martes, 18 de septiembre de 2007

-O te vas tú o se va el gato (II parte de Los gatos y yo)- (2006)

Si Manchuria no hubiera sido un gato podría haber sido cualquier otra cosa. Su maullido hace que me estremezca, le acaricio el lomo para que se calle. Mientras, ella cuca los ojos y estira el hocico como muestra de placer. Da gusto verla cazando ratoncillos y pisoteando cucarachas. "Crac´" hacen los artrópodos bajo sus patitas.

Dijo que no me quería y se largó. Se plantó con sus maletas en la puerta, soltó que se marchaba y que ya no me amaba. La noche antes habíamos hecho el amor en el mismo sillón desde el que yo escuchaba ahora sus palabras, todo igualito a las películas y las canciones tristes. Manchuria se había meado en su ropa a la hora del desayuno y podía olerse el tufo de orina de gato saliendo de su maleta. Lanzó una última mirada de odio retestinado al gato y cerró la puerta sin acercase a darme un abrazo de despedida y condolencia.
No la miré ni intenté detenerla. No se me ocurrió pensar en lo desgraciado que volvía a ser, así que no sentí la necesidad de salir corriendo tras ella. Es verdad que era guapa y que tenía unas piernas felinas que daba gusto lamer por las noches, pero igual de ciertas eran esas ganas de vomitarle encima que me entraban al despertar y verla durmiendo junto a mí, babeando sobre la almohada. Así que, ¿amor? No, de eso estaba seguro que no había. Pobre desdichada si alguna vez ella me amó. Mejor que se hubiera ido antes de que yo hubiera tenido que echarla, para un caballero siempre resulta desagradable humillar a una dama. Que ellas te dejen por los suelos es algo distinto, puedes masticar el dolor y escupírselo a la cara sin que se den cuenta.
Normalmente suelen descomponerse en odio y palabrerías, deformando sus labios de tiramisú en insultos y gestos que no son propios de tales señoritas. Los numeritos finales son una de esas extrañas y patéticas capacidades que han desarrollado las mujeres a lo largo de la historia, una asombrosa cualidad que nunca llegaré a comprender. Ésta se saltó la regla, comportándose como una dama desde su llegada a su partida. Aguantó la crispación de que Manchuria le meara la ropa con la galantería propia de un soldado. Soltó la parrafada habitual del “ya no te amo” sin ningún sentimentalismo. Ni rastro de la mujer que la noche antes se desgañitaba en mis brazos. Estoy convencido de que habría aguantado que le escupiera a la cara sin agachar la cabeza. Se marchó y todo volvió a quedar en silencio. Sin sus taconeos ni su perfume, sin Manchuria gimiendo al encontrar un hedor extraño en la casa.
Por mi parte, me decanto por el victimismo y aparto el resentimiento, sé que ellas prefieren los corderos a los lobos. Cuántas más puedo llevarme a la cama después de estas rupturas no traumáticas. Intento solventar la depresión ficticia con copas de bourbon y tabaco. Siempre en el mismo bar, en el mismo taburete y con los mismos ojos lánguidos de corderito. Cómo seduce la tristeza a esas condenadas. Ellas también llevan la infelicidad cosida a la sombra, lo que ocurre es que sus taconcitos les impiden acercarse demasiado. Qué jodidamente bien ocultan la tristeza con barra de labios.
Bebemos, se enamoran y se quedan. Juran salvarme y darme amor. Yo sólo
les pido sexo y ofrezco palabras seductoras a mis desgraciadas musas. Limpian la casa y cambian las cortinas Ganadas las confianzas, el gato comienza a remolonear a su alrededor. Les ronronea en la oreja y se entromete cuando las estoy besando. Deja pelos en sus bragas y marca el territorio sobre sus cosméticos en la lejita del baño. Es entonces cuando mis queridas damas sueltan su cita favorita: “ O me voy yo o se va el gato”.
No señoras mías, no. Manchuria no se mueve de aquí. Ella llegó antes que ninguna de vosotras. Dejó sus pelos sobre mi cama antes de que apareciera la sombra de los vuestros, lamió mis tobillos antes de que a ninguna se os ocurriera esa fantasía. Se dejó acariciar con paciencia y maullidos sin necesidad de cambiar las cortinas. Jamás pidió más comida de la que había en su plato. Así que Manchuria se queda, madames.
Al lado de la ventana a la que cambiasteis las cortinas está la puerta. Tened
cuidado al salir, no volquéis el cuenco de agua de Manchuria que está junto a la entrada.

Bon voyage, os echaremos de menos.
Miau.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maldita, maldita, maldita seas... ¡Aaaaaaaaargh!

Este es casi-perfecto (y digo casi porque sinó te me pones insoportable, jovencita)...

"Ellas también llevan la infelicidad cosida a la sombra, lo que ocurre es que sus taconcitos les impiden acercarse demasiado."


Plas Plas Plas Plas (se supone que es un aplauso).



El Conde.