martes, 18 de septiembre de 2007

-Pobre Lollypop- (2003)

A la verdadera Lollypop,
el HalleBop será siempre nuestro.

Lollypop caminaba siempre tranquila, a cada paso que daba parecía confundirse con el viento hasta formar parte de él. Su mirada azul, te atrapaba con sólo mirarla durante unos instantes; sus labios rosas destacaban sobre su piel blanca.
Ella siempre estuvo allí. No recuerdo cuando llegó a la ciudad. Parecía haber estado siempre allí.
De niños jugábamos todos en la plaza del pueblo, pero hace tanto que dejamos de ser niños. Todo era igual para todos, no había distinción s de sexos ni razas, era entonces cuando, verdaderamente, uno tenía buenos amigos. Hasta que, un día, la sociedad nos ordenó que dejáramos de jugar. A partir de entonces tenía que ve la t y dejar de contar cuentos en las noches de luna. Las chicas debían ser presumidas repelentes, debían enamorarse famosos anunciados en televisión. Los chicos te3nían que parecer unicelulares, dedicar su tiempo a jugar a la consola, ver fútbol y comentes del cuerpo de sus compañeras de clase. No hicimos caso de todo esto. Desenterramos viejos discos de vinilo y nos hicimos amigos de las estrellas.
Por entonces, ella aún sonreía, era dulce, azucarada. Como un caramelo de fresa expandiendo su sabor por tu boca. Supongo que por eso la llamábamos Lollypop. Olvidamos pronto su verdadero nombre. Ha pasado mucho desde aquellos días, la infancia nos abandonó demasiado pronto.
Las mariposas revolotean por su cuello en las primaveras blancas. Los inviernos nevados convertían sus ojos en fríos copos. Llenamos cuadernos transparentes e ciudades invisibles y utopías inimaginables. En las noche de luna llena, solíamos escuchar canciones melancólicas a la espera de amaneceres dorados.
Tú lo sabías todo, antes de que ocurriera, tú lo sabías todo, querida Lollypop. Por eso llorabas, a veces, creyendo que no me daba cuenta. Por eso tu sonrisa se transfiguraba cuando no te miraba a la cara, por eso sufrías, en silencio, aunque las apariencias dijeran lo contrario.
No noté nada, te juro que no me di cuenta de lo que estaba pasando, de lo que estabas pasando.
Un día, frío y gris para nosotros; ya que brilló el sol brilló toda la mañana, tu sonrisa se desvaneció. La huella del dolor hizo mella en tus ojos, jóvenes y desesperados. Aún entonces tuviste la valentía necesaria para cargar con el peso de las lágrimas de los demás. Seguías siendo valiente, incluso creo que tenías la misma vitalidad que antes.
¿Cómo olvidar ese día? Fue demasiado duro, demasiado amargo. La sensación de la nada invadió nuestros cuerpos. Su muerte fue la culpable del deterioro de tu sonrisa. Suz se había borrado para siempre.
Más tarde, alguien, no recuerdo quién, me contó entre sollozos que una terrible enfermedad había acabado demasiado pronto con su pequeño cuerpo. Dulce, delicada, tal y como fue antes, había muerto. Ufff…! Un escalofrío se apodera de mí cada vez que pronuncio esa palabra, muerte. No, no no volveré a decirla nunca más.
Te recordé junto a ella tantas otras noches… Su pelo azul rozaba suavemente sus mejillas. Su sonrisa yacía apagada por el manto de la noche. La observabas desde aquel rincón, iluminada, apenas, por los escasos rayos de luna. La mirabas, perpleja, como quien contempla un ángel por primera vez. Tus ojos recorrían su rostro, su pequeño y cálido cuerpo. La mirabas con carió, con esa dulzura tuya. Te gustaba oírla respirar mientras dormía, notar que seguía allí, que su corazón latía. Por un instante tu mente imaginaba qué pasaría si ese diminuto corazón dejara de latir. Si aquel ángel dormido no despertara jamás de un sueño infinito.
A continuación te acercabas lentamente a la cama, apartabas con tus finas manos los cabellos de su cara, sentías que seguía respirando. La tristeza y el llanto te volvían a invadir enseguida, sabías que un día ella volaría al otro lada del horizonte y nosotros quedaríamos aquí, con el recuerdo de su voz como más valioso tesoro de nuestras vidas.
A veces huías en la noche. La luna te suplicaba que volvieras, pero te negaba a verla allí tumbada. Ibas a los lugares dónde habíais sido felices. Tantas tardes en el río perdidas en el iris de tus ojos…
Delante de Suzette intentabas poner buena cara, querías que ambas os convencierais de que no iba a pasar nada.
Su z no estuvo aquí siempre. Recuerdo perfectamente el día fresco, de primavera, en que vino al mundo. Tenía esa sonrisa inocente y esos ojazos, que siempre me parecieron manchados de lagunas
. Verdes, sí, verdes. Dicen que el color de la esperanza. No sirvió de nada, ¿o acaso impidió que fuera más doloroso? No, no habría nada más doloroso que su marcha.
La noche de su muerte, tú, huiste, como tantas otras veces. La luna y las estrellas no suplicaron que volvieras, pues también ellas lloraban desde lo alto. Acudiste al río, yo lo sabía, estaba allí esperándote tras los árboles. Al llegar no advertiste mi presencia. TE sentaste en la orilla y lloraste. No sólo con los ojos, también con el corazón, todo tu ser era una lágrima plateada en ese momento. Acabaste derrumbada en la orilla, con los ojos empañados de dolor. Corrí a abrazarte y deseé tenerte siempre entre mis brazos.
Horas más tarde nos sorprendió el amanecer, fue hermoso, dorado. No vimos más que horror en todo aquello. El sol seguía saliendo, aunque ella no estaba allí. Hubiera sido más consolador vernos atrapados por siempre en la noche.
Los amaneceres siguientes fueron también oscuros. Suz no estaba con nosotros para iluminarnos y tú, Lollypop, decaías con sólo la brisad de su nombre.
Aún así, supe que no habrá momentos más duros. No sufriremos nunca tanto como la noche junto al río.

Esta mañana ha salido el sol. Me levanté y te descubrí en la ventana. Tus ojos parpadeaban como estrellas infinitas, tu sonrisa ha vuelto. Navegaba hacia el horizonte en un barco de velas blancas.
Esta vez, el amanecer, no ha sido gris. Una explosión de color se ha adueñado del firmamento. De una en una, las estrellas se han difuminado. Los tonos rosas dejaban paso a un astro anaranjado. Por un momento el cielo ha sido violeta, más bien de un púrpura claro, que ha dejado paso al azul intenso de tus ojos.
En susurros confestate que Suzette nos dejó su huella en el amanecer. En susurros todos parecemos mejores.

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