martes, 18 de septiembre de 2007

-Berlín- (2006)

Esta casa da escalofríos. La foto de la jura de bandera de mi hermano y la mía de primera comunión. Candelabros llenos de polvo y figuritas de porcelana. Rebuscando entre las viejas películas grabadas de mi padre encontré una en la que se suicidaba un niño, “Alemania: año cero”. Berlín. Un niño de raza superior tirándose desde un edifico en ruinas después de haber matado a su padre. Berlín... Siempre Berlín. El jodido Berlín. Cuando uno piensa en Berlín sólo le vienen a la cabeza muros y esvásticas. Sé que resulta tópico, pero es lo primero que se te viene a la cabeza. No piensas en esa fantástica ciudad que ella describe en sus e-mails, en ese deslumbrante Berlín del que me habla, excitada, por teléfono.
A qué pirado se le ocurre salir con una tía que estudia filología germánica. Ich
liebe Dich. Te quiero. Al día siguiente te llega con sonrisa de chica pre-erasmus diciéndote que se va a Berlín. Le jurarás amor en todos los idiomas antes de que se vaya. Se te llena la cabeza de muros, esvásticas y chicas erasmus con sonrisas demasiado grandes. Era Nicol para mí, tal y como le decían sus vecinitas y sus compañeras en el colegio de monjas al que iba de niña. Nicol para sus primeros novios adolescentes y Nicol para mí. Era Nicolasa en DNI y partida de bautismo. Nicol sólo era el eufemismo con el que ocultar un nombre que no le gusta a nadie.
Ayer, casi a la hora de comer, me llamó para contarme entre carcajadas que nosequé compañero de clase la llamaba Nico, como la cantante de la Velvet. La eufemista Nicol riéndose por teléfono. Me llama Nico, ¿sabes? Nico, como la cantante de la Velvet. Yo le dije que me llamaba Nicol y el dijo: ¡Oh! Nico, como la cantante de la Velvet.... Podía sentir sus labios estirándose al hablar, cuarteando su pintalabios... Yo sonreía forzadamente, como si temiera que ella pudiera sentir que no me hacía ni pizca de gracia lo que me estaba contando.
Le he dicho que la quería. Se ha quedado callada. Sé que le cuesta creerme con tantos cables por en medio. Ha sido una estupidez por mi parte, no sé qué sentido tenía hacerlo precisamente ahora y por teléfono. Se ha quedado callada durante dos segundos. Callada en su querido Berlín, en su lleno de ruidos Berlín. Sí, sí que tenía sentido decírselo. Sé que mis palabras han borrado su sonrisa durante unos instantes. Sé que ha torcido la boca con ese gesto suyo que la hace parecer tan fea cuando está enfadada o sorprendida, ese gesto al que ningún tío se acercaría por pura repugnancia. Que pague, que pague por sus risas y sus palabras. Que se trague su sentimiento de “¡Oh!, ¡qué maravilloso es todo!”, al darse cuenta de que yo estoy aquí, sin ella. Que se sienta culpable por haberme abandonado mientras ella se regodea con sus amiguitos erasmus y los besa con los dedos cruzados para no serme infiel. Tras los segundos de silencio, su risita forzada a cruzado la línea. Yo también. Palabras fáciles para mentiras fáciles.
Después de colgar me he sentido mejor, con la seguridad de haber dejado clavadas mis palabras en su corazoncito. Ahí quedaría mi “Te quiero”, sangrante y afilado. No sé bien si es verdad, me refiero a lo del “Te quiero”. Es fácil querer a cualquiera el mundo cuando está lejos. Es fácil querer a Nicol-asa estando aquí, Navidad en la casa familiar, mirando las manchas de humedad que se han formado en el techo de mi antigua habitación. Es fácil, incluso tentador, echarla de menos y añorarla sabiendo que está en Berlín y yo aquí comiendo polvorones. Esta casa da escalofríos. Mi padre haciendo agujeros con el taladro y una vieja foto de Nicol con falda escocesa en uno de mis cajones. No recordaba que estuviera allí. No recordaba que ella hubiera tenido nunca una falda escocesa. No recordaba que fuera tan guapa. En realidad ni siquiera sabía cuándo ni dónde habíamos hecho esa foto. Una guía turística de Alemania en la biblioteca de mi padre. Berlín... Muros, esvásticas y chicas con minifalda escocesa.
Cuando llegué a Berlín ella ya no era Nicol, sino Nico. No era morena, ni pelirroja, ni tampoco ninguno de los colores que había sido antes de esos. Era rubia platino y le había dado por pintarse pequitas en las mejillas con un perfilador de labios marrón. Supongo que a los tíos de por allí debía parecerles adorable, pero a mí nunca me había parecido tan estúpida como cuando la vi con su pelo recién teñido y las pecas postizas. Él no se apartó de nosotros en ningún momento. Ahí estaba esperándonos con su coche en el parking del aeropuerto. Ahí estaría luego para llevarme a tomar el vuelo de regreso. Con nosotros, pegado. Siempre. Adosado con su sonrisa estúpida y gesto de intelectual resabidillo.
Fuimos a dejar las maletas y luego a cenar. Nico y yo nos sentamos frente a frente, con la excusa tonta de poder mirarnos a los ojos. Él se sentó a su lado. La miré a los ojos, por supuesto. Sus pupilas no dejaban de mentir como cochinas, intentando acaparar en ellas toda mi atención para que no me diera cuenta de lo que sucedía bajo la mesa. La mano de él le acariciaba el muslo con lascivia. Ella se dejaba hacer, sin apartarse, incluso se estremecía de excitación de vez en cuando. Mientras, yo daba pataditas en el suelo para canalizar mi tensión. Eso debajo de la mesa, en el trasfondo. Sobre la mesa nosotros aún éramos novios, nos queríamos mucho y él no era más que un buen amigo. Encima, maquillaje; debajo, vísceras y excrementos.
No es totalmente cierto lo que he dicho antes, sí que se nos despegó, durante la noche. Bueno, no exactamente, sólo se apartó de nosotros como pareja. En un acto de bondad había ofrecido la otra cama de su cuarto para que yo durmiera. No pude “dormir” con Nico, como se suponía que debía haber hecho como recompensa a tantas horas de vuelo para venir a verla, porque en su habitación dormía otra chica. Se llamaba Eudivigis o algo por el estilo. Una alemana mofletuda que se explotaba granos y comía chocolatinas sin cesar. Chocolatinas con crema, con galletas, rellenas de frutas o de cualquier otro tipo de las que vendían en “Le gourmet du chocolat”, una tienda para niños pijos y gordos.
La tal Euidivigis masticaba entreabriendo la boca cada poco. Podías ver el chocolate derritiéndose en sus muelas antes de ser engullido, un espectáculo maravilloso. Lo de reventarse granos en público, como si fuera un acto natural a compartir con el mundo, se sumaba a la adicción a las chocolatinas para convertirla en ese ser repugnante que estáis imaginando. Daría gusto ver a las dos tías en su habitación: una pintándose pecas frente al espejo y la otra atragantándose de chocolate con las manos repletas de pus. Dormí estupendamente en la habitación del cretino. Ni siquiera dejó de mostrarse amable y sonriente después de que Nico nos hubiera dejado. Esperaba encontrarlo algo más agrio y desaprensivo conmigo, al fin y al cabo, él quería tirarse a mi novia y yo no era más que un impedimento. Igual por esos lugares es normal acostarse con la novia de otro sin que haya rencores ni malos rollos, vete tú a saber.
Una vez besé a Nico delante de él. Normalmente no nos besábamos en público, pero era imposible no hacerlo con ese tipejo todo el día pegado. Fue el único beso de todo el viaje, además del riguroso de bienvenida en el aeropuerto, pero ese no cuenta porque no pasó de un roce de labios. Fue el único beso del viaje y quizá el mejor de toda mi vida. La pillé desprevenida y no supo qué hacer con la lengua durante los primeros segundos. Luego se fue entregando. Su boca sabía a todas las cervezas que había bebido desde que llegó a Alemania.
Sabía que él nos estaba mirando. Me salté la regla de cerrar los ojos para mirar de soslayo y verificar que nos estaba observando. Me miraba a mí, me escrutaba con ojos de “disfrútala, cabrón, después de esto no volverás a tocar su boca”. Cuando paramos, nos sonrió. Nico se atusó el pelo y se mordió el labio con un resquicio de remordimiento.
Cuando me fui de Berlín él me ayudó a llevar las maletas y me acercó al aeropuerto. Cuando me fui de Berlín, le pasó el brazo por los hombros a Nico justo antes de que nos despidiéramos. Yo ya sabía que el juego estaba perdido. Deseché el beso de despedida y uno de los dos dijo algo sobre que podría volver a visitarlos en primavera. VisitarLOS. En primavera.
Seguía siendo rubia con pequitas de pega. Llevaba puesta la falda escocesa con que aparecía en aquella foto. Nunca me pareció tan estúpida como en aquel instante. Nunca me pareció tan guapa ni la amé tanto como durante esos últimos segundos en el aeropuerto, segundos en los que el amor y el odio eran casi sentimientos siameses. Segundos durante los cuales quise ser ese niño de la película que vi esta Navidad en casa de mis padres, ese niño que se tiraba desde un edificio en ruinas con toda la ciudad de Berlín bajo sus pies.

by berlinadabel.To velvetmsman.

3 comentarios:

Elenita dijo...

es sin duda una de las mejores cosas que has escrito. Te lo dice un ex-erasmus enamorada de Berlín.

la payasa

Anónimo dijo...

Ay, madre, que me da un patatús...

ÁcidayConEstiloPropioBel.



El Conde.

Anónimo dijo...

Ay, madre, que me da un patatús...

ÁcidayConEstiloPropioBel.



El Conde.