martes, 18 de septiembre de 2007

-Los chicos de la Escuela de Arte y la Escritora Poseída-

Todo andaba en relativa calma en la Escuela de Arte cuando, de repente, una escritorcilla enloqueció de amor. Los demás, creyéndola víctima de la posesión de algún demonio, corriendo a exorcizarla usando papeles de acuarela cual sagradas formas.
Nadie supo de su amor, sólo el implicado y aún ni éste. A la chica le gustaba que el susodicho le mordiera los tobillos. Para su desgracia –y su pérdida de cordura-, esto sólo había sucedido una vez y no podría jurar que él no se encontrara bajo el efecto narcótico.
“Sólo me enamoro de entelequias”, escribió con acrílicos robados en las paredes de la biblioteca. Luego usurpó todo el vino barato que guardaban los pintores y atrapó a una poetisa a la que lloró todas sus penas sin que el amor apareciera una sola vez en sus labios. “Hay cosas que ha de llevarlas una sola, con dignidad, con la cabeza alta”, se decía. Lo que no había calculado es que hay sentimientos demasiado pesados para cargarlos una sola.
Cuando hubo acabado la narración de sus desdichas, intentó besar a la poetisa. Ella se dejó, embriagada como estaba por el olor a alcohol y las palabras de la escritora. Cuando se separaron del beso, la poetisa fue corriendo al aseo a retocarse los labios, con lo que la escritora llorona se quedó sola, intentando reventar sus recuerdos como si de granos con pus se tratara.
Él hacía de mimo en el jardín. Mimaba no recordar nada del día en que metió los tobillos de letras en su boca. También puede que fuera verdad y que no lo recordara. Había aprendido a no enamorarse de cada cosa que se llevaba a la boca y eso le daba cierta ventaja sobre ella.
Pese a que la chica evitaba pasar por el jardín para no toparse con el objeto de su desgracia, era inevitable que no se encontraran por la casa de cuando en cuando. Se sonreían quedamente y se decían buenos días, buenas tardes o buenas noches según conviniera Así siempre, sin un suspiro de más ni parpadeos de menos.
Es normal que en este estado de absoluta corrección y normalidad l chica haya acabado por enloquecer. No es la segunda o la tercera vez que le pasa, tiene listas completas de personas que no la amaron. Algunos son actores de cine, otros simples perfiles de estudiantes que aparecieron por la biblioteca y –los más dolorosos-, esos otros que había tenido entre sus brazos pero que se escurrían como si fueran pastillas de jabón. Pobre muchacha, tantos como hay que darían su vida por ella y siempre tan obstinada en llorar a causas perdidas.
No habiendo mejorado su estado con los exorcismos contra el ansiarte celebrados por el grupo de malabaristas, la escritora, la pobre, sigue gimiendo en su mar de lágrimas y desdenes. Con sus tobillos abandonados y un mimo que mima que nunca ha hecho globoflexia para ella.

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