martes, 18 de septiembre de 2007

J-Girl (2005)

Podría escribir una historia sobre una chica japonesa que sonreía al mundo. Piel pigmento y ojos rasgados. Eterna sonrisa ante dota situación. Perpetua felicidad o disimulada tristeza. Tenía que gritar y sonreír al mundo, no se trataba de que estuviera harta de luchar, simplemente había decidido acabar con la incomprensión que la rodeaba respondiendo a todo con una sonrisa. Caminaba sola y sonreía de modo que la gente se sorprendía de vela tan alegre, se preguntaban por qué demonios podía ser tan feliz aquella chica solitaria.
Mil rumores circulaban acerca de su vida, “será rica”. “tendrá novio o marido que la querrá mucho”; “no es demasiado guapa, así que no creo que sonría por ello, tal vez haya encontrado un buen trabajo, o tendrá un hijo”. La gente no encontraba una respuesta que les pareciera totalmente convincente. No había rastro de dinero, amor ni un buen trabajo en ella. Se empezaba a necesitar algo más que rumores. Seguían viéndola cada día pasear por el barrio, comprar las mismas cosas en las mismas tiendas. Ejercía todas las monotonías y rituales de la ciudad. No era su soledad lo llamativo, mucha gente iba de aquí para allá sola por la ciudad, lo que llamaba la atención era su sonrisa, su aparente felicidad. Al no encontrarle respuesta, pues para algunos siempre tiene que haber un qué y un por qué de las cosas, empezaron a tacharla de loca. “Esa pobre chica loca que pasea por las tardes y compra el pan en la esquina”. “Pobrecita, está tan loca”, decían y pensaban ancianos, hombres, mujeres y pájaros al verla pasar.
Algunos niños también pensaban que la joven estaba loca, sólo por verla todos los días sola y sonriente, pero los niños no tenían tiempo para entretenerse en pensamientos y cotilleos de ese tipo. Demasiados juegos de consola y muñecas con el último pintalabios de moda.
Sólo una niña de unos nueve años, también solitaria, pensaba cada día en la joven. Pensaba “Al menos hay alguien que puede ser feliz”. Era una niña triste, con un año de psicólogo a sus espaldas y una adolescencia que se adivinaba brutal. Incomprendida en su tristeza comprendía la felicidad de los demás.

No hay comentarios: