martes, 18 de septiembre de 2007

-Silence- (2003?)

La casa era extremadamente tranquila y silenciosa. Los cipreses del jardín le daban un aspecto un tanto lúgubre. Unas cuantas golondrinas habían hecho sus nidos bajo el alerón del tejado, el ir y venir de sus vuelos era lo único que interrumpía el profundo silencio en el que todo parecía sumergido. Desde el balcón de atrás se podía vislumbrar el cementerio del pueblo, lleno de cruces y flores marchitas.
Quizá por eso la casa costara tan poco, un edificio señorial de finales del XIX, con grandes salones y espléndida fachada. Ni coches, ni gente, ningún sonido se atrevía a atravesar la verja de forja.
No oír nada por las noche acababa por hacerte imaginar los ruidos más macabros, carcajadas inexistentes me arrancan de mi sueño cada media noche. Los truenos me despiertan en noches claras y despejadas.
Al principio me gustaba ver amanecer desde el balcón que da al cementerio, Las gentes del pueblo me odiarían si supieran que me gusta la sensación provocada por el sol encima de las tumbas de sus seres queridos. El sol se reflejaba en las lápidas, las cruces se teñían de naranja y el mármol se salpicaba de colores cálidos.

Oigo pasos, cierro la puerta. Ya no escucho nada. Sólo silencio. Pasos, de nuevo. Mi corazón palpita, ya es irremediable, insostenible. Mi cuerpo está convencido de que hay alguien en la casa, me persiguen. Mi mente repite que no hay nada, sólo es mi imaginación.
Corro, huyo, escapo. De repente el sol me sorprende en el balcón. Los pasos se aproximan. Las cruces se tiñen de naranja, todo salpicado de colores cálidos. Abren la puerta. No volví la vista, no tuve siquiera tiempo para reaccionar. En cuestión de segundos me sorprendí arrojándome por el balcón.
Se apagaron los pasos, la puerta nunca ha estado abierta. Mi cuerpo desparramado por el suelo. El sol se reflejaba sobre mi piel de cadáver, mis lágrimas se habían derretido con la caída, en silencio.

(Publicado en Anceo.com, ya extinta)

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