martes, 18 de septiembre de 2007

-Luna en Nueva York o Iguazú no son unas cataratas- (2002-2003)

“Bajé a sacar la basura, miré hacia el pequeño cielo de Nueva York y no vi la luna”

Eran las cinco de la mañana, yo dormía en el sofá de mi piso, del West Side, de repente sonó el teléfono:
-Ann- dijo una voz amable y somnolienta- soy yo, Valeria. Tienes que hacer las maletas, te vas a Argentina.
- ¿A Argentina? ¿No estaba allí Marta?
-Sí pero ha tenido que volver, un problema de apendicitis. Tu vuelo sale hacia las diez, pásate por redacción a las seis y te daré más detalles. ¡Bye!
-Vale, hasta luego.
-Hasta luego.
Me senté en el sofá un poco aturullada. De repente me llamaba la directora de redacción de la revista para que fuera a Argentina. Sabía poco de ese país latinoamericano. Argentina… dejadme pensar… capital Buenos Aires, la casa Rosada, la sonada crisis económica… ¡Ah! ¿No era allí donde están las cataratas del Iguazú? Había visto algunas imágenes de ellas, un lugar lleno de magia y fantasía.
Al llegar a la redacción Valeria empezó su discurso con voz acelerada, característica del estrés neoyorquino.
-Las seis menos cuarto, estás batiendo tu propio record. Bueno, aquí tienes el billete de avión, sólo es de ida. En cuanto Marta se recupere volverá ella. Cuando llegues pide un taxi, y le dices que te lleve a esta dirección C/ Córdoba nº25, Marta se alojó en un Hotel, tú estarás en casa de una familia, con todo este lío de reducción de presupuestos no tenemos para más. Ya les hemos pagado tu alojamiento y dos comidas al día: desayuno y cena. ¿Algunaduda?
-Nada, de acuerdo.
-Bueno puedes irte ya si quieres, llámame si tienes cualquier problema.
-Ok. Hasta pronto.
Decidí que lo mejor sería no coger un taxi hasta el momento de ir al aeropuerto, Nueva York a las 7:30 de la mañana puede ser un verdadero infierno automovilístico.
Una vez en el aeropuerto, lo de siempre, que si detector por aquí y detector por allá. Justo cinco segundos después de sentarme en el avión caí completamente dormida.


Buenos Aires, o como descubrí a Iguazú


Desperté con el ruido del aterrizaje en pista, había estado durmiendo todo el viaje. Cogí un taxi que me llevó hasta la casa donde había de alojarme.
Ya había llegado, calle Córdoba nº 25, casa de la familia Mendoza. Llamé a la puerta y una chica de piel oscura y cabello negro salió a recibirme:
-Usted debe ser la señorita Ann- dijo con su bonito acento.
-Así es- contesté.
-Pase, pase le enseñaré su habitación. Si quiere algo estaré en la cocina.
Mi habitación no era gran cosa, un armario, una mesa, una silla y una
cama. A pesar de su sencillez aquel cuarto provocaba una sensación cálida y absoluta tranquilidad. Unas cortinas rojas jugueteaban con los rayos de sol que se colaban a través del gran ventanal.
Después de deshacer mi maleta y acomodarme en la que tendría que ser mi habitación durante unos días me dirigí a la cocina para preguntarle algunas cosas a la chica. Atravesé el pasillo y allí estaba ella envuelta entre cacerolas y sartenes.
Tras la consabida presentación (“No me has dicho tu nombre” “¡Oh! Qué despistada soy. Me llamo Carolina”), me contó que allí vivían sus padres, ella y sus dos hermanos, Iguazú de 13 años y Alfonso, de 6.
Cerca del mediodía, entraron en la cocina un niño y una chica, seguramente Fernando e Iguazú.
-¡Hola!-dijeron los dos a la vez con espléndidas sonrisas infantiles.
-Mire Ann, éstos son Iguazú y Fernando- dijo Carolina.
-Encantada de conoceros chicos.
Iguazú ayudó a poner la mesa a Carolina mientras Fernando jugueteaba por el pasillo. Comimos. Después empecé mi labor como reportera. Eso es lo que haría todas las mañanas y las tardes, pero las noches eran para mí, y de eso hablaré de aquí en adelante.

1º noche, o “La luna”

Llegué a mi nueva casa hacia las diez, justo para cenar, allí, en la cocina, estaban todos Sandra, o mamá, Gonzalo, o papá, Carolina, Fernando e Iguazú. Durante toda la cena noté que ésta última me miraba mucho. Al terminar sólo quedamos Iguazú y yo quitando la mesa.
La chica era extremadamente bonita. Tenía unas manos menudas que jugueteaban incansablemente con su melena negra y ondulada. Lo que más me sorprendía de ese rostro juvenil eran sus ojos, de un azul acuoso muy poco usual entre la gente de esa zona.
-¿Por qué te llamas así?- le pregunté.
-¿Por qué tu te llamas Ann?- dijo algo enfadada.
-Vale, vale. Tampoco es para ponerse así. ¡¿¡¿Qué es eso!?!? –pregunté sobresaltada, había
viso algo brillante cruzar la habitación.
-¿El qué?
-Acabo de ver algo muy brillante cruzar la habitación, como una bola o algo así.
-Ah…, eso. No, no es nada. Vamos, supongo que no sería nada. –En su tono de voz se
adivinaba que intentaba ocultar algo.
-No, no. Yo he visto algo. ¡Ahí esta otra vez!- corrí tras aquella misteriosa esfera brillante sin
poder alcanzarla.
-¡Basta! – gritó la chica con voz quebradiza.
Quedé paralizada.
-¿Estás segura de que has visto algo?
-Segurísima. –Aquello empezaba a inquietarme, ¿qué podría ser?
-¿Algo como esto? – Iguazú hizo un movimiento circular con las manos y de ellas surgió una
gran mariposa azul rodeada de un halo plateado. –Esta es Luna, bueno, concretamente Mariposa Luna.
-Pero… pero… - titubeé.
-Parece ser que eres una de las elegidas.
-¿Elegida de qué?
-Tranquila, cada cosa a su tiempo. De momento ya sabes mucho, puesto que conoces la
existencia de la mariposa. Relájate, no va a pasar nada. ¿Quieres venir a mi habitación? Te contaré algo más sobre lo que has visto y sobre mí.
Su cuarto era muy diferente al resto de las dependencias de la casa. Una habitación pequeña con moqueta y paredes azules. En el techo, de un bonito color azul oscuro, había pegatinas de estrellas y planetas fluorescentes simulando el firmamento.
Me indicó que me sentara en la cama, junto a la ventana, y encendió una lámpara con forma de globo terráqueo que producía una luz amarillenta y que hacía aún más bonitos sus ojos. Aquello era perfecto, las estrellas y planetas en el techo y la tierra iluminando desde su mesilla, sólo faltaba la luna, aunque esta era bien visible a través de la ventana.
Debido al encanto de la situación ya me había relajado, escuchaba atenta todo lo que brotaba de la sonrisa de la niña.
-¿Ves la luna?- dijo señalando hacia el exterior. Bien, pues con ella empieza mi historia. Por favor, no me interrumpas mientras te cuento mi secreto o la magia desaparecerá.
-¿La magia?
-¿Quieres escucharlo o no?
-Claro.
-Pues haz el favor de callarte. –Me reprendió sin dejar de sonreír.- Todo empieza cuando no había hombres en el mundo, cuando los planetas pensaban y aseguran que incluso hablaban. La Luna y la Tierra eran muy amigas. La Luna le prometió a la Tierra que cuando aparecieran los hombres, y no pudieran hablar, ella se convertiría en una chica y así podrían estar siempre juntas. Esa chica llevaría el nombre de un río, o mejor el nombre de unas cataratas. Ella viviría en un país de Sudamérica, tendría la piel tostada, pelo negro y ojos azules como el cielo. ¿Has visto alguna vez a una chica así?
-Sí, a ti Iguazú.
-Así es, yo no soy Iguazú, soy Luna. Tal vez no te baste con Mariposa para creerme, así que mira.- Extendió la palma de su mano y en ella se vio la imagen de una luna igual a la que se veía a través de la ventana. –Esta es la prueba. No soy Iguazú, soy Luna.
Mi asombro crecía con cada palabra, con cada gesto de la chica. Mariposas y bolas brillantes, Luna, planetas que hablan… Verdaderamente no podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
-Según la leyenda, para que la Luna viva en la Tierra debe ir confesando su secreto a cuatro personas antes de cumplir los 15 años. En realidad lo saben cinco personas, puesto que, a la madre de la nueva Luna la anterior le cuenta el secreto la última vez que se ven antes de morir. Mi bisabuela era Luna, se llamaba también Iguazú. Murió un día antes de nacer yo.
-Lo siento.
-No, no debes sentirlo. Ella sabía que moriría antes de nacer la siguiente Luna. Era ya muy mayor y, cuando se enteró de que mi madre estaba embarazada, comprendió que nunca nos llegaríamos a conocer.
-Quieres decir que tu madre no sabía que tu bisabuela era Luna hasta su muerte?
-Exacto. Luna sabrá quiénes son las otras cinco personas porque a éstas se les aparecerá la
mariposa. A mi padre se le apareció cuando yo tenía 5 años, mamá me ayudó a contárselo. También lo sabe mi abuela, Marcus, un amigo de California y Samanta, que es profesora de Astrología (¿!?será astronomía) en la universidad y al principio no creía nada de esto.
-Perdona que no te acabe de entender. Me resulta muy extraño. Acabo de llegar a n país que
no conozco y me encuentro con una niña que dice ser la Luna.
-Es que es verdad, yo soy Luna.
-Si yo te creo, sólo que me cuesta mucho entenderlo. A ver, ¿para qué se supone que estás
aquí? ¿Qué haces en la Tierra?
-Te lo dije antes. Soy fruto de una promesa de amistad. Iguazú hace que Luna y Tierra estén
juntas por siempre.
-¿Se te puede considerar n ser mitológico o algo así?
-En cierto modo tal vez sí, pero la mitología no es real. Esto sí.
-¿Y de qué nos sirve a lso humanos toda esta historia?
-Creía que sería más fácil contigo que con Samanta, ya veo que no. Además de perpetuar la
amistad de ambos cuerpos celeste, Luna es la memoria de la Tierra. Existimos desde la antigüedad, y la memoria de la primera de nosotras pasó a la segunda y así sucesivamente. Podríamos decir que somos la base de datos del mundo. Guardamos en nuestra mente todas las cosas bellas de la Tierra para contárselas en nuestra muerte a Luna, la de verdad, ese astro que ves tras la ventana.
-¿Cuáles son esas cosas que guardáis?
-Sonrisas de niños, miradas confusas, leyendas, historias, lugares…
-Eso quiere decir que habrás viajado mucho.
-Te equivocas, no he salido jamás de Argentina.
-¿Sólo le describirás a la Luna lugares de aquí?
-Cuando digo que no he viajado me refiero a que no lo he hecho d euna forma física. – Debí
poner una expresión rarísima, por lo que la chica empezó a reír. – Jaja. Mejor lo dejamos por hoy. Has de dejar de pasar un poco de tiempo para asimilar todo lo que te he contado. Además, seguro que tienes un montón de cosas por hacer.

2º Noche, o Luna llena


La segunda noche Iguazú me propuso ir a dar un paseo por el parque.
-Qué bonito está el cielo. –Dije a la niña.
-Hay Luna llena.
-Sí, es preciosa.
Le brillaban exageradamente los ojos.
-¿Te pasa algo?- pregunté preocupada.
No le dio tiempo a contestar. Un halo de luz la rodeó y ella flotó en el aire. Una tenue música, como proveniente de otro mundo, inundó los sonidos nocturnos.
Yo no estaba asustada, ni siquiera nerviosa. Era tan bonito verla allí, rodeada de esa mágica luz que el terror tenía miedo de aparecer.
Al cabo de un minuto la chica volvió a su estado normal y me explicó qué era lo que había pasado.
-Cuando hay luna llena necesito venir hasta aquí para recargar mi energía, yo soy
como los humanos, pero a la vez soy Luna y necesito de su energía para vivir. O más bien necesito de la energía de mi otra yo para poder vivir en la tierra. ¿Lo entiendes?

-Creo que sí. Es complicado pero me voy haciendo a la idea.

3, 4, 5, 6 noches, ojalá fueran mil

Todos los días, al ponerse el sol, yo volvía a la casa y acababa mis artículos mientras Iguazú desnudaba, poco a poco, el secreto de Luna.
Ella viajaba, por supuesto que viajaba. No había salido de Argentina y conocía como la palma de su mano los largos inviernos polares, las noches en la India con olor a especias, los suspiros y palabras de amor que miles de parejas se habían susurrado mirando a la Luna. Todos los mares, ríos, lagos, glaciares y océanos donde el susodicho astro había posado su silueta alguna vez eran conocidos por ella.
Al recargar su energía ella veía uno de esos lugares. Ésta era su manera de “almacenar” recuerdos para luego transmitírselos a Luna, a la Luna de verdad.
En aquellos días Iguazú también tuvo tiempo de compartir contigo algunas de las historias, leyendas o poesías que había oído siendo astro en algún lugar del mundo.
Recuerdo con especial cariño cómo me contaba todo lo que la gente había dicho mientras la contemplaba en el cielo. Cómo había servido de inspiración para muchos pintores, poetas y escritores.
Tantos acontecimientos habían sucedido bajo su lejana mirada… Me contó que una chica consiguió alegrar a una amiga suya diciéndole lo siguiente : “A veces todos tus errores reamontonan y te sonríen desde un rincón. Te empeñas en aplastarlos y siguen allí, hasta que eres capaz de amontonarlos con tus propias manos y reírte de ellos.”
Como todo lo bueno, las noches de fantasía e historias viajando con Iguazú acabaron, esto ocurría en la 7º Noche, o la llamada

Estábamos Iguazú y yo en mi habitación, ella leía, yo acababa un artículo. El silencio de la noche se rompió con el aullido del teléfono móvil. Era Valria.
-¡Hola, Ann! Mañana lega Marta a Argentina. No ha hecho falta una operacón, tan sólo un poco de reposo. Pasado mañana sale tu avión, te mando por e-mail la contraseña para recoger tu billete, ¿ok? Hasta pronto Ann.
-Ok. Hasta pronto.
Cuando colgué se me destrozó el corazón, me encantaba pasar las noches con Iguazú, aunque la conocía unos días, me llevaba muy bien con ella. Era una chica especial. Distinta, con esos ojos azules y esa piel morena, sus historias, sus leyendas, sus consejos y sus lecciones sobre la vida. Tragué saliva e intenté decirle que me iba:
-Iguazú ya es hora de dormir, venga a la cama- le dije.
-Primero te contaré una leyenda de china, ¿vale?
-Bueno.- Dije mordiéndome el labio inferior.
Cuando acabó con la leyenda no tuve valor de decirle que me marchaba, lo dejé para el día siguiente.

8º noche, o la despedida

-Me voy,- le dije- mañana por la mañana.
-¿Tan pronto?- preguntó, a la vez que una delicada lágrima brotaba de sus ojos.
-Sí, me tengo que ir ya. – Apenas encontraba palabras para decirlo. Le había cogido tanto cariño…
-Prométeme,- dijo mientras su rostro se invadía de lágrimas-
prométeme que cuando mires al cielo de Nueva York y veas la luna
llena pensarás en mí, así podré verte cuando recargue mi energía.
-Prometido, pero no llores, ¿dónde se ha visto a la Luna llorar?
Sonreímos y nos prometimos con la mirada que nos volveríamos a ver, que el recuerdo de la otra estaría presente en nuestras vidas.

A la mañana siguiente me fui de Argentina, país que nunca podré olvidar porque me enseñó algo que pocas personas saben, que la Luna tiene rostro y trece años. Un montón de magia invade esa esfera que vemos todas las noches y de la que, en realidad, no sabemos nada.

“Bajé a sacar la basura, miré hacia el pequeño cielo de Nueva York y allí estaba ella, la luna, Luna, Iguazú”


2º Premio Certamen Literario Ana María Aparicio Pardo, 2005?.

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