martes, 18 de septiembre de 2007

-Los Chicos de la Escuela de Arte y las picaduras de mosquito- (Verano 2005, Expreso Sevilla-Cádiz)

La adaptación estival de los chicos de la escuela de arte es harto curiosa. Desde el Centro Artístico manejan sus instrumentos. Dicen que allí pintan al óleo mientras beben limonada, que desde allí organizan excursiones al río y viajes en tren para tomar apuntes y bocetos en oros parajes. Así es en realidad, en verano es fácil ver a muchos de ellos en estanques, lagos, montañas o ciudades de toda Europa. Duermen en trenes sin coche cama y se alimentan en parques a imitación de las palomas. Son fáciles de identificar entre el enjambre de niños y turistas. Mochila y libreta bajo el brazo. Si embargo, quedan otros. Ésos que no pueden escapar de la ciudad en julio ni en agosto, teniendo que soportar el tedio de la metrópolishorno a base de cosas que os juro no son precisamente limonada.
Acercarse al Centro Artístico es siempre peligroso, pero ahora, en verano, estando casi vacío lo es más aún. Suelen quedarse los especimenes más peligrosos y, de no serlo, sin duda el verano los trasforma y los performa hasta convertirlos en seres repugnantes, derretidos de sudor con las pupilas dilatadas de tanto observar y buscar escapatorias posibles, con los lienzos abandonados y el carboncillo mordido de desesperación. Arcilla reseca tirada por el suelo. Bosques de hojas de bloc garabateadas.
Sólo en un cuarto parece que recobran su particular cordura y capacidad de análisis artístico, allí tienen guardados –etiquetados y clasificados- cientos de mosquitos. Mejor dicho, mosquitas amaestradas, pues es la hembra de esta especie la encargada de buscar alimento en sangre humana, siendo tan clásica como molesta la presencia de dichos bichitos por esta época. Las sueltan al caer la noche, las enseñaron a no detenerse en las farolas ni entretenerse con estúpidas luciérnagas. Van a por ti. Succionaran tu sangre, eres el elegido, siente cómo el privilegio penetra en tu carne y te roba unas gotitas de tu ser. Un, dos , tres, cuatro o quinientas picaduras, dependiendo siempre del tamaño de la obra maestra. Succionan y transportan tu sangre. Pica, sí, escuecen incluso más que las picaduras de mosquitos convencionales, ésos que sólo usurpan la sangre necesaria para su supervivencia, al contrario de estos, que van a por todas, a exprimirte y sacar el máximo jugo posible. Antes de amanecer, regresan al cuarto, ala este, del Centro Artístico. Allí los chicos de la escuela de arte extraen de su s picos las gotitas de sangre y los recompensan con glóbulos rojos sintéticos y oxigenados, mucho más deliciosos que la sangre humana.
Con dicha materia prima pan el día realizando litografías en rojo o pigmentando nuevos materiales. Fabrican óleo sanguinolento para pintar lienzos tamaño pared, por eso el número de picaduras depende siempre de las dimensiones de la obra maestra que, como vemos, suele ser gigantesca. Los chicos alegan que la sangre es bella, que se trata de un tono exacto de rojo muy difícil de substraer de otro modo. Aunque en realidad sabemos que se trata de pura simbología.
Suelen mandar a sus mosquitos a la caza de las chicas que más les gustan de la piscina, a por aquella persona que les llamó la atención en el metro, a esa ancianita de camisetita púrpura o el bebé llorón. No cazan deliberadamente sangre de cualquiera, ellos son selectos y ordenados en la persecución del desorden. Eligen a su víctima y la cazan. Tú puedes ser el próximo. No sabes lo mal que les sienta que alguien mate a sus animalitos con insecticidas ni cremas repelentes. Entrégate voluntariamente y déjate hacer. Que no se te ocurra aplastar uno de un manotazo. Van a por ti y van a conseguirte.
LA picadura por el arte. La sangre por el arte. El arte por el arte.

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