
Está vestida, sentada al borde de la cama. Vestida, sí aunque no lo suficiente para ser noviembre y que fuera haga frío. Bragas blancas y una camisetita fina, ni siquiera tanga o culotes de esos que marcan un culo sexy. Bragas blancas de algodón como las de una niñita de cinco años.
El pelo desastrosamente recogido. Vestida, relativamente, pero no lo suficiente para ser noviembre y que el frío se cuele por las grietas de las paredes.
Dibuja círculos moviendo la pierna sobre el suelo. Gemelos estirados. Sus músculos cortando el frío.
No mira a ningún sitio porque tampoco cree que sea necesario. Está en bragas en el borde de una cama deshecha y sólo le preocupa dar vueltas y vueltas a su pierna, dividiendo el aire, dibujando más y más círculos que separan el frío. Siempre en el sentido contrario al de las agujas del reloj.
Y puede que ésa sea su cama o que sea la de cualquier otra persona que la está esperando fuera, detrás de la puerta o detrás de la persiana bajada que, seguramente, da a un jardín en el que el frío es único protagonista.
Puede que fuera estén ellos, todos ellos. Dispuestos a destruirla y arruinarle la vida.
Puede que esté él o que no esté nadie.
Los mechones de pelo se desparraman sobre su boca y consigue poder masticarlos atrapándolos con su lengua. Succiona cada cabello intentando extraer todo el jugo. Gotas de sudor propio, quizá también ajeno, motitas de polen, caspa, polvo, colonia de menta.
La velocidad de los círculos ha ido creciendo. Ahora , su pierna se mueve salvajemente, haciendo que le resto de su cuerpo acompañe el movimiento vibrando a su vez. Sus manos intentan encontrar algo sobre la colcha de gancho. Sumerge los dedos entre las arrugas de la colcha y la acaricia con las uñas. Ahí están: un cabello, una motita de polvo, granos de polen, caspa y colonia de menta.
Continúa con sus circulo y masticándose el pelo. Para ese momento, los círculos ya son de tal magnitud que todo su cuerpo se estremece y contorsiona.
Más pelos en la cama. Más polen, más caspa y polvo. Y colonia de menta, y círculos y piernas y frío.
Cuando al fin todo se detuvo, el muñón de su pierna se había puesto morado.
El pelo desastrosamente recogido. Vestida, relativamente, pero no lo suficiente para ser noviembre y que el frío se cuele por las grietas de las paredes.
Dibuja círculos moviendo la pierna sobre el suelo. Gemelos estirados. Sus músculos cortando el frío.
No mira a ningún sitio porque tampoco cree que sea necesario. Está en bragas en el borde de una cama deshecha y sólo le preocupa dar vueltas y vueltas a su pierna, dividiendo el aire, dibujando más y más círculos que separan el frío. Siempre en el sentido contrario al de las agujas del reloj.
Y puede que ésa sea su cama o que sea la de cualquier otra persona que la está esperando fuera, detrás de la puerta o detrás de la persiana bajada que, seguramente, da a un jardín en el que el frío es único protagonista.
Puede que fuera estén ellos, todos ellos. Dispuestos a destruirla y arruinarle la vida.
Puede que esté él o que no esté nadie.
Los mechones de pelo se desparraman sobre su boca y consigue poder masticarlos atrapándolos con su lengua. Succiona cada cabello intentando extraer todo el jugo. Gotas de sudor propio, quizá también ajeno, motitas de polen, caspa, polvo, colonia de menta.
La velocidad de los círculos ha ido creciendo. Ahora , su pierna se mueve salvajemente, haciendo que le resto de su cuerpo acompañe el movimiento vibrando a su vez. Sus manos intentan encontrar algo sobre la colcha de gancho. Sumerge los dedos entre las arrugas de la colcha y la acaricia con las uñas. Ahí están: un cabello, una motita de polvo, granos de polen, caspa y colonia de menta.
Continúa con sus circulo y masticándose el pelo. Para ese momento, los círculos ya son de tal magnitud que todo su cuerpo se estremece y contorsiona.
Más pelos en la cama. Más polen, más caspa y polvo. Y colonia de menta, y círculos y piernas y frío.
Cuando al fin todo se detuvo, el muñón de su pierna se había puesto morado.
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