muertes, que nunca los perdonarían.
Al día siguiente mató a su Maese de Campo. Antón Llamoso, amigo de Aguirre, se tendió sobre el cadáver, chupaba la sangre que escapaba de las heridas de la cabeza. Hizo lo mismo con parte de los sesos.
El navío del fraile llegó al pueblo, pero nunca desembarcó nadie. Tal como vino se fue, siendo causante de muertes inútiles.

Diario de Elvira

Muertes, muertes, más muertes. Cada día más y más cadáveres apuntados a su nombre. No aguanto tener que disfrazar mi cara hastiada con sonrisas infantiles, engañar mis sentimientos con palabras de amor e inocencia para mi padre.
Errores, planes fatídicos... La ira de los hombres, “La Ira de Dios”, también “Príncipe de la libertad”, se autoproclama. Su alférez general dijo demasiado alto querer matarlo, mi padre mandó su muerte, el alférez fue más listo y se huyó al monte. Esto desencadenó otras muertes, cayeron un Alférez de guardia, amigo del huido; otro de los Marañones y una mujer de la isla. A ella la ahorcaron en medio de la plaza. Llenaron su cuerpo de arcabuzazos una vez muerta. Acabaron con ella porque el huido frecuentaba mucho su casa. Era una pena ver así a la pobre mujer, su cuerpo conservaba las huellas de una hermosa juventud. Mataron luego a su marido, hombre envejecido y enfermo, se moría de pena al ver perecer a su bella esposa. También cayó un fraile dominico que con él estaba. Muerto éste decidió mi padre matar también al otro fraile de la isla.
Abandonamos hoy isla Margarita, partimos hacia Borburata, ya que estarán avisados en Panamá y Nombre de Dios de nuestra venida. De Borburata iremos a atravesar la gobernación de Venezuela y el Nuevo reino de Granada, y de allí al Pirú. Nuestro ansiado Pirú, mi amado Pirú.
Entraron en la isla 200 hombres, salen 160. Seguimos viendo la huída como única fórmula para liberar nuestro amor.

Diario de Lucía 12-4-95

Una mano equivocada toca el hombro que no es. Un giro de cabeza, unos ojos frente a otros. Pavor que unos interpretan como dulzura. Un brazo rodeando mi cintura. Un beso intenso del que mi mente huía, mi cuerpo se petrificaba en él.
Fran me ha besado. Los demás habían salido, estábamos los dos solos. No lo entiendo. No. No. Con lo amigos que son Miguel y él, su mujer aquí, a la que parece querer tanto. No. No es posible. Ahora le huyo, apenas cruzamos palabra, evito las conversaciones en las que él interviene, ni siquiera canto cuando toca la guitarra.
Y esas voces siguen sonando en mi cabeza. Susurran, pero a veces gritan, el ruido es tan ensordecedor que temo acabar gritando yo también. A los susurros de traidor, los gritos de agonía y perdón se ha sumado el angelical murmullo de una niña que repite incansable: “¿Conoces el final de la canción?” No sé de qué canción habla. Tal vez sea de aquella que tocó Fran en São Paulo de Olivença. Se lo preguntaría, pero ahora lo que menos me apetece es tener que hablar con él.
Odio esto. Odio esta Isla Margarita, isla de perlas ensangrentadas para Lope de Aguirre, el tirano. Añoro el calor y verdor del Amazonas, en el que sólo escuchaba el clamor y fluir de aguas.
Los brazos de Miguel están fríos, sus besos suenan lejanos. Mi garganta se llena de nudos que no puedo escupir. Vomito dos veces al día para intentar sentirme más limpia, más humana, para intentar calmar esas voces de mi cabeza. No pienso contárselo a nadie. Pensarán que es mi imaginación, lo mismo que yo pensaba al principio. Ahora sé que no. Son voces, voces que me avisan, que me dicen, me advierten... Pero no sé el qué.
Queda menos para volver a tierra firme.

13-4-95

No aguantaba más. No podía soportarlo. Tenía que intentarlo para comprobar si así conseguía acabar con las voces de una vez. Sorprendentemente, ha dado resultado. Anoche empecé a oír únicamente la voz de la niña que preguntaba: “¿Conoces el final de la canción?”
Estábamos, de nuevo, solos en casa Fran y yo. Olvidando lo del otro día le he preguntado por aquella canción que cantó, si acababa así o tenía otro final. Ha confirmado mis peores temores. Esperaba que me dijera que no y poder recobrar la esperanza de que las voces fueran fruto de mi imaginación. Ha traído la guitarra y ha cantado el verdadero final. De nuevo un aire de bosa:

Ave María, guárdanos del alma del tirano Aguirre
que pasa la noche en la candela.

Y Vuelta al consabido estribillo:

El resplandor regresa dando tumbos,
desnudando los árboles.
Perdidas las figuras,
Las dos voces viven en la tiniebla.
Viven en la tiniebla.

Al acabar ha dicho: “Olvida lo de ayer, no sabía lo que hacía.” Después de un largo silencio se ha ido a su habitación. Silencio, sí, silencio. Silencio del de verdad, sin voces, sin gritos, sin niñas que piden finales de canciones. Por fin acabó, por fin.

Diario de Elvira

Llegamos a Borburata. Mi padre ha mandado: “pregonar guerra a sangre y fuego contra el Rey de Castilla y sus vasallos, salvo aquellos que pasen con nosotros, a los demás que los maten, será el muerto el marañón que no lo haga”.
Llevamos aquí unos veinte días, cada vez escribo con menos frecuencia.
Las muertes injustas acontecen. Los últimos en perecer han sido un par de soldados, uno porque preguntó si nos hallábamos en tierra firme, el otro por aceptar las palabras de mi padre que le invitaban a abandonarnos. Ya muerto le pusieron un rótulo en el pecho que decía “por inútil y desaprovechado”.
Las páginas de mi diario parecen más una necrológica que la vida de una mujer joven. Ahora hablaré de mí. Empiezo a ser insensible a los actos de mi padre. No me importan, me da igual lo que haga. Continúo rezando en vano por su alma, por la de todos los marañones, todos los caídos, la de Pedrarias y la mía propia. De las penas del día a día, saco alegrías y esperazas, que se traducen en palabra y promesas de Pedrarias.

Diario de Lucía 15-4-95

A pesar de que Inés y Miguel ya andan contando las peripecias de los Marañones en tierra firme, seguimos aquí, en Isla Margarita. Las cosas van bastante mejor. Lo de Fran queda olvidado. Las voces siguen silenciadas, permitiéndome concentrarme en otros asuntos, como la historia:
Dos soldados huyeron estando de camino a Valencia. Enfurecido, el tirano regresó a Borburata, amenazó al alcalde con que los encontrara o se llevaría a su mujer e hijos. No pudiendo encontrarlos, Lope cumplió su palabra, pero acabó llevándose a doce mujeres, caminando hacia Nueva Valencia. Dejaron el pueblo de Borburata destruido, quemado y saqueado.
Los vecinos de Barquismeto y Venezuela, alertados de la llegada del tirano, huyeron al monte. Por el contrario, los de Tocuyo pusieron a salvo a sus mujeres e hijos, se organizaron para derrotar al tirano. El gobernador nombró oficiales de guerra y alférez, en nombre de Su Majestad, entre los vecinos. Partieron a Barquismeto, regresaron todos los que andaban escondidos en el monte. Llegó también un tal Diego García de Paredes, al que dieron el cargo de Maese de Campo. Cada día se acercaban más para luchar contra el tirano.
Lope y los suyos regresaron, por segunda vez a Borburata, encontrando la capa de otro de los Marañones huidos con el fraile. Tomaron a Francisco Martín, Marañón de éstos que había aparecido, por mentiroso, y lo ahorcaron.
Llegaron, al fin, al pueblo de Valencia. Allí no pasó gran cosa. Pero fue aquí donde Lope de Aguirre escribió una carta al rey Felipe II. En ella se declaraba como “su mínimo vasallo”. Se quejaba de que el rey había sido cruel e ingrato con ellos, que tantos servicios le habían hecho a este lado del Atlántico. Le negaba obediencia y se desnaturaba de España, decía que haría la guerra hasta que sus fuerzas aguantaran.
Frase célebre de esta carta es la siguiente: “por cierto tengo que pocos reyes van al infierno, porque sois pocos”.
Por el contrario de lo que había demostrado hasta el momento con sus injurias y actos paganos, parece preocupado por la Iglesia. Afirma que no dejarán de ser obedientes sus preceptos. En el escrito denuncia el mal comportamiento de los frailes en América.
Cuenta al rey la expedición por el Amazonas, porqué mataron a Orsúa, D. Fernando y tantos otros.
Añade una lista con todos los nombres de sus Marañones. Se despide como “Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el peregrino”.

Diario de Elvira

Nos dimos priesa en salir de la Valencia, dejamos el pueblo quemado y destruido. En el camino huyeron diez Marañones. Resolvió mi padre matar a todos los sospechosos y enfermos, pero fueron muchos los que, gracias a Dios, se negaron a que tal crueldad aconteciese.
Antes de llegar a Barquismeto nos topamos con los de Su Majestad, pero huyeron a su campo. Llegamos al pueblo a veinte y dos de octubre de mil quinientos y sesenta y un años. Tras una primera escaramuza, nos apoderamos del pueblo, los de Su Majestad lo habían abandonado y se habían ido a aposentar en un campo cuya situación desconocemos. Hemos encontrado muchas cédulas que decían que se perdonarán a los que se pasen al Real Servicio.
Mi padre ordenó quemar algunas cosas que se encontraron por las casas. En un descuido el fuego se fue de las manos, extendiéndose a la Iglesia y quemando casi todo el pueblo.
Sueño con un Pirú que cada día me parece más lejano.


Veinte y cinco de Octubre, año mil quinientos y sesenta y uno
En estos días ha habido algunas escaramuzas sin heridos. Algunos nos abandonan, pasan al campo de Su Majestad.
Hoy sí que se ha formado una batalla brava y reñida. Diego Tirado, capitán Marañón, se ha pasado con los del rey. Mi padre ha quedado frustrado, éste era uno de los que se decían su amigo. Además, los arcabuceros Marañones no han conseguido herir a hombre ni caballo, a lo que mi padre dijo: “Marañones, a las estrellas tiráis.” Ha pensado, de nuevo, matar a sospechosos y enfermos. Todos se han negado.
Llevamos algunos días encerrados en esta cuadra que nos hace de fortaleza. No hay comida, algunos comen perros. Desfallezco de un hambre que ya no puedo satisfacer con apresurados besos.
Los hombres, incluso también yo, empezamos a palpar nuestra perdición. El sueño del “reino de libertad” se esfuma como se disipó el sueño del Dorado.
Las primeras muertes de la expedición precedieron a otras muertes, éstas a otras y otras...Quedamos pocos, vemos el reflejo de nuestros cuerpos sin vida en el aire.
Mi padre ha decidido partir al mar.

Veinte y seis de Octubre
Llanto, llanto de vidas. Esperanza, luz al fondo del camino. Pedrarias se ha pasado hoy con los del rey. Ha prometido volver por mí. Me sacará de aquí, me salvará. Seremos libres y felices.

Diario de Lucía 20-4-95

Llegamos a un punto en el que la historia ya no es historia. Estamos en Barquismeto. Remendamos, ponemos punto final a nuestro viaje, a nuestro sueño.
La historia se enlaza con mi vida, con mi muerte. Ya no sé qué es real y qué no. Las voces han vuelto, sólo oigo gritos y lamentos. Esta mañana, al levantarme, he creído ver mi cama ensangrentada. He gritado tanto que casi temí que se me desangrara la garganta. Miguel se preocupa por mí, intenta tranquilizarme. Yo sé que él no puede verlo, no puede sentirlo. Es mi cabeza, algo falla ahí dentro. Tal vez no. No, no. Quizá los gritos sean simplemente gritos y la sangre simplemente sangre. Gritos y sangre reales.
Las palabras de aliento de Miguel, mis pensamientos, mis sentimientos, los fantasmas que aúllan en mis oídos... Me recuerdan al final. No sólo al final del viaje, también al final de la historia:
27 de Octubre de 1561
El tirano decidió volver a Borburata, sus Marañones se niegan. La mayoría de sus hombres lo abandonan. Con él quedaron 6 ó 7, entre ellos ese Antón Llamoso chupa cadáveres. El tirano, más tirano este día que nunca, se ve abocado en la desesperación, con el diablo ahogándolo por el pescuezo. Apuñaló a su hija. Parecía quererla más que a sí mismo, el único ser por el que el sanguinario Lope de Aguirre había mostrado un ápice de amor. ¿Qué importaba el amor si era el fin? ¿Qué importa el amor si es el fin? ¿Qué importa Miguel?
Ni siquiera sé por qué escribo esto. El final está próximo, siento que no me quedan lágrimas para despedir América.
¡Ah! Las horribles voces otra vez. Conocí a una artista que se hacía pequeños cortes con una cuchilla en la planta de los pies. Caminaba por la playa dejando huellas ensangrentadas. Decía que aquello era arte. No sé si lo será, pero yo voy a hacer lo mismo. Tal vez el dolor haga callar las voces. Veo luces fosforitas en el cielo.
Creo que alguien me llama. Seguiré escribiendo más tarde.

* * *

Miguel llama a Lucía para cenar. Esa noche estarán solos, tendrán su particular fiesta de despedida, la última noche solos en el continente del paraíso. Una mesa con velas en el porche. La mejor cena que Miguel había preparado jamás. Lucía era especial, había llegado a convertirse en un ángel para él, la chica con la que siempre había soñado.
Lucía sale, vuelve la cabeza. Ahí está. Es más nítido que nunca. Pequeño, barbudo, de voz grave, repite palabras que ella no entiende. Ojos endemoniados, con llamas fulgurantes, llenas de sangre, en su pupila. Una chica serena, reflejo de un hermoso ángel de piel tostada, está cerca del hombre.
Grita. Lucía grita como si no pudiera parar, como si ese fuera su único propósito en la vida. Pasos que se acercan, susurros, risas... El murmullo de un beso. Los brazos de Miguel. Las aguas del río en calma, las nubes llorando sangre que sólo unos pocos desgraciados pueden ver. Otro aullido desgarrador escapa de su garganta.
Grita. Se araña la cara con las uñas mientras los brazos de Miguel chocan bruscamente con su cuerpo.
El río está engullendo el cielo. Se le resquebraja y sangra la garganta. La naturaleza aúlla, los colores se diluyen. El fin está llegando, Lucía cree ser el único ser consciente de ello. Su voz se calma, no voluntariamente, sucumbe ante la impotencia de sus cuerdas vocales, ante la sangre que sale de su boca.
Ve el cielo lleno de fuegos fatuos. “Luces fosforitas en el cielo”. Al principio sólo había uno, se han ido multiplicando hasta formar un chispeante manto naranja.
Lucía ríe. Cada uno de esos fuegos es una de las almas que mató el tirano. Lucía vuelve a reír. Cree comprenderlo todo. Reflejos de almas en pena.
Miguel está aterrado, él no ha visto nada. Ahora oye dos golpes sordos, lejanos, suenan igual que dos arcabuzazos. Lucía cae al suelo, llorando. Él corre a socorrerla, a consolarla.
Ya pasó, ya.
Hallaron a Elvira muerta a los pies de su padre, el tirano mata al ángel, sus manos ensangrentadas. Dos de sus Marañones, por miedo, disparan. Lo hicieron dos veces, aunque el tirano sucumbió con el primero, que vino a darle justo encima del pecho. Así sucumbió su ánima, perdida en el infierno antes de muerto.

* * *



Miguel


Hace unos diez años de aquello. No quería tener que volver a recordarlo, menos así.
Lo más espeluznante que he contemplado en mi vida sucedió hace diez años, durante un viaje por el Amazonas, Isla Margarita y Barquismeto. Nos juntamos unos amigos, la chica con la que estaba saliendo y yo. Se llamaba Lucía, preciosa, algo más joven que yo.
Recuerdo con horror la última noche en Barquismeto. Ella se volvió loca. Tan pronto gritaba, como reía o lloraba. Decía ver espíritus y fuegos fatuos. No la creía, yo no veía nada. Escuché dos golpes secos, lejanos, que sonaron como dos arcabuzazos, los mismos que dieron muerte a Lope de Aguirre, el tirano. Un escalofrío congeló mi sangre, vi en el cielo uno de esos fuegos fatuos de los que Lucía hablaba. En ese instante, ella cayó al suelo, llorando. Le sangraba la boca. Había empezado a creerla loca, pero tengo razones para pensar que había mucho de verdad en aquello que creía ver.
La imagen de ese fuego fatuo me asalta aún algunas noches, se cuela aún en mis sueños y alcanzo a oír a la chica gritando.
Al fin, ella se calmó. Al llegar a Madrid no volví a verla. Desapareció, se esfumó. No contestaba a mis llamadas, nadie abría la puerta de su piso. Hoy, tras diez largos años, nos hemos encontrado. Paseábamos por el parque, no me ha dicho nada, únicamente me ha mirado fijamente, he podido ver fuegos fatuos, iguales al de aquella noche, en sus pupilas. La imagen de Lucía se ha desvanecido luego entre la multitud.

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