
¡Qué hermosos ángeles empapados!
Luego, cuando lleguen a casa, notarán que algo les abrasa la garganta. Vomitarán una irrisoria papillita verde que apenas resaltará en la porcelana del váter. Comenzaran a rascarse los ojitos, enrojecidos, pero el picor será demasiado para solventarlos con sus manitas.
Sus faldas empezarán a desgajarse mientras las purtuverancias y ampollas se adueñan de su pielecilla perfumada con nenuco. Deshechas, sin voz y sin lágrimas, pedirán ayuda las pequeñas. Más tarde las enlatarán en ataúdes blancos y las esconderán a dos metros bajo tierra. Allí estarán seguras. Allí la lluvia ácida no podrá alcanzarlas.
No salgan a la calle sin máscara antigas ni chubasquero de hormigón si ven que está nublado.
Ilustrado por HiddenBoy.
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