Y ahora... ahora todo anda mal en la Escuela de Arte. La primera en percatarse de tan cruel abandono fue una de las escultoras. Todo el mundo dormía, los cuerpos de los artistas estaban tirados en el primer rincón en que cayeron tras la fiesta de la noche anterior. Ella, la escultora, se despertó la primera y sintió ganas de moldear arcilla. Preparó los materiales y, justo cuando iba a hacer la primera hendidura paró en seco. ¿Qué era lo que iba a hacer? Se detuvo a pensar y miró detenidamente la arcilla. “¿Qué veo yo ahí?” se dijo como tantas otras veces, esa técnica solía resultarle bastante útil. Esta vez no veía nada. Se frotó los ojos. “Nada de nada, sólo es arcilla”, pensó. ¿Cómo era posible que pensara eso? Ella que siempre encontraba algo que hacer con cualquier materia moldeable. Dejó a un lado la arcilla y buscó alambre para hacer unas figuritas. “Horrible”, se dijo al poco de empezar. “Horrible y aburrido”.
Ya había unos cuantos artistas más despiertos. Siguiendo su rutina creativa, se dispusieron a entregarse a sus distintas labores. Los lápices comenzaron a quebrarse en las manos de los dibujantes que arrancaban hojas sin parar, los escritores no pasaban de la quinta palabra y a los actores se les trababa la lengua. Nadie entendía qué estaba ocurriendo.
Fue una de las bailarinas quien dio la voz de alarma. Se puso a gritar como una loca y, en mitad de un ataque de histeria, consiguió explicarles que la noche antes había creído ver a la Inspiración saliendo por la puerta. Una esquinita, sólo había visto una esquinita, pero estaba segura de que era ella.
Nervios, titubeos y dudas se adueñaron de los chicos de la Escuela de Arte. “No, no puede ser”, dijo un mimo antes de desmayarse.
Decidieron crear patrullas de búsqueda para dar con ella. Removieron cada ladrillo del edificio y rebuscaron entre las hierbecitas del jardín con intención de encontrarla. Ni rastro. Gastaron todas las mañanas de esa semana buscando a la Inspiración. Ni una carta de despedida, ni un pelo abandonado. La condenada se había marchado sin dejar huella.
Intentaron reemprender sus actividades sin ella. Pero era inútil, imposible crear algo ni siquiera mediocre si no estaba. La desesperación y la desesperanza fue inundando la Escuela.
Ahora todo va mal en la Escuela de Arte. Las pinturas se están secando mientras ellos se tiran de los pelos. Los lienzos lucen inmaculados en la entrada, mostrando la parálisis que engulle a los chicos.
¿Qué? ¿Qué pintar? ¿Qué hacer?
Deambulan por la casa buscando un solo objeto que les sugiera algo. Nada, nada. Suspiros y miradas suicidas.
A veces creen haber encontrado la inspiración y corren apresurados a tomar apuntes de la idea originaria. Luego se dan cuenta de que no era una idea tan buena como creían y arrugan el folio exasperados.
Vagan como zombis por la casa, tropezando con más y más desolación a su paso: escritores a los que les duelen las muñeca y no pueden sujetar la pluma, bailarinas descalzas que tropiezan y lloran al caer, escultores que sollozan sobre el barro seco, poetas sin rima, actores que olvidan el texto y confunden a Hamlet con Chéjov, músicos con las cuerdas de la guitarra rotas y un sin fin más de artistas acurrucados y lloriqueando en los rincones.
Los chicos de la Escuela de Arte encontraron un capazo en la puerta dos semanas después de la partida de la Inspiración. El capazo estaba lleno de sábanas, algo se movía entre ellas. Destaparon y se encontraron con una pequeña bebita toda ojos que los miraba. Una de las bailarinas la tomó en brazos y comenzó a hacerle cucamonas, la pequeña se reía y la bailarina soltó la primera sonrisa en dos semanas. Las risas retumbaron en el edificio. Nadie había vuelto a reír allí dentro desde la partida de la Inspiración. La niña comenzó a llorar y alguien dijo que necesitaría leche.
Tras alimentarla, se convocó asamblea general para tratar qué sería de la criatura. Colocaron a la niña en el centro de la sala dentro de su capazo. Antes de comenzar la reunión, la mayoría de los chicos se acercaron a hacerle mimos y dejarse observar por aquellas dos gigantescas lunas que eran sus ojos.
Mientras cada uno exponía su opinión, la niñita hacía pedorretas con la boca y algunos de los chicos abandonaban sus asientos para ir a decirle “Ajo” con cara de pavos. La pequeña carcajeaba y ellos también lanzaban su media sonrisita.
Se propusieron distintas opciones, tales como entregarla a la policía y llevarla a un orfanato o ser ellos mismos quienes les buscaran un hogar.
Uno de los poetas, el más tímido de todos los chicos de la Escuela de Arte, levantó la mano y titubeó:
-¿Y por qué no se queda aquí?
La chiquita respondió con un gritito y más pedorretas, seguidas de una carcajada general. De este modo se dio por zanjada la cuestión y todos se pusieron manos a la obra para arreglar una de las habitaciones donde acomodar a la pequeña.
Una bailarina y un poeta fueron nombrados cuidadores oficiales de la criatura mientras los demás trabajaban para prepararle una habitación cuanto antes. Ella la llevaba en volandas hasta la cocina, donde el poeta preparaba biberones y versos con que alimentarla.
El arquitecto diseñó una estupenda cuan con todos los accesorios que un bebé necesita. Los escultores materializaron el proyecto en madera y látex y los pintores la decoraron con miles de colorines. Acabada la cuna, construyeron un armario y un balancín desde el que le leerían cuentos. El dibujante de cómics pintó una cenefa de gatitos en la pared, los actores ayudaron a colorearla. Los músicos se dedicaron a buscar la mejor música clásica en su discoteca, por aquello que se dice de que los niños son más inteligentes si escuchan Mozart desde la cuna.
Mientras trabajaban, tuvieron varias reuniones para tratar el asunto del nombre. Discutieron durante horas y elaboraron mil listas distintas. Los nombres de todas las ninfas de la mitología, célebres escritoras, musas de grandes artistas, incluso onomatopeyas o ristras de consonantes impronunciables son sólo algunos de los ejemplos que llovieron en la tormenta de ideas.
La Escuela de Arte quedó dividida por aquel asunto –casi se pelearon los defensores de un nombre con los del otro- así que resolvieron no ponerle ninguno por el momento. Acabaron por referirse a ella como “la niña”, incluso “la ninfa” le decían los más utópicos.
Entre llantos y pañales sucios, los chicos de la Escuela de Arte y ano tuvieron ni un momento libre. Hacían turnos para atender y entretener a la criatura. Se alternaban para bañarla, darle de comer y atender su llanto por las noches. También organizaron s entretenimiento de acuerdo con su especialidad. Los músicos tocaban nanas para que se durmiera y la despertaban con las mejores cancioncillas infantiles, mientras las bailarinas sonreían y danzaban a su alrededor. Los escritores le leían cuentos que ellos mismos escribían. Los poetas adaptaron sus versos a temáticas infantiles.
El arquitecto, escultores y pintores, continuaban diseñando mobiliario para el cuarto: la bañera, mesillas, una mesita... hasta acabar dedicándose por entero a la elaboración de juguetes. Los actores desarrollaron técnicas de clown y pantomima con las que entretenían a la pequeña. Uno de los chicos tenía maña con aguja y tijeras, entre él y uno de los actores diseñaron y elaboraron trajecitos y patucos. El resto de los chicos de la Escuela de Arte se dedicaba a pintar pósters y dibujos con los que decorar la habitación o, simplemente, se pasaban horas absortos plasmándolos gestos y posturas de la niña en sus lienzos y libretas.
Desde su llegada no faltó ánimo ni alegría en la Escuela. Se dedicaban en cuerpo y alma a ella. Incluso el faquir, que en un principio no sabía que podía aportar él a un ser tan pequeño, se convirtió en un gran “padre” para la niña. Él era el que la entretenía y sacaba a pasear mientras los demás elaboraban cosas para ella o continuaban con su reemprendida carrera artística.
Se les caía la baba con ella.
La pequeña crecía sana y feliz. Las bailarinas le ayudaron a dar sus primeros pasos y gatearon junto a la niña por toda la casa, hecho que fue celebrado con lienzos conmemorativos y video-arte.
En la Escuela de Arte comenzaron a preocuparse en su cuarto cumpleaños. Ya debía haber dejado atrás los primeros balbuceos, pero la pequeña nunca había dicho nada. Nada, ni la mínima pronunciación de un vocablo conocido, ni un sonido vocálico. Sólo risas y sonrisas. Los chicos intentaron hacerla hablar de mil maneras distintas, los músicos pasaban largas horas cantándole canciones y las actrices intentaban hacerle ver cómo debía colocar la lengua para vocalizar correctamente. La niña los miraba y reía, pero no intentaba imitarlos. Al final acababa aburrida, desviando su atención a cualquier juguete que tuviera a mano.
Las sesiones para hacerla hablar se intensificaron. Pasaban hasta tres horas diarias con ella intentando que dijera algo. Nada, al final lo único que consiguieron fue aburrid de tal modo a la chiquilla que comenzaba a llorar nada más ver a sus “instructores” cruzando el umbral. Los chicos de la Escuela, que no podían soportar verla sufrir así, decidieron dejar a un lado las clases de habla, ya hablaría cuando ella quisiera.
A los seis años decidieron que había que empezar a instruirla seriamente en las distintas artes. La niña no tenía paciencia para nada. Los músicos fracasaron en su intento de enseñarla a tocar el piano, los escritores y poetas desistieron en su empeño de que escribiera algo por sí sola, las actrices y bailarinas la instruyeron en música y danza, pero ella enseguida se cansaba y prefería sentarse a contemplar y aplaudir entusiasmada una vez acabada la función.Por último, pintores y demás nunca consiguieron que pasara de garabatear papeles y hacer figuras sin sentido con plastilina.
A veces llegaba a exasperar de tal modo a los artistas con su poca paciencia que los pobres acababan por reprenderla. Ella soltaba unas lagrimitas y ellos enseguida se arrepentían de haber levantado un poco la voz e iban a consolar a su musa.
La pequeña siguió sin mostrar interés alguno por ser creadora en cualquiera de las artes. Al final optó por picotear de aquí y allá. Hacía unos garabatos o tocaba cuatro acordes al tuntún con la guitarra. Nada se le daba especialmente bien, sobre todo porque no solía aguantar más de media hora seguida con la misma actividad.
Lo que verdaderamente la entusiasmaba era pasearse por la casa curioseando qué hacían unos y otros. Los chicos le mostraban sus creaciones, que ella criticaba sabiamente sólo con gestos. La mayoría de las veces incluso le pedían que se quedase un rato con ellos para ayudarlos a mezclar las pinturas o montar el escenario de la próxima función. Disfrutaban de su compañía y se embriagaban de su inspiración. Ella solía tumbarse entre cojines mientras los chicos de la Escuela de Arte la miraban mientras continuaban sus obras. Retratos, esculturas, canciones, poemas cuentos y hasta algunos gestos y pasos de baile nacían y de la observación de la pequeña, que ya no lo era tanto.
Fue una adolescente bonita, que se turbaba cuando veía alguno de sus retratos desnuda. Creció hasta convertirse en la mujer joven y hermosa que es ahora. La chica que se ha ganado el amor de todos los chicos de la Escuela de Arte, la musa a la que dedican todas sus obras. Siempre lleva flores enredadas en el pelo y le gusta perseguir a los pájaros del jardín. Sigue aplaudiendo cuando algo la entusiasma sin necesidad de palabras, con los ojos bien abiertos y sonrisas para todos.
En la Escuela de Arte ya no se acuerdan de cuando los abandonó la Inspiración.
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