martes, 18 de septiembre de 2007

Esas criaturillas

Wolframio y Molibdena, la parejita. ¡Qué monos en el parque de uranio con cubiertas de antraceno! Los columpios cubiertos de trinitotolueno son más pegajosos y explosivos. Gritan y cantarrujean mientras chapotean en charcos de cloro y se arrojan puñados de magnesio a la cara.
Argón, Radón y Xenón, sus amiguitos. Todos juntos bombardeando químicamente a Salicílica y su muñeca Carboxílica. Pobrecilla, siempre fue una extraña para los niños, los demás pequeños no toleraban su composición química de caja de aspirinas.
¡Qué guapos mis niños con sus monitos azules mientras chupetean biberones a 43 kelvin! Disolutos perfectos para la merienda. Ununquadium y Ununnilium para el niño y la niña. Adorables criujos con bocas repletas de migajas de galletas carbonadas. Azufre en el carricoche. Sonrisas nucleares en el electrocolumpio.
“¡Nanananá!”, chillan saltando sobre páginas de libros arrancados y tablas periódicas. Molibdena atrapa uno de los globos de helio que flotan por el parque y se eleva por los aires. Los demás niños ríen a carcajadas. Bombardean con partículas aúricas el globo hasta hacerlo explotar. Molibdena cae, llorando. Sus lágrimas no contienen la cantidad de sale minerales que deberían, pero sí actinio, las examinaremos.
Wolframio le tira de los pelos a Xenón y Radón corre en su ayuda, dispuesto a comprobar la conducción eléctrica de 440 voltios en el cuerpo de éste si no deja en paz a su hermanito.
Mientras, Salicílica gime porque Molibdena –que ya ha dejado de llorar-, le ha quitado a Carboxílica y pretende ahogarla a fuerza de sumergir a la muñeca en una probeta.
En el otro extremo del parque, Argón escupe a Radón con una pipeta, de modo que el pobre Radón acaba peleando a dos bandas: `por un lado con Argón y, por otro, con Wolframio, que aún no ha dejado de tirarle del pelo a Xenón.
Finalmente, la descarga eléctrica se sucede. 440 voltios en el cuerpo de Wolframio. Argón lanza escupitajos con la pipeta a diestro y siniestro. Al muñeca Carboxílica está ahogada en formol. Salicílica, en un acto de valentía, se venga por la muerte de su muñeca arrancando electrones a Molibdena, quien queda reducida a un débil catión de su elemento.
Los biberones de Ununquadium y Ununnilium se han derramado por el suelo. Mis niños gritan. Cuando ya han conseguido deshacerse de sus respectivos agresores, ha empezado a llover. Introduzco mis manos en los guantes de hormigón y los acaricio desde el exterior del parque. Finjo quererlos mucho, mucho en realidad, como si de su madre química se tratara.
Al fin, consigo ponerles pañuelos impregnados de arsénico en la cara.
Salgo corriendo en cuanto caen dormidos. Lejos, muy lejos. Lejos de ellos y de sus pañales infectados. Iré a cualquier sitio en el que mis adorables criaturas no puedan encontrarme nunca.
Wolframio y Molibdena, la parejita.

1 comentario:

Ferchus dijo...

Que lindo relato, pero sabes que no puedes huirles.
Btw, escuche que Molibdena andaba con un tal Mercurioso

Saludos