Tenemos cosas en común –los gatos y yo, digo-, como no querer ir a dormir temprano y pasar la mayor parte de la noche maullando (ellos), gimiendo (yo). ¡Ag! Esa maldita trompeta desafinada vuelve a sonar. Me escuecen los oídos cada vez que lo oigo, tanto que tengo que ahogar el chirrido en whisky, borracho pierdo la capacidad de escucha. Ese capullo se pasa toda la noche tocando la maldita trompeta, descuartizando algo que él llama “música”. Todo porque la muchacha del quinto dice que le encanta oírlo mientras le alcanza el sueño. No tiene el oído muy refinado la pobre, por su culpa nos tenemos que tragar cada noche al tipo ese con la trompetita, escuchando de fondo a los gatos que maúllan por la tortura. Se lo perdono –a la chiquilla, digo-, porque en verdad si que está bonita con el vestido rosa, condenadamente bonita. Sus piernas asomando bajo el visillo y la gasa, con su boquita de alelí pidiéndole a ese capullo que toque cuando ella se vaya a la cama. La pobre no fue nunca demasiado espabilada, el amor la atonta más si cabe, haciéndola suspirar cuando baja las escaleras, con su siempre boquita entreabierta y un hilillo –fino, transparente, casi invisible- de baba cayendo desde su labio inferior. Esos sí, tremendamente hermosa con el canesú nuevo, con esos labios de “muérdeme-aquí...”, tan hermosa que...
Qué importarán los amores de la cría del quinto, a mí, un tipo serio, distinguido, respetable; cuyo único quehacer es llenar una hoja de palabras y presentarla al día siguiente para que me digan “buen trabajo” y me den palmaditas en la espalda, como si fuera un chucho bueno que ha aprendido a no cagarse dentro de la casa.
En este momento mi mayor problema consiste en que los folios se han ido vaciando al mismo ritmo que se iba llenando el vaso de whisky, a la vez que se multiplicaban las botellas apiladas en la puerta. Ya no soy el chucho que cagaba en su sitio. Ahora, repugnante y atrofiado, dedico mi tiempo a sentarme aquí, junto a la ventana, con el pretexto de escribir algo, cuando sé que lo único que haré será gastar la noche en disolver mi alma en whisky, oyendo al capullo de la trompeta, pensando en lo guapa que está mi vecinita con el vestido rosa.
Ni siquiera queda nadie para quitarme los piojos.
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